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I

[choque de metal contra metal, gritos]

¡Atrás! ¡No, soy yo quien os persigue ahora, engendro del demonio! ¡Probad mi acero!

[de nuevo metal contra metal]

¡Maldita seáis! ¡Vos y vuestra Matriarca! ¡Ja! ¡No! ¡Retroceded! ¡Shūchūkōgeki!

[rugido inhumano, estruendo de escombros]

¡Pardiez! ¡Cuidado ahí! ¡Se derrumba!

[cascotes cayendo, más gritos]

[...]

[...]

¡Cálida Diosa! ¡Sigo vivo! ¿Hola? ¿Seguís vos ahí, viejo amigo? ¿Me escucháis? Voto a Dios, que no veo ya esa luz parpadear en vuestra testa... ¡Hola otra vez!

[forcejeo mecánico, chasquidos secos]

¿Hola? ¡Al fin! ¡Ya luce de nuevo! ¿Me escucháis? Entiendo que sí, pero dejadme, que creo palpar un escombro junto a mí, en la oscuridad. Os colocaré sobre él.

[...]

Así está bien... Bien, ¿hola? En buena nos vemos, a oscuras y encerrados, ya lo veis... La fortaleza no ha podido resistir la lucha con la Esfinge, ahí arriba, y otra vez nos vemos en los sótanos aunque esta vez en contra de nuestra voluntad. ¡Ja!

Sí, la Esfinge ha resultado demasiado fuerte, incluso para mí, tal y como temí. No soy rival para ella, de nuevo, y a duras penas conseguí evitar sus envites entre charcos de ácido. He castigado sus lomos con el filo de Tasogare y mi Shūchūkōgeki, pero todo ha sido en vano. La agilidad me valió, bien es cierto, y conseguí mantener las distancias con ella hasta que embistió los tabiques, y los contrafuertes y los suelos se derrumbaron bajo nuestros pies.

¡Y ya lo veis, nos hallamos de nuevo en los sótanos! No sé dónde habrá caído ella, la Esfinge, pero unas rocas se han desprendido sobre el alero de la escalera y en su hueco creo que es donde nos hallamos ahora, emparedados en vida. ¡Pero consolaos! ¡Enterrados en vida, sí, pero al menos no necesitamos ni vos ni yo víveres, pues no padecemos hambre ni sed desde que nos hallamos en este limbo!

Bueno. Andamos a oscuras, y no tengo nada que pueda arrojar luz; solo ese punto rojo en vuestra sien es lo único que acierto a ver. Y esperad, que veré si puedo ponerme en pie.

Sí, como sospeché estamos bajo el hueco de las escaleras del sótano. Puedo estirar las piernas y los brazos, pero poco más allá tiento. ¡Esperad! ¿Y Tasogare? ¡Sí, aquí está mi fiel espada, en el suelo! Loada sea la Cálida Astarté.

Bien, pues ya está. Estamos atrapados, y no hay más: las rocas que han caído encerrando el hueco de la escalera son enormes, demasiado pesadas. No hay forma de moverlas. ¿Que qué se puede escuchar? ¡Nada, un mortal silencio! Pero atended... Un momento... Sí, escucho la tormenta de ácido seguir cayendo fuera, aunque desde aquí apenas resuena como un sordo murmullo. ¡Los techos han caído y los sótanos están al raso ahora, sí! ¡Ja!

Y esto es: estoy solo, y emparedado, y no hay escapatoria. ¿Qué haré?

¿Cómo? Decís bien; debemos esperar, no hay otra. No, no puedo contar con que mi némesis haya perecido en la caída; ¡ni todos los cascotes del mundo podrían moler sus huesos! Por tanto tomaré asiento, y lleváis razón. Debo pensar.

[aullido mecánico, golpes neumáticos contra roca]

¿Cómo tal? ¿Oís eso?¡Ahí está! ¡Sabe dónde estamos! ¡Sabe la Esfinge que estamos aquí! Está ahí fuera, bajo el ácido cáustico, frente a las rocas que tapan la abertura, y quiere abrirse paso hasta aquí a golpes. ¡Diosa! Pero, ¿acaso no os lo dije? Es ella, mi perseguidora, mi íntima némesis.

Bien, ya veis que el problema del paredón quedará en poco resuelto, viejo amigo: llegará hasta nosotros a fuerza de manotazos contra la roca, no os quepa duda, y tan pronto pulverice estos sillares frente a nosotros no tendremos escapatoria. ¡Ah, pero aún queda algo de tiempo! ¡Tal vez todo quedaría resuelto con una última estocada por mi parte, tan pronto asome las narices!

No, pero no os llevéis tampoco a engaño... No albergo esperanzas de cobrarme la vida de la Esfinge de una sola estocada. ¡Muchas intenté ya ahí arriba, y con escaso éxito! No, no será distinto esta vez, a no ser que...

Shūchūkōgeki...

¡Sí, eso es! ¡Volveré a intentarlo, pues solo cuento con una única ventaja ahora, y es que esta vez dispongo de mucho tiempo para afilar mi ánima en ese postrero golpe! ¡Horas, espero! Y estimo que esta vez tal postrero tajo ha de ser más fuerte; más certero. ¡Sí, tal haré! ¡Reiji, malquerido y último de mis maestros! ¡En tu enseñanza pongo mis últimas esperanzas! ¡Intentaré el Shūchūkōgeki más provechoso que haya dado jamás, maldito chupasangres! ¡Ja!

No, pero ni así creo que será suficiente, y no os confiéis. ¿Cómo traspasar piel tan dura? A no ser que... Diosa, no. ¿Me atreveré? Tal vez...

¡Tal vez! ¡Sí, venid, viejo amigo, que finalmente habrá más luz que la que vuestra testa arroja! ¡He de intentarlo! Usaré el Don de la Xana, y que mi mano resplandezca y bañe con su luz la hoja de Tasogare antes del postrero tajo! ¡Eso y el Shūchūkōgeki, con mis mientes concentradas en la hoja de esta espada, hasta su última micra! Y no, que no haya curación esta vez en el Don; ¡revirtámoslo, y que el bálsamo se convierta en maldición, que todo sea confiado a un último tajo y se vaya todo al carajo!

¡Perdóname, Astarté!

[restallar eléctrico]

¡Así, ya está! ¿Veis? ¡Ya mi mano resplandece con un aura sombría, y de ella la hago pasar a la hoja! ¡Diosa, qué extraño me siento! Nunca había intentado esto mismo... ¡Pues, ahora! ¡Mala pécora, venid, que aquí estoy! ¡Pulverizad esta roca, Esfinge maldita, que aquí os aguarda un español! ¡Ja!

[golpes neumáticos contra roca, más fuertes, un gruñido ronco]

¡Ah! ¡Eso es! ¡Eso es! ¡Seguid, vamos! ¡Os aguarda el Navegante! ¡Venid!

[roca golpeada con mecánica periodicidad, fuera, zumbido eléctrico en la estancia, más fuerte]

Sí, así estamos, viejo amigo. Lo mantendré así el Don, ya lo veis. Y guardad ahora silencio, y os lo ruego, pues ahora además he de aunar toda mi ánima en la hoja de mi espada y a la vez, hasta que sea consciente de cada guijarro que se interpone entre nosotros y esa cosa...

Bien fija mi vista en la oscuridad frente a mí, he de concentrarme. Vos guardad silencio, que a pesar de ello y mientras yo concentro mi voluntad podré daros cuenta del último de mis relatos ahora.

¿Que cómo conseguiré concentrarme en el Shūchūkōgeki si doy comienzo a mi historia, decís? ¡Servirá para abstraerme aún más, no temáis! ¡Ja! ¡Por suerte vos no sois hablador, y podremos obrar así!

No, callad. No volveremos a hablar más, viejo amigo, y os agradezco ahora vuestra atención todos estos solitarios años.

¡Vaya! El relumbre en mi mano pasa del azul marino al oscuro ya. Ya resulta casi del color del azabache... ¡Qué extraña sensación! ¡Usar el Don para restar vida y no para sumarla! ¿Arderé en el infierno por este atrevimiento? ¡Ja! ¿Y qué infiernos son esos, voto a Dios? ¿Es que acaso hay algo peor que este limbo en que hemos estado atrapados durante estos siglos?

¡Y ahora, silencio! Que mi voz sea apenas un susurro, que el Don se transforme en maldición, sí, y que mi plática me permita estar más presente en el aquí y el ahora, en este mundo solitario que tan solo orbita estrellas agonizantes...

Silencio, y que comience ya el relato. No pensé que pudiera tener ocasión de referiros este último cuento, ya lo os lo dije, pero al menos algo sacaremos por bueno de esta apurada situación. ¡Que comience pues el último cuento! ¡Callad, y dejad que os lo refiera ahora!

[golpes neumáticos contra la roca, cada vez más cercanos]

¡Silencio! ¡Silencio!

Que mi voz no sea más que un susurro...

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