9.- Bi herida
Nota de la autora
Hello, aquí Sara, para comentarte que no te preocupes por el final del capítulo anterior. ¡No haré esta historia tan corta, tranqui!
También venía a decirte que ya sé que el anterior capítulo fue demasiado corto, pero por eso, precisamente, voy a intentar hacer de este un capítulo larguito.
Plis, vota si te ha gustado y comenta. Y, sin más dilación y para que no te mate la curiosidad...*redoble de tambores* ¡Aquí el capítulo 9!
Bye 👋
—————————————
Cerré los ojos con fuerza. El sonido del disparo aún retumbaba en mis oídos. Pero el impacto no llegaba. Solo me llegó al regazo una Bi muy malherida.
Os explicaré que ha pasado: Cuando Marcus me disparó, Bi saltó delante de mí y la bala le acertó en un hombro. Con el impacto, había caído encima de mí. En esos momentos respiraba con dificultad, sangraba un montón y lloraba, ahora incluso con mayor intensidad que antes.
—No! Merda. Merda, merda, merda, merda... Bibi!—Saltó el hombre, tan alarmadlo al ver a su hija en ese estado que incluso se lo había olvidado que hablaba en italiano.
—Alto—Lo paré—. No te le acerques, ¿me oyes? ¿No te das cuenta de que me ha salvado la vida hiriéndose a sí misma porque tú no atiendes a razones?—Mi mirada se crispó. Estaba tan furiosa que si no hubiera tenido a Bi encima, juro que lo habría matado de un cañonazo. Y ni siquiera me molestaría en hacerlo parecer un accidente, que va. Me enorgullecería de sentenciar que era culpable frente al juez y luego sonreiría en mi foto de prontuario. Sería una gran noche. Pero tenía que volver a la realidad y asumir que todo eso se quedaría en mi imaginación.
Su mirada al escucharme no era de tristeza, era de culpa. Pero esa expresión sólo duró unos instantes, porque pronto volvió a su sonrisa de superioridad.
—No está muerta—Se encogió de hombros—. Así apartamos a los estorbos y podemos llevarte con nosotros, ¿te parece?
Bueno, esa sonrisita ya me estaba haciendo hervir la sangre. Tenía que arrancársela de alguna forma.
Y se me ocurrió una idea.
Una idea brillante.
Mi mirada se iluminó.
Se me creó una sonrisa maléfica en el rostro.
Hora de soltar maldiciones.
—Oh. ¿De verdad me lo preguntas? ¿Acaso tengo derecho a elegir? Porque, la verdad no lo creo...
—Pues claro que no la tienes, era solo por decir. Anda, elige, prefieres morir de un disparo o...
—Sin embargo...—Lo corté. En realidad sólo estaba haciendo tiempo. Con una mano colocada a mi espalda, reunía el poder suficiente como para lanzarle semejante maldición que se iba a quedar sin salir de su camita durante mucho tiempo—, dejarme elegir tampoco es muy apropiado, ¿sabes? Deberías saber que a los fujitivos no se les deja elegir nada. Porque soy una fugitiva, ¿verdad? Lleváis buscándome un tiempo. Lástima que sea un demonio.
—¿Por qué razón debería preocuparme lo que seas? Yo me limito acabar con seres como tú, el resto es irrelevante.
—Ya, entiendo tu posición, pero me temo que no has entendido lo que he dicho. Me refería a un pequeño detalle en el que puede que no hayas deparado, querido Marcus—En ese momento, quité la mano de mi espalda y se la mostré con una sonrisita victoriosa.
Ahí estaba.
En mi mano, una bola de luz de distintos tonos de violeta, giraba, como una pequeña galaxia. Era una maldición. Un poder sobrenatural que me hacía sentir muuuy bien. Sobretodo por poder lanzársela a él.
Se me quedó mirando, como si no entendiera que puñetas hacía. Me limité a entender mis dedos, hasta ese momento cerrados, y a cerrar mis ojos unos instantes, pensando en qué maldad podría hacerle a el maldito individuo. Y se me ocurrió la más brillante de las ideas. Y todo gracias a una pequeña rana a la que había visto pasar momentos antes.
Os estaréis preguntando qué le hice que pudiera estar relacionado con una rana.
