Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 20. Sádico

"Si aspiras a encontrarte a ti mismo, no te mires en el espejo, allí solamente encontrarás una Sombra, un extraño".

S. F

*

Sus ojos irradiaban excitación. Se lamió la comisura superior, gesto instaurado en su conducta desde la juventud y que realizaba inconscientemente cuando tenía frente a él algo que extasiaba sus sentidos.

El objeto de atención se desplomó al suelo, provocando un ruido seco que se fue amortiguando gradualmente. Con una sonrisa traviesa en los labios, se acuclilló y adecuó la cabeza al canto de la mano para disfrutar del espectáculo.

Una figura se arrastraba con pesadez hacia la puerta que entreveía en la oscuridad. No quería torcer la cabeza y confirmar que sus esfuerzos eran en vano, no quería rendirse al azul glacial del hombre que se relamía contemplando el miedo que la atenazaba. 

Tardó unos segundos en comprender que, si se levantaba en lugar de deslizarse como un mero gusano, sus posibilidades de escapar aumentarían. Estacionó las palmas en el suelo para impulsarse, pero las piernas se negaron a cumplir sus plegarias. Un sentimiento de intenso terror anegó su conciencia. Con una lentitud instigada por el pánico, inclinó el torso hacia atrás.

Al principio no conseguía asimilar lo que estaba viendo, su mente había establecido un muro de protección contra aquella horrible imagen. Pero como un rayo despiadado de lucidez, sus pupilas se dilataron. Una masa a medio amputar de músculos, tendones y hueso colgaba de sus rodillas. Dos sendas de sangre reproducían su trayectoria en el suelo.

El impacto de su cuerpo mutilado absorbió sus fuerzas. Le sobrevino un acceso convulsivo de llanto. Sentía que estaba al borde del colapso. ¿Era una alucinación? No había percibido dolor alguno. ¿Se trataba de una argucia macabra de aquel monstruo? ¿La había drogado?

Unas pisadas cortaron el nuevo rumbo de sus pensamientos. Jeremy se había incorporado y vagaba con una mano en el bolsillo. Entretanto, la otra movía rítmicamente un instrumento entre los dedos.

—Has vuelto a olvidar que soy médico —susurró. Se agachó sobre ella—. Qué divertido...

Sin mucho esfuerzo, la atrapó del cabello y la irguió unos centímetros. 

Justo cuando el soporte metálico de la camilla colisionaba contra su espalda, el objeto que Anderson sujetaba se hundió en su cuello. Aterrorizada, comenzó a golpearle el brazo. No parecía, sin embargo, que supusiera una gran molestia para él.

—¿Qué ocurre? —preguntó—. ¿Quieres esto? —Sacudió el bisturí incrustado—. Todo tuyo.

Asió el mango del escalpelo cuando Jeremy retiró la mano y, sin reflexionar, lo arrancó de su garganta. La sangre salió disparada como un aspersor. Atisbó, en los umbrales del desmayo, el resquicio metálico del soporte empapándose de aquel espeso líquido rojizo. Comenzó a sentir que se asfixiaba. Su cuerpo le pedía más aire, pero sus pulmones apenas se llenaban. 

En un acto de desesperación, con el bisturí en ristre, trató de dañar al médico.

—Eres fuerte —valoró, atendiéndola fascinado—. Pero muy muy necia. Todavía te aferras a la idea de salir con vida de aquí—. Descendió hacia la mujer, que balanceaba el bisturí, preparada para atacar—. Creo que ya me he cansado de tu falsa valentía.

Aprovechando la debilidad física de su víctima, impactó la potencia de su puño derecho contra la mandíbula. Golpe tras golpe, fue desfigurando lo que en antaño había sido el rostro de la belleza. La carne ensangrentada se adhería a sus nudillos, gotas de sangre salpicaban sus labios. No se detuvo. Estaba acostumbrado al sabor. Aquello lo volvía más estimulante.

*

El espejo del baño le devolvía su reflejo mientras se arreglaba el cabello húmedo. Una inquietud lo abordaba desde el enfrentamiento con sus dos reclusos. Hasta ahora ninguna de sus víctimas había compartido espacio común. Pero en esta ocasión, las tornas habían cambiado. La locura que devastaría a Ellery Queen cuando le entregara el cuerpo sin vida de Aurora le provocaba un escalofrío de placer. El impulso estaba ahí, acechando, reclamando por salir y dar rienda suelta a su goce.

Supo refrenarse. Había afinado su estricto control y no pensaba desperdiciarlo dejándose llevar por el ardor del momento. Decidió, en su lugar, darse una ducha para eliminar la sangre de su cuerpo y calmar su hambrienta necesidad.

Salió del vaporoso ambiente del baño. El teléfono de su despacho sonaba desde hacía rato.

—Señor Anderson, llamo de la agencia de seguridad —se presentó su interlocutor—. Tenemos varios escoltas que casan con la descripción que usted nos facilitó el mes pasado. ¿Aún está interesado en contratar nuestros servicios?

—Por supuesto.

—Lo pregunto porque corren rumores que lo relacionan con Ellery Queen. Por ahí se dice que ha pedido su colaboración.

—No se preocupe, señor Krueger. —Jeremy rio en voz queda—. El señor Queen no satisface mis requisitos.

—¿Lo dice en serio?

—Rechazó mi solicitud. No estaba preparado para un trabajo que requiere auténticos profesionales.

—¿El señor Queen? —lo puso en duda—. Pero si no hay caso donde no esté metido. ¿Qué le dijo?

—¿Acaso es de su incumbencia?

—¡No, claro que no! —se excusó, tocado por la aspereza en el tono de Anderson—. Me remito a los hechos, señor. Visto lo ocurrido con aquella escritora pelirroja que creo es amiga de ambos...

Ellery Queen, pronunció con desdén para sí, ¿quién no había oído hablar de él? Glorificado por las masas ignorantes debido a su avaricioso intelecto resolutivo y su peculiar indiferencia. Siempre con una sonrisa pedante en los labios y un sarcasmo en la recámara.

—Esa amistad estaba más que destruida, Krueger —corrigió al expolicía—. Y yo no era precisamente amigo de Aurora. ¿Es que no lee la prensa? Era mi pareja —aclaró—. Parece que, para ser un policía retirado, aún no ha refinado sus habilidades. ¿No me diga que sigue dándole a la botella?

—Yo...

—El señor Queen se ha visto sumamente afectado por la muerte de Aurora. —Suavizó la voz, advirtiendo cómo el expolicía mitigaba su malestar con un largo resoplido—. Se encuentra en pésimas condiciones como para prestar ayuda a nadie. Conversé con él hace poco, y le aseguro que estaba engullido por la culpa. Parecía disociado. No me extrañaría que cometiera una locura.

—¡Caray! Pobre chico...

—En fin, Krueger, mañana mismo entrevistaré personalmente a los hombres que ha seleccionado.

Cortó la comunicación.

—Conque pobre chico...

Desde la presentación en el museo, supo que mataría a Ellery Queen. La intimidad que se guardaba aquella pareja de amigos comprometía la apetitosa presa que había cazado. Entre ellos había amor, un amor muy distinto al que Ellery afirmaba sentir por Aurora, lo que disparaba la necesidad de verlo atragantándose con su propia sangre. No iba a tolerar que se la arrebatara semejante desperdicio de hombre.

Como alternativa a una muerte rápida y sospechosa, se decantó por una sutil manipulación. Prendió la mecha de una pelea que creó dos frentes opuestos. El escritor no soportaría que Aurora lo rebajara a un segundo puesto porque su corazón aspirara a un hombre superior.

Giró la silla hacia el ventanal y contempló las tormentosas nubes que cubrían City Island. El temporal era idóneo para la muerte de un triste escritor como Queen. Sufriría abrazado a la mujer que amaba. Luego, en un acto compasivo, le volaría la cabeza. Él solito había escrito su final.

Maldito idiota.

La llamada de Tom había sido la señal de partida.

Tom, siempre tan simpático y servicial.

—Tom, Tom... —musitó, formándose una curva diabólica en sus labios.

En el orfanato nunca habían tenido relación; Tom era el típico niño asustadizo, deseoso de una figura paterna que lo protegiera. Pero tuvo que cruzar la línea.

Al percatarse de que había despertado la curiosidad de Tom, su motivación se focalizó en construir una figura a la que temiera. Permitió que siguiera de cerca sus incursiones nocturnas, lo que lo llevó a adentrarse en el bosque y a encontrarlo inspeccionando a aquel insípido animal que había diseccionado. Después lo enfrentó abiertamente. No pudo aguantar la risa. El pavor teñía los ojos del pequeño Tom.

Notaba los nervios que lo paralizaban al toparse con su mirada azul, cómo titubeaba y disimulaba, buscando la manera de rehuirlo.

<<Qué recuerdos>>, sonrió, observando el tupido velo moverse en un desfile fantasmagórico sobre la costa.

Pero ahora, el santurrón de Tom se había armado de valor uniéndose a la patética lucha del escritor contra él. Esos dos hombres lo tomaban por estúpido. Jamás dejaría su hogar pobremente resguardado para que camparan a sus anchas.

Fue en ese instante, tras simular que Tom lo había convencido para una visita médica de urgencia, cuando ideó el fin de la vida de Ellery Queen. Conocía el modo en que funcionaba su mente lo necesario como para dilucidar que se había cobijado en el bosque adyacente, a la espera de irrumpir en su territorio. Dada la tenacidad de su conducta, hallaría sin problemas el acceso velado por el cuadro.

Elaboró una actuación ante los aguileños ojos del escritor conduciendo en dirección Nueva York. Quería que creyera que tenía vía libre.

Unos minutos fueron suficientes para dar media vuelta. Desde las ventanas del vestíbulo, agazapado en la oscuridad, halló la silueta del escritor desplazando el cuadro del rellano. Cuando se introdujo en el pasadizo, rio sin contenerse. Como un necio, había cumplido uno a uno los pasos de su plan.

El último eslabón de la lista era Richard Queen. Aquel inspector de modales rigurosos no se había tragado sus mentiras. Lo percibía en la rigidez de su postura, con un tic nervioso en la comisura del labio, efecto de resistir la desesperación que lo alentaba a zarandearle y pedir a gritos la ubicación de su hijo.

Nadie en su sano juicio, ni el comisario de la jefatura 8 ni el alcalde de Nueva York, autorizarían al inspector Queen un interrogatorio sin pruebas fehacientes contra su persona. Se movía en los mismos círculos sociales que aquellos prestigiosos hombres y atesoraba información que los medios morían por obtener. La nefasta intuición que despertaba en el inspector no era algo objetivo que pudiera utilizar contra él, y Richard lo sabía.

Tornó hacia el escritorio ensimismado en sus pensamientos. Leer a la gente era un don innato. Se había convertido en un juego, un teatro de marionetas. Sus padres adoptivos habían sido uno de los tantos hilos que maquinaba a su antojo. Desconocían su lado salvaje y cruel.

El día de la adopción, cuando subió al Cadillac negro, sus objetivos, lo que se había propuesto alcanzar, empezó a tomar forma. Había dado con la familia adecuada: mayores, sin hijos y muy muy ricos. No hicieron más que facilitarle todo cuanto había previsto para dominar la cima. Aquella pareja que tanto amor le entregaba no se daba cuenta del papel que escenificaba. Su sonrisa, sus abrazos... Una actuación excepcional.

¿Esperaban recibir un afecto que nunca había experimentado por nadie? Abandonado en su nacimiento a los pies de un hospicio, el destino no era otro que la deshonra. Las enfermeras tendían a cuchichear sobre los padres del pobre niño de ojos azules que vivía en aquel deprimente lugar desde su primer llanto. Solía escuchar cómo los tildaban de negligentes. Lejos de molestarle, no removía en él ni lástima ni interés. Le habían otorgado la vida, eso era todo. Su trabajo como progenitores había terminado ahí. No le hacían falta.

Se pasó la mano entre los cabellos mojados. En un zigzagueo por las estanterías, distinguió la fotografía de sus padres adoptivos, colocada a la vista de todo aquel que entrara en el despacho.

—No me miréis así —replicó a las dos figuras abrazadas.

La muerte de la pareja puso fin a una relación que obstaculizaba su forma de vida. Los frecuentes contactos le quitaban tiempo para sus disfrutes, y no podía fiarse de encontrarlos rebuscando entre sus pertenencias. El repentino decaimiento de la salud de sus padres adoptivos fue un grato contratiempo. La esfera oculta de su ser respiraba tranquila. Las preocupaciones se desvanecieron.

La nostálgica ceremonia de enterramiento fue un triunfo. Rodeado de amigos y compañeros, abatido por las circunstancias, rindió homenaje a la figura de aquellas dos personas que se habían apiadado de un pobre huérfano mientras los sufrientes invitados le colmaban de palabras de consuelo. Arrojó un puñado de tierra sobre el ataúd mientras lo sepultaban, firmando un adiós que no echaría de menos.

Sus ojos abandonaron la fotografía y vagaron por el escritorio. El cráneo reposaba esplendente en una de las esquinas. Soltó un silencioso carcajeo.

En el semblante de todos y cada uno de los individuos que se habían sentado a su mesa, a excepción de profesionales de la medicina aburridos del cuerpo humano, aparecía una mezcla de repugnancia. Algún que otro entrometido formulaba la típica pregunta: <<¿de quién es el cráneo que exhibe felizmente sobre la mesa?>>.

Un obsequio de un profesor durante su periodo universitario, respondía. Las miradas, no obstante, retornaban de vez en cuando a la calavera.

La explicación, sin duda, estaba muy lejos de ser sincera.

Se recostó sobre el escritorio y alcanzó el cráneo. La muerte de su dueña inundaba sus recuerdos de vez en cuando. Una ingenua chica que deambulaba por el arcén de la carretera en mitad de una lluvia apocalíptica. Su mirada inocente solicitaba ayuda, y no tuvo más remedio que detener el vehículo a su lado. Le enseñó su tarjeta identificativa de médico y se ofreció a guarecerla hasta que el temporal amainara. 

Cayó rendida a sus pies al poco de conversación, acomodados junto a la calidez de la chimenea. Hicieron el amor en la mesa del comedor. Sus sombras recreaban la pasión que los envolvía a lo largo de los muros de piedra. 

Una vez satisfecha su necesidad, le presentó a su otro yo.

Situar el cráneo de aquella chica en su despacho era un símbolo. La lista que la precedía era extensa, pero en los dominios de City Island había adquirido un parque de juegos con el que explotar su sadismo. Representaba un nuevo comienzo.

Descansó la nuca en el respaldo de la butaca. 

En unas horas, sacaría provecho del amor que unía a esos dos amigos de la infancia.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro