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VELFONY

Entro en casa, en mi casa.

—Hola, Andresote —me recibe Maria desde el sofá del salón, tras alzar la vista del móvil.

—Chst... —protesta a su lado Verony—. ¡Silencio!

Está tapada con una manta y rodeada de cojines. Lleva unas gafas de sol gigantes, que disimulan sus ojeras pero no la palidez del rostro. A su lado, hay una botella de agua. Vaya resaca tiene que tener.

Me acerco y me siento en una esquina, junto a Maria, quien parece tolerar mejor las consecuencias de ingerir alcohol. Ella ya es una experta.

—¿Dónde te habías metido? ¿Has ligado, verdad? Llevas un chándal que no es tuyo, y como dicen los sabios... Quien con ropa ajena volviera, es que ha sido una auténtica fiera.

—Maria, nadie dice eso. Y menos los sabios.

—Andrés, tienes muy poco mundo. —Se cruza de brazos agarrando sus codos e insiste—: ¿Dónde estabas?

—Pues la verdad es que he estado en...

—Perdonad, pero ¿qué tal si habláis más bajo? —nos pide Vero—. O callad, directamente.

—Oh, lo siento —me disculpo.

—¡Ignórala! —me aconseja Maria, se ríe y cuenta—: Es que está amargada... porque intentó ligar y fue un absoluto desastre.

—Fue tan mal porque seguí tus consejos de mierda —le reprocha Verony y le lanza con rabia un cojín.

Maria suelta una carcajada y me explica lo ocurrido:

—Verony se pilló por una influencer y yo le aconsejé que se acercara, le diese dos golpecitos en la espalda y le dijese: like, me gustas.

—Ay, Dios... —lamenta Verony al recordarlo.

—Pero es que la muy bruta —sigue narrando Maria— se acercó toda borracha, no calculó bien la fuerza de los golpecitos y la empujó. ¡Le dio tal empujón que le tiró la copa! —Suelta una risotada—. Fue lo mejor de la noche... Sin contar que me tiré a Dan en el coche.

—¿En el coche? —me sorprendo—. Había habitaciones en la planta de arriba.

—Claro, en las que estuviste tú, ¿verdad? —deduce Maria, y logra que Verony se incorpore a cotillear:

—Cuéntanos, va. ¿Dónde te has metido todo este tiempo?

—O, mejor dicho... —Maria enarca las cejas—, ¿dónde la has metido todo este tiempo?

—¡Maria! ¡Cada día eres más grosera!

—Oye —se molesta—, no vayas de maduro, que sabemos que ayer huiste de la fiesta con el pito bien duro. —Sacude su melena rubia con chulería—. Mi amiga Claudia me lo contó todo. Estaba muy enfadada.

—¿Tu amiga? —repito.

—Te pusieron a parir —la delata Verony.

—¿Cómo? —Miro a Maria en busca de explicaciones:

—Fue por culpa de...

—¿Culpa de qué?

—¡Pues que le dejaste el coito en pausa! Eso no se hace.

—De verdad... —Suspiro cansado.

—¡No te enfades, Andresote! —me ruega—. Lo bueno de que seamos amigas es que, cuando su enfado se calme un poco, podré hablarle y hacer que vuelvas a caerle bien.

—A ver si es verdad...

—Oye, lo que no entiendo es —Verony se encarga de continuar con el interrogatorio—, ¿dónde has estado hasta ahora?

—¿Tú no tenías resaca? O es que para cotillear te curas —le digo.

—Tengo sed de agua y de salseo. ¡Cuéntanos!

—Pues he estado... —Ya no sé ni por dónde empezar—. A ver, he estado...

—¿Dónde? —se impacienta Maria.

—En casa de Rebeca Abazo. —Añado—: Y de su abuela.

Agrandan sus ojos y preguntan al unísono:

—¡¿Qué?!

—Tengo que contaros muchas cosas...

Verony pega un largo trago de la botella de agua, se destapa, abraza un cojín y me observa con atención mientras Maria no deja de asentir y me pide:

—Escupe ya.

Y eso hago. Tras escuchar mi detallado relato, Verony parpadea perpleja y dice:

—O sea... ¿Has pasado de apenas hablar con Rebeca, a dormir en su casa y conocer a su abuela?

—Y a tener su número de teléfono —suma Maria.

—Sí, Rebe... —Lo confirmo mostrando el contacto en la pantalla.

Necesitan un par de segundos para procesarlo todo y después gritan como locas, hasta que Verony hunde la cabeza entre cojines y gime:

—Ay... Se me había olvidado que tengo resaca. —Parece una avestruz asustada—. Qué dolor de cabeza.

—Mucho cuento tienes tú. Seguro que estás exagerando para no preparar la comida —acusa Maria, y retoma el tema principal—: Y oye, Andresote, que estoy muy orgullosa de que hayas usado tu cipo...

—¡Maria!

—Espera, entonces, ¿habéis hecho cositas? —interviene de nuevo Verony, quien ya parece haberse recuperado.

—Eso es privado.

—Qué salida está, ¿verdad? —dice Maria, la menos indicada—. Desde que se pilló por la influencer...

—Que te jodan, amiga.

—Haya paz... Para que os quedéis tranquilas os diré que —disipo sus dudas— Rebe y yo aún no hemos hecho nada. —Seguido, recuerdo—: Ah, bueno, nos hemos abrazado.

—¡Oh! —Maria se lleva las manos a la cabeza—. ¿Un abrazo? ¿Usaríais protección, no?

Verony suelta una risotada y lo pago con ella:

—¿Acaso tú la usaste con la influencer? ¡Ah, no! Que tú ni siquiera la abrazaste.

—¡Muy buena! —aplaude Maria.

—Algún día me iré de esta casa —nos amenaza Vero—. Qué ganas de acabar la carrera y huir.

—Pues teniendo en cuenta lo poco que acudes a clase —vuelve a la carga Maria—, diría que te quedan unos cuantos añitos.

—Por favor... ¿Algo más para hundirme por completo?

—Sí. —Me pongo en pie y me marcho del salón.

—¿Qué? ¿A dónde va? —escucho a Verony.

—Le habrá dado un apretón.

—¡No! He ido a por... —Emocionado, regreso con—: ¡Velfony! —Les muestro el llavero del elfo que le compré a Vero, quien lo mira asqueada.

—¿Por qué me enseñas eso ahora?

—No habrás ido a cagar, pero menuda mierda has traído —vacila mi compañera rubia.

—Verony —me pongo serio—, ¡lo tienes que usar! ¡Tienes que llevarlo con tus llaves!

—¿Cómo?

—Hicimos una apuesta. Si yo lograba pasar tiempo fuera del ascensor con Rebeca, ¡tú lo usarías!

—Ay, ¡es verdad! —me apoya Maria—. No me acordaba, pero sí. ¡Doy fe!

—No, no... No me jodáis.

—Sí, sí... —Nuestra compañera rubia disfruta del momento—. ¡Te toca llevarlo!

—¿En serio? —Asentimos, Verony se levanta de mal humor, agarra el muñeco del poco pelo verde que le sale de la cabeza y cede—: ¡Pues perfecto!

Sale del salón y se oye un portazo. Se ha encerrado en su cuarto.

—Le has quitado la resaca de golpe —comenta Maria—. Hoy estás que te sales.

—Pobre... Ahora me siento mal.

—Un trato —se encoge de hombros— es un trato. Y ahora, dime, ¿seguro que la Rebe no ha probado tu aparato?

—Amiga, estás mal, ¿eh?

Sorprendentemente, se toma mis palabras en serio. La han dejado meditabunda.

—Oye, que era una broma —reculo.

—Ya... —Se muerde el labio y me confiesa—: Sabes, no estoy mal, pero a veces me dan ganas de mandar mi vida a la mierda y empezar de cero.

—Oh..., ¿en serio? —No tenía ni idea de que se sintiese así.

Ella asiente, coge aire y acaba:

—Nada, pero luego se me pasa, cuando un buen maromo me sacude la pasa.

—¡¡¡Maria!!!



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