XXV
Había tenido despertares mucho más agradables que ese; acalorada, rodeada por unos brazos que no me dejaban ni moverme y con un dolor de cabeza que amenazaba con matarme de un momento a otro.
Odiaba las malditas resacas. Y esta era de las que te impedían incluso abrir los ojos.
Pero como buena valiente que soy, poco a poco me atreví a abrirlos, aun con cierta desconfianza a morir en el intento, para ubicarme y —por suerte— cuando lo conseguí me di cuenta de que estaba en mi casa. Un punto a mi favor.
El siguiente paso era moverme, separarme de aquel ser que desprendía un calor infernal, justamente lo que menos necesitaba en ese momento. Y fue entonces cuando realmente caí en la cuenta de que había un ser humano en mi cama, el mismo ser humano que me abrazaba y también el mismo que me mantenía aprisionada entre sus brazos.
Mi primera reacción fue mirar bajo el edredón para poder comprobar que estaba totalmente vestida, pero la sorpresa que me llevé fue tal, que me hizo pegar un grito, el cual, por suerte, pude ahogar en mi mano. Me encontré totalmente desnuda, e inspeccionando con algo más de detenimiento encontré algunas marcas en mi piel, dándome cuenta de lo que había ocurrido la noche anterior. Un gran punto en mi contra.
Y como ya sabía lo que había ocurrido, necesitaba saber con quién había sido, debía averiguar quién era el radiador humano que me tenía enjaulada para saber si escandalizarme definitivamente o no.
Me removí con cierto sigilo, por alguna extraña razón no quería despertar a mi compañero de cama y así poder asumir la circunstancia antes de que esto se complicase aún más. Entonces fue cuando pude quedar cara a cara con alguien que no me lo hubiera imaginado nunca. Lo que es nunca nunca. Era Ethan.
—Ethan —susurré más bien para mí misma esperando así acabar de creerme que era él. Tenía su pelo, sus cejas, su extraña nariz y cuando abrió sus ojos pude darme cuenta de que eran sus ojos. Era Ethan.
Y, ¡Oh!, se había despertado.
Al encontrarme con su mirada, fija en la mía, extrañamente como si estuviese igual de confundido que yo, un montón de información comenzó a llegar a mi mente. Más concretamente los recuerdos de la noche anterior acribillaron mi sistema neuronal. Recordé el alcohol, cuando me acompañó a casa y de ahí el beso, mejor dicho, los besos.
Lo que vino después fue un caos de ropa por los suelos, de caricias desesperadas, de un calentón que me hacía hervir incluso, ahora, la sangre. Y eso no era lo más llamativo, sino el sexo, el malditamente increíble polvo que echamos fue glorioso. Sus manos en todas partes, sus besos en los lugares indicados y su mástil muy bien proporcionado hicieron una noche mágica, y es por ello que no fui capaz de olvidarla ni con las toneladas de alcohol que había tomado.
Volviendo al presente, un leve rubor se extendió por mis mejillas al darme cuenta de que Ethan me seguía mirando mientras que se ubicaba con totalidad, pero él no parecía tan perdido como yo, por lo que asumí que su memoria no era tan estúpidamente inútil en estos casos.
En momento así, de vergüenza y de cierta incomodidad aunque ya nos hayamos visto desnudos y hayamos hecho lo que debíamos hacer, nunca he sabido que decir. No creo que le guste un ''Buen trabajo campeón'' o un '' Vaya nochecita que me diste'', por lo que opté por el silencio, cruzando los dedos para que hablase él.
—Hola —me saludó con toda la normalidad del mundo mientras que yo sentía arder mis mejillas hasta el punto de convertirse en lava. Al contrario de lo embarazoso que sentía el ambiente, Ethan parecía estar totalmente cómodo puesto que comenzó a acariciar con delicadeza y lentitud mi espalda desnuda.
—Hola —contesté dejando que un gallo escapase de mi garganta a causa de los nervios de la situación. Traté de comportarme como una persona adulta, madura más bien, de afrontar esto de la manera más llevadera para ambos por lo que planté los pies en el suelo, de manera metafórica.
—Pensé que sería más violento despertarnos juntos —irrumpió el silencio mi amigo, aunque en este punto no sabía si se seguía considerando mi amigo, haciendo que por acto reflejo asintiera con la cabeza como los perros de cabeza balanceante de los coches ¿Pero qué demonios me pasaba?
—Es algo extraño, no todo lo violento que podía ser, pero ha pasado lo que ha pasado entre nosotros y no podemos comportarnos como niños y estropear la amistad que tenemos por un error ¿No? —mi pregunta quedó en el aire puesto que el moreno no se lo pensó dos veces que, ignorando mi conflictivo discurso, posó sus labios en los míos haciendo que el resto del mundo acallase, y yo con él. Sentí como al contrario que ayer, sus labios eran delicados y suaves y se amoldaban a los míos tratando tan solo de disfrutar de esa caricia.
Por un momento todo se fue al traste, mis palabras, mi mente y mis hormonas que se alborotaron como si fuera una quinceañera, pero cuando por desgracia tuvimos que romper el contacto, volvimos a la cruda realidad donde yo no sabía qué hacer.
Acababa de salir de una relación de lo más tóxica, incluso no había salido puesto que aún había cosas que solucionar con Alex, y no quería mandar al traste nuestra amistad, con lo importante que era para mí. Pero a la vez esto se sentía bien, su contacto se sentía bien, sus caricias y sus labios, el me hacía sentir desconectada del mundo en todos los sentidos.
De nuevo sus labios atraparon los míos, parecía que sintiese cuando estaba pensando y que buscase acallar mis pensamientos que iban a mil por hora, sus brazos que no me habían soltado en ningún momento, me pegaron del todo a él haciendo que nuestro contacto fuera aún más íntimo que antes. Su lengua busco el camino a mi boca, la cual no le impidió el paso sino todo lo contrario, me deje llevar haciendo que nuestros labios danzasen al son de nuestro beso. Una estúpida y rebelde sonrisa escapó de mis labios en pleno beso y eso hizo que Ethan sonriera conmigo.
Cómo podía cambiar todo de la noche a la mañana.
Traté de recapacitar sobre lo que estaba ocurriendo, algo que ni el moreno ni sus labios y mucho menos su cuerpo me iba a permitir, porque cuando intensificamos nuestro beso, casi sin control sobre el mismo, sentí sus traviesos dedos acariciando mis muslos y buscando el camino hacia mi sexo. Así sí que no iba a poder aclarar nada.
Por estúpido que fuera, me deje llevar, me deje tocar, besar, lamer y morder donde quisiera, y aproveché para hacerle exactamente lo mismo. Y cuando ya el tema se había puesto interesante, desconecté cualquier parte racional que pudiera estropear el momento y me dejé llevar por las peligrosas aguas de acostarme con mi mejor amigo.
Tengo depresión.
Esa fue el diagnóstico al que llego mi psicóloga después de unas pocas sesiones. No necesitó mucho, en realidad apenas raspó la superficie de mi vida, así que tenía bastante miedo de que me diagnosticaría el día en conociera toda mi historia.
Supongo que habrá llegado a esa conclusión por varios factores, como por ejemplo el de mi familia. Una madre totalmente superficial, sin importarle ni una pizca sus sentimientos —si los tenía que en su caso lo dudo— o los de los demás, y a quién lo único que le interesa es la apariencia que muestra al mundo.
Lo segundo supongo que es el tema de mi padre, que se alejó sin mirar atrás porque mi querida madre lo engañó y lo hizo con tal descaro que ni siquiera trató de ocultarlo, pero para rematar la faena, se casó con su amante por su dinero. Mi amado papá, tuvo que irse de la ciudad pues no soportaba ver al amor de su vida luciendo en cada evento con el hombre que había roto su familia.
Pero eso no es todo, empecemos con mi vida amorosa. O podría llamarla más bien desastrosa.
He tenido tres parejas en mi vida. La primera fue Edgar, mi primer amor, mi primera locura, mi primera vez. El típico chico malo, con tatuajes, moto y chaqueta de cuero. ¿Qué podía salir mal? Que una vez que nos acostamos se cansó de mí, me utilizó como un pañuelo y me dejó tirado una vez que había sacado lo que quería de mí.
