Capítulo 21. Una última vez
Can you hear the silence?
Can you see the dark?
Can you fix the broken?
Can you feel my heart?
*
La baja temperatura de la mazmorra frenaba la descomposición de los cadáveres. En todo aquel con un mínimo de sangre corriendo por sus venas, sumado a unas necesidades fisiológicas terriblemente insatisfechas, entumecía los músculos y debilitaba la mente. Ellery y Aurora, desconectados de sí mismos, atrapados en el circuito imparable de un futuro cercano, se mantenían acurrucados a fin de aportarse calor mutuo.
—¿Cómo está mi padre? —susurró Aurora. Como tortura personal, había concebido una expectativa nada alentadora de la reacción del juez Toldman a su desaparición. La rumiaba sin interrupción cuando los ojos nobles de su padre invadían su mente. Había llorado por él, y temía la respuesta de Ellery.
—No está en su mejor momento —se sinceró.
—Ha tenido que ser tan difícil para él... —Comprimió el mugriento vestido y exhaló —. Mi madre, y ahora yo... No va a poder sobrellevarlo. No es tan fuerte como quiere aparentar.
—Tu padre se ha marchado de Nueva York.
Ellery le comunicó la noticia atropelladamente.
—Tía Margaret.
—Sí. —Se reclinó en el muro—. Quiso ocuparse de tu padre hasta que se recuperara.
—¡Dios! —gritó, golpeando el suelo con el canto del puño—. ¡Esto es peor que estar muerta! Saber que mi padre se está desmoronando y no poder hacer nada...
Un grito de impotencia retumbó en la celda.
—Es tu naturaleza, Aurora.
—¿Te refieres a que soy empática? —lo atacó—. ¡No me hagas reír! La empatía es dolorosa, Queen, te apuñala por la espalda.
—Es lo que nos hace humanos.
—¿Ahora te crees el más sensible de todos? —arguyó, liberando su animadversión—. ¿Tu querida empatía puede comprender... esto?
¿Cómo ponerse en la piel de un hombre con el talento de andar a plena luz del día encubriendo la podredumbre de su alma?
—Es posible que lo hiciera —habló desde su parte recóndita pero conocida, más distante—. Pero no sé... —Unió las manos encima de las rodillas—. No sé si quiero darle el gusto.
—Es... es nuestro final, Queen... —expresó a media voz—. Esto es lo último que nos queda. Cuatro paredes, y ya no habrá nada más. —Agachó la cabeza sobre su cuerpo encogido—. Me gustaría ver a mi padre una vez más... Yo... —El llanto ahogó sus palabras.
Aunque su conducta desmintiera la desazón que a Aurora la enterraba entre sollozos, Ellery había barruntado aquella idea desde que la oyó respirar en su regazo. No tenían nada a lo que aferrarse, y aquella insoportable frustración había mantenido su mente en activo, centrada en la dichosa pregunta que no hacía más que repetirse: ¿cómo despejar la gran incógnita que suponía Anderson y hallar un resultado alentador para sus vidas?
Pero la indefensión escribía un punto y aparte y se adueñaba de él la sensación de que el tiempo se les agotaba. El paréntesis que Anderson les había concedido era una despedida, y no estaba dispuesto a pasar las últimas horas con Aurora pensando en el futuro que les iba a ser arrebatado.
No. No después de creer haberla perdido para siempre.
Sin hacer ruido, Ellery se puso en pie y se situó frente a ella. Buscó que le mirara tendiéndole la mano.
—¿Qué... qué haces?
—Ven.
La elevó del suelo de un ligero empuje. Observó la expresión de angustia marcada en sus facciones y la atrajo hacia su cuerpo. Apreciar su delgadez lo obligó a abrazarla con firmeza. Como si una melodía ciñera la atmósfera de la celda, comenzó a balancearse en un suave vaivén al ritmo de la sinfonía imaginaria.
Aurora entendió lo que pretendía. Descansó la cabeza sobre su pecho y cerró los ojos, dejando que la meciera.
Era la segunda y última vez que bailarían juntos; Bar Harbor quedaba ya en el olvido:
<<En la taberna del pueblecito de Maine, cada noche celebraban una agradable velada arropados por las extravagantes historias del pescador más icónico del lugar, Jacob. Uno de aquellos largos días de verano, los dueños animaron el local contratando una pequeña orquesta que hacía su recorrido por Nueva Inglaterra. Ellery y Aurora, acostumbrados a disfrutar del ambiente en la mesa dedicada al escritor, comentaban entre risas los bailes y los coros de los vecinos que elevaban las cervezas al aire con cada revés de la música.
Entre saludos y copas, Jacob pilló desprevenida a Aurora y la sacó al centro del bar obviando sus evasivas. Ellery emulaba al público alentándola a bailar con una sucesión de aplausos al ritmo de los coros. De la nada, unas sacudidas lo sacaron de su escondite. Al girar la cabeza se encontró con una de las lugareñas, que se enredaba a su antebrazo y lo arrastraba hacia la pista de baile improvisada. Ambos acabaron entre la multitud, imitando los pasos y entonando los estribillos inventados de las canciones que abarrotaban el pub.
Acto seguido, la orquesta emprendió los acordes de una nueva canción. El estilo alegre y festivo se transformó en una suave melodía que detuvo por unos segundos a los festejantes. Algunos se sentaron y otros se unieron en parejas a la nostálgica sintonía.
A los dos amigos les tentó la idea de regresar a la comodidad de sus asientos. Dudosos y algo reticentes, observaban a los bailarines buscando la manera de serpentear sin ser un estorbo. Con una pierna levantada, predispuesto a poner fin a sus erráticos movimientos de baile, un codazo intencionado provocó que Ellery chocara contra Aurora.
—¿Me concedes este baile? —le preguntó en tono jocoso como compensación al golpe, tendiéndole la mano.
—Estoy segura de que sería la mujer con más suerte de Bar Harbor—accedió siguiéndole la corriente—. Que el gran Ellery Queen me pida bailar a mí y no a alguna de las mujeres que lo devoran con la mirada.
—Hoy solo estás tú. —Le guiñó un ojo, delineando una sonrisa más amplia.
Enroscó los brazos a la cintura de Aurora. Ella le rodeó el cuello. Entre titubeos y algún que otro pisotón propiciado por el nerviosismo, comenzaron a bailar.
En una de las tantas ocasiones en las que se resistieron a combatir la incomodidad de la situación mirando a lados opuestos de la sala, sus ojos se encontraron. Sonrieron, avergonzados y a la vez necesitados de la proximidad que la música había logrado tras semanas de convivencia en la casona de la playa.
—No se nos da nada mal, ¿no te parece? —comentó el escritor.
—Formamos una buena pareja de baile.
En silencio, disfrutando de la cercanía, se sumergieron en el baile, embriagados por una extraña y plácida sensación a la que temían dar voz>>.
Un año después, en el subsuelo de City Island, reproducían las emociones de aquel último baile. Ellery apoyó la frente cerca del cuello de Aurora, despertando con su respiración leves escalofríos en la piel a su alcance. Por una vez, no quería desprenderse del sentimiento que removía su interior, una especie de lucha adictiva entre el placer de lo prohibido y la lóbrega realidad. Por una vez, odiaba la idea de que aquel momento tuviera fecha límite.
—Ellery... —susurró Aurora pegada a su pecho—. Me alegro de que estés conmigo.
—No hay mejor compañero de paso a la otra vida que aquel que te amargaba las mañanas, ¿es eso lo que quieres decirme?
Aurora enarcó una ceja desaborida. Luego, entre lágrimas, esbozó una triste sonrisa.
—Al final vamos a cumplir nuestra promesa. —Sus labios formaron una expresión funesta—. Lo siento tanto, Ellery, lo siento tanto.
El cetrino esmeralda que lo contemplaba paró en seco al escritor.
—No —rechazó.
—¿No?
—No pienso darme por vencido. Y tú tampoco. —Bufó, soltándola bruscamente—. Eso es lo que Anderson quiere, y por un instante lo ha conseguido. Quiere que nos desmoronemos. Esto es parte de su juego macabro. ¡Soy un estúpido! —se recriminó dando una patada al suelo.
Circuló a lo ancho de la pequeña celda. Necesitaba agilizar sus procesos mentales, poner en marcha la maquinaria resolutiva y sobrevolar el pantano emocional donde se había dejado ahogar.
—Piensa, Queen, piensa, no me falles ahora —murmuraba. Se detuvo junto a la pared frontal de piedras y comenzó a examinarla a fondo—. Dudo mucho que Anderson haya diseñado la construcción de este lugar, levantaría sospechas entre las gentes de City Island. Supongo que es parte de la antigüedad de la estructura, e intuyo que fue una de las razones por las que se decantó por esta casa. Cuando ojeó los planos y descubrió esta especie de mazmorras, tuvo que llevarse una grata sorpresa. Una sala de tortura caída del cielo. No me quiero ni imaginar qué usos ha tenido este sitio... —Se frotó la barbilla, concentrado en la disposición irregular del aparejo de piedra—. Anderson añadiría unas cuantas mejoras, pero lo demás está tal y como lo encontró.
—Eso no soluciona nuestros problemas.
Ruidos procedentes del primer piso dirigieron sus miradas al techo. Anderson merodeaba por la casa. Considerando las posibilidades de un nuevo y último enfrentamiento que separara sus caminos, Ellery reanudó la marcha por el diminuto espacio. Se rascó la nuca, entre murmullos inaudibles y zigzagueos mentales a la par que oculares, y metió las manos en los bolsillos.
Entonces lo notó.
—¿Qué ocurre? —preguntó Aurora, que se había percatado del cambio en su rostro.
Ellery obvió la pregunta. Del bolsillo, a la vista de Aurora, extrajo las dos ganzúas con las que había abierto las puertas de la mansión.
—Tenemos una posibilidad. Tú solo haz lo que yo te pida.
Inspeccionó el material que bordeaba la construcción. Golpeó varias filas de piedra con la palma de la mano, esperando escuchar un rastro de oquedad. Ante la atenta mirada de Aurora, insertó una de las ganzúas en la fina línea que separaba las rocas.
—¿Qué intentas? Haces demasiado ruido, ¡te va a oír!
Sin tiempo para explicaciones, se empeñó en remover la ganzúa agrandando la sustancia que las fijaba. Se retiró a los minutos y observó el agujero trazado. El rechinar de la puerta de acero amortiguó su respuesta.
La risa del anfitrión de la mansión los asaltaba desde las rejas.
—¿Esa es su solución? —Anderson emergió de la penumbra desarmando una sonrisa—. ¿Agujerear el muro de piedra con una ganzúa? Queen, lo creía un hombre de ciencia, pero veo que es tan ridículo como me figuraba. —Introdujo una llave negra en la cerradura y abrió la verja. Previendo un altercado del escritor, traía consigo la pistola con la que los apuntaba—. Ha llegado tu momento de brillar, Aurora.
—¡Aléjate de mí!
Dio una zancada atrás. Ellery se interpuso entre ambos.
—Anderson, lléveme a mí primero.
—¿Y ahorrarle sufrimiento? No, rotundamente no. Se retorcerá de dolor. Me suplicará que le pegue un tiro, y yo se lo concederé, si no acaba con su vida antes, por supuesto.
Anderson se adentró en la celda.
—Acércate, Aurora —exigió—, o le romperé los dedos uno a uno a tu amigo Queen mientras te rajo la piel.
Ellery retrocedió hasta situarse junto a Aurora. Ladeó la cabeza hacia su hombro.
—Ve —le susurró.
Ella lo miró perpleja.
—Estoy siendo muy benévolo, les estoy regalando la oportunidad de que elijan el nivel de dolor que quieren que les haga sentir. —Anderson barrió distancia—. Despídete, Aurora, o seré yo quien te obligue a hacerlo.
—Confía en mí —murmuró, guiñándole rápidamente el ojo.
Sin muchas consigo de que Ellery verdaderamente contara con un plan b, movió la cabeza en señal confirmatoria.
—Está bien, yo... —Se soltó de la mano de Ellery y vagó hacia al médico—. Aquí me tienes.
—Haces lo correcto.
Atrapó a Aurora del cabello y la arrastró consigo al tiempo que mantenía la pistola en alto.
A segundos de rebasar la verja, Ellery desvió una mirada fugaz hacia Aurora y volvió a guiñarle un ojo.
Esa fue la señal.
En un acto de coraje, Aurora empezó a revolverse bruscamente con la intención de soltarse. La molesta oposición de la mujer a la que deseaba esclavizar forzó a Anderson a perpetrar su cruel azul en ella y a inclinarla hacia atrás tirando de los mechones de cabello que sujetaba.
Aquel lapsus era todo lo que Ellery precisaba. En un arranque de furia, se lanzó contra ellos y clavó en el cuello del médico la ganzúa que guardaba bajo la manga. Ante la confusión y el dolor, Anderson se llevó las manos a la garganta, liberando a Aurora. La pistola cayó al suelo.
—¡Vamos!
Sin mirar atrás, se adentraron en la sala de tortura. Evitaron centrar la vista en los preparativos que Anderson había previsto para la muerte de Aurora y subieron las escaleras ensombrecidas. Entre los dos, retiraron el cuadro.
Una luz cegadora los deslumbró.
La salvación no parecía ahora tan irreal.
El sonido de las balas incrustándose en la puerta los sorprendió al inicio de las escaleras. Anderson había logrado taponarse el orificio abierto del cuello y emprendía la subida de la estructura con una calcinante expresión de violencia en el rostro.
—¡Por aquí!
Con la salida frontal sellada, se dirigieron a la zona posterior de la casa.
A escasos metros de haber penetrado en el bosque, Aurora deceleró la marcha. El agotamiento llegaba en el peor momento. Había sacado fuerzas de flaqueza para confrontar a Anderson y ahora, con la sensación de libertad que le regalaba el cielo, su cuerpo le pedía descansar.
—Venga, Aurora, necesito que te muevas —le suplicó Ellery, desviando la vista hacia lo que dejaban atrás. Intuía la silueta de Anderson entre los árboles.
—No puedo... respirar.
Incapaz de que sus piernas reaccionaran, Aurora se derrumbó sobre la húmeda tierra del bosque. Ellery paró de golpe al notar que sus manos se soltaban. Contactando con sus ojos, la incorporó y trató de centrar su atención en él.
—Ya falta poco. Confía en mí —dijo entre jadeos. Entre el frío exterior y la carrera, sentía que los pulmones le quemaban—. Un último esfuerzo.
El bosque culminaba en los límites de un precipicio. La inmensidad del mar y sus aguas encabritadas indicaban el final del camino.
—¿Qué... qué hacemos ahora? —inquirió Aurora.
Ellery estaba inmovilizado al filo del barranco. Tenía los ojos asentados en el mar. En un segundo, caviló la única opción que salvaría la vida de Aurora.
—Tírate al agua —ordenó.
—¿¡Qué!? ¡¿Pretendes que me lance al mar?! No puedo... —La hondonada entre las rocas parecía bastante profunda. Un salto desde esa altura no suponía un riesgo elevado. El problema era la tormenta. Agitaba las aguas con ferocidad. Las olas rompían contra la cala desmidiendo su violencia—. No puedo...
Se oyeron disparos. Anderson andaba cerca.
—Aurora, no hay otra salida. ¡Salta! —exigió, cogiéndola del brazo.
—¿¡Y tú qué!? ¿¡No vas a saltar conmigo!?
—Tengo que detener a Anderson —contestó en un tono severo.
—¡Olvídate de eso! ¡Saltaremos los dos!
—Aurora, nada con todas tus fuerzas hacia la playa. Por favor, resiste.
—¡Ellery, no...!
—Sobrevive, Ginger.
Con una mirada de perdón, Ellery la arrojó a las aguas que bañaban el acantilado.
El viento adhería el vestido a su cuerpo. Su figura empequeñecía conforme se aproximaba a las grandes fauces del mar. La presión del aire encubría sus gritos mientras la gravedad la atraía sin demora. Inagotablemente, movía los brazos para aferrarse a una cuerda invisible con la que sobrevivir a la caída. Mechones de cabello se entremezclaban por su rostro dificultándole la visión, pero vislumbraba la expresión de su amigo, constreñido por la amargura y el miedo.
—¡Ellery!
El aullido resonó por las rocas del acantilado en un eco desolador.
La superficie helada engulló a Aurora hacia las profundidades. No podía moverse, sentía los músculos entumecidos y la ropa mojada arrastrándola al fondo. No aguantó. Fue una reacción automática. Tomó una bocanada de aire. El agua entró a raudales en su tracto respiratorio. Discernió el difuso sol grisáceo proyectado sobre las aguas. Su única y salvaje motivación era llegar hasta él, alcanzar la luz.
Ellery contempló con el corazón encogido el círculo blanco en el oscuro oleaje donde Aurora había desaparecido.
—Por favor, nada hacia la playa... —murmuró exasperado.
—¡Idiota!
Anderson había conseguido encontrarlos. La ganzúa no había profundizado lo suficiente para frenar la captura de la pareja que había desbaratado sus planes. A pesar de la cura práctica que había realizado con unos esparadrapos, un escueto río de sangre fresca teñía su camisa. Aquel contratiempo había provocado a sus impulsos de cazador. Tenía un problema que solventar.
—Ya es tarde, Anderson.
Ellery levantó las manos aceptando la derrota.
—Me parece que es todo lo contrario. —Escupió la sangre que se le acumulaba en la boca—. Ha llegado su final, Queen. Diferente a lo que había contemplado, pero igual de creíble. El célebre escritor de misterio se suicida por la pérdida de su amada amiga. Yo informaré de su desesperanza y sus ansias de morir, Queen —expresó—. Y sabe que las mentes obtusas de esta ciudad comen de mi mano. Tan solo tengo que encontrar la debilidad de quien yo necesite. —Se relamió los labios para deshacerse de la sangre—. Ya estoy anticipando los titulares de los periódicos. No habrá nadie en Nueva York que no conozca el decaimiento del gran Ellery Queen, neurótico depresivo con un grave delirio de perjuicio.
—Tenía muy claro que solo uno de los dos podría salvarse. Si tengo que morir para que Aurora sobreviva, lo acepto.
—¿Sobrevivir? —Soltó una brutal carcajada—. No creo que las rocas dejen algo servible con lo que pueda satisfacerme. Y si lo hace, Aurora estará tan debilitada que no podrá resistirse. Me ha puesto su tortura muy fácil, Queen. En unos minutos la tendré de nuevo en la camilla, y esta vez no tendré piedad.
—Anderson...
Ellery soltó una risotada que eliminó la inquietud de su rostro. Agachó ligeramente la cabeza y negó.
—Qué.
Verlo sonreír alteró al médico, que extendió el arma, apuntándole al corazón.
—Anderson... Bienvenido a su final.
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