La primera vez:
La casa aquel día estaba tranquila, quizás demasiado, el ángulo con el que el sol atravesaba las ventanas anunciaba la tarde. Se veían motas de polvo flotando bajo los haces de luz. En verdad detestaba la nueva casa, aunque ya no era nueva, para mí nunca dejaría de serlo. Pero sonreía. Por verla sonreír. No se porque, pero aquella casa me hacía sentir solo, aunque mi madre siempre andaba cerca para levantarme los animos. Detestaba la soledad, y el paisaje campestre también, por eso solía bajar a menudo al pueblo, la gente era muy amable, adoraban verme tocar. Entonces, oí la puerta.
- Ve tú cariño, yo ahora iré, que estoy cosiendo. -dijo una voz proveniente de algún lugar de la casa.
Aunque no me viese, asentí y abrí la puerta, tras ella, una señora, se veía joven, tenia un pelo rubio tan claro, que al reposar bajo el sol parecía volverse de plata. Su rostro denotaba tranquilidad, pero sus ojos delataban que ansiaba algo.
- Así que eres tú del que todos hablan en el pueblo... Lo siento, no me he presentado. Mi nombre es Rhue, puede que me conozcas por mi sobrenombre, Liberta.
Negué con la cabeza. No la conocía, ahora la conozco bien, y no me sorprendo de lo que fue capaz de hacer, después de todo, el tiempo es un poderoso aliado.
- Los haces muy felices, ¿Sabes? -dijo disipando el silencio- Tu música, tus notas, les hace sonreír. Jamas he sabido de algo así. Casi diría que tu música les, les -se miro la palma de la mano con gesto confuso y su voz se apago un poco-, les miente. No son felices, nunca lo han sido, por que iban a serlo ahora... -caviló-. No lo entiendo... Yo... Quizás si...
Calló, me miro y despejó su mente, una sonrisa volvió ha aparecer en su rostro.
- ¿Vendrías conmigo? -preguntó como si nada.
Por un momento el mundo pareció temblar, << Me voy a caer -pensé>> pero alguien me sujetó por la espalda. Era Sofía, mi madre.
- A que esperas -dijo con voz armoniosa- ve a por tu flauta travesera.
<< !pero... -pensé>>
- Nada de peros hijo mío, lo sabes tan bien como yo.
Con prudencia, me volteó en dirección a las escaleras. Sentí su mano en mi espalda mientras subía. Me acompaño hasta el pequeño mueble donde guardaba mi flauta. Abrí el cajón, fui a cogerla, pero mi mano quedó paralizada. Entonces mi madre puso su mano sobre la mía y me guió. La cogí. Y lloré, lloré como hace tiempo que no lloraba. Mi madre me secó las lagrimas y me acompañó de vuelta, juntos empezamos a bajar las escaleras, pero, a la mitad, se quedó quieta y me vio bajar, solo. Volteé a verla al bajar el ultimo escalón. Me sonrío. Yo no sonreí. Llegué a la puerta, Rhue me cogió de la mano, ni tan suave, ni tan delicado como mi madre lo hacía. De nuevo miré atrás, entonces, vi aquella mirada, un último adiós silencioso. Movió los labios antes de señalarse la boca. Pero una bocina oculto sus ultimas palabras. Una lagrima corrió por su mejilla. Jamas la vería de nuevo.
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