Mi segundo amor fue Santiago. En realidad fue algo mucho más fuerte que el amor, no sabría ni cómo explicarlo. Él me ayudó a superar a Edgar, a pasar página y a centrarme en mí, puesto que nunca lo había hecho. Con el descubrí la parte hermosa del estar enamorada, las sonrisas cómplices, las miradas de dulzura, la manera de protegernos y cuidarnos, los detalles, la importancia de las palabras y sobretodo de los hechos. Pero un día todo cambió, un día común, cotidiano en nuestra rutina y de pronto todo se derrumbó. De pronto ya no le veía, ya no me llamaba, no me hablaba y por alguna extraña razón me evitaba para no verme cara a cara. Así que un día, le seguí. Y lo que descubrí fue algo que me destrozó descomponiéndome en partículas tan minúsculas que creí convertirme en polvo. Santiago me engañaba y por lo que pude descubrir, lo llevaba haciendo mucho tiempo. Pero no con tan solo una mujer, sino con dos, tres, con todas las que pudiera. Pensé sinceramente que no lo superaría, creí de veras que no saldría de esa, pero ahí apareció Ethan.
Mi tercer, único y gran amor como tal. Sin duda alguna, él era quien hizo que el amor cobrase un nuevo sentido en mi vida. Desde el primer momento morí por él, caí rendida dejando todo atrás y centrándome tan sólo en él, él y más él. Todo lo demás dejó de importar, mi prioridad era amarle hasta desgastarme, y eso hice. No me di cuenta de que con el tiempo sustituía un hombre por otro, y de que fui arrastrando los errores de los dos anteriores a Ethan. No lo sabía, realmente no era consciente hasta ahora. Él me lo dio todo, completamente todo y yo la cagué acusándole de engañarme cuando la que le había puesto los cuernos, por miedo a sufrir, era yo.
Al recordar lo posesiva que había sido, lo celosa y lo territorial, me sentía destruida por dentro por haberle hecho pasar por todo eso, además de herir sus sentimientos en todos los aspectos. Había solo un Ethan en el mundo, y creo que lo había perdido por mi manera de actuar.
Creo que con esto ya ha quedado más que clara mi vida de mierda, una vida que no pensaba compartirla con un psicólogo para que me derivase a un psiquiatra y me medicasen dejándome tonta la mayor parte del tiempo. Pensaba actuar, y por actuar quiero decir recuperar a Ethan, enmendar mis inmensos errores y hacerle feliz por encima de todo.
No me importaba con quien debía acabar ni a quién debía pasarle por encima, Ethan es mío y lo será hasta que la muerte nos separe. De todas formas ese siempre fue el plan.
La cabeza iba a estallarme.
No era capaz de despejarme, ni mucho menos quitarme el tema de Abril de la cabeza. Era algo insólito todo lo había pasado y lo que había cambiado de la noche a la mañana.
Tras tanto tiempo de conocernos, jamás la había visto así. Obvio que tenía su carácter, sus momentos de intensidad, y su a veces insoportable genio, pero nada parecido a lo que ocurrió ayer. Cuando me enfrentó dándome sus propias condiciones cuando el que tenía la sartén por el mango era yo, fue una muestra de coraje que no estaba acostumbrado a ver en ella. Sentí en aquel momento que ella estaba cambiando, que estaba avanzando hacia un lugar pero no era mi mano la que agarraba, sino la de ese imbécil.
De todas formas ¿Qué pintaba él en todo este asunto?
Tenía un mal presentimiento respecto a ellos dos, más concretamente me olía que iban a acabar juntos, por más que ellos no lo vieran yo jamás me equivocaba en el tema de las relaciones. Pero que lo hicieran no se sentía correcto, sinceramente no lo era puesto que el que la amaba era yo. Yo era el que encajaba a la perfección con ella, casi como dos piezas en un puzle, yo era el que podía protegerla de todo y de todos y sobretodo yo era el único que podía cuidarla como se debía. Y pensaba conseguir que se alejasen, no iba a tolerar que el niñato ese me arrebatase algo que deseaba tanto.
Pero no iba a ser hoy cuando empezase la guerra para la que me estaba preparando, este día lo utilizaría para hacer sufrir un poco a Abril, hacerle pensar que quizás pierda todo lo que había construido al alejarse de mí, quizás así recapacitaba de una vez por todas.
Pero su tortura era también la mía, y por más que quería guardarme mi decisión, por más que necesitaba retenerla en mi mente la tuve clara en cuanto ella me puso sus condiciones. Debía aceptar, la necesitaba a mi lado y no podía arriesgarme a perderla por un estúpido chantaje que no me llevaría a ganar nada en absoluto, tan solo perder a la mujer que se había convertido en una obsesión para mí. Ella era mi necesidad.
Pensaba aceptar, pero le llamaría mañana dándole la noticia, para que hoy sintiera su mundo desmoronarse. No sé porque pero tengo el presentimiento de que no está pasando un buen día, para nada.
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