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Capítulo 1. Nikki

Una armoniosa risa lo despertó de un largo y soporífero sueño. Pestañeó varias veces y, aún con los ojos medio cerrados, trató de deshacerse del letargo entre bostezos. Aquella aguda inflexión femenina le resultaba familiar, inducía en él una agradable sensación de afecto.

Mientras prestaba atención a los susurros que viajaban hasta el segundo piso, entretuvo la mirada en el resplandeciente paisaje del cristal. El sol emergía de entre los edificios, dispuesto a iluminar a los neoyorkinos en el ajetreo de un nuevo y repetitivo día. Sin darse cuenta, había dormido toda la noche del tirón, un récord en lo que corría de año.

La bronca carcajada de su padre distrajo sus pensamientos hacia la puerta entreabierta. Influido por la curiosidad de desvelar la identidad de la mujer que entretenía al rudo inspector Queen, se revolvió el cabello y emprendió escaleras abajo.

En el sofá, Richard Queen entablaba una amigable conversación con una preciosa mujer de cabello castaño. Al ver a Ellery, los labios de la invitada, finos y de un intenso color rojo, perfilaron una amplia sonrisa. Y sus ojos... quién olvidaría aquellos ojos, poseedores de los poderes adivinatorios más fascinantes, capaces de sacar a relucir los oscuros secretos de cualquiera que cayera en su mira.

—Nikki.

La intrépida escritora Nikki Porter, a la que tuvo el honor de conocer años atrás en un caso que la involucraba de lleno y que fraguó aquella pintoresca amistad, se hallaba en su hogar después de meses sin señales de vida.

—¡Cuánto tiempo, Ellery!

Nikki se levantó de un salto y se abalanzó sobre él, estrujándolo más fuerte de la cuenta. Él la acompañó en el abrazo, apoyó la barbilla en su hombro y rio melodiosamente junto a su oído.

—Te digo lo mismo —respondió una vez separados—. Estás preciosa.

—Eso se lo dices a todas —renegó, volviendo sobre sus pasos al sofá.

—Pero sabes que contigo es cierto.

Sin dejar de sonreír a su inesperada visita, Ellery se acomodó en uno de los sillones.

—Mi labor aquí ha terminado —intervino el inspector—. Os dejo, mi doble taza de café me espera. Si no es por ese mejunje amargo, se me haría insoportable otro interminable día en la comisaría.

El inspector Queen marchó hacia la cocina. Ambos se mantuvieron en silencio hasta que la puerta cerrada instauró un muro de intimidad.

—Hace muchísimo que no tengo noticias tuyas. ¿Cómo se encuentra el, por antonomasia, afamado detective? ¿O tendría que llamