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3.- Poderes extrasensoriales


Deb, Ryan y yo estuvimos andando un buen rato hasta que llegamos a lo que parecía un restaurante. Decidimos parar a comer, porque ya eran las cuatro de la tarde y aún no habíamos comido.

—¿Alguno de vosotros tiene algo para pagar la comida? Porque yo paso de perder más cosas si no es estrictamente necesario—Dije, a lo que Ryan se encogió de hombros.

—No hace falta, hacemos un sinpa y ya.

—¿Pero tú que dices?—Le reprendí—¡No podemos irnos sin pagar!

—Dijo la "demonio-roba-almas"—Ryan enarcó una ceja.

—¿La qué?—Preguntó Deb, con aire curioso.

—La dem...—Le tapé la boca al instante, por lo que soltó un:—¡¡Mmmnh!!

—Nada, nada...estamos todo el día bromeando, ¿a que sí, Ryan?—Le pellizqué en un brazo para que asistiera. Y lo hizo. Asintió con la cabeza urgentemente para que dejare de pellizcarle.

***

Cuando terminamos de comer, Deb dijo que tenía que irse ya porque según ella "tenía que ir a clase".

—¿Qué es un "clase"?

—¿Eh?—Deb me miró, sorprendida.—Pues...ya sabes, cada una de las habitaciones de un colegio, en el que se aprenden cosas y eso...

—No sé de que hablas. En fin, te vas, ¿no? Pues chao. Que te vaya bien.—Le dije.

—Eh...¿gracias? En fin, chao.

—Chao—Se despidió Ryan.

Ella se subió a su coche, hizo una cuantas maniobras con el cambio de marchas, los pedales y el freno de mano, y finalmente, desapareció por la carretera.

—Bueno...¿te ha gustado la ciudad?

—Eh...—Por alguna razón, me costó procesar la pregunta—S-sí, sí. Chulísima.

—Pues muy bien. Oye, yo tengo trabajo, ¿sabes? Los martes y los viernes tengo turno de tarde.

—¿Y que pasa con eso?

—Ellen, hoy en martes.

—Ah, oh, sí, ya claro...

—Pero bueno, no tango que estar allí hasta las 6, así que tengo un poco más de una hora...¿Quieres que te acompañe al ayuntamiento? Te darán un trabajo y una casa temporal hasta que puedas pagar una.

—¿Eh? Y ¿por que les cambio yo una casa? ¿Les doy un diamante? ¿Un lingote de oro? Ryan, no hay trueque que pueda pagar una casa.

—No, no. En los trabajos te pagaran con dinero. Así te será más fácil pagar sin perder bienes.

—Pero ¿no pierdo dinero? Porque yo lo consideraría uno de mis bienes.

—No, no lo pierdes. Tu les das lo que vale lo que quieras comprar y, a cambio, ellos te dan ese algo—Ryan me miraba como si le pareciera extrañísimo que no conociera otro sistema de pago que la del trueque.

Ryan me condujo por las calles de suelos grises, farolas negras y casas blancas hasta llegar a el único edificio de la ciudad, el más alto de todos y el único que se salía de los colores gris, negro y blanco, ya que estaba todo hecho de ladrillos, lo que hacía que se viera de un tono rojo ladrillo que le hacía resaltar entre el montón de casa blancas. Entramos por un puerta automática y subimos en el ascensor. Ryan puso la 11ª planta.

—Oye, no sé si me dejarán entrar en el descacho del alcalde contigo, así que te voy avisando: ni se te ocurra decirles que eres un demonio. Ah, y dame eso—Me quitó el frasco de las almas—no creo que les haga mucha gracia que entres ahí con un bote lleno de almas como regalo de bienvenida.

Dicho esto, el ascensor se paró. Habíamos llegado. Me di la vuelta para despedirme de Ryan, pero las puertas del ascensor ya estaban cerradas.

—En fin—Suspiré—. A ver que pasa...

El ascensor me había dejado en una estancia parecida a una sala de espera: había filas de sillas colocadas a los lados, solo interrumpidas por un puerta en la que ponía con letras grandes "alcalde". Bueno, ya sabía a dónde tenía que ir.

Me acerqué sigilosamente a la puerta. Mientras me acercaba, escuché que el que me pareció que era el alcalde, hablaba con una chica. Estaba a punto de llamar a la puerta con los nudillos cuando esta se abrió de repente. La chica resultó ser una chica de mi edad—de mi edad humana, claro—muy guapa. Era rubia con el pelo largo y algo ondulado y tenía los ojos azules. Lo único que me pareció que estaba mal en ella fue que estaba llorando.

—P-pero...¡señor alcalde, yo...!

—Cállese. Señorita, ¿de verdad no lo entiende?

—¡¡No!! ¿Que he hecho mal? ¡Oh, por favor, no puede echarme!—A la pobre chica le caían las lágrimas por las mejillas. El alcalde, sin embargo, soltó una risotada.

—¡Claro que puedo! Es más, ¡¡acabo de hacerlo!!

—P-pero...

—Tiene derecho a pasarse por la casa que a estado usted ocupando hasta ahora, coger sus cosas e irse.

La chica, que ya hacía un rato que se había rendido, se metió en el ascensor sin decir nada. El alcalde se quedó mirándome.

—¿Y tú que quieres? No querrás que te eche de la ciudad igual que a esa...criada, ¿verdad?

Bueno, cambio de planes. Ese tipejo no iba a darme órdenes.

—No, no, nada...es solo que...eh...me he equivocado de piso, perdone—Él me miró, desconfiado, pero no dijo nada. Menos mal.

Me metí en el ascensor tan rápido como pude antes que pudiera replicarme nada. Tenía que encontrar a Ryan y a la chica—no iba a dejar que se muriera sola y perdida—y salir de allí por patas.

En cuanto el ascensor paró, salí corriendo hacia...la verdad es que no sabía ni a dónde iba. Pero el caso es que no encontré a Ryan por ninguna parte. Bueno, seguramente estaría con lo del trenecito. Busqué a la chica, pero tampoco estaba por ningún lado. Al final, decidí esperar en la salida. Le habían dicho que se fuera, ¿no? Pues tendría que pasar por allí. Fui hasta la salida y  me senté en uno de los bancos que había allí. Miré mi móvil sin mucho interés mientras esperaba.

10 minutos y tropecientos selfies después, escuché unos pasos que resultaron ser de la chica. Arrastraba una pequeña maleta con ruedas y aún le quedaban restos de lágrimas. Se acercó tímidamente a los guardias que vigilaban la entrada—que para mí era la salida—y les mostró una pequeña tarjeta, que supuse que le había dado el maldito alcalde. Los guardias la vieron unos segundo y, a continuación, le abrieron la puerta. Ya, claro, intenté colarme, pero me detuvieron inmediatamente.

—Señorita, no puede pasar si no tiene un permiso.

Oh, venga ya. ¿Todos los guardias eras iguales o qué? Todos soltaban: "Siñiriti, ni piidi pisir", y se ideaban tan anchos, los tíos.

—Oh, vamos, necesito pasar.

—No puede pasar, señorita.

—¿De verdad? ¿Por qué no?

—Por que no.

—¡Pero es que...!

—Señorita, no puede...

—¡¡Eso ya lo has repetido veinte veces!!—Grité, furiosa. Ellos susurraron algo entre ellos y a continuación, dos de ellos me cogieron por los hombros y me dejaron en una especie de jaula que estaba pegada al muro. No tenía techo. Eso era una buena noticia. Según parecía, los demonios deberíamos tener la capacidad de volar. Aunque yo no tenía alas. Pero, bueno, lo intenté igualmente. Y, claro, no funcionó. ¡Ah! Pero si podía hacer una cosa: comunicarme con la chica telepáticamente.

—Hola, ¿me oyes bien?

—¡¡Aaaag!! ¡Jo, menudo susto me he pegado! A ver, ¿quién eres?

—Perdona, soy Ellen. No se si me viste, pero yo estaba allí cuando el alcalde te gritaba.

—Ah, sí...te vi un poco de reojo. ¿Por qué me hablas ahora?

—Pues verás, no me apetecía tener en la conciencia que hubieras muerto mientras yo me quedaba en esta ciudad tan tranquila.

—¿Vas a ayudarme?—Sonaba entusiasmada.

—Que no te quepa duda.

—¡¡Siiii!! ¡¡Gracias, de verdad, no sabes lo mucho que...!!—Su voz se cortó. Oh, no. Debía de estar en peligro. Menos mal que iba a ayudarla, que si no, se hubiera muerto el primer día.

Cogí carrerilla e intenté saltar el muro. No lo conseguí, claro. Pero es que medía cinco metros de alto. Me paré a pensa después de in par de intentos más. Se suponía que debería tener alguna  habilidad especial, como mi hermanastro. Aunque yo no era demonio del todo...Aunque bueno, ni empure ponía intentar escalar con las garras. Clavé la primera mano en el muro y salté un poco para clavar la otra. Intenté impulsarme un poco con los pies contra el muro mientras seguía trepando hacia arriba. Ya está casi. Y estaban empezando a dolerme las manos. Y mucho.

Tardé unos minutos, pero al final llegué arriba. Me senté con las piernas colgando y me acaricié las manos. Bueno, tocaba bajar de allí. O, mejor dicho, intentar bajar de allí sin matarme. Me di la vuelta, para que, esta vez, mis pies colgaran hacia la parte exterior del muro. Respiré profundamente y me dejé caer. Caí a lo Spiderman. Je. Nada mal.

—¡Hey! ¿Sigues viva?—Volví a intentar hablar con ella telepáticamente.

—S-sí—Susurró, con la voz entrecortada.

—¿Dónde estas? ¡Iré a ayudarte!

—No lo sé...Creo que no estoy dentro de ninguna ciudad. Me parece que estoy en un coche, me muevo mucho. Me han puesto una cinta en los ojos y no veo nada.

—¿Dónde estabas cuando que cogieron?

—Pues...llevaba unos diez minutos caminando hacia la izquierda—Empecé a caminar hacia la izquierda—y entonces alguien me atacó por detrás. Me metieron en este coche justo después. Llevo como cinco minutos en marcha. Creo que vamos hacia el sur.

—Bien. Iré lo más rápido que pueda.

Abrí la cápsula número 4, la que contenía la moto, me puse el casco, me subí y arranqué. Fui directamente al sur. Si ella había estado cinco minutos en marcha a una velocidad que parecía razonable, yo no tardaría nada.

Iba como una loca conduciendo cuando tuve que frenar de lleno por culpa de cierto trenecito.

—¡¡Ryan!! ¡¡Sube!!

—¿Eh? ¡Pero Ellen, estoy trabajando!

—¡¡Se siente!!—Tiré de su camiseta y lo senté detrás de mí. Arranqué sin escuchar sus quejas.

—¡¡Pero bueno!! ¿A dónde me llevas?

—¡A rescatar a una chica!

—¿¡Por!?

—¡¡Por que tiene poderes extrasensoriales!!

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