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Capítulo 31. Vacaciones soñadas

Las conversaciones cubrieron las horas de conducción. Ellery, sintiéndose afortunado de la ilusión que había retornado a Aurora, le narró los sucesos vividos en Cornet sin olvidarse del icónico profesor de bellas artes y el retrato para el que prestó sus servicios como modelo involuntario, que accidentalmente -sin querer nombrar a Gloria como causante del robo- extravió.

—¿Y es de Nueva York? —inquirió—. Te veo dentro de nada impartiéndoles charlas magistrales. Pero bueno, ¿no es lo que te gusta?

—Puede ser divertido.

Continuó con la bienvenida de Kayn y el intrincado y estrambótico delirio místico que había sacado a la luz una realidad más oscura; Timothy, su tío y cuidador, y el maltrato que consumaba sin una pizca de remordimiento; Bruce, el perro faldero del alcalde; y Morgan, la mano negra de los acontecimientos.

—Un pueblo particular.

—No usaría ese calificativo —expresó. Sin embargo, la negrura de su mente se había disipado. La brisa rozando sus mejillas y la presencia Aurora apaciguaban sus demonios. No los había vencido del todo, pero le ofrecían un paréntesis de paz.

—Pobre hombre —comentó en referencia a Kayn—. La enfermedad que padece es escalofriante. Esas alucinaciones...

—Al menos ha sabido dotarlas de un significado que le ayuda a no rendirse.

—Sí... pero tiene que ser duro lidiar con espectros que quieren acabar con tu vida, aunque no sean reales.

—Tiene a sus dioses.

—La mente es increíble, ¿verdad? La capacidad que tiene de crear cosas donde en realidad no hay nada. Es maravilloso. Y aterrador.

—Y aun con esas visiones, Kayn se levanta todos los días con una sonrisa para el mundo.

El acontecimiento vivido en el interior de la casa fue vagamente alterado. Aquel recuerdo aún lo atormentaba. No deseaba revivirlo, no en mitad de algo que no deseaba estropear. En su lugar, detalló el incendio provocado y cómo, mientras buscaban una salida, la pierna de Kayn ya era pasto de las llamas. No hizo lo mismo con el suceso acaecido en la carretera; su enfrentamiento con Morgan, el salto al vacío de Kayn que derribó al alcalde y el disparo que estuvo a punto de robarle la vida los relató tal cual ocurrieron. La estancia en el hospital, la despedida del escudero que había subido al nivel de guerrero y su último vistazo a un Cornet poblado de cenizas.

—Y todo en tan solo cinco días. —Aurora asintió lentamente y frunció los labios—. Eres increíble, Queen. Da igual a dónde vayas, que lo trastocas todo a tu paso.

Ellery la miró de soslayo.

—Pues ahora estoy de vacaciones. Pase lo que pase, no voy a mover un solo dedo que no sea para pasar la hoja de un libro o hacer unos largos en el mar.

—¿Con este tiempo?

—Más espacio para mí. —Se alzó de hombros como si el tiempo de primeros de marzo no resultara un impedimento—. Y tú, Aurora, ¿tienes algo que contarme?

Por el espejo retrovisor entrevió una sonrisa.

—Estuve muy preocupado por ti —declaró en un deje más serio—. No cogías mis llamadas, me ignorabas... No entendía qué estaba pasando entre nosotros.

—Tiene una explicación.

Su expresión no se endureció, al contrario de lo que Ellery creyó que sucedería al sacar el tema de la recuperación. Con cada uno de los episodios sufridos por Aurora en aquella corta franja temporal, el rostro del escritor fue ensombreciéndose.

—No te anticipes, El. Espera que termine la historia.

Le habló de Arthur y la charla que le hizo reflexionar sobre el sufrimiento que ella misma perpetuaba al no querer aceptar su nueva imagen corporal. La exposición al espejo y la solución que había alcanzado: la forma de integrar en su vida las cicatrices era volviendo al lugar donde se originaron.

—¿Volviste a City Island? —increpó Ellery, más preocupado que sorprendido.

—Sí, volví.

La conversación con la alucinación de Anderson, al igual que el fragmento sobre la casa en llamas, fue medianamente tergiversado. No estaba segura de la reacción de Ellery y decidió, en escasos segundos, que aquella historia le pertenecía solo a ella. En su lugar, hizo un resumen de las reminiscencias del juicio y el nuevo significado que les había aportado.

—Entendí su dolor —expuso con sinceridad—. Entendí que había sido su fuente de reforzamiento desde pequeño. Si no había dolor, si no había humillación, no tenía nada.

Como él mismo había compartido con el profesor de bellas artes, la maldad y la perversión estaban marcadas por numerosos factores. Anderson había sucumbido a una vida de sufrimiento desde que abrió los ojos. Nadie le había aportado algo diferente, un gramo de luz. ¿Cómo renunciar a ese modo de sentir cuando su mente se movía en la oscuridad como pez en el agua?

Esa comprensión disipó el dolor de sus heridas, prosiguió Aurora. La apatía que la carcomía se esfumaba. Su mente, siempre lóbrega, despejaba las nubes grises.

—Eres fuerte —juzgó Ellery cuando dio por finalizado su turno—. No todo el mundo podría entender el sentido que le has dado a tu vivencia.

—¿Te parece mal?

—No me tiene que parecer nada. —La miró de refilón—. Es tu manera de aceptarlo y no podría ser más propio de ti.

Pasado el puente Trenton, en los márgenes de la carretera se levantaba una extensa arboleda. El aroma a pino, el cambio en la consistencia del aire, el sol intercalándose entre los grandes troncos... Veinte minutos en los que alabaron cada rincón tras más de un año lejos de aquel paisaje.

—No es California, pero no está nada mal —comentó aparcando el duesenberg frente a una casa de madera blanca de estilo colonial.

Aurora se situó frente a la casa de sus padres con la nostalgia a flor de piel. Ellery sacó el equipaje del maletero y la acompañó, sonriendo a la casa que había sido partícipe de muchas de sus travesuras.

—Bar Harbor... —musitó Aurora—. Qué mejor destino que este.

—No se me ocurrió otro lugar para descansar, respirar aire fresco y olvidarnos de Nueva York.

Con las maletas en mano, pusieron rumbo a la escalinata de madera. Aurora sacó la llave escondida en el macetero colgante y se adentraron en una casa en penumbras. Sus ojos recorrieron la estancia mientras se acercaba a las escaleras y las depositaba en el primer peldaño. Respiró profundamente el aroma a infancia.

—Me encanta la esencia de esta casa.

—Huele a mar —corroboró el escritor—. Y eso es lo que me apetece ahora mismo. Voy a dejar esto aquí —apartó la maleta—, y voy a echar unos nados antes de que oscurezca. ¿Te vienes?

—Claro.

Anduvieron calle abajo hacia la playa escondida en una de las ensenadas de Maine donde Ellery solía escaparse en vacaciones. En un breve plazo de tiempo, el atardecer proyectaría una colorida miscelánea y los invitaría a su contemplación.

*

El sereno oleaje contra sus pies, medio vencidos bajo la húmeda arena de la orilla, reactivaba las fibras de su cuerpo. Aunque el tiempo no era el más apetecible, se había desprendido de las ropas y miraba sonriente el sosegado movimiento del mar. Contactando con el suelo de piedrecillas marinas, se fue introduciendo hasta que el agua le cubrió la cintura. De un salto desapareció bajo el invocante azul.

Silencio.

Puro y reconfortante silencio.

Aurora, sentada en una toalla, prestaba atención el acostumbrado ritual del escritor antes de surcar el mar. Primero lo observaba como si estuviera esperando la respuesta a una petición no formulada. Luego introducía su cuerpo poco a poco, como si se enfrentara a un animal salvaje al que debía domar, hasta que, con una sonrisa, se unía al son de las olas. Ni el frío era capaz de frenar lo que el mar le hacía sentir.

Se abrazó las piernas y admiró el coloreado horizonte. Ella también amaba aquel bálsamo de la naturaleza. Ese pequeño fragmento de tierra tenía el poder de borrar cualquier penuria, de prohibirles el paso más allá de sus inmediaciones.

Lentamente, el sol desteñía en el cielo unos tonos de un intenso azafranado y se fundía con el añil del mar. El universo le abría sus puertas, le mostraba su esplendor. La felicidad de ser partícipe del intercambio entre el sol y la luna, que pintaba el firmamento de una gama de colores solo recreables por un apasionado pintor, destruía las huellas de una tristeza autoinfligida.

Era extraordinario, celestial.

Cerca de la orilla el escritor emergía a la superficie. Sonrió al ver la calma dibujada en su rostro; estar en el mar lo cambiaba por completo, exponía su lado vulnerable.

Agachó la cabeza cuando Ellery se echó sobre la toalla contigua revolviéndose el cabello con las manos.

—El agua estaba exquisita —apreció, tomando una relajada bocanada de aire. Se dejó caer con las manos tras la nuca y los ojos centrados en Aurora.

—Ya eres tú otra vez.

—Lo necesitaba.

Se secó las gotas de la cara y se incorporó.

—Nunca me cansaré de esta imagen.

La puesta de sol comía terreno entre montículos de arena y roca.

*

Cuando a la luz no le quedaban más minutos de estancia en Bar Harbor, tomaron el camino de vuelta. En aquel corto tramo hasta la casona rieron, discutieron y se acercaron, pero reprimieron el tema principal que los había llevado a viajar juntos.

Fue una voz muy conocida para ellos la que provocó un parón al dilema.

—¡No me puedo creer lo que ven mis ojos! ¡Si son Ellery Queen y Aurora Toldman en Bar Harbor!

Jacob, el pescador que todo el pueblecito de Maine adoraba por su locuacidad e inventiva, trotó hacia la pareja con los brazos abiertos. Mejor amigo de ambos en ese trocito de costa, siempre sacaba una excusa para invitarlos a surcar el mar en su barco. Se conocía toda cala y playa de ese margen de tierra, y ya era una afición el ir en busca de nuevos escondrijos que mostrar a un complacido Ellery Queen.

Los estrujó entre sus grandes brazos, consiguiendo que imitaran sus risas de júbilo.

—Jacob, cuánto tiempo —le extendió la mano Ellery.

Aurora le dio un beso en la mejilla.

—¿De vacaciones en marzo? Ser escritor es una ganga, ¿eh? —bromeó, guiñándoles un ojo.

—Un respiro de la Gran Ciudad no viene nada mal.

—¿Los dos? —curioseó indiscreto.

—Preguntas demasiado —detuvo Ellery la indagación en un acento punzante.

—Hace mucho que no se os ve el pelo por aquí. Me alegro de teneros de vuelta, aunque tenía la sensación de que sería más tarde. Pero una vez puestos, ¡qué más dará! ¡Me alegro mucho de veros! —Jacob los agarró del brazo con entusiasmo—. Sobre todo, después de la revolución que se ha armado en Nueva York en estos meses. Aquí hemos seguido el juicio de principio a fin. ¡No había vecino que no leyera un mísero periódico! —Sus ojos recayeron en Aurora, a la que examinó sin titubeos—. ¿Cómo te encuentras? Tu regreso al redil ha debido ser duro.

El pescador entendió la mirada penetrante que Ellery hundió en él como una orden para que cerrara la boca.

—¡Pero claro que estás bien! ¡Esa preciosa sonrisa no la borra un ser de tan baja estofa! Tú eres mucho más fuerte. Y sigues siendo la mujer más guapa del lugar. —La abrazó, compartiendo con el escritor un guiño al que este resopló.

—Gracias, Jacob. —Aurora sonrió al percatarse de su abrupto cambio de expresión—. Estoy bien, en serio. Estamos aquí por ese mismo motivo.

—¿Dónde descansar mejor que en Bar Harbor? —rio—. El lugar ideal para aliviar las penas, sea la estación que sea. Y ya veo que no hace falta que sea verano para que Ellery se dé un buen baño.

—El ritual hay que mantenerlo.

—¿Cuánto tiempo os quedáis?

—Al menos dos semanas —se miraron fugazmente ante la posibilidad de que la estancia se alargara—, por ahora.

—¡No se hable más! Estoy deseando enseñarte nuevas calas, precioooosas —prolongó teatralmente—. Aguas cristalinas que le ponen a uno la piel de gallina.

—Habrá que degustarlas, ¿no?

—¡Ese es mi Ellery! —Le arreó una palmada en la espalda—. Bueno, no os entretengo más. Os veré luego en el bar, ¿verdad?

El insistente carácter de Jacob podía conducirlo a gritar sus nombres frente a la casona si rechazaban su propuesta.

—¡Todo dicho! ¡Nos vemos en un rato!

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