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Capítulo 13. Marcas

Las nubes de tormenta esparcían por su chaqueta un patrón oval de gotas de lluvia. Cubriéndose la cabeza, Ellery se apresuró hacia la entrada del edificio. Un botones de apariencia servicial sonría con anticipación a su nuevo cliente de la mañana.

—Buenos días, señor. ¿Qué desea?

—Busco a Alexandra Clifford.

—Señor, no puedo permitirle la entrada sin una identificación.

—Soy del Times —expuso mientras se limpiaba las gafas. Al final, terminó por guardarlas en el fondillo de la chaqueta—. La señorita Clifford me está esperando desde hace una hora.

—Su identificación, señor —repitió la coletilla.

—Yo... —Ellery metió la mano en el bolsillo derecho y, con los ojos dramáticamente abierto tras advertir que estaba vacío, tanteó con indiscutible nerviosismo el resto de escondrijos—. ¡Diablos! —profirió—, la he olvidado en el despacho. Como tenga que volver a por ella soy hombre muerto. —Se tapó la cara encorvando la postura—. La señorita Clifford rechazará otra entrevista... Tres veces ya es demasiado para una estrella del cine...

Dio la espalda al edificio y destiló una mansalva de maldiciones contra su metedura de pata. El botones sintió lástima por el despistado periodista que renegaba junto a uno de los postes del toldo rojo que los protegía de la lluvia. Conocía la sensación de inutilidad que te acogía cuando cometías un fallo por el que ya habías sido amonestado. Eso de que el ser humano aprendía a base de ensayo y error le parecía una tomadura de pelo monumental. Resopló con resignación y, cerciorándose antes de que ninguno de los empleados lo observaba, abandonó su puesto y dio unos golpecitos suaves en el hombro del periodista para captar su atención.

—Señor, no se preocupe. Entre, pero no diga que yo se lo he autorizado. Usted me ha enseñado su identificación del periódico, ¿entiende? —solicitó guiñándole un ojo—. Si la ha perdido, ha sido después de traspasar estas puertas.

—Se lo agradezco. —Esbozó una fingida muestra de alivio a la vez que le estrechaba la mano efusivamente.

En la penumbra de la planta donde residía el apartamento de la actriz, limpió su chaqueta de gotas superficiales y golpeó la puerta varias veces. Una voz al otro lado le exigió una corta espera. Segundos después, una preciosa mujer de cabellos dorados como el maíz y ojos azul marino lo estudiaba con expresión interrogante.

—¿A qué vienen esos ruidos? —asestó con acritud, recorriendo el atuendo mojado del escritor—. ¿Quiere que llame a seguridad y lo eche a patadas del edificio?

—Preferiría hablar con usted.

—Lo que usted quiera no es asunto mío. No tengo citas anotadas para esta mañana, mi representante no me ha informado acerca de ninguna entrevista o sesión fotográfica a estas horas. Así que nuestra conversación concluye aquí.

Dispuesta a cerrarle la puerta en las narices, Ellery encajó el pie en la minúscula rendija antes de que tocara el marco. La actriz observó iracunda aquel acto de grosería.

—Desearía mantener una charla con usted sobre un individuo en particular. Jeremy Anderson.

El rostro de la actriz perdió el cariz amenazante. Como si el nombre mencionado fuera la contraseña correcta para adentrarse en su reino, se retiró hacia el interior dejando la puerta entornada.

—Pase —murmuró.

*

Sentado en un lujoso sofá de cuero blanco, Ellery analizaba a la bella mujer que, frente a él, se servía un Martini.

<<Un estómago de acero>>.

Las agujas del reloj no rebasaban el medio día, pero los andares de la actriz sugerían que su cuerpo contenía algún que otro vaso de más.

—No me juzgue —imploró soez al comentario silencioso del escritor mientras se amoldaba en el sofá—. Conozco esa mirada.

—Disculpe, señorita Clifford, no era mi intención.

—Es la misma mirada acusadora que me lanza mi representante cada vez que me presento a un casting y he tomado... —Se acercó la copa a los labios y degustó el contenido—. Pero es irrefrenable. Este maldito mejunje relaja mis nervios.

—La comprendo, por supuesto. —No estaba en sus planes llevarle la contraria a una alcohólica si precisaba su testimonio.

—A ver si lo he entendido bien —expresó—, quiere que le cuente mi experiencia con el famoso doctorcito Jeremy Anderson. —La actriz trastabilló torpemente con los tacones y estuvo a milésimas de derramarle la copa encima—. ¡Ups! —se disculpó por su falta de reflejos, y soltó una ebria risotada musical.

—Sería de gran ayuda.

—¿Y a qué se debe tanto interés? No es un tema... —Bebió de nuevo—... No es tema sobre el que venga nadie a preguntarme.

—Verá, mi objetivo no es idolatrar a Jeremy Anderson. —Se tomó unos segundos antes de proseguir. Tenía delante a una actriz cuya meta en la vida era esnifar de la admiración y posición social que le brindaban los medios. Debía jugar bien sus cartas—. Estoy escribiendo un apartado para el Times sobre el doctor. Pero quiero ir más allá, no lo que reiteradamente cuentan de su vida. Quiero la verdad.

—¿La verdad?

—Bueno —se acomodó luciendo una sonrisa altanera—, dudo que ese hombre no sea como el resto de mortales que caminamos a dos piernas. Tiene que tener sus fallos, como todos, y yo quiero mostrárselos a los espectadores. Quiero bajar a ese... ¿Cómo le llaman? ¿Dios? —carcajeó—. Bajar a ese dios de su cúspide e igualarlo a los mundanos que poblamos Nueva York.

La actriz rompió a reír. La copa bailoteó peligrosamente.

—Usted me hace gracia —posó la mano sobre la pierna del supuesto periodista—, es divertido.

—¿Y bien? —Obvió la cercanía de Alexandra retomando su participación—. ¿Querrá servirme de musa para la escritura del artículo?

—Su propuesta no me tienta...

Alexandra contempló el líquido transparente sumida en sus pensamientos.

—No importa —se excusó, levantándose—. Hay más estrellas relacionadas con Jeremy Anderson que pueden echarme un cable. Buenos días, señorita.

—¡Espere! —gritó casi agarrándose a la pernera de Ellery—. No, no, más estrellas no. Yo... Yo le ayudaré.

Ellery inclinó la cabeza para mirarla.

—¿Está segura?

—No me tome por una estúpida. —Retomó su actitud presuntuosa entre los cojines del sofá—. Pero Jeremy puede ser un tema peligroso.

—¿A qué se refiere con peligroso?

—A esto. —La mujer asió su antebrazo derecho, luego clavó en Ellery una feroz mirada.

—No entiendo a dónde quiere ir a parar —comentó con tono dudoso.

—Esto —dijo sin soltarse el brazo— es lo que me hizo la única noche que salí con él.

—¿La agarró del brazo? —Enarcó una expresión desabrida, actuando como si le mostrara un acto anodino que no llamaba la atención en ninguna sección del Times.

—No solo me agarró, señor... ¡Bah! Su nombre no me es relevante. —Se recostó con la copa tintineando en el borde de sus dedos—. Jeremy Anderson se puso violento conmigo. Me hirió —aclaró—. Ahora no se ven, pero me tatuó las marcas de sus uñas en la piel. Tuve que cubrirlas con maquillaje para los castings. —Deslizó los dedos a lo largo de su antebrazo—. Luego se convirtieron en feas cicatrices. Me costó hacerlas desaparecer. Nadie quiere una mujer estropeada para una película.

—¿La agredió? —inquirió—. ¿Por qué motivo?

—Porque bebí. ¿Se lo puede creer? —Rio—. Solo porque bebí. Según él, lo estaba ridiculizando delante de sus fans.

—¿Eso fue lo que dijo?

—No con esas palabras... —reconoció—, pero ¿no es eso lo que asusta a un hombre como Jeremy? ¿Perder el control social de la ciudad? —le cuestionó. Se acabó el cóctel de un trago y golpeó la mesa de mármol con la base de la copa.

—¿Y usted no se defendió?

—¿¡Por quién me toma!? —gritó—. Le dije que me dejara en paz, que no era mi dueño para decirme cómo debía actuar. Que me hacía daño. Y ¿sabe qué? Encarándolo fue como conseguí las marcas de sangre.

Alexandra se levantó de un brinco y se dirigió al mueble bar, asiendo a su paso la copa con un movimiento más que habilidoso para su estado de ebriedad.

—¿Anderson la amenazó? —se atrevió a preguntar.

—Me dijo que... —convino una vez en el sofá—. Me dijo que, o paraba de comportarme como una fulana o lo que me haría sería mucho peor.

Ellery contuvo la ira apretando la mandíbula.

<<Vaya con el alma caritativa del doctor>>.

—¿Y qué hizo usted? —planteó en su lugar.

—¿No va a tomar nota de todo esto?

—Tengo muy buena memoria, señorita Clifford.

—Si usted lo dice... —Alexandra mordió la aceituna que había colocado dentro del cóctel—. En fin, lo que hice fue callarme. No sabía si estaba más violento de lo normal por el alcohol o si era una especie de... broma de mal gusto... Pero su mirada fue un aliciente para que cediera. Preferí callarme que sufrir algo peor que unos simples arañazos en el brazo.

—¿Por qué no informó a alguien de lo ocurrido? —planteó, visibilizando su irritación—. A su representante, a amigos... Alguien podría haberla ayudado a defenderse de Anderson.

—¿Defenderme? —repitió burlona—. No tenía por qué defenderme. Solo era su acompañante, nada más. Casi no nos conocíamos. Entre nosotros no había nada serio como para exigirle aclaraciones.

—No la comprendo, señorita Clifford. Está justificando actos de amenaza y agresión contra su persona. Le recuerdo que la lastimó. —Le señaló su brazo reprimiendo la frustración—. ¿No fue su conducta lo suficientemente grave como para avisar de ello?

—No, señor periodista. —La mujer hundió sus penetrantes ojos en Ellery—. No, porque le perdoné.

—¿Le perdonó?

—Días después del suceso, Jeremy me visitó aquí, en mi apartamento. No quería abrirle la puerta, pero ver aquellos ojos que pedían clemencia y el gran ramo de rosas rojas que sujetaba como disculpa fue superior a mis fuerzas. Le dejé pasar como una adolescente seducida por el vecino de enfrente. No hizo falta que yo le preguntara. Nada más sentarnos en el salón, me confesó que llevaba una semana con un estrés agotador a causa del trabajo, que no supo controlarse porque los proyectos que requerían su atención lo estaban agobiando.

—¿Y usted se lo creyó?

—¿Por qué no iba a hacerlo? Todo sonaba tan convincente... y su mirada... sus labios... Jeremy es un hombre irresistible... —Entornó los ojos, olvidando la presencia del periodista por un momento. La imagen de Jeremy Anderson aún despertaba cálidos recuerdos en ella—. Acepté sus disculpas y le invité a una copa. Una cosa llevó a la otra y... Acabamos haciendo el amor en la alfombra frente a la chimenea.

Ellery meneó la cabeza sin mucho entusiasmo.

—No he vuelto a verle desde aquel día —continuó—. Y entre un asunto y otro, olvidé el horrible suceso de la fiesta.

—¿Algo más que desee contarme sobre Anderson?

—Nada más, señor periodista. Esas fueron mis dos únicos encuentros con Jeremy.

—¿No le contó nada respecto a su vida que no fuera relativo a su labor médica?

—Nunca. Es un hombre que tiene muy medido lo que comentar sobre sí mismo. O sus proyectos humanitarios o tu propia vida, ese era el acuerdo. Al final, él te conocía mejor que tú mismo.

Alexandra se centró en su copa. Ellery intuyó que no iba a sacar más información de Alexandra. En poco tiempo, sucumbiría a la somnolencia del alcohol.

—Ha sido todo un placer, no la molesto más.

—Avíseme cuando se publique su noticia. Aparecerá mi nombre, ¿no?

—Su nombre será el primero de todos.

Dirigió sus pasos hacia la salida con Alexandra observándolo marchar, a minutos de caer inconsciente.

—Pobre muchacha —murmuró de repente.

Ellery detuvo la mano en el pomo.

—¿Qué muchacha?

—La guapa pelirroja que llevó consigo a la fiesta en el museo.

Un estallido de dolor se propagó por su pecho. Tornó lentamente hacia Alexandra, semitumbada en el espumoso colchón.

—¿Qué insinúa con eso?

—Personas cercanas a mí estuvieron en la fiesta. Me dijeron que se les veía muy acaramelados. Más tarde me enteré por la prensa que habían comenzado una relación más formal que las que Jeremy solía mantener.

—¿Y? —exigió, sintiendo la presión de la sangre irrigando cada músculo de su cuerpo.

—Pues que, si por un simple comentario se puso así conmigo, no quiero imaginar lo que podría hacer frente a otro tipo de problemas. Es un hombre que sabe cómo someter a una mujer, tanto física como psicológicamente. —Alexandra recayó en la gravedad del supuesto periodista y comenzó a reír—. No me mire así, hombre. En el sexo es un hombre dominador, llega a límites un tanto... abusivos. Pero, en el plano mental, es el rey de la manipulación. Le obedeces sin rechistar. Y si esa chica no aprende a ser sumisa, le espera una relación un tanto desagradable.

—La mujer de la que habla está muerta —Ellery compuso la frase a media voz. Comprimía los puños para frenar la avalancha de ira que aporreaba por salir a la luz.

Alexandra rio.

—¡Uy! No le ha costado mucho quitársela de encima.

Se guardó lo que pensaba de Alexandra mordiéndose la lengua y dejó el apartamento de un portazo. 

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