Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 20. Hallazgo en Fort Pickering

Las grietas del techo ya no eran una distracción con las que amenizar la espera hasta medianoche. Negándose otro chute de literatura grotesca, Ellery se forzó a vestirse y malgastar lo que le quedaba de tiempo estirando las piernas por un Salem desierto.

A solas con sus rumiaciones, envuelto en los nuevos acontecimientos que habían tirado por los suelos la expectativa de un congreso aburrido, traspasó la puerta del Hotel Hawthorne y tomó la calle Essex en dirección contraria.

En el cruce de caminos optó por desviarse a lo largo de la Avenida Fort. El escenario urbano iba desapareciendo a medida que aumentaban los kilómetros. Las casas se desperdigaban unas de otras, circundadas por un espeso manto de árboles.

Como consecuencia de las tupidas nubes de tormenta, la escasa luz del satélite disparaba el riesgo a un tropiezo con un conductor despistado y absorto tras minutos de repetitiva carretera. Pero a medianoche, ni un conductor extraviado o ebrio eran los responsables del estado de alerta de Ellery. Salem Neck tenía la culpa de ello; el boscaje siniestro y perturbador ponía los pelos de punta a cualquier paseador nocturno a poco de celebrarse Halloween. Su belleza era innegable, pero en el albor de la mañana se apreciaba de modo distinto, menos escalofriante.

En lugar de continuar recto por la Avenida Fort hasta el noroeste de Salem -donde malvivía un antiguo parque-, giró a la derecha en la intersección y continuó por la carretera de Winter Island. El sonido del agua en la cala Cat Cove trasladó a su memoria la sensación del mar contra su piel. No era lo mismo que en el pueblecito de Maine; en Salem todo parecía más oscuro, deprimente. En Bar Harbor, apacible y luminoso.

O podía ser que los sucesos a los que buscaba respuestas enturbiaran su visión. Pero caminando junto a la linde de un bosque que la carretera partía en dos, no sentía lo mismo que cuando se perdía entre los pinos del pueblo costero.

Al culminar Winter Island, el sonido de las olas chocando contra el acantilado dirigió sus pasos hacia la izquierda. Al final de un angosto sendero de tierra llegó a Fort Pickering. En el lateral de una ladera no muy elevada, oculto por una mata prominente de hierba, se regía un monumento militar, uno de los puntos históricos de Salem desde su construcción en 1643. A lo largo de la historia había contado con diversos nombres. El actual, Pickering, encomiaba al coronel Timothy Pickering, nativo de Salem, en su labor como secretario de Guerra.

Mar adentro, construido al final de una pasarela superpuesta a las rocas de la playa, se alzaba el faro de Fort Pickering. De hierro forrado con ladrillo y una luz blanca intermitente, en sus tiempos emitía destellos a ocho metros sobre el nivel del mar.

La historia del faro, de entre las decenas de puntos históricos de los que se había informado antes de viajar, le resultaba curiosa. John Harris, veterano de la Guerra Civil, asumió el puesto de vigía del faro. En sus treinta y siete años de labor, se podían contar con los dedos de la mano los días que había abandonado el faro. Tal era su ímpetu en el trabajo encomendado, que no fue hasta su jubilación que vio las calles de Salem después del anochecer.

Alrededor del treinta y cuatro, la casa del farero fue utilizada como vivienda para los guardacostas del hangar de aviones establecido en Winter Island. Con la construcción de cuarteles mejor aprovisionados, la casa se convirtió en un club de entretenimiento para los oficiales.

Ellery rebasó los matorrales estableciendo una senda artificial y llegó al mar de rocas que se introducía muy lentamente en las aguas de Salem. Sorteó agujeros y piedras de aspecto resbaladizo y se acomodó en un pedrusco grande y sobresaliente. Con las manos puestas en la fría roca, contempló la bóveda celeste.

En aquella fracción de cielo abierto, las diseminadas estrellas emitían la potencia de su fulgor. Mientras las nubes avanzaban hacia aquel concurrido espacio con el propósito de envolver Salem en su totalidad de oscuras tinieblas, la belleza del paisaje hacia acopio de fuerzas para restituirle el ánimo.

Aspiró lenta y profundamente una bocanada del aire de la costa. El salobre colmó su nariz y activó su sentido del gusto, recreándole la ilusión de estar bajo el agua. La brisa remataba la distorsión perceptiva abriendo sus labios en una curva de satisfacción.

Saboreó el momento, la soledad de su mente y de su corazón en aquel trocito de tierra que plagiaba las sensaciones de surcar el mar a nado. Parecía que, pese a las circunstancias, la normalidad regresaba de nuevo. La motivación le daba la mano a su maquinaria inventiva y le consentía el desarrollo de una nueva novela. La curiosidad, fuente inagotable, bullía con furor con los acontecimientos actuales.

Las críticas podían amontonársele a las espaldas, burlas dañinas que se jactaban de los meses remotos sin un libro de su autoría y de la ausencia en los periódicos de su lógica deductiva. En un principio, solo con pensarlo se desesperaba. Los pensamientos iban y venían en un ciclo angustiante sin salida.

Necesitaba, como siempre, ese instante de unión con las maravillas de la naturaleza. Era su terapia contra el cansancio y la monotonía, y nunca caía en la cuenta de lo que la echaba en falta hasta que su sarcasmo afilaba los cuchillos de aquellos a los que atacaba.

Allí sentado, respirando el aroma a mar, el sonido de las olas arrastrando los guijarros de la orilla le transmitía la paz que su corazón precisaba. Borraba el nudo mental al que se había aferrado durante tanto tiempo. 

Con el último gracias a su terapeuta sobrenatural, dio por terminado su paseo nocturno. Media hora entre ese enclave de Salem y el hotel eran suficientes para que el reloj marcara las doce justo cuando atravesara la puerta de la habitación.

Adentrándose en el camino que había creado entre los arbustos, un brillo intermitente extravió una mirada furtiva. A su izquierda, la redonda luz del faro bañaba las aguas de Salem.

—¿Está en funcionamiento?

La oscuridad no le había dejado ver el faro, ni siquiera la luz de orientación. Es más, estaba seguro de que, hasta hacía un momento, no funcionaba. Imposible no darse cuenta de los potentes intervalos luminosos cuando todo a su alrededor estaba a oscuras.

Un grito desgarró el silencio de la noche. El cuerpo de Ellery se tensó, alerta, buscando su procedencia. Un segundo grito, agonizante y aterrador, dirigió su atención al brillante faro.

¿Había alguien allí? ¿El foco encendido era un aviso de socorro?

El perturbador reclamo de socorro disparó el movimiento de sus piernas en una carrera entre piedras y tierra. A cada paso que barría distancia, los gritos incrementaban en intensidad.

Dio un salto desde una de las rocas al puente de madera que conectaba con el faro. No distinguió ninguna figura humana en las inmediaciones; los aullidos provenían directamente de la edificación.

Al final de la pasarela, encontró la puerta de entrada abierta. Se introdujo en el interior y subió los escalones de dos en dos con la respiración restallando en sus oídos. El corazón relinchaba a la par que sus ojos zigzagueantes mientras se impulsaba con la baranda. La pequeña puerta entreabierta en la cima del faro lo alojó en una diminuta estancia. Desde las cristaleras de la estructura radial, el foco de luz alumbraba tenuemente el oleaje y difuminaba la línea del horizonte que separaba mar y cielo.

La luz lo cegó unos segundos. Con la mano como visera, se apresuró alrededor del recinto en busca de los gritos que había dejado de escuchar hacía un instante. Cuando el foco volvió a iluminar el entorno, advirtió uno de los ventanales entornado.

Se arrojó sobre él y lo abrió de par en par. Sus ojos siguieron el contorno de una cuerda atada a uno de los travesaños del faro. Caía a lo largo de la estructura hacia un abismo oscuro y hermético.

Un grito le hizo agarrarse a los extremos de la cristalera. La cuerda se tensó frente al peso de algo que colgaba de ella. Se recostó en el rectángulo inferior de la ventana y aguzó la vista.

—¡¿Quién hay ahí?! —inquirió con ambas manos en la boca, amplificando su voz.

—¡Ayu... Ayu... Ayuda!

Una mano huesuda y descarnada rasgó la oscuridad, sobrecogiendo a Ellery. Se asomó y extendió el brazo para intentar atraparla, pero los separaba una distancia que, con un mal ajuste de fuerza y coordinación, podía arrojarlo a las rocas del fondo.

—¡Aguante! —gritó, desaforado.

Ellery afianzó la cuerda entre sus manos y tiró hacia el interior del faro. Las fibras de sus brazos exprimieron todo su esfuerzo en el intento de ayuda, la mandíbula apretada mantenía los resoplidos en silencio. Pero el peso de un cuerpo colgando era demasiado para una sola persona; luchar contra la gravedad desde aquella altura resultaba imposible. Y el descubrimiento de aquello a lo que estaba atada la cuerda agravó la situación: el sonido de asfixia le hizo consciente de que tiraba de una soga amarrada al cuello. Si aplicaba más fuerza para remontarlo, terminaría por ser él el causante de su muerte.

—¡Ayuda!

¿Qué hacer?, valoró en un segundo. Si tiraba, sin mucho problema escucharía el crujir de los huesos partiéndose. Si cortaba la soga, las rocas del fondo se encargarían del destrozo. Pero marcharse en busca de auxilio podría suponer que a su regreso el hombre ya no respirara.

Se quedó en blanco. Ninguna solución contaba con un final que salvara al ahorcado.

—¡Ayuda!

El parpadeo intermitente del faro alumbró la cara del hombre. Reconocer su identidad lo confundió aún más.

—¡Duncan! —exclamó.

—¡Ayuda! —Los ojos hinchados del abogado recayeron en su salvador—. ¡El... Ellery!

—¡Duncan, aguante! —Se sintió estúpido al decir aquello. Exaltado, agarró la cuerda con ambas manos—. ¡Duncan, voy a tirar!

—¡Cui... cuidado!

—¡Lo sé, lo sé! 

Con un pie contra el borde del muro y la otra pierna anclada al suelo, emprendió la subida del abogado. Con cada impulso, la cuerda se deslizaba entre sus manos. Las palmas le ardían a causa de la fricción.

—¡Argh! —Duncan estampó las piernas contra el faro.

—¡No se mueva o no podré subirle! ¡Meta las manos entre la soga y su cuello e intente crear un espacio!

—¡Cuidado!

Ellery atinó por el rabillo del ojo a cerciorarse de la ausencia de un tercero con ellos y volvió la atención a la soga. La luz enfocó la vestimenta del abogado y recayó entonces en la sangre. Un hilo escarlata manaba de su boca entreabierta. Estaba gravemente herido.

—¡Cuidado... está... está... detrás...!

—¡Aquí no hay nadie más! 

Duncan lo miró desorbitado.

—No puede... no puede verlas... ¡Me han echado un maleficio!

Desoyendo los disparates que el abogado balbuceaba, Ellery concentró toda la fuerza en un nuevo y potente tirón. Sin embargo, sentía el agotamiento haciendo acto de presencia; sus brazos pedían descanso y aflojaban el enganche.

—¡Detrás! —Lo vio alzar la mano hacia algo—. ¡Van a por usted! ¡Las bruj...!

Con los bamboleos desesperados de Duncan la soga se estrechaba en su cuello, dibujando un círculo de carne rosácea. El vigor de las sacudidas estuvo a punto de hacer trastabillar a Ellery. 

—¡Duncan, estese quieto de una maldita vez! —Evaluó la mejor posición de las piernas para evitar un resbalón que los matara a ambos.

Los lamentos de Duncan ciñeron las inmediaciones del faro. La mirada de aplastante terror luchaba contra aquello que creía hostigarle. Sus manos ya no creaban un espacio entre su garganta y la cuerda. Las utilizaba como escudo para protegerse de algo.

—¡Están aquí! ¡Están aquí!

Entrevió los ojos de Duncan medio ocultos por los brazos.

—¡Nos van a matar! ¡Nos van a matar! ¡Las bruj...!

Los choques contra la estructura se hicieron más intensos.

—¡Nooo! ¡Nooo!

El aullido gutural del abogado se unió al violento balanceo de su cuerpo. Sin poder hacer nada para frenarla, la cuerda se deslizó por las manos de Ellery. Sintió como si acabaran de prenderle fuego, marcadas sus palmas con dos gruesas líneas ensangrentadas. La tarima del faro se impregnó de un rastro de sangre y piel.

La soga se tensó una sola vez con el enérgico desplome del cuerpo.

¡Crac!

El sonido seco y monstruoso de las vértebras cervicales separándose se extendió por la costa como transmitido por un megáfono. Ellery se lanzó hacia la ventana con el rostro blanquecino. El parpadeo del foco descubrió el cadáver de Duncan Scott en una intermitencia de luces y sombras. El cuello del muerto se inclinaba de un modo inhumano. Los ojos... viva imagen del horror que había originado su muerte.

Ellery retrocedió suspendido en un truculento choque emocional. Sus sienes palpitaron dolorosamente cuando la portezuela colisionó contra su espalda. Se arqueó y, sosteniéndose en las rodillas a causa de la impresión, dejó que la conmoción lo atrajera hacia el suelo.

Era la segunda muerte en Salem.

Y su intuición, lejos de equivocarse, le decía que no era la última.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro