72 + 1 Horas
72 horas antes.
Había recorrido mi pequeño apartamento unas diez veces, tenía que asegurarme de que nada se quedara atrás. Tenía la manía de olvidar algo siempre que hacía un viaje, y poseer ese pequeño apartamento tenía algo que ver. Mi trabajo no me permitía permanecer demasiado tiempo en un lugar, los negociaciones, las reuniones y las conferencias, completaban mi vida cotidiana.
Estaba harto, no lo iba a negar, demasiado cansado de los vuelos, de los trajes y las corbatas, del dichoso maletín que me acompañaba a todas partes, de las distintas camas que probaba en los múltiples hoteles que me alojaba. Era imposible sentir el alivio de llegar a casa; de lo que se supone debes sentir como tu hogar. Ni siquiera cuando llegaba a mi apartamento en Seúl lo sentía como tal.
Tenía un buen sueldo y no me faltaba de nada, de eso no me podía quejar, pero, ¿de qué sirve llenarte de cosas materiales si por dentro te sientes vacío?
Vacío es como me sentía durante todo el año, pero sólo una semana, tan solamente una semana, mi vida cambiaba por completo. La monotonía desaparecía sin dejar rastro, mis viajes y trabajo eran guardados bajo llave por esos días y hasta la comisura de mis labios subían con sinceridad por esos días.
El nombre del culpable: Do KyungSoo.
KyungSoo y yo fuimos amigos desde la infancia, estuvimos en las mismas escuelas, incluso fuimos a la universidad juntos; claro que cursando diferentes carreras. Yo me licencié en economías, mientras que él optó por la biología.
Mi pequeño amigo; porque siendo sinceros, prácticamente le saco una cabeza, era un amante de los animales, y en especial de los pingüinos. Desde muy pequeño ya tenía toda su habitación adornada con peluches, figuras y adornos de los dichosos animalitos. Era adorable, no lo puedo negar, pero a veces me preguntaba por qué ese animal estaba tan metido en su cabeza. Siempre me he dicho: este año le preguntaré, pero el tiempo pasa tan rápido a su lado que siempre termina sin que me dé cuenta. Una semana es demasiado poco.
Pero son los únicos días que le puedo regalar.
Tres antes de mi partida ya tenía mi equipaje hecho, los pagos del apartamento al día e incluso hice una corta visita a la familia. Todo calculado meticulosamente para que nada me quitara esos días junto a mi amigo.
Aunque nunca tuve ningún problema.
Actualmente.
El despertador sonó por segunda vez con cinco minutos de diferencia. Estiré mi cuerpo una vez lo hube apagado y salí de la cama derecho a la ducha. Con el desayudo preparado, comí las dos tostadas untadas en mermelada de melocotón, el zumo de naranja comprado del supermercado −ya que no tenía demasiado tiempo para ponerme a exprimir naranjas−, y el café cargado que me ayudaría a desvelarme mejor y salir con más energías.
Me vestí con un vaquero negro, camiseta, jersey y finalmente el abrigo con bufanda y guantes. Muchas veces echaba de menor poder vestir así de cómodo, y como no, de mi estilo. Agarré el asa del equipaje y tras echar una ultima mirada al apartamento, cerré la puerta con seguro.
Saqué el móvil mientras bajaba en el ascensor y miraba la temperatura en el exterior. -8 ºC.
Dejé escapar una exclamación y una vez llegué a la planta más baja, quedé de pie pensándome por casi tres minutos si debería subir y agregarle una capa más a mi cuerpo, pero el reloj marcando la hora exacta de las siete de la mañana, borró toda duda y me apresuré a salir al exterior, recibiendo una bofetada de frío en el rostro. Me encogí en el sitio y subí todo lo que pude mi bufanda, corrí hasta el coche y allí relajé los músculos que se me agarrotaron en cuestión de segundos.
Conduje hasta el aeropuerto más cercano y aparqué bajo el parking subterráneo que me pertenecía y por el cual pagaba anualmente, ya que tantos viajes me obligó a pagar por una plaza en esos aparcamientos. Me apresuré hasta la cola de venta de boletos de avión y esperé por casi media hora hasta que mi turno llegó.
— Un billete para Ulsan, por favor.
El vuelo saldría en unas cuatro horas, así que me tocaba esperar sentado en uno de esos sillones incómodos que tan vistos tenía ya. Y aunque cuatro horas no era demasiado para haber vivido en la espera de hasta nueve horas, la mala suerte de ese día cayó como la nieve que se acumulaba cada vez más fuera del edificio.
Por culpa del clima el vuelo fue retrasado y mi trasero comenzaba a quedarse dormido. Miré la temperatura por cuarta vez y el clima no dejaba de bajar considerablemente. También miré la hora y al hacerlo me sacó la primera sonrisa en el rostro. A esa hora ya debía estar en casa.
Hey, pequeñajo, ¿qué tal tu primer día de vacaciones?
14:58
Como todas las vacaciones, genial.
¿Por dónde va mi gigante? ¿Ya has cogido el avión o aún lo esperas?
15:01
Por desgracia aún lo espero. ¿Has visto el frío que está haciendo? ¡Es una locura!
15:02
Sí, es bastante extraño, incluso aquí el termómetro no deja de bajar. Los únicos felices son los pingüinos.
15:02
Al menos alguien saca partido a este clima.
15:03
Espero llegues pronto.
15:04
¿Tantas ganas tienes de verme?
15:04
Orejón.
15:05
Sé que eso es un sí. En fin, te hablaré más tarde, voy a ir a quejarme por este atraso.
15:06
No seas muy cruel.
15:06
12 horas.
Había sobrepasado el récord que pensé que jamás llegaría a cumplir. El maldito viaje seguía detenido, a la espera de que alguien anunciara algún cambio en el clima y por ello la posibilidad de viajar. El problema no era el frío o la capa de nieve que iba subiendo más y más, sino el fuerte viento que se había levantado desde hace horas. Escuché como las personas cercanas a mi lugar no dejaban de desesperarse o asustarse cada vez que miraban en sus móviles la temperatura y la velocidad del viento que ahora mismo amenazaba puertas afuera.
Yo, por otro lado, lo que más me desesperaba era perder más horas junto a KyungSoo. Todo un año esperando por esta maldita semana y que de repente esto estuviera ocurriendo no era para nada de mi agrado. Entre bufidos, suspiros y gruñidos me recorrí prácticamente todo el aeropuerto de principio a fin.
Pero sabía que eso no cambiaría más que liberar un poco mi estrés.
24 horas.
Conseguí llegar a Ulsan sano y salvo, las horas perdidas que pasé entre esperas y vuelo las quise borrar de mis recuerdos en cuanto toqué la tierra que debería de haber pisado hace demasiadas horas. Con el equipaje en peso, ya que me era imposible arrastrar la dichosa maleta por la nieve, llegué hasta el primer hotel que tras algunas indicaciones, que me costaron la vida de conseguir, encontré y corrí puertas adentro sacudiendo la nieve acumulada en mis ropas. La recepcionista me miraba desde el mostrador por encima de sus gafas mientras fingía estar mirando la revista que tenía entre sus manos.
El quedarme en un hotel no estaba en mis planes, pero sin haber dormido durante un día entero no me dejó más opción que hacerlo. Mi cuerpo estaba entumecido por el frío, mis ropas mojadas y mis ojos no dejaban de cerrarse mientras me bañaba para calentar mi cuerpo y hacerle volver a una temperatura considerable.
Antes de apagar la luz y poder dormir algo, mandé un mensaje a KyungSoo con lo sucedido, añadiendo que me quedaría en un hotel hasta mañana.
35 Horas.
Desperté sobresaltado y buscando el móvil desesperado con mis manos, en un inútil intento cayó al suelo y yo fui tras él obligando a mis ojos a centrarse en la hora que vi doble por unos segundos. Había dormido más de la cuenta, más de lo que tenía planeado, pero la culpa no fue del despertador sino mía, que se me olvidó completamente ponerlo.
Maldije en voz alta mientras me vestía apresurado con ropas que había sacado del equipaje, la anterior aún seguía mojada y no tuve más remedio que meterla en una bolsa y directa al equipaje. Cuando ya estuve listo salí de la habitación y antes de salir por las puertas del hotel me fijé en algo que no había hecho y que ahora me lamentaba no haberle dado importancia.
La batería.
Quedaba menos del 30% y siguiendo mi camino hasta la estación de tren calculé si llegaría a darme la suficiente batería hasta llegar a KyungSoo. Dudé bastante, no iba a engañar, pues con estos móviles cada vez más nuevos y con más añadidos inservibles, la batería baja a una velocidad atroz.
Ya en la estación de tren llegué hasta el mostrador, lo cual me pareció algo extraño ya que no había nadie, pero a la vez me sentí bendecido por no tener que sumar más horas.
— Lo siento, chico, pero... —señaló con el dedo a un cartel que había ignorado a su izquierda— no hay trenes hasta que el clima mejore.
— ¡¿Qué?! —esto debía ser una broma, pero de las muy, muy, muy pesadas— No, no, verá, debo coger un tren hoy mismo y si puede ser... ¡ahora mismo!
— Yo no hago las normas, sólo vendo billetes y si le digo que no hay trenes es que no hay trenes, y por lo tanto, tampoco billetes.
Llevé mi mano a mi cabeza frustrado, despeiné mis cabellos intentando controlar la rabia que comenzaba a acumularse desde hace horas, y tras inhalar y exhalar un par de veces, regulé mi tono de voz y actué lo más tranquilo y educado posible.
— ¿Podría al menos decirme hasta cuando estarán detenidos los trenes?
— Quizás una hora, dos, tres —mi rostro cambió con una leve sonrisa en el rostro, quizás no era tan malo después de todo, quizás, aunque fueran algunas horas, podría llegar incluso hoy mismo, pero la boca del hombre seguía moviéndose y mi corta sonrisa cayó en picado—, doce horas, un día, tres días, quizás una semana. Lo siento, pero no lo sé y no depende de mí, sino del tiempo y mis superiores.
Cerré mis ojos abatido y asentí algunas veces agradeciendo al hombre y me fui hasta los asientos que habían cerca de allí para caer sentado, clavar mis codos en las rodillas y ocultar mi rostro entre mis manos.
42 horas.
Hoy mi madre se ha llevado horas preparando un bufet sólo para ti. Le he dicho que es algo exagerado, pero ella mejor que nadie sabe cuanto comes y cuanto te gusta su comida, así que no he podido detenerla.
Está muy feliz de que vengas.
01:15
No debería de haberlo hecho, no he podido llegar y seguro todo se pondrá malo.
Lo siento.
01:16
No te preocupes, al menos estuvo entretenida y tiene sus técnicas milenarias para conservar la comida durante horas o incluso días.
No tienes que disculparte, no es tu culpa.
01:17
Espero estar mañana allí.
01:17
Yo también.
¿Encontraste algún hotel cerca de allí?
01:18
Sí, no te preocupes por eso.
Ve a dormir ya, es tarde.
Buenas noches, pequeñajo.
01:19
Buenas noches, grandullón.
01:19
Bloqueé la pantalla de mi móvil no sin antes ver el fastidioso 17% que amenazaba con dejarme completamente incomunicado. Me acomodé entre los sillones incómodos y cubrí mi cuerpo con el abrigo que me había acompañado hasta aquí y que a pesar de estar algo húmedo, me proporcionaba calor.
No me gustaba mentirle a KyungSoo, pero no tuve más remedio para que no se preocupara o llamara gritándome por qué leches no fui hasta un hotel y en cambio me quedé en la estación congelándome. Podría haberle dicho la verdad, sí, pero mejor que nadie sé que habría mirado primero por mi salud. En cambio, mi prioridad ahora mismo es esperar a ese tren que me lleve hasta él.
Esperaré cada minuto y hora aquí, hasta que alguien venga a darme esa buena noticia y pueda subir al vagón en el que viajaré rumbo a donde ahora mismo debería estar. Calentando mis manos en la chimenea de su salón, comiendo la deliciosa comida que cada año preparan con tanto amor expresamente para mí, teniendo las miles de conversaciones que compartimos en esos días, sus sonrisas y la dulce risa que siempre consigo provocar. Tantas cosas... y tantas horas perdidas.
48 horas.
Siete de la mañana y llenaba mi estómago con unos dulces y un café que hube comprado en unas expendedoras. El mismo hombre de anoche volvió tras cambiar nuevamente su turno con otro y al verme se sorprendió deteniendo su camino tras el mostrador. Decidió acercarse hasta mí y con sus brazos cruzados elevó una de sus cejas.
— ¿No te das por vencido?
— No puedo —sonrió negando con su cabeza y fue hasta su puesto de trabajo, o mejor dicho, a leer el periódico, ya que su único cliente era yo. Un cliente a la espera de un maldito tren.
Angustiado de llevar tantas horas dentro de la estación, salí hasta las vías y vi lo desolado que estaba todo, deseé sentir un temblor que viniera de algún tren, que el clima subiera e hiciera derretir parte del hielo, pero lo único que recibí fue un café caliente por parte del taquillero.
Al menos fue algo considerado, incluso me dejó el periódico para que lo leyera, pero cuando lo releí por dos veces, lo devolví e intenté sacar algo de conversación con el hombre.
— ¿Lleva mucho trabajando aquí?
— Diez años para ser exacto.
— ¿Nunca se ha cansado de estar siempre en el mismo puesto, en la misma estación y vendiendo siempre los mismos billetes?
— Este no es sólo mi puesto, en otros turnos otros compañeros lo usan, sí, puede que sea la misma estación, pero es mi favorita —dijo sonriendo y no pude evitar imitarlo—, y los billetes, aunque sean los mismos, cada uno lleva una historia. Una familia que no se ve desde hace años, un hijo que vuelve de la gran ciudad para reencontrarse con su padre, una hija rebelde que decidió escapar y luego volvió arrepentida. O ese chico enamorado que no deja de contar las horas para ver a su amada.
Estuve escuchando atentamente cada palabra que salía de su boca, pero con respecto a su último ejemplo no pude evitar sentirme algo nervioso y apartarle la mirada. ¿Fui el único que sintió que esas palabras iban dirigidas a mí? ¿O simplemente era uno más de sus ejemplos? En cualquier caso, no pregunté, pero él sí que lo hizo.
— ¿Por qué estás tan desesperado por llegar al pueblo? —preguntó pero cuando vio esos escasos nervios en mis ojos, pude notar algo de arrepentimiento— Si puedo preguntar, claro.
— He venido desde Seúl para ver a un amigo —en cuanto pronuncié la palabra "amigo" su rostro cambió a uno un tanto desconcertado.
— ¿Vienes desde tan lejos... y pasas horas y horas aquí esperando, con el frio y la incomodidad de esos sillones... por un amigo?
— Es... un gran amigo.
— Pues debes de querer demasiado a ese amigo —rió.
— Sí..., mucho —elevé una de mis comisuras en una sonrisa débil pero llena de nostalgia. De repente me vi transportado a muchos años atrás, cuando KyungSoo y yo éramos unos simples renacuajos que jugaban a las escondidas. Como perdía siempre por no poder esconderme en mejores sitios ya que, incluso para esa edad, era demasiado alto. O cuando caminábamos juntos desde nuestras casas hasta el instituto. Las veces que lo defendía cuando se metían con su estatura y él hacía lo mismo cuando eran mis orejas las insultadas.
Él siempre estuvo ahí para mí, y yo lo estuve para él. Pero todo aquello cambió cuando nuestros caminos se separaron, buscando diferentes gustos y encontrándolos en la separación.
Después de terminar con nuestra conversación, volví a los asientos y cogí el móvil para saber un poco de mi amigo.
¿Cómo va todo por allí?
09:34
Al parecer han subido un poco las temperaturas. ¡Es una buena noticias, ¿no crees?!
09:35
¡Sí, me he fijado! Espero siga mejorando.
09:36
Tan absorto en la conversación que habíamos comenzado que no me di cuenta en el porcentaje de la batería, y para cuando lo hice, mi cara se tornó pálida como la nieve que no dejaba de caer en el exterior. Nervioso, y con los dedos algo torpes, escribí lo más rápido posible.
KyungSoo, me temo que voy a perder el móvil, me queda 1% de batería.
¡Joder, se me olvidó cargarlo en el hotel!
09:39
¿No puedes pedir algún cargador por ahí? Te recuerdo que no sabes llegar, debo ir a buscarte a la estación, ¿cómo me vas a avisar de que estarás ahí?
09:40
No te preocupes, pediré algún teléfono prestado o algo.
09:41
¿Y si ocurre algo?
¡Oh, ya sé!
09:42
Y la pantalla de mi móvil quedó completamente negra. Quedé por unos segundos petrificado en el asiento, con los ojos fijos sobre la pantalla y mi reflejo en él como si se tratara de un retrato. Sin pensarlo más me levanté y me apresuré hasta el hombre que se dedicaba a rellenar un sudoku del periódico.
— Perdone, ¿tiene un cargador?
— ¿De móvil, dices? —negó.
— Mierda —mordí la yema de mi dedo mientras buscaba alguna idea alterna—. Oh, ¿podría dejarme hacer una llama? Se lo pagaré.
— No tienes que pagarme nada, chico. Ten —cuando tuve el móvil entre mis manos, abrí el marcador numérico y antes de que mis dedos comenzaran a marcar me volví a quedar congelado.
— No sé su número... —el taquillero volvió a centrar su atención en mí y preguntó algo que apenas pude escuchar, ya que mi voz cubrió la suya— ¡Cometí el error de no apuntarlo!
— ¿Problemas?
— Problemas..., já, problemas es lo que he tenido desde que he salido de mi apartamento —Le devolví el móvil y, entre risas nerviosas y angustiadas, volví a mi asiento.
62 horas.
La noche cayó, el taquillero fue relevado por su compañero nocturno y seguía desconociendo qué se le había ocurrido a KyungSoo o qué temperatura debía haber ahora mismo. Lo único que no desconocía era la hora gracias al enorme reloj que había en la estación. Debería agradecerlo, pero a medida que observaba avanzar las manecillas más me consumía la rabia y la impotencia por dentro.
Quería darme una ducha, comer algo que no fueran dulces o aperitivos, tumbarme en una mullida cama, ponerme algo más cómodo, pero el único lujo que podía darme era el de cepillarme los dientes en el baño público.
Esa noche apenas llegué a pegar ojo. No podía dejar de pensar en KyungSoo y en el tiempo que se nos estaba agotando a medida que el clima nos castigaba. ¿Habíamos hecho algo malo? ¿Hice algo mal para ser castigado de esta forma? Jamás he pensado que KyungSoo hiciera algo malo, él siempre fue amable y justo con su alrededor, siguió un camino que lo apasionaba y nunca me negó una sonrisa. Sin embargo, no puedo estar muy seguro de qué cosas buenas hice yo. Llegué a mi camino guiado por la influencia de seguir los pasos de mi padre, desde muy pequeño me vestía con su traje y corbata y arrastraba su maletín por toda la casa hasta que mi padre me veía y soltaba carcajadas por mi aspecto. Pero la imagen que tenía con cinco años no era la misma que tuve cuando comencé a dedicarme a ello. He sonreído tan falsamente a tantas personas que me olvidé de sonreír con el corazón. He dudado de quién es mi amigo o de quien lo finge para subir un puesto.
He sido yo el castigado e irremediablemente he arrastrado a KyungSoo conmigo.
Bufé echando hacia atrás mi cabeza en el respaldo y quedar oculto bajo mi abrigo.
67 horas.
— ¡Hey, chico, despierta! —el abrigo que me cubría cayó al suelo cuando alguien agitó mi cuerpo y desperté con un horrible dolor de cuello y espalda. Entre quejidos insonoros y masajes leves sobre las zonas, miré al taquillero que hasta ahora había sido mi única compañía −ya que los otros no cruzaron palabras conmigo−.
— ¿Q-qué ocurre?
— ¡Un tren! ¡Acaba de llegar uno! —mis ojos se abrieron en demasía y me levanté rápidamente para correr hasta el exterior y ver, efectivamente, que ahí se encontraba un tren estacionado— Lo avisaron hace un par de horas, pero hasta ahora es que llego y me entero —mis labios se abrieron en una sonrisa y ni el frío o la nieve me privaron de ese momento de felicidad—. Has tenido suerte, chico —me giré hacia él y me guiñó un ojo. Volví a sonreír más ampliamente y corrí hacia el interior para recoger mis cosas y colocar mi abrigo.
— ¿Ahora sí me venderá ese billete? —dije al llegar al mostrador y el hombre no pudo evitar reír mientras sacaba ese ansiado billete que tanto deseé poder tener entre mis manos.
— Aquí tienes —lo sostuve fuertemente en mi mano, como si temiera que alguien pudiera arrebatármelo, o simplemente perderse—. De entre todas las historias que he llegado a presenciar, la tuya, indudablemente, se lleva el primer puesto —giré sobre mis pies e hice contacto mientras él continuaba—. No sé si pueda creerme que tan sólo sientes amistad por ese chico, pero... si es así, creo que tu concepto de amistad sobrepasa los límites. Has esperado horas y horas por un tren cuando podrías haber vuelto en otro momento. Incluso te has privado de descansar sólo por no perder el primer tren que llegara aquí —ladeó su cabeza con una media sonrisa—. ¡Chico, lo debes de querer demasiado!
Su discurso me dejó sin habla, algo pegado en el lugar y con miles de dudas en la cabeza. ¿Acaso lo que hice fue demasiado? ¿Tanto exageré? ¿Tan sólo es una simple amistad? Suspirando eché todo el aire contenido en mis pulmones y extendí mi mano hacia el taquillero.
— Park ChanYeol, ha sido todo un gusto y le estoy muy agradecido —el hombre estrechó su mano mientras me decía su nombre y me soltaba un caluroso "buena suerte".
Mala suerte, buena suerte. Esas palabras habían surcado tanto por mi cabeza en tampoco tiempo que comenzaba a preguntarme si de verdad simplemente era cosa de la suerte.
Los sillones del tren eran algo mejor que los de la estación, por lo que en el momento que sentí vibrar el vagón, quedé profundamente dormido. No había dormido tan bien desde el día que desperté en el apartamento; justo antes de ponerme en marcha. Y estuviera bien o no, pensé que esas horas de sueño, me las merecí.
70 horas.
El tren se encontraba detenido en la recta final del viaje. No obtuve mucha información ya que en ese vagón apenas habíamos una mujer y yo, pero pude saber que hubo algún problema con el motor, y por supuesto, el causante, una vez más, fue el clima.
La temperatura ya no era tan baja como al inicio, pero aún seguía haciendo estragos allá a donde iba. No era el único que recibía aquel tormento, pero estaba tan cabreado que tuviera que ser justamente en la semana que viajaba a Ulsan que no pude evitar maldecir millones de veces dentro de mi cabeza. Jamás había odiado tanto el frío como hasta hoy.
Pero como hasta ahora había funcionado todo, con el tiempo perdido las cosas avanzaron y el tren continuó su viaje.
72 horas.
Al fin pude tocar la tierra que tanto me costó pisar. La que me hacía sentir cada vez más cerca de mi objetivo; de KyungSoo, pero no podía olvidar el problema que aún existía y ese era contactarlo. ¿Cómo iba a hacerlo? ¿Debería de intentar llegar sólo hasta su casa? Sí, había venido demasiadas veces, pero siempre me había recogido con el coche del padre, sólo que esta vez el coche se encontraba en un taller y era imposible usarlo. Por eso necesitaba a KyungSoo, por eso necesitaba contactarlo como fuera posible.
Caminé con pasos dudosos, me creí más decido al decir que debía contactarlo, pero, ¡¿cómo?! No se me ocurría nada, y la cabeza comenzaba a dolerme por el viento que hacía. ¿Debería de esperar a que KyungSoo me recogiera? ¿Pero cómo sabría él que ya estaba aquí?
Entre gruñidos, que ya nadie pudo oír porque los pocos pasajeros fueron abandonando la estación, di una fuerte patada a mi equipaje y éste cayó a unos metros de mí. Masajeé mi nuca y vi alguien a lo lejos salir por las puertas de la estación. Parecía desesperado, no dejaba de mirar el tren que aún seguía estacionado, dando pequeños saltos para mirar a través de las ventanas, y entonces me fijé mejor.
Estatura baja, cuerpo pequeño y delgado, cabello oscuro y tan abrigado que parecía un pingüino andante.
— ¿KyungSoo? —musité, pero él claramente no pudo escucharme. Entonces corrí y a medida que me acercaba más, lo reconocí por completo— ¡KyungSoo! —él giró su cabeza hacia mi lado y antes de que pudiera reconocerme impacté con su cuerpo y lo estreché entre mis brazos.
— Oye, oye, oye —comenzó a quejarse, pero cuando levantó la vista y me vio, su rostro cambio por completo—. ChanYeol —su cálida sonrisa no tardó en aparecer y mucho menos el fuerte abrazo que recibí.
— ¿Qué haces aquí? ¿Cómo sabes que llegué? —pregunté desesperado, pero más que conocer la respuesta, por escuchar su voz.
— B-bueno, no lo sabía —alcé una ceja confuso y sin pensarlo demasiado llevé mis manos a sus mejillas, notándolas frías como el hielo, desconcertado, busqué ahora sus manos y éstas estaban igual o incluso más frías, tanto que hasta dolía sentirlas en mi propia piel.
— KyungSoo..., ¿cuánto tiempo llevas aquí? —KyungSoo bajó la vista, sacó su móvil y calculó por algunos segundos.
— Unas veinte horas, un poco más o un poco menos, quizás, no estoy seguro, pero...
— ¡¿Eres idiota?! —mi tono de voz lo asustó y lo vi pegar un brinco volviendo a cruzar miradas conmigo, con los ojos más agrandados de lo normal y sus labios semiabiertos— ¡¿Por qué llevas aquí tanto tiempo?! ¡¿Estás loco?! ¡Puedes enfermar!
— Tú también —guardé las próximas palabras que pensaba decir y me quedé completamente embobado en su mirada—. Es la idea que se me ocurrió cuando tu móvil se apagó, quizás era una locura, pero tenía que venir y esperarte como fuera. Lo siento si te he preocupado, pero tú también me tenías muy preocupado y...
Dejó de hablar cuando agarré sus manos y las puse a la altura de mi boca para calentarlas. Lo hice bajo su atenta mirada, sintiendo ese cosquilleo que experimenta mi cuerpo cada vez que sus ojos me miraban con tanta intensidad. A veces quería saber qué significaban, qué había detrás de ellos, los pensamientos que cruzaban por su cabeza cuando me miraba de tal forma. ¿Qué significa? ¿Qué significan estos cosquilleos? Insatisfecho con su bajo calor corporal, volví a colocar mis palmas abarcando todas sus mejillas y acariciándolas con suavidad mientras el calor que había obtenido en el tren se lo transmitía a él.
73 horas.
Una hora tardamos en llegar hasta su casa, pero fue la hora más feliz de mi vida. Ni siquiera me importó esa hora extra en mi viaje, pues quedó añadida a todas esas que deseaba pasar con él en esta reducida semana a cuatro días.
Esos días fueron pasando tal como los había imaginado, o quizás, mejor a como los llegué a imaginar. Dimos paseos, comimos muchas cosas, me enseñó lugares preciosos, en las noches conversamos y conversamos hasta que las cuatro de la mañana marcaba en nuestros móviles y el resto de relojes de la casa, jugamos como lo habíamos hecho de pequeños, pero sobretodo, me hizo olvidar de donde vengo o a donde debo volver para sumar un año más de estrés a mi vida.
Él era completamente un mundo diferente al mío, donde me consumía hasta el último sentido. Por esos días mi vida actual desaparecía, pero como todo, inevitablemente, tiene su fin.
— Me hacen sentirme identificado, además, de pequeño solías decirme que parezco un pingüino —rió terminando por explicarme la pregunta que cada año olvidaba preguntar, y fue estúpido, porque había olvidado que yo mismo lo llamaba así—. ¿Volverás a venir el año que viene? —dijo cambiando de tema y con su vista al frente. Yo lo miré, dispuesto a contestarle, pero no pude hacerlo. Viajé también mis ojos al frente y me deleité con el hermoso paisaje que se había propuesto a enseñarme hoy como último día.
— No —contesté y él, horrorizado, se giró hacia mí, bajó de la roca en la cual estaba sentado y caminó hasta mí.
— ¿Qué? ¿P-por qué? —sus ojos comenzaron a cristalizarse y sacudió mi abrigó desesperado por conocer una respuesta— Esto no volverá a pasar el año que viene, nunca ha pasado, sólo fue este año. ¡No volverá a pasar! —sonreí al ver que una lágrima recorrió su mejillas, posé mi mano sobre su cabeza y acaricié sus cabellos— ¿P-puedo ir yo, al menos?
— No, KyungSoo —volví a negar y él mordió su labio inferior con tanta fuerza como la que ejercía para no echarse a llorar como lo haría un bebé recién nacido—. No hará falta —su cabeza, que la había ocultado en mi pecho, la elevó—. Voy a quedarme contigo. Sólo volveré una vez, pero será para traerme mis cosas e instalarme aquí.
— ¿A-aquí? —tartamudeó despegándose un poco de mi cuerpo y limpiando sus lágrimas con la manga de su abrigo— ¿Vas a vivir aquí?
— No es mala idea, ¿verdad? Estoy harto de la ciudad, de mi trabajo, de los viajes... Quiero poder descansar en un lugar, levantarme por la mañana y no sentir la presión de la hora, de perder el vuelo si no me doy prisa, de las personas que me rodean y que sólo están ahí por trabajo —coloqué mis manos en sus hombros—. Quiero verte más que una simple semana al año, KyungSoo.
— Cada día es mejor —sonrió y con su cabeza, tiernamente ladeada a un lado, peinó el flequillo que tan pocas veces llegaba a tener así de alborotado—. Tu pelo es tan como tú. Pero llegaste a cambiarlo a lo que no era por muchos años... como tú. Siempre has sido mi grandullón con orejas de elefante, pero a veces te sentía demasiado lejos. Y no por la distancia —tragó saliva y continuó—. Siempre esperé y deseé que esa distancia se acortara, pero... siempre he sido muy cobarde con mis sentimientos, así como tan miedica por el rechazo.
— ¿Do KyungSoo se me está declarando? —sonreí y él dio un tirón a un mechón de mi pelo— ¡Au!
— Da igual si me rechazas, lo único que ahora mismo temo es que te arrepientas de tu decisión de venir a vivir aquí, o que después de mis palabras ya no me veas igual, o que...
Siéndome innecesario escuchar más, sujeté sus mejillas y bajé mi cabeza para besar sus labios. Tan esponjosos y suaves como siempre había imaginado que serían, porque sí, en mis más pensamientos oscuros llegué a imaginar cosas con KyungSoo que ningún amigo en su sano juicio haría. ¿Me sentía culpable de tales pensamientos? Por supuesto que sí, pero no ahora, ya no más. Había descubierto estos sentimientos que tan escondidos estaban y que ahora me negaba a volver a ocultar.
Soy correspondido y no hay nada que más me llene que ser yo esa persona elegida por él.
— He tenido suerte de tenerte como amigo... y ahora como amante.
— No creo en la suerte, no existe, ni siquiera la casualidad. Esto lo hemos creado nosotros, y si no fuera por todo lo que hemos vivido o por todos esos momentos difíciles que se han puesto en nuestro camino, quizás, ni siquiera estarías ahora aquí, besándome —lo miré sorprendido pero rápidamente entendiendo cada una de sus palabras, tan sabias y llenas de razón. Sonreí sin poder evitarlo y volví a besarlo.
— Yo creo en ti.
FIN.
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¡Mi primer ChanSoo! Oh, por Yisus, tenía tantas ganas de escribir un ChanSoo T_T, es de mis parejas favoritas y disfruté demasiado escribiéndola. Y esto no va a quedar aquí, pienso escribir más de ellos jojojo.
Gracias por leer. <3
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