Capítulo 1. El comienzo
Cinco meses atrás...
No era un viaje preparado, más bien una aventura programada en menos de dos minutos entre las cálidas sábanas de la casita de playa en Bar Harbor. Abrazados en la cama, la imaginación y el futuro, por una vez, parecían complementarse, fantaseando con un viaje al sur de Europa donde prolongar la pasión de la reciente relación en orillas italianas.
—¿Y por qué no?
El escritor se levantó de un salto dando la espalda al ventanal iluminado por el sol.
—¿Por qué no qué?
—Por qué no nos vamos a Italia.
Los ojos verdes de Aurora se agrandaron.
—¿Lo dices en serio?
—¿Qué nos detiene? Puedes escribir donde quieras, las hojas y una estilográfica no son impedimento. —Se agachó sobre ella y acarició su rostro adormilado—. Lo único que te lo impide es esto. —El dedo en la frente de Aurora la empujaba ligeramente hacia atrás.
—¿Yo misma?
—Tu perfeccionismo.
—Puedo dejarlo a un lado cuando quiera.
Ellery ladeó los labios, dudoso.
—¿Estás dispuesta?
—¿A perderme por suelo italiano?
—Conmigo.
—Contigo... Mmm... no sé.
—¡Ey!
La encerró bajo su peso y se unió a las risas que embriagaban un silencio confortable.
—Italia y tú sería perfecto, El —confesó Aurora.
—Entonces, hagámoslo.
Aquella espontánea conversación culminó una semana después, a principios de abril, en un avión con destino a España y unos billetes para el transatlántico que zarparía en Barcelona y recorrería toda Italia, con Nápoles como destino de vacaciones.
En el camarote del navío, dieron rienda suelta a lo iniciado en Bar Harbor. Amigos de la infancia; amantes adultos. Una bomba que cayó sobre sus padres al igual que un rayo que asesta su furia contra el tronco de un árbol y parte en dos lo que antes era una sola pieza.
Richard fue el más comprensivo. Ellery reparó en la alegría de sus facciones cuando regresaron a Nueva York y anunciaron el cambio de tornas en la relación en plena comida en Sardi's. Las arrugas de sus ojos al sonreír no mentían. Era feliz de que su hijo encontrara el amor en la mujer que siempre había formado parte de su vida. Pero Henry... Tanto él como Aurora tenían claro que le costaría aceptar el nuevo equilibrio entre ellos.
Lejos de atender a razones absurdas, se negaron a que la terquedad del juez hiciera mella en la reciente relación. Ellery recibió una mirada de recriminación y un gesto de sobre aviso del juez con un significado tácito tan hostil como el apretón de manos: «hazle daño a mi hija y esta vez no me apiadaré de ti». Y lo entendía, después de los años de conflictos entre ambos, era algo evidente. Pero ahora todo era distinto. Con las cartas sobre la mesa, en el jardín de la pequeña casona costera había revelado la fragilidad a la que sucumbía su corazón cada vez que pensaba, tocaba o se perdía en la preciosa pelirroja que tenía como amiga. Y ella le había correspondido con la mejor de las respuestas: un sentimiento mutuo.
Así fue como, después de una tensa despedida con unos golpecitos de alegría en el hombro por parte de su padre y un estrujón algo más doloroso de la cuenta del juez, partieron en busca de una nueva aventura donde solo ellos dos tuvieran cabida.
~
El crucero surcaba las tranquilas aguas del mar mediterráneo en un apacible vaivén. En pocas horas se adentraría en las inmediaciones del oeste de Italia hasta el destino de aquella escapada.
El sol de media tarde reflejaba unos tenues rayos en el portillo del camarote 216. El ruido de las olas contra el costado del barco ahogaba los murmullos procedentes de los dos pasajeros a los que pertenecía la habitación. En el centro de la cama, un agotado Ellery Queen se resistía con el mínimo de defensas al conjuro esmeralda que lo retaba desde el borde con una sonrisa nada inocente. Los mechones carmesíes cubrían ligeramente el pecho de la mujer que se mofaba de su fatigoso estado. La luz incidía sobre ella dibujando siluetas a lo largo de su piel satinada.
Jadeó, apartándose un mechón de la frente al tiempo que la otra mano descansaba sobre su pecho, que se movía vivamente en consonancia a sus agitadas espiraciones.
—Dame un respiro... —suplicó, no muy seguro de la petición.
—¿Es eso lo que realmente quieres?
Los ojos de Aurora avasallaron el cuerpo desnudo del escritor semioculto por la sábana. Gateó por el colchón afrontando el duelo de miradas, lo suficiente para abalanzarse sobre él y hacerse dueña de su cuello.
El roce de la boca en su piel provocó en Ellery un escalofrío. Cerró los ojos, dejándose aplacar por la deliciosa tentación con la que recobraba las ganas de deleitarse una vez más con aquella hermosa mujer. En los abrasadores ojos de la pelirroja resplandecía un atisbo de la misma pulsión.
—¿Sigues cansado? —le susurró al oído, erizando cada partícula de un cuerpo que ya no estaba bajo su control.
—Tú me quitas el cansancio con solo tocarme.
Lanzó las sábanas a un lado y la situó bajo su cuerpo. Buscó su mirada.
—Necesito otro poco de ti —murmuró ella en un jadeo.
Él torció una media sonrisa.
—Yo te necesito entera.
~
Nubes violáceas en un cielo vestido de azul imbuían a los pasajeros a una fascinante contemplación en cubierta. La brisa de la tarde remataba la experiencia. Ellery era uno de los afortunados seducidos por aquella paradisíaca distracción. Apoyado en la baranda, perdido en el cambiante celaje, las voces de alrededor suponían simples sonidos que lo acompañaban en la espera.
Observó con discreta curiosidad a los viajeros que constituía la tripulación. Parejas, familias y algún que otro pasajero solitario formaban parte de aquel viaje hacia Italia en un barco extrañamente repleto en abril. Jóvenes parejas de casados inmersos en la luna de miel y varias bodas de oro en aquellos que sobrepasaban los sesenta adornaban la estampa primaveral con paseos por el barco entre abrazos y susurros amorosos. Sonreía al verlos; él se sentía igual, tan cerca del amor de su vida y tan lejos de festejar junto a ellos aquella enraizada tradición. Pero era feliz; por un momento, todos sus sentidos estaban centrados en su propio bienestar.
Ni casos ni libros ocupaban un tiempo que no deseaba malgastar. Había dejado correr demasiadas estaciones solucionando vidas ajenas, tanto, que a veces olvidaba que tenía una vida propia que aguardaba aburrida en una silla a que hiciera algo por ella. Aurora se lo había recordado; él también merecía disfrutar, deshacerse del cansancio y perderse en aquello que amaba.
Y la había elegido a ella.
Tomó una bocanada de aire fresco del atardecer y descaminó la mirada hacia la pareja que a unos metros entablaba una animada conversación. Recordaba haber visto a esos dos al inicio de la travesía, pero por separado. Eran pasajeros solitarios que se habían encontrado entre la masa de gozosos viajantes. Observó cómo el hombre, de cabello entrecano y mirada oscura, se arrimaba disimuladamente a la preciosa rubia de aspecto inocente y risueño que presumía de unas curvas en reloj de arena sumamente exquisitas.
Ella rio por el comentario de su apuesto compañero, que señalaba la bola de fuego en el horizonte. Pero un gesto sutil del hombre frunció el ceño del escritor. Había percibido una breve pero meticulosa acción de la mano en el bolso de la mujer, situado en el estrecho hueco entre ambos. Sin querer llamar la atención, no apartó los ojos de la escena.
Unos minutos después, el hombre se despedía con una caricia en el brazo al que ella respondió con un mohín sonrojado. Unas palabras en el oído que prometían un reencuentro, y tomaba el pasillo en su dirección.
Ellery se incorporó de la baranda y paseó despreocupadamente en sentido contrario. Al pasar junto a él, bajó la cabeza y chocó contra su hombro. Cruzaron miradas de desconcierto; Ellery, abrumado; el hombre, con expresión enconada.
—¡Discúlpeme! —se excusó el escritor, que con ambas manos quiso comprobar el estado de la víctima de su torpeza inspeccionando los centímetros de chaqueta con cierto apuro.
—Tenga más cuidado —repuso el hombre. Entornó los ojos en un ademán amenazante y se arregló la chaqueta, apartando al escritor de un manotazo.
—Perdone, perdone —volvió a disculparse.
Lo escuchó gruñir y reanudar su camino hasta desaparecer en la esquina del barco. Los labios de Ellery dibujaron una sonrisa. Alzó la mano y contempló el premio de su teatrillo barato: un colgante de perlas color hueso. Soltó una carcajada. Mientras el hombre lo fulminaba por el golpe y él comprobaba nerviosamente si todo estaba en orden, sus manos palparon el colgante en el bolsillo de la chaqueta. Un hábil movimiento semejante al de grandes ladrones como Lupin, y el collar era suyo.
—Creo que esto le pertenece. —Mostró la joya a la víctima del timador, que en un principio le atendió confundida. Pero cuando sus ojos incidieron en el colgante, se ensancharon estupefactos.
—¿Cómo tiene usted eso?
La mujer rebuscó en el interior de su bolso. Al no dar con lo que el escritor le tendía, tornó una expresión airada contra él.
—Tome. —Ellery le cogió la mano y depositó el colgante en la palma—. Yo que usted tendría cuidado con el hombre al que acaba de conocer. Tiene las manos un tanto largas.
—Pero...
Sin querer entrar en más explicaciones, desapareció por el pasillo hasta un punto que lo apartara del alcance de la desconcertada mujer.
—¿Actuando de policía en tus vacaciones?
La melódica voz de Aurora le hizo girarse. Lo contemplaba de brazos cruzados con una ceja enarcada. Pero ni aquel ademán eclipsaba la belleza de sus rasgos. Con un ligero vestido blanco que el viento adhería a sus piernas y unos tirantes que mostraban lo que meses antes creía imposible, sintió que observaba a una deidad que el cielo le entregaba sin derecho.
Extendió el brazo en su dirección esperando que ella diera el siguiente paso. Tras una vacilación, sus manos se tocaron. La acercó de un suave tirón.
—Ha sido mi único acto heroico por un tiempo.
—No prometas tan rápido, no vaya a ser que te muerdas la lengua —se jactó Aurora.
—¿No crees que pueda soportarlo?
—No creo en tu capacidad para ignorar lo que ocurre a tu alrededor.
Negó entre risas.
—Cuánto me conoces.
—En algunos aspectos eres un libro abierto para mí, Queen. —Se separó de él y tomó lugar contra la barandilla.
Durante unos segundos se deleitó observándola respirar el fresco ambiente que removía su cabello.
—Este viaje me ha trastocado el estómago —comentó, volviéndose hacia él.
—¿Te encuentras mal?
Rasgó los ojos al percatarse de la palidez en el semblante de Aurora.
—¿Por qué crees que he tardado tanto en subir a cubierta? Me arreglo más rápido de lo que piensas, Queen. Pero las náuseas me retuvieron unos minutos.
Ellery posó una mano en su hombro y la examinó preocupado.
—¿Desde cuándo estás mareada?
—¿Dos días? Como mucho, eso.
La inquietud asestó un golpe en los pensamientos del escritor. Los astutos ojos de Aurora leyeron su intranquilidad.
—¿A qué da vueltas esa mente tuya?
—Solo estoy debatiendo cuáles pueden ser las causas de que te marees tras varios días de viaje en los que estabas perfectamente.
—¿... El? —Aurora se irguió tan rápido como fue consciente de las hipótesis que asolaban al escritor. De pronto, se cubrió la boca para ocultar la risa—. ¿Se puede saber en qué piensas?
—A mí no me hace gracia.
—Pues debería.
—Aurora, hay otras cosas por las que puedes sentirte mareada que no son ni el traqueteo del barco ni la comida en mal estado.
Callaron en una intensa contemplación mutua.
—¿Piensas que yo...?
—¿Acaso te parece imposible? No es que seamos muy cuidadosos cuando compartimos algo de espacio común.
Aurora no pudo controlar que sus labios, serios y parcos en un principio, se agrandaran en una segunda carcajada.
—¿Y no has disfrutado de ese sexo sin restricciones?
—Como un idiota, sí —asintió sin borrar su expresión adusta.
—¿Y no quieres seguir saboreando ese mismo placer?
—Como un idiota, sí —repitió—, pero...
Extravió la mirada en el añil del oleaje y guardó las manos en los bolsillos.
—Pero no quieres que Aurora te sorprenda con una responsabilidad con la que cargar.
Aquel escarnio indirecto le hizo retornar con tosquedad hacia ella.
—Todo lo tuyo me incumbe y deseo que así sea —rechazó su interpretación—, pero no veo en mi futuro a un segundo Queen.
El fruncimiento de labios en un supuesto aspaviento disparó los latidos del escritor. Unos segundos de tensión después, la pelirroja lo abrazó sin parar de reír.
—No veo por qué hay que reírse —comentó con las manos aún en los bolsillos.
Aurora depositó un beso en su mejilla.
—No te preocupes, El. En mi futuro tampoco veo un segundo Queen. No es algo ni que quiera ni que me plantee.
—¿Estás segura?
—Tanto como que te quiero —respondió. Tras una sonrisa, lo soltó y pegó la espalda a la baranda—. Quería esperar... no sé, un poco más, antes de conversar sobre lo que esperas de tu futuro. Pero ya que ha salido el tema... No, El, no quiero hijos. Nunca he sentido esa vena maternal ni creo poder sentirla. Sé que a lo mejor es raro para los tiempos que corren que una mujer decida no ser madre, pero mi vida... —Suspiró; movía los ojos en un estrecho círculo en busca de la expresión más acertada—. Quiero centrar mi vida en otros ámbitos que no incluyen el cuidado de un hogar con niños. Quiero viajar, El, viajar a donde me lleven mis libros. Vivir aventuras, al igual que tú has hecho durante estos años. Quiero descubrir aspectos de mí que aún desconozco y que sé que, con personas a mi cargo, me sería imposible. Y no estoy criticando a las mujeres que son capaces de aunar ambas tareas, ni mucho menos, pero yo no soy así. Brindo por ellas, son unas luchadoras, pero mi instinto maternal, si alguna vez lo tuve, está más que enterrado. Eso es todo.
—¿Eso es todo? —coreó, divertidamente suspicaz, dando un paso hacia ella.
—¿Qué piensas al respecto?
Alargó la contestación.
—Que no podía haber elegido mejor compañera de viaje.
—Entonces, ¿tu vena paternal está tan vacía como la mía?
—Inexistente. Lo siento por Richard, pero está en manos de su ahijado Djuna el darle algún nieto.
Rio con Aurora mientras se fundían en un abrazo reconciliador.
—Henry es otra cosa. Que su única hija no quiera darle un pequeño demonio que corretee por su casa...
—Así son las cosas —decretó con aire autoritario, y rodeó con más fuerza el torso del escritor—. En cuanto a mis náuseas, tranquilo, no son por eso. Supongo que algo del bufet me sentó mal. Pero créeme si te digo que entre mis objetivos no está el quedarme embarazada. Que quiera disfrutar de tu sexo en el momento que sea sin tener que rezar porque tú o yo hayamos caído en tener a mano algo que nos proteja no quiere decir que busque formar una familia. Te quiero a ti, solo a ti. Tú eres mi familia, solo tú.
—Y tú la mía. —La besó en el cuello, transitando con suavidad la piel hasta caer en la boca que esperaba ansiosa el mismo roce—. Y he disfrutado como un idiota de cada parte de ti en todo momento —continuó, pegando la punta de la nariz a la de Aurora—, pero no hace falta que tentemos a la suerte.
—Tranquilo, te avisaré cuando crea inoportuno disfrutar de ti al completo.
Embriagados por el aroma del mar, se besaron justo cuando un esquivo haz de luz se perdía en el anochecer.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro