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0.-Prólogo


Fue en una noche de luna llena, con el cielo raramente despejado, en la que el silencio reinaba, cuando todo empezó.

Yo estaba en mi habitación durmiendo, al igual que toda mi familia...O quizás no toda, porque, cuando estaba a punto de quedarme dormida, apareció en el patio un miembro de ella al que no me esperaba ver.

Me asomé un poco a la ventana, para verlo mejor y, efectivamente, era él: mi hermanastro. Vestía una capa con el cuello hasta las orejas, muy característica de los vampiros. Él, a diferencia de mí, sí que era un demonio puro, por lo que tenía cuernos, la parte blanca de los ojos amarillenta y la piel ligeramente roja. Por lo demás tenía lo mismo que yo: orejas puntiagudas, colmillos y garras—o al menos, eso pensaba—. Lo único que tenía diferente esa vez era una letra dibujada en su frente: una "S" grande de color negro.

Me pregunté qué podría ser...una s...¿de Superman? No. ¿De Sol? Tampoco. ¿Y de Satán? Oh. Si, podía ser de Satán. Me habían contado leyendas acerca de ese. Al parecer, tenía la capacidad de controlar a la gente y de manipularla a su antojo. Pero...yo nunca me lo había creído y no tenía que empezar en ese momento, aunque quizá fuera un poco temeraria por no temer a, nada más y nada menos, que al rey del infierno, sobre todo cuando estaba siendo testigo de uno de sus...¿encantos? O bueno, eso creía, no podía estar segura de que la "S" fuera de Satán. Podía ser de...servilleta, perfectamente.

Dejé de pensar en todo eso cuando, de repente, ví como Bills, mi hermanastro, alzaba las manos hacia el cielo. No entendí nada hasta que no ví que, tras hacer eso, unas nubes invadían el cielo y empezaba una ruidosa tormenta, con truenos y todo.

Todavía sin comprender nada me levanté de la cama, metí las cosas más imprescindibles que tenía—que no eran muchas—en una cápsula y salí disparada a avisar a mi familia. Algunos ya se habían despertado por los truenos y otros, simplemente, me gritaban cosas poco agradables por haberlos despertado.

Mi hermanastro me llevaba unos 310 años—que serían aproximadamente 20 años humanos— y era mucho más poderoso que yo. Él no vivía con nosotros, sino que vivía con su verdadera madre.

Había avisado a mi familia, pero lo malo de los demonios era su carácter, que empeoraba cuando les despertabas. No sé porqué, pero a los demonios nos encanta dormir. En fin, Bills era muy poderoso y, si no me equivocaba, estaba como poseído. Mi familia no me hacía caso y yo estaba empezando a desesperarme. Aunque... Igual estaba exagerando. Igual no pasaba nada y era yo que era una paranoica.

Dejé de preocuparme tanto, pero aún era muy pequeña, así que, por miedo, salí de mi casa y me escondí tras un edificio abandonado, que había sido dueño de mis antiguos vecinos.

Desde lejos pude ver como mi hermanastro señalaba mi casa con la mano abierta, se llevaba la mano hasta delante de sus ojos cerrados, cerraba la mano y la bajaba rápidamente haciendo un recorrido desde sus ojos hasta un lado de su cadera, pasando por el abdomen y, de pronto, todos los los miembros de mi familia, a los que había intentado despertar momentos atrás, aparecían ante él. Estaban cada cual más confuso y asustado que el anterior.

—¡Hola, familia!—Dijo Bills, con voz alegre pero, a la vez, malvada.

Mi familia lo miraba con cara de no comprender absolutamente nada. Algunos de ellos no debían haber entendido ni esa simple línea. Miré a mi padrastro, que tenía cara de sueño y de confusión; mi madre la tenía de extrañeza; mi hermana,—que tenía 135 años (8 años humanos)—Hope, tenía una perfecta cara de "¿y tú a qué has venido, forastero?; mi hermano, Zane, —que tenía 146 años (10 años humanos)—fingía indiferencia, pero le conocía, y el pobre tenía miedo. Después estaban mis abuelos, los mismos con la misma cara de "quiero morirme de miedo". Y luego...bueno, luego debería estar yo, pero no estaba. Bills pareció darse cuenta de eso, porque entró en mi casa, hecho una furia, y volvió a salir, segundos después, con el pobre Dabra, mi mascota: un murciélago. Ay, no, pobrecito.

¿No deberías preocuparte más por tu familia que por un simple murciélago?

¿Perdona? Dabra no es simple, es MI mascota y es muy importante. Entérate.

Claro, claro...

Oh, cállate ya, conciencia. Me estás estresando.

Bueno, sigo: Bills soltó a Dabra de malas maneras en el sitio que sería el mío y susurró lo que me pareció un conjuro. Entonces los rayos y los truenos subieron la intensidad durante unos instantes y aparecieron, detrás de los miembros de mi familia, siete puertas, una para cada uno. Todas eran idénticas: de madera negra, con el pomo dorado y cerradas por unos candados de acero, también dorados.

Entonces mi hermanastro soltó algo invisible que parecía haber estado sosteniendo, y todas las puertas se abrieron a la vez. Me quedé sin respiración cuando ví como Bills iba empujando sin ningún cuidado a cada uno dentro de sus respectivas puertas. Que horror. Mi hermanastro nunca me había caído muy bien, pero nunca había sido malo. Simplemente siempre me había parecido un poco...¿como decirlo? Un poco estúpido de más, si se me permite.

Bueno, entonces seguro que estaba poseído.

Uy, sí, muy bien, justo a tiempo.

Sí, ¿verdad?

¡Era sarcasmo, so tonta!

Perdona, ¿te has atrevido ha insultarme a MÍ?

Emmnh...no, no, que va...

Ya me parecía a mí.

Aunque era verdad que podía haberme espabilado un poco más rápido y así mi familia estaría a salvo. Pero bueno, mejor tarde que nunca, ¿no?

¿Tu eres tonta?

No. Y ahora, si me disculpas, estaba intentando contar una historia.

¿Cómo te atrev...?

Chist. Calla. Nadie te ha preguntado.

Bueno, ¿por donde iba antes de esta molesta interrupción?...Ah, sí: Bills ya había terminado de meter a todos dentro de aquellas puertas—que, por cierto, no tenía ni idea de a donde llevaban—y se disponía a cerrarlas. Ninguno de mi familia dijo nada en el proceso: todos habían visto su frente y todos conocían la leyenda. Cuando estuvieron todas cerradas, Bills volvió a alzar los brazos, solo que esta vez su resultado fue que las puertas y la tormenta desaparecieran.

—¡¡Ellen!!—Gritó, unos segundos más tarde, con voz furiosa—¡¡Sé que estás por ahí!! ¡¡Escucha atentamente: tienes doscientos años para reunir dos mil almas por cabeza de los que acabo de encerrar!! ¡¡Y no te preocupes, no tienes que traer un ábaquito de sumar!! ¡¡Son catorce mil almas!! ¡¿Entendido?! ¡¡Junto a tí aparecerá un tarro para las almas!! ¡¡Si en doscientos años no estás aquí con las catorce mil almas, tu familia morirá, y no lo dudes: tú también!!—Dicho esto, Bills, formó niebla a su alrededor y se fue, modo misterioso.

Que mal me cae.

Si, a mí también, pero no tenía tiempo para enfadarme. Estaba muy triste. Pero solo tenía 142 años—4 años humanos—y no es que fuese muy lista, así que solo se me ocurrió esperar un poco allí, por si volvía, y, media hora más tarde, entrar en mi casa y coger el estuche cápsulas entero. Guardé la casa, el coche, la moto—para cuando tuviera carné—comida, ropa y otras cosas. Le até una cuerdecita al tarro para las almas, para poder usarlo como si fuera un bolso. También me llevé una especie de bolsa de tela que también se ponía como un bolso y metí ahí el estuche de cápsulas y dos revólveres—aunque con lo pequeñaja que era no sabía ni cómo cargarlos.

***

Si, si, todo esto está muy interesante, pero esto empieza 43 años después.

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