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A LEER

—¡Aaaaahhh! —entro gritando en casa y corro por el salón.

Mis compañeras me miran desde el sofá. Maria está con su tablet y Verony con un libro de recetas: le encanta coger ideas para sus próximos platos. Por algo es una cocinera excepcional.

—¿Qué le pasa? —se refiere a mí Verónica.

—Ya sabes que es muy intenso —le recuerda Maria—. Cuando se calme un poco nos lo contará.

Salto sobre el sofá, me sitúo entre ambas, y exclamo:

—¡Mirad qué tengo! —Les enseño la novela que me ha dejado ella.

—Vaya, un libro. Qué gran descubrimiento... —ironiza Verony.

—Sí, Andrés. Hasta yo tengo alguno —añade Maria.

—No es cualquier libro. ¡Es un libro de ella! ¡De la chica del ascensor!

—¿Se lo has robado? —acusa Verony.

—Qué gesto más feo, Andrés... —juzga Maria.

—¡No se lo he robado! Me lo ha dejado porque este viernes dan la película que se basa en su historia y quiere que me lo lea antes.

—¿Vas a leerlo pudiendo ver la peli? —se extraña Maria.

—Obviamente —dice Verony—. A veces no entiendo cómo podemos ser amigas.

—Pues ya somos dos...

—Chicas, ¿algún truco para leer rápido? Tengo dos días para acabar una novela.

—Joder, qué pereza —me anima mi compañera rubia—. Ya puedes dejar de dormir o de estudiar.

Tras escuchar sus palabras, mis antecesoras las marmotas y Freud se pelean en mi mente. ¿Dormir o estudiar psicología? No sé cuál de las dos reemplazaré por la lectura, pero, sin lugar a dudas, el libro me lo leo.

—¿Qué novela es? —se interesa Vero.

Paper Towns.

—¿Qué? —Maria tiene serios problemas con el inglés.

Ciudades de papel —le traduzco.

—Ay, ¡qué guay! —se emociona—. ¿Es la continuación de La casa de papel? Me encanta Tokio. Es genial.

—No. No tiene nada que ver —contesta Verony.

—Vaya —se decepciona—. Para una serie que vi contigo y me gustó...

—¿Podemos centrarnos? —intervengo—. ¡Ella me ha prestado un libro!

—Que sí, que felicidades... ¿Ya sois amiguitos? —cotillea Verony.

—No, no... Poco a poco.

—Y tanto que poco a poco —se burla Maria—. Para cuando salgáis juntos, sois más viejos que —baja la voz—... la vecina de al lado.

—La señora Rodríguez —apunto—. Es curioso que te importe que te escuche nombrarla pero que te dé igual que oiga tus gemidos.

—¿Los oye? —se asombra Maria.

—Ella y todo el edificio —confirma Verony.

—Bueno, pues que envidien mi plena vida sexual...

—No. Tú intenta ser más discreta —pido—. Que luego nos comemos las broncas los demás.

—¿Más discreta? —Le sienta mal mi comentario—. Claro, como tú, que de lo discreto que eres, nada te comes.

—¡Hablando de comer! ¡La cena! —Vero se levanta del sofá de un salto—. Hoy tenemos vainas.

—Puaj... —se queja Maria. No sé si porque no le gustan o tan solo por molestar.

—Verony, yo te lo agradezco pero no cenaré mucho —le digo a la cocinera.

—Claro, porque a ti tampoco te gustan las vainas —supone Maria.

—¡No es por eso! —Me levanto y añado—: Es porque bastante tiempo he perdido ya. Ahora cogeré un yogur y nueces, que son buenas para el cerebro, y me encerraré en mi cuarto a leer. —Pego unos golpecitos en la portada del libro que me ha prestado ella.

—Andrés, eres consciente de que estás colándote por una chica que no conoces, ¿no? —me advierte Maria.

—Pues... Sí —reconozco.

Mis compañeras pegan un bote, sorprendidas ante mi afirmación, y se miran entre sí, pero no les doy la oportunidad de hablar. Me marcho a la cocina para armarme de munición —un yogur, nueces y un plátano maduro que he visto sobre el frutero—, y me encierro en mi cuarto. Esta noche, toca leer.



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Vaya trío... Quiero vivir en ese piso Jajaja


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