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Capítulo 18. El verdadero Jeremy Anderson

—Anderson ha cometido un error.

La voz del escritor disipó los recuerdos de Aurora.

—¿Qué error?

—Atacarte a ti. ¿Acaso has leído en la prensa sobre la desaparición de las mujeres que están aquí abajo? ¿Que la policía esté investigando sus casos? Porque yo no —expuso—. Tenía muy medido a quien seleccionar para... para esto. —Remarcó la habitación con un gesto de muñeca—. Ni una de las mujeres con las que se le ha relacionado se ha manifestado en su contra. Entonces, ¿por qué tú?

Aurora suspiró, rindiendo la cabeza a su regazo.

—Porque me negué a entrar en su juego. La noche de mi desaparición, discutimos. Lamenté de corazón todo lo que te dije, de lo que te acusé, en serio, Ellery —dijo con un tono de culpa amargo—. Aún lo hago. Lo que te eché en cara no era cierto. Me dejé llevar por la tensión del momento... Ese día, después de que te marcharas, entre Jeremy y yo... —No terminó la frase. Su lenguaje corporal irradiaba angustia, apresaba la tela hecha jirones para alentarse a proseguir—. Ocurrió lo que imaginas —zanjó aquel episodio de la historia.

Ellery desvió la mirada; había sido espectador voluntario del acontecimiento en el balcón. Escucharlo de Aurora, sin embargo, ahondaba en la herida.

—Pero me di cuenta de que todo lo que sentía por Jeremy era falso, no... Él no... Una vez... una vez que... No sé cómo explicarlo —enmendó los titubeos—. Había un vacío entre nosotros. Pero estaba tan enfadada contigo... —Resopló y descaminó los ojos por las baldosas de piedra—. Fui una egoísta, lo sé. Y necesitaba disculparme, quitarme esa espina clavada. Mi error... mi error fue comentarle a ese monstruo mi intención.

Su voz se apagó. Cazó de reojo a Ellery antes de rehuirle la mirada.

—Anderson intentó forzarme. —Ellery se irguió automáticamente. Sus rasgos marcaban una ira desenfrenada—. Me resistí, ¿vale? Y conseguí liberarme —resumió con el propósito de aplacarlo—. Pero él ya había decidido por mí. Este fue el regalo de haber dicho no. —Rozó el corte cicatrizado de su pómulo izquierdo—. Cuando desperté, estaba encerrada en este sitio y con un tremendo dolor de cabeza.

El chirrido de la puerta de acero silenció a Aurora. El médico transportaba el cuerpo devastado, falto de rigidez y movimiento, de la otra única superviviente. La arrojó al interior de la celda sin miramientos, luego se encaminó a sus dos prisioneros con una leve carcajada.

—¡Maldito cobarde! —exclamó el escritor, exasperado.

—¿Cobarde?

—Usar la predominancia física contra mujeres que apenas pueden defenderse es de cobardes.

—Sabrá, Queen, que cada uno tiene sus métodos.

—Por supuesto, prefiere debilitarlas gravemente porque es incapaz de atacarlas en condiciones de igualdad. ¿Cuánto tiempo las deja sin beber ni comer? Lo suficiente para que no puedan ni alzar la voz. Deduzco que para encerrarlas esperó a que le dieran la espalda. Niéguelo todo lo que le plazca, pero en su frente tiene escrita la palabra cobarde en mayúsculas.

El médico enfiló su insidioso azul en Ellery al tiempo que transitaba el pasillo. De pronto, sonrió como si no hubiera puesto en duda su masculinidad.

—Queen, debería pensar en modos distintos de usar el tiempo que no sea presionando para que le mate de un tiro en la cabeza.

—¡Eres... eres un monstruo! —se unió Aurora.

—Preciosa, ni te imaginas lo que voy a saborear el momento en que marque hasta el último milímetro de tu piel. No vas a tener tanta suerte como tu amiguito, no. Vas a probar lo que es verdadero dolor.

—El humilde médico saca a la luz al psicópata que esconde dentro —le devolvió el golpe Ellery.

—¡Ah! ¿Así es como me etiqueta? —Se masajeó el mentón, ensimismado en la apreciación del escritor sobre su ser—. Supongo que las clasificaciones psiquiátricas me denominarían así, por qué no. Pero qué sabrá un vulgar alienista de mi vida.

—Predestinado desde su nacimiento, ¿es a lo que se refiere? Lo único que ha hecho estos años ha sido potenciarlo.

—Entiendo por su comentario que Tom se ha ido de la lengua. —Puso los ojos en blanco y resopló. Acto seguido, destiló una sonrisa—. Ese incompetente no sabe apreciar lo que se siente al controlar la vida de otro ser humano, de decidir cuánto sufrimiento te apetece producir a su organismo. Es... es sumamente apasionante. Una sensación inigualable. Debe probarlo, Queen, seguro que lo encuentra fascinante.

—Se equivoca si piensa que comparto sus gustos —replicó—. Eso sería caer muy bajo. Prefiero observar a los animales que descuartizarlos. 

—Tom estaba muy interesado en soltar todo lo que se ha guardado para sí, ¿eh? —Estudió a la pareja—. Qué quiere que le diga, un insípido animal no terminaba de saciar mis instintos. Por suerte, mi orfandad me brindó una serie de "víctimas propicias".

—¿Víctimas propicias?

—Vidas insignificantes, Queen. Putas, mendigos, negros... Fue todo un aprendizaje. Aunque reconozco que prefiero el cuerpo de una mujer. Me di cuenta de ello muy temprano, los animales no eran más que un pasatiempo. La primera vez que advertí ese impulso dentro de mí que ansiaba exprimir la vida de otra persona fue a la tierna edad de siete años —explicó casi con añoranza—. Era un mocoso con muchas ganas de experimentar.

>>He de decir que debo mi segunda vocación a la regente del orfanato, una dictadora y autoritaria zorra que tatuaba sus nudillos en todo pupilo al que tenía la obligación de cuidar. Soñé noche tras noche cómo sería cortarle el cuello. Era una sensación tan aplastante, que lo absorbía todo. Me pasaba días enteros recreando su muerte en mi cabeza. Pero me negaba a saciar esa sed, por supuesto. La sociedad, qué se le va a hacer. Nos impone su insulsa moral y tacha a los individuos como yo de enajenados antisociales. No entienden que es algo más que una etiqueta. El impulso que te obliga a liberar esa energía es indescriptible. Un placer diferente...

—¡No sigas...! —balbució Aurora.

—Pero quiero que lo escuches. Quiero que comprendas lo que te depara la otra habitación.

Proyectó una divertida maldad en sus labios, enfocando un punto en la lejanía de la estructura.

—Los animales me servían para calmar el apetito. Yo era como un carnívoro obligado a seguir una dieta vegetariana —argumentó—. Uno de los días en el jardín del orfanato, cruzó junto a la valla una mujer. Pasó de largo sin percatarse de que yo lo observaba. La sensación de atacarle fue... —sonrió—... apremiante. Esa mujer divagó entre mis pensamientos durante un tiempo. Y llegó un momento en que ya no lo soporté más. Asimilé esa parte de mí que quería explorar sus fantasías. Acepté que ese ser que vibraba en mi interior debía salir a la superficie. Supongo que Tom ya les habrá contado acerca de mis escapadas. Me fue tan fácil... ¿Y quién no se acercaría a un inofensivo niño, solo, asustado, en la madrugada? Era el cebo perfecto.

Detuvo el relato y tomó una inspiración. Se acomodó en los barrotes de la celda.

—Parece como si les estuviera confesando mis pecados. —Mordió su labio inferior en una corrosiva risotada. Un feroz brillo tiñó su azul casi transparente—. Todavía agradezco a la prostituta con la que liberé mis primeros impulsos tan poco amaestrados. No tuve más que mirarla con los ojos tristes y vidriosos de un niño. Se vio en la obligación de auxiliar al pobre niño que había perdido a su rebaño. —Cogió aire lentamente, evocando la muerte con la que nació una nueva faceta oculta.

>>—Le clavé el cuchillo que había robado de las cocinas en la garganta. Rebané el cuello de esa zorra como si lo llevara inscrito en mi cerebro. —Reprodujo el gesto en el aire—. La sangre brotaba tan rápido que me dio la sensación de estar contemplando una cascada escarlata. Recuerdo empujarla de una patada y agacharme sobre su rostro para contemplar la vida apagarse en sus pupilas. No pude remediar la necesidad de tocarla, de llenarme de su sangre... Fue... ese momento fue mágico.

Un extraño escalofrío alteró por unos segundos el firme temple del médico, inmerso en la reexperimentación de las sensaciones de su primer asesinato.

—A la gente le resultaría chocante encontrar a un niño en mitad de la carretera tocando un cadáver, ¿no creen? —reanudó con una risa maliciosa—. Pero ya no pude refrenarme. He tenido frente a mí decenas de miradas diferentes, aunque debo confesarles que, al final, todas prometen cualquier cosa con tal de que me apiade de ellas. Era una satisfacción verlas recurrir a un estúpido trueque sexual por la necesidad de sobrevivir. Y eso despertaba mis instintos más destructivos. —Chistó con una negativa de cabeza—. No aguantaban ni un simple hueso roto. Perder el conocimiento era para ellas la manera de escapar. Lástima que no contaran con el hándicap de mi oficio. La epinefrina hace maravillas —rio.

—Su locura no tiene límites —malmetió Ellery, resistiendo las ganas de saltar contra Anderson—. Me parece que hay una cómoda prisión en Rikers esperando su ingreso.

—Sé por dónde quieren ir sus pensamientos, y, bueno —entrelazó los dedos—, mentiría si negara que la energía que gobierna cada sentido hacia el único objetivo de satisfacer mi deseo puede confundirse erróneamente con la excitación sexual. Sin embargo, no me considero un hombre con tales inclinaciones. Este impulso es diferente... posiblemente más gratificante que el sexo, tal vez.

>>Muchos de mí, llamémoslo, especie, prefieren esta clase de sensaciones. Una sustitución de placeres. Yo no. —Se mojó los labios—. El sexo me garantiza un sometimiento de quien yo desee sin sangre de por medio. No quiere decir que no haya fantaseado con matar a una de las tantas mujeres que rozaban el orgasmo. He recreado esa escena miles de veces mientras las tenía sobre mí. Me hacía sentir más fuerte, más animal con los cuerpos de los que abusaba. No obstante, matar no es comparable al sexo. Despierta otro tipo de instintos, nada vinculado a una necesidad fisiológica. Aunque —enfocó su impenetrable azul sobre Ellery— la preciosa Aurora puede contárselo en primera persona, ha catado de ambos.

—Mentira, mentira... —lo encaró Aurora.

—Pero si no hacías más que implorarme.

—¡Tus sucias manos no me han tocado! —Se levantó de un salto y se lanzó a los barrotes, enfrentándolo cara a cara—. Jamás me acostaría con un monstruo repugnante como tú.

La sonrisa de Anderson borró su espontáneo chute de valor. Sin tiempo para retroceder, un puño agarraba su cabello y la inmovilizaba de espaldas a las rejas.

—¡Suéltela!

El médico frenó el avance de Ellery negando con el dedo.

—Si yo fuera usted, no daría ni un paso más. —Inspiró el perfume del cuello de Aurora, que cerró la boca, evitando darle el gusto de gritar—. Tienes un olor tan exquisito. Habría pagado por probarte un poco más... Es una verdadera lástima.

—¡No la toque! —exclamó Ellery. Dividía la atención entre la expresión atemorizada de Aurora y la sonrisa ladina de Anderson.

—Oh, Queen, voy a hacer mucho más que eso.

Deslizó la mano sobrante por el vientre de Aurora en dirección al cuello. Fue acoplando cada uno de los dedos al contorno de la garganta, aumentando la presión en la tráquea.

—Voy a despedazarte poco a poco, Aurora —susurró, lamiéndole la mejilla—. Vas a rogar porque te mate rápido, y cada vez que eso ocurra, yo iré más y más lento.

Un escandaloso silencio redujo los sonidos del entorno a las agitadas respiraciones de Ellery. Pasaron unos segundos hasta que Anderson, satisfecho con la amenaza firmada, arrojó a Aurora al suelo.

—No se saldrá con la suya —sostuvo Ellery—. Ha cometido un grave error.

—¿Dónde ve el fallo, Queen? ¡Oh, claro! Se refiere a Aurora, ¿es eso? —Paseó los dedos entre los hierros—. La primera vez que te vi —le dijo a Aurora— supe que serías la siguiente de mi lista. No estaba seguro aún de cual de mis dos impulsos serías objeto de deleite; una escritorzuela tampoco es alguien que la sociedad eche de menos. Pero observé que tu entorno era demasiado... policial —expresó con diversión—. Me decidí por un objeto sexual, pero la dulce y cabezota Aurora no estaba dispuesta a consentirme, no.

>>Reconozco que fuiste la primera en rechazar mis acercamientos. Y todo por ¿Ellery Queen? Ciertamente patético —carcajeó—. Conseguiste alterarme. Aunque, ya que estamos siendo sinceros —añadió—, también me excitaste. Me enfrentaba a algo nuevo. Y tú sola te ofreciste como manjar a mi otro yo. No me fue difícil manipular a tu padre y a la policía para que dieran por extraviado tu cuerpo en las profundidades de la costa. Nadie reparó en mí. En mi opinión —se dirigió a Ellery—, ha salido todo a la perfección.

—Se equivoca. —Adelantó un paso—. Tarde o temprano tendrá compañía.

—Perdónenme —se palmeó la frente—, olvidé contarles que he recibido una interesante visita esta tarde.

—¿Cómo...?

—Esa insoportable amiga suya, Porter, y el ingrato de Tom se presentaron ante mi puerta con su padre, el inspector.

—¡Richard! —profirió—. Entonces...

—Sí —afirmó su suposición—. No encontraron rastros de aquello por lo que me acusaban, y se fueron tan desilusionados como avergonzados. En fin —dijo tanteando el reloj de su muñeca—, si no tuviera responsabilidades que atender en Nueva York, empezaría ahora mismo a deleitarme con su querida amiga —declaró—. Siento hacerles esperar.

—¿Ya... ya han estado aquí? —murmuró Aurora cuando se quedaron a solas, derrumbándose—. Estamos... perdidos.

Abrazados en el frío suelo de la celda, Ellery no se permitió exteriorizar ninguna emoción. Su rostro, en cambio, era una réplica insoportable de la realidad que Anderson les había comunicado.

La última baza que tenían para librarse de una muerte segura había fracasado.

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