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Capítulo 17. Culpa

—¿Estoy soñando?

—¡No, no, no! Aurora, esto es real, estoy aquí, contigo.

—No puede ser real. Tú no puedes estar... No puede ser real...

—Soy yo, soy Ellery.

La incorporó con delicadeza y la acomodó sobre sus piernas. Necesitaba que recobrara el sentido. Rodeándola, comenzó a frotarle los brazos y la espalda para aplacar la baja temperatura corporal.

—Ellery...

—Soy yo, soy yo —le repetía.

Aproximó su rostro al de Aurora.

—Soy yo.

—Hueles a mar. —La contempló sonreír. El verdor de su mirada había perdido viveza—. ¿De verdad eres tú, Queen?

—Te prometo que soy yo.

—Ellery, yo... —De sus pestañas resbalaron lágrimas. Los labios le tiritaban sin control. La expresión que reflejaba su semblante, extremadamente indefenso y atemorizado, destrozó al escritor—. Fui una ingenua... Es... Estoy tan cansada...

—Tienes que reponerte, coger fuerzas. Yo estoy aquí, no te va a pasar nada más.

—¿No te vas... a ir? —preguntó, cuestionándose aún si Ellery era una ilusión.

—No pienso separarme de ti jamás —le prometió.

Aurora se acomodó bajo la chaqueta con la que Ellery la había tapado y se abrazó a él.

—Cuéntame una historia.

—¿Una historia?

Le apartó unos mechones de la cara, permitiéndose el lujo de un contacto más cercano.

—Una... una de tus historias. Así alejaré las pesadillas.

Ellery trató de sonreír. Agachó la cabeza y abordó uno de sus cuentos infantiles con voz melódica y suave. Al rato, notó a Aurora respirar acompasadamente.

Permaneció recostado, contemplando a la mujer que creía haber perdido para siempre. Todo el mal, la oscuridad que había firmado su victoria antes de tiempo, parecía desvanecerse.

Acarició el cabello de Aurora mientras la veía dormir. El paso de las horas no tenía sentido allí abajo. Poco a poco, él también cerró los ojos.

*

Sentía una calidez abrazándola. Hacía días que había olvidado la acogedora sensación del contacto humano. El dulce aroma que desprendía la chaqueta que la arropaba la transportó a las templadas aguas de la costa de Maine. Una sonrisa agridulce se instaló en su rostro al desviar los ojos y recaer en Ellery.

Había pensado tanto en él que le costaba distinguir entre lo que era real y su propia imaginación.

Había deseado morir. A cada segundo. Pero había una parte de ella, una parte unida a Ellery, que brotaba en los momentos en los que caía exhausta. Era tan reconfortante estar a su lado, aunque fuera en sus fantasías. Aquellos espacios de paz ocupaban su pensamiento, y rezaba porque el Ellery de carne y hueso estuviera moviendo cielo y tierra por encontrarla.

Pese a las expectativas que guardaba, la idea de liberarse del monstruo que la torturaba se pronunciaba por encima de las voces. Quitarse la vida no parecía un final tan deprimente. Lo que había visto en las celdas...

Un escalofrío encogió el cuerpo de Aurora. La excitación de aquellos ojos azul marino sedientos de sangre le aterraba.

Un murmullo soñoliento brotó de labios de Ellery. Las imágenes que la atormentaban se difuminaron. Tomó la mejilla del escritor, que le provocó un fugaz espasmo en las comisuras, y esbozó una tenue sonrisa.

Todo era culpa suya. El secuestro, la tortura. Que Ellery compartiera espacio con ella. Si hubiera escuchado sus advertencias... Pero se había cerrado a toda opinión que rechazara sus decisiones. Tardó en darse cuenta del gran error que había cometido. Y dispuesta a tragarse su orgullo y pedir disculpas, no tuvo en cuenta que el resultado de la opción que había elegido en primer lugar sería tan abominable.

La mañana que contempló la idea de regresar a Nueva York, Anderson sacó a relucir su lado más temible:

<<—No me hace falta que te guste o no mi decisión —contestó con firmeza a la desaprobación del médico.

—¿Un necio como el señor Queen, Aurora? No te arrastres por un escritorzuelo que busca llamar la atención. Tú mereces algo superior. 

La rodeó por la cintura y la atrajo hacia sí. Se inclinó sobre sus labios, pero solo llegó a rozarlos, pues Aurora se había apartado empujándolo ligeramente con las manos en el pecho. Estaba apreciando una faceta de Jeremy que detestaba.

—Tú no conoces a Ellery. Sabes que es una de las personas más importantes en mi vida. No te permito que hables de él como si yo no estuviera presente.

—Pero ¿y tú eres importante para Queen? —cuestionó—. Si de verdad el sentimiento fuera recíproco, ya estaría aquí, arrodillado ante ti. Su incomparecencia —inclinó la cabeza, jocoso— dice mucho de su carácter, ¿no te parece? Quiere que seas tú la que se humille porque necesita admiración constante para sentirse realizado. ¿Y piensas consentirlo? —Se mojó la comisura inferior con la lengua—. Ya lo entiendo, ya lo entiendo —dijo con una dosis de burla que enderezó a Aurora—. Te tiene bien adiestrada. Si no cumples las órdenes del hombre que te da de comer, agachas las orejas y metes el rabo entre las piernas como una perra arrepentida. Te ha entrenado bien.

Aurora entreabrió los labios, estupefacta por el comentario. Anderson se había despojado de la máscara de buen samaritano sin ningún titubeo. Aquel intenso azul celestial ya no le causaba admiración.

—Me marcho —expresó.

—A mí me parece que no.

Anderson la ciñó entre sus brazos sin importar el dolor de comprimirle las articulaciones y se adueñó de su boca.

—¡Apártate de mí! —Lo empujó como pudo y retrocedió con la respiración agitada.

—Solo yo puedo darte lo que necesitas para olvidar a ese hombre.

En un movimiento ágil, Anderson la enganchó del antebrazo y la lanzó encima del escritorio. No le concedió tiempo para reaccionar. Al segundo, su cuerpo la apresaba contra la mesa.

Notaba los labios del médico recorriéndole el cuello. Las manos que la inmovilizaban. Pese a que quería gritar, algo la paralizaba. Se sentía observadora de sí misma, tumbada en el escritorio, incapaz de luchar. La lengua de Anderson se adentró en su boca. El miedo la invadió por primera vez, miedo al desconocido que abusaba de ella.

Reparando en la única alternativa con la que contaba para zafarse, Aurora le clavó los dientes en la lengua. 

Anderson se irguió llevándose la mano a la boca. En el acto, Aurora lo apartó a un lado y corrió torpemente hacia la puerta del despacho.

—No se te ocurra tocarme otra vez —le amenazó.

Pero Jeremy permaneció sentado en el borde del escritorio, limpiándose la sangre con una sonrisa que la confundía.

—No quiero volver a saber de ti.

Solo quería escapar, abandonar aquel lugar que tanto asco le producía. No había imaginado que su rebeldía tendría consecuencias. Al darse la vuelta, la violencia de unos fuertes brazos la recluyó de nuevo. Inclinó la cabeza. Los ojos azules de Anderson parecían capaces de devorarla. Le sonreía.

No pudo hacer nada contra el puño que se estampó en su pómulo. La oscuridad la envolvió.

Despertó entre muros de piedra. La inflamación del golpe le impedía gesticular. Una sensación aún más dolorosa partía de la sien y emborronaba su visión. Gritó al tocar la zona. La sangre manchaba sus dedos.

Tiritando de miedo, se apoderó de las rejas y recorrió la estancia con un agobio creciente. Sus ojos se cerraron al apreciar el contenido de las celdas que se esparcían frente a ella. No pudo aguantar las náuseas. 

El miedo, visceral, cercenador, la derrumbó de rodillas.

Anderson ocultaba una terrible sombra, y en aquellas mazmorras interpretaba su propia visión del infierno>>.

*

Un fuerte ruido los despertó de golpe. Anderson avanzaba hacia la celda de la primera superviviente.

—¡No, aléjate de mí! ¡No!

Delineó una sonrisa, inconmovible ante las súplicas.

—¡Apártate de ella! —Ellery extendió los brazos entre las rejas de la celda.

El médico torció la cabeza unos segundos. Luego abrió la celda y se introdujo en su interior.

—¡Anderson! —volvió a gritar, golpeando el barrote con el puño.

En un silencio cortante, Anderson apresó a la mujer del cabello. Parecía divertirle los nulos esfuerzos de su víctima por escabullirse y resguardarse en el rincón de la celda. De un tirón la impelió fuera. 

—¡No! ¡No! ¡No!

La mujer pataleaba contra las rejas y le arañaba las manos. Anderson no se inmutó. La arrastró a través del umbral y cerró la puerta.

Ellery suspiró al oír el cierre de los pestillos. Se giró hacia Aurora, que se abrazaba las piernas, encogida en un resquicio de pared.

—No puedes hacer nada... Nada —repuso meneando repetidamente la cabeza.

Unos brutales aullidos se colaron por los raíles de la puerta de acero. Un sonido metalizado que identificaron con una sierra acalló las voces. Aurora se tapó los oídos a la par que murmuraba para sí y escondió la cabeza en su regazo.

Con el cese de los gritos de agonía, Ellery se acuclilló junto a ella y le quitó las manos de los oídos. Las guareció entre las suyas. 

—Ya ha pasado.

—L-lo lo siento, Ellery —comenzó a decir a trompicones—. Todo ha sido por mi culpa, por mi maldita culpa... —Descargó en sollozos atragantados.

—Eso no es cierto, Aurora, no debes...

—¡Sí, sí que debo echarme la culpa! No lo vi venir... Y ahora vas a... —Apretó los puños—. Tú vas a... Por mi culpa.

—Esto no lo has provocado tú. —La resguardó entre sus brazos mientras lloraba. Era la primera vez que aquel contacto se producía sin que mediera la incomodidad. La situación no convocaba a tal sentimiento. En la soledad de aquellos muros de piedra, solo se tenían el uno al otro—. Sabía dónde me estaba metiendo. Pero no me importaba. He conseguido lo que me había propuesto.

Ellery le devolvió una mirada tan gris como su sonrisa.

—Encontrarte, Aurora. Con eso me bastaba.

Las lágrimas rodaron por sus blanquecinos pómulos.

—Fue tan sencillo...

—¿Enamorarte de Anderson? —preguntó, evitando que se percibiera la fractura de su voz. Había rumiado esa conclusión como un paranoico.

—¿Amor? ¡No di...! ¡No vuelvas a nombrar esa palabra! —exclamó, ahogando el tono—. Ese... ese monstruo me ha manejado a su antojo. ¡No era yo, esa no era yo! —negó con vigor. Las lágrimas atravesaron sus labios, humedeciéndolos, y precipitaron en su vestido—. Me siento tan estúpida... Y lo lamento tanto...

—¿Lamentarlo por qué? —Tomó el mentón de Aurora y la obligó a mirarle a la cara—. Los individuos como Anderson tienen una capacidad de convicción superior a la de cualquier persona.

—¿Y eso tiene que hacerme sentir mejor? —inquirió. Se tapó el rostro, derrotada—. Me atrapó sin... Sin yo darme cuenta...

Evocar las semanas anteriores era para Aurora una demostración de lo sugestionable que había sido. Una apariencia cautivadora y brillante había destronado sus principios de un día para otro. El castigo para la fragilidad de su determinación era el remordimiento.

—Pero... pero tú... tú leíste lo que había detrás de esa máscara —le dijo—. Me previniste de él. Y yo te rechacé. No te concedí ni una oportunidad.

—Me he enfrentado a esa clase de mentes retorcidas con anterioridad, Aurora, tú no podías saberlo —la excusó—. Todo en ellos no es más que un disfraz. Se camuflan. Son hábiles en el engaño, cualquiera puede ceder a la tentación sin percatarse de que se han convertido en las marionetas de un titerista muy inteligente. Es más —chasqueó la lengua, torciendo con desagrado las comisuras—, yo también caí en su trampa.

Aurora cerró los ojos y se acurrucó en el hombro de Ellery. Del gesto, la manga rota del vestido se deslizó por su piel. Consternado por las heridas que descubría la tela, Ellery situó titubeante los dedos sobre ellas. Percibía la rugosa y fresca superficie de las incisiones. La sensación en sus yemas lo estremeció. 

—Perdona... —dijo cuando Aurora se apartó de su lado y se subió la manga del vestido, ocultando los cortes.

—Yo... no... no me apetece hablar de ello. —Enfocó la vista al frente—. No ahora mismo.

—No es necesario.

Ambos se mantuvieron en silencio.

Sin que el escritor se percatara, Aurora se frotaba el brazo en un movimiento obsesivo y reiterante. El dolor se intensificaba al palparlas:

<<El sonido de unos pasos la trajo de vuelta a la realidad. Se encontraba esposada a una camilla. Jeremy la observaba desde uno de los laterales.

—¡Suéltame! —exclamó, agitando las extremidades con violencia.

Anderson no contestó.

—¡¿Por... por qué haces esto?!

—Ha sido un cambio de último momento. Tú misma has alterado los planes que tenía destinados para ti. Sea como sea, voy a divertirme contigo.

De una mesa auxiliar, Anderson eligió uno de los bisturís.

—Quiero que comprendas lo que va a suceder a partir de ahora.

En la penumbra opuesta de la sala, Aurora distinguió la figura de otra mujer. La cabeza estaba suspendida sobre su hombro derecho. Tenía las manos y las piernas fijas a la pared por unos robustos grilletes. No parecía que estuviera viva.

Anderson transitó el espacio que mediaba entre ellas. Cogió un mechón de cabello de la mujer y tiró para enderezarla.

—No te hagas la dormida —soltó en una inflexión afilada—. Lo único que consigues es que te haga más daño. ¿O es que quieres complacerme?

Ante los ojos atemorizados de Aurora, Anderson alzó el bisturí y lo clavó en el pecho de la mujer. Jamás había presenciado un alarido tan hondo y perturbador. 

La mujer duró unos segundos con los ojos muy abiertos. Con la segunda puñalada en el vientre, se desmayó. 

—¿Asustada?

—¡Vete al infierno! —Escupió a sus pies. 

Junto a la camilla, Anderson se arrimó al rostro de Aurora.

—Bienvenida, entonces.

La sujetó por la barbilla, marcando los dedos en la piel lisa y blanquecina, y la besó.

—No desesperes, no me gusta correr con mi caza. —Rio en un susurro.

—¡No... te atrevas a to-tocarme! —consiguió pronunciar, apretando la mandíbula para suprimir el llanto.

Anderson atendió con curiosidad el iris oliváceo que sucumbía al terror. El precioso rostro que intentaba aparentar valentía le resultaba gracioso, incluso conmovedor.

—Veamos cuánto eres capaz de suplicarme.

La punta del bisturí rasgó el abdomen de Aurora. Por un momento, Anderson se entretuvo dibujando pequeños círculos en la piel desnuda, hostigando la incertidumbre, la expectativa. 

Al punto del desfallecimiento, con la asfixia impidiéndole respirar, la filosa hoja del bisturí le perforó el vientre.

Gritó.

Nunca había sentido un dolor tan feroz>>.

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