No os preocupéis, en seguida lo descubriréis.
Un croac no muy lejano irrumpió mis pensamientos y posiblemente sirvió para aclarar algunas dudas. En efecto, lo transformé en una pequeña e inofensiva ranita. Por supuesto, la recogí del suelo por si a Bi no le parecía una buena idea y quería que lo liberase. La metí en mi bolsa sin demasiado cuidado. Seguía enfadada.
Mis problemas no acabaron tan rápidamente, porque aún tenía a Bi con un disparo en un brazo y a un ejército entero al que me había encargado personalmente de enfadar. No pintaba muy bien la situación, ¿eh?
No se me ocurrían ideas, he de admitir.
Estaba, por segunda vez en mi vida, en blanco. La primera vez fue cuando Bills hizo su primera aparición.
Se me ocurrió lanzar un par de maldiciones más, pero no tenía suficiente poder como para hacer eso y no era plan tener un ejército de ranas, así que tuve que luchar. Y, para colmo, yo sola, porque tras la pequeña conversación que mantuve con Bi segundos antes, ella no parecía estar muy dispuesta a colaborar. Yo le había dicho:
—Oye, Bi, ¿estás bien?
—N-no—Me había contestado ella.
—Oh, vamos, solo es un hombro, Bi, tienes que ser fuerte. Necesito tu ayuda.
—¿No te parece suficiente ayuda que esté así por haberte salvado? Me parece que no tienes de qué quejarte, Ellen.
—Oye, no hay tiempo para discutir sobre esto ahora, ¿vale? Ayúdame, por favor.
—¿Hola? ¿Te has vuelto sorda y no me he enterado? ¿Acaso no me has oído? ¡No te voy a ayudar más! ¡Eres una egoísta por pedirme semejante cosa cuando tengo el brazo así de mal! ¿Has intentado curarme tú? ¡No! ¿Por qué debería yo ayudarte a tí si tú no te has molestado en ayudarme en ningún momento? ¡Además, van a por ti! ¡A mí puede que incluso me ayuden, y todo! ¡A una egoísta como tú no le van a cavar ni la tumba, ¿me oyes?!
—Pues mira, sí, te oigo, pero eso es porque estás gritando a pleno pulmón como si fuera esto un partido de fútbol. Y me parece que aquí la única egoísta que hay eres tú. ¿Y sabes por qué? ¡No, claro que no lo sabes! Estas demasiado centrada en echarme la culpa de todo que ni siquiera te has parado a pensar que yo no tengo la culpa de todo esto. ¿No ves que no has parado de echarme la culpa por no poder devolverte el favor? ¡Eres una egoísta! Si de verdad fueses mi amiga ahora mismo no estarías reclamando favores. ¡Yo no puedo curarte el brazo, Bianca! ¡Te han disparado! No soy médica ni mucho menos maga, no puedo hacer nada por tí, solo recordarte que no quiero volver a verte. Así que ahora decide: ¿quieres escapar o pedirle a esos amables caballeros que te curen?—Pregunté, señalando el ejército que nos rodeaba.
Tras quedarse parada unos segundos, se apartó de mí y se quedó sentada en el suelo a la sombra de un árbol. Genial. Ni que eso fuera un cine. Solo le faltaban una palomitas en la mano y unas gafas 3D.
Los soldados me miraron. Solo entonces me di cuenta de que parecían confusos. No parecía que estuvieran a punto de atacarme, la verdad. Simplemente se miraban entre ellos sin sabes qué hacer exactamente.
—E-esto...¿dónde está el general Marcus?—Murmuró uno de ellos.
No había caído en que a su ejército podía parecerle un tanto extraño que su jefe se transformara en una rana de imprevisto.
—Ah—Solté, como una idiota. Ni siquiera contesté a la pregunta—. ¿No queréis matarme?
Vale, esa pregunta la había hecho con el tono que cualquiera hubiera usado para preguntar la hora que era. Había sonado muy raro.
—B-bueno...Marcus nos prometía comida y dinero a cambio de ser su ejército, pero siempre aplazaba tanto los días de cobrar que al final no nos pagaba. Llevamos sirviéndole casi dos años y no nos ha pagado en todo ese tiempo.
—¡Que va!—Intervino uno—Él vivía como un rey mientras que nosotros no cobrábamos ni un centavo. Yo, por ejemplo, ahora hace tres días que no pruebo bocado—Había hablado el que parecía el chico más joven de todo el ejército. Tenía el pelo negro y desordenado y los ojos grises. Hablaba con humor, como si no haber comido en tres días fuera un chiste.
—¡Eso no es nada!—Respondió un hombre alto—¡Yo no como desde la semana pasada!
Y, de esa manera, se pusieron a discutir sobre quién hacía más tiempo que no comía. Llegué a escuchar que uno llevaba casi el mes entero. Y todo por culpa de ese insufrible de Marcus. Bianca los miraba, como si nada. No debía parecerle raro. En ese momento caí en la cuenta: la vez que me había preguntado si cenaríamos cuando estuvimos en mi casa. Estaba acostumbrada a no comer en mucho tiempo. Seguro que su padre hacía lo mismo con ella que con su ejército.
—¡¡HEY, HEY, HEY, CHICOOOOS!!—Llamé, a lo que algunos se dieron la vuelta. El resto seguían peleando. Estuve a punto de pegar otro grito, pero entonces un silbido muy fuerte sonó no muy lejos de mí.
Me giré, sorprendida, y ahí estaba Bi, de pie en frente del árbol en el que antes estaba sentada, con los dedos pulgar e índice—de la mano buena—sobre los labios, de forma que podía silbar de esa manera tan ruidosa.
Todo el ruido que estaba generando el ejército se apagó de golpe.
Todos se callaron, mirándola.
Entonces, todos se pusieron firmes y, con una mano en la frente gritaron:
—¡Señora, sí, señora!
—Os lo tengo dicho, chicos—Dijo Bi con aire jugetón—: es señorita.
Se quedaron en silencio unos instantes, esperando a que continuara, pero ella enarcó una ceja.
—¡Señorita, sí, señorita!—Se apresuraron a rectificar ellos, en la misma postura de antes.
—Perfecto, chicos. Y ahora, retiraros.
—¡Sí, segunda al mando!
Como ella enarcó una ceja de nuevo, ellos repitieron:
—¡¡Señorita, sí, señorita!!
—Disculpad—Interrumpí—. Disculpad, disculpad...¿Ha alguien le importaría explicarme por qué todos tratáis a Bi como si fuera vuestra general?
—Era la segunda al mando, y ahora que el jefe a desaparecido, es nuestra general—Dijo el chico de antes, el que se había quejado de que llevaba tres días sin comer.
—No, el jefe volverá, no nos dejará al mando de la debilucha de su hija—Imponían otros.
Entre tanto, me acerqué a Bi, que no parecía muy afectada por los comentarios despectivos hacia ella.
—¿Eres su general?—Pregunté, sorprendida.
—Al parecer, sí—Respondió sin inmutarse. Miraba fijamente a su nuevo ejército y no me dirigió ni una sola mirada en toda la conversación.
—Y...¿vas a quedarte con ellos? ¿Vas a ordenarles que me maten? ¿Vas a seguir con el plan de acabar con todos los seres de diferente raza a la tuya? ¿O vas a quedarte conmigo? ¿Seguirás ayudándome?
—¿En que te está ayudando?—Se interesó el chico de antes.
—Emm...bueno...—Dudé. No sabía si podía confiar en alguien que cinco minutos antes iba a presenciar mi muerte sin siquiera intentar evitarlo. Decidí desviar el tema. Me puse firme y pregunté:—¿Y a tí que más te da?
Si, lo sé, en ese aspecto era como una niña pequeña.
—Bueno, digamos que tenía curiosidad. La verdadera pregunta es: ¿qué más te da a tí el por qué me interesa a mí el por qué te está ayudando?
Vaya.
El tío era un listillo.
Yo también sabía jugar a eso.
—Pues mira, supongo entenderás que no puedo fiarme de alguien que hasta hace poco trabajaba para Marcus, alguien que intentó asesinarme delante de todos los presentes mientras que ninguno de vosotros movía un solo dedo para ayudarme, no sé si me explico.
—Oh, te explicas verdaderamente bien. Lo que no entiendo porqué no quieres contarme que estás reuniendo almas para abrir los siete candados que encierran a tu familia.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro