Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Prólogo

Sin mucho entusiasmo, Ellery defendía una observación pasiva de las hojas que mecían el ambiente neoyorkino. La ciudad se había transformado por completo, alejando el agobiante e insoportable calor del verano para acoger a la placentera y agradable brisa de entretiempo, que invitaba a dejarse persuadir con un paseo entre los senderos de alguno de sus magníficos parques. Pero los planes luchaban en su contra; tenía un nuevo libro que seguir escribiendo y, de nuevo, pesaba tras su espalda un retraso de meses.

Desde hacía alrededor de un año, Ellery había comenzado a involucrarse casi a jornada completa en los misterios de aquellos que llamaban a su puerta. Tal era el caso, que perdía más tiempo adentrándose en la vida personal del resto del mundo que en la suya propia. Cuando quería darse cuenta, la fecha estipulada para la entrega de algún capítulo de la novela que estuviera escribiendo vencía en pocas semanas, y su editor corría tras él tirándose de los pocos cabellos que quedaban en su cabeza, harto y estresado por la tardanza del escritor. Largas noches de insomnio, algunas más productivas que otras, varios paquetes de cigarrillos y numerosas tazas de café habían empezado a formar parte de su día a día, conformándose en un hábito tan adictivo como la heroína.

No obstante, que se hubiera acostumbrado a aquel estresante estilo de vida no significaba que le gustara. Su ánimo ennegrecido señalaba como culpables a determinados casos tan insignificantes y triviales como motas de polvo, a los que calificaba como bromas absurdas contra su aguzada lógica mental, y a la innegable y dichosa desmotivación que a veces imperaba durante días. Su aspecto, usualmente vigoroso y lleno de energía, dichoso de ejercitarse contra uno de los sacos del gimnasio Stillman, había dado un bajón estrepitoso. El espejo le devolvía la imagen de una figura delgada, marcada por los pocos músculos desarrollados. Y no porque no se alimentara; vivía de las comidas que Djuna cocinaba especialmente para él. Pero el estrés consumía su energía más rápido de lo que era capaz de recuperarse. Sus ojeras formaban una perfecta media luna bajo sus ojos color miel. Hasta su piel, de tintes dorados en los intensos meses de verano, había permanecido igual de pálida y blanquecina todo el año.

No por ello había perdido su encanto. Entre proposiciones explícitas y alguna que otra más sutil, no estuvo exento del intento de seducción de las bellezas que recorrían el pequeño salón de su hogar con ojos vivos y ardientes. La tentación se encontraba constantemente a escasos centímetros de él, y no siempre podía resistirse.

Al fin y al cabo, era un hombre solitario que, de vez en cuando, necesitaba el amor de aquella que quisiera dárselo sin condición alguna. No tenía especial predilección por el sexo rápido y sin compromiso. Simplemente, le gustaba su vida tal y como estaba, y las mujeres que solían irrumpir en ella se retiraban al poco tiempo de convivencia, incapaces de soportar sus hábitos, principal fuente de discordia. Alguna que otra vez reflexionaba sobre la cuestión y llegaba a la conclusión de que, a lo mejor, no elegía bien a las personas con quien compartía cama; era probable que cayera hechizado por la tentadora superficie y obviara el vacío e inexistente interior de las bellezas de labios gruesos y piernas largas que despertaban a su lado, lo que originaba que las aborreciera a al poco de conocerlas.

Y puede que otras le aborrecieran a él. Cuando necesitaba encerrarse y escribir como si su máquina fuera lo único existente en el mundo, en aquellos momentos de mayor soledad e introversión donde solo una mano amiga podía sacarle de aquella espiral de aislamiento, sus compañeras se esfumaban de su vida como si su pobre y pequeño corazón no significara nada. Terminó aceptando que, si realmente existía una mujer ideal para él, ya aparecería. Mientras, disfrutaría con calma de los placeres que se pusieran en su camino.

Pero en ese instante, lo que tenía en su salón ni era tentador ni tenía unas largas piernas en las que perderse. Distraído por el movimiento a través de la ventana, escuchaba la monótona monserga del hombre que había pedido su ayuda hacía menos de media hora. Su visitante, de aspecto enjuto y nervioso, no paró de hablar desde que tomó asiento en su sofá.

—Señor Queen, ya no puedo más. Mi negocio se va al garete —informó con manos temblorosas que estrujaban su sombrero.

—Cuénteme —fue lo único que emergió del escritor tras una silenciosa pausa.

—Verá, señor Queen, regento una panadería entre la 116 y 117 oeste, en Harlem. Y, desde hace unas semanas, he estado sufriendo robos constantes.

Ellery asintió mientras se encendía otro cigarrillo, sin apenas atenderle.

—Cuando por la mañana miro en la caja registradora, ¡no queda más que un simple dólar! ¡Un dólar! Y así todos los días, señor Queen, todos los días el ladrón me deja un simple dólar, como si fuera una broma de mal gusto —exclamó rabioso.

—Prosiga...

—Nosotros... Verá, la panadería la regento con mi esposa y un joven hombre al que contraté hará unos meses. Muy buen hombre, gracias a él hemos aumentado la clientela, ¿sabe? Hace unos panes deliciosos y unos dulces... ¡Que ni mi mujer! Debería haberle traído alguno para que lo probara. Realmente exquisitos, se lo aseguro. Ligeramente dulces, al punto, con una textura que se deshace en la boca... para desear morir de una subida de azúcar, ¿sabe usted? Pues bueno, lo que le iba diciendo, los tres regentamos la panadería con mucho trabajo y esfuerzo, pero si nos roban el efectivo, ¿con qué vamos a poder vivir nosotros? ¡Como sigamos así, tendremos que acabar cerrando!

—¿Y han hecho algo para solucionarlo? —indagó sin alterar la pasividad de su inflexión.

—¡Por supuesto que sí! Y no ha servido para nada. Mire, decidimos pasar una noche los tres agazapados en la oscuridad de la tienda esperando al ladrón para así pillarle por sorpresa. ¡Y no apareció! Creímos que ya no volvería, que se había retirado, y la siguiente noche dormimos tranquilamente en nuestros hogares. ¿Para qué? —inquirió, alzando el puño—. Para encontrarnos por la mañana con que habían vuelto a ser víctimas de otro hurto. Estábamos desesperados, por lo que esa misma noche volvimos a repetir el plan, ¡y el ladrón tampoco se presentó! Y le juro que así hemos estado actuando durante este tiempo, tanto ese malnacido ladrón como nosotros. Siempre que estábamos escondidos en la panadería, no aparecía, y, cuando no vigilábamos, adiós efectivo.

—¿Y no sospecha de nadie?

—Qué decirle... —el hombre titubeó, debatiéndose entre culpables—. Claro que he sospechado, de mi joven ayudante, ni más ni menos. Pero nos niega a mi mujer y a mí ser el culpable de tales actos. Sepa usted que su mujer estaba en cinta, a poco de nacer el bebé, y estaban continuamente alerta por si tenían que marchar con rapidez al hospital. Las noches que estuvo con nosotros en la panadería fue un incordio. Todo el rato preguntándose cómo estaría su joven y preciosa esposa Mary. ¡Pues cómo iba a estar, si tenía a un bebé de nueve meses en el vientre! En fin, que no pudo ser él porque la noche que su esposa dio a luz estuvo junto a ella en el hospital, y, ese mismo día, robaron de nuevo. ¿Ve, señor Queen? ¿Qué puedo hacer para pillar al maldito ladrón que está arruinándome negocio? ¿Podría ayudarme?

Ellery no respondió al instante. Dio una larga calada al cigarro, aún recostado contra el resquicio de la ventana, y contempló las hojas flotar entre las finas capas de viento, como si su caída le sirviera de meditación.

—¿Y no ha optado por llevarse cada noche el efectivo consigo y guardarlo en su banco de confianza?

—Mmm.... pues... —El panadero enrojeció por completo y se aclaró la garganta—. No... porque.... de todas maneras, eso no pondrá fin a los esfuerzos del ladrón por dejarme en la ruina y tampoco puedo hacer eso cada día. El negocio cierra bastante entrada la noche y por las mañanas encendemos los hornos bien temprano. Además, si no hay dinero que robar, seguro que se lleva otra cosa. Pan, harina, especias... ¡En nuestro almacén hay comida para un regimiento!

—Dudo mucho que esa persona fuera busque alimento, señor...

—Señor Murdock. Pero ¿entonces? Ese desgraciado regresaba a la noche siguiente, después de que nosotros hubiéramos pasado el día anterior en alerta.

—Simplemente, quiere su dinero.

—Solo me da la opción de que me lleve el efectivo, ¿eso es todo, señor Queen? ¿Eso es todo? ¿Tendré que llevarme el dinero todos los días a casa? Porque ya le digo que al banco me es imposible. —Disgustado por las escuetas contestaciones del escritor, se levantó del sofá en actitud ofuscada.

—Eso no le servirá de nada, su dinero desaparecería de nuevo.

—¿Cómo dice?

Ellery suspiró, desanimado. Miró el cigarrillo, casi consumido entre sus dedos, y lo apagó en el cenicero de cristal de la mesita. Se giró hacia el hombre y lo observó unos segundos.

—No dispongo de más tiempo para usted, señor Murdock. Tengo mucho que escribir y apenas me sobran las horas del día —declaró, dirigiéndose a las escaleras.

—Pero... pero... ¿Qué hago yo?

Se detuvo en el primer escalón e inclinó la cabeza hacia el panadero, tan tenso que parecía a punto de explotar.

—Su mujer le está robando.

—¿Que qué? —titubeó.

—No me interrumpa —le hizo callar, adusto—. Su mujer está planeando abandonarle. Le roba cada noche para aunar la cantidad de efectivo suficiente para ello. Supongo que ese insulso dólar es una muestra de conmiseración hacia usted. Muy generosa por su parte... —expresó en una leve carcajada—. Yo que usted hablaría con ella...

—Pero... pero...

—Que tenga un buen día, señor Murdock. Ya sabe dónde está la salida —se despidió a mitad de las escaleras.

—¿Mi... mujer? —susurró el hombre para sí. Sus ojos se movían al compás de sus pensamientos, buscando alguna señal en el comportamiento de su esposa que evidenciara su inminente huida. De pronto, su boca se abrió en un rictus desconcertante—. ¡Será...! —exclamó, agitando el puño al aire. Apostando veloz el sombrero sobre su cabeza, corrió hacia la salida.

Ellery escuchó el sonoro golpe de la puerta y sus labios se ensancharon. Si tenía que volver a escuchar la verborrea incesante de personas que poco usaban el sentido común que Dios les había regalado, acabaría cometiendo una locura.

Con paso lento y mortificante, se dejó caer sobre la dura madera de la silla de su escritorio. Desde su posición, contempló la oscura y silenciosa habitación desprovista de todo orden, una analogía poco satisfactoria de cómo sentía su vida últimamente. Necesitaba renovarse, algo nuevo y refrescante, poner punto final a aquel apoteósico arte que lo estaba consumiendo. Darse un respiro, volver a centrarse en él. Pero ¿cómo hacerlo cuando parecía que hasta el más mísero problema aporreaba su puerta? ¿Nadie era capaz de resolver las contrariedades de su vida que, por incautos y poco previsores, encorvaban su postura y mudaban su expresión facial?

Adoraba implicarse en la problemática cotidianidad, aportar la lógica y la objetivad que aseguraban una solución inmediata al asunto, una vía secundaria al mar de puertas cerradas que la gente de a pie había intentado cruzar por todos los medios. Pero en su estado de humor actual, lo único que veía era la inutilidad cerebral de aquellos que absorbían su tiempo y su ánimo. Era en esos momentos cuando olvidaba que él mismo había aceptado alegremente esa responsabilidad.

Con el desánimo a flor de piel, se recostó entre las sábanas deshechas de la cama. Necesitaba cerrar los ojos y desaparecer. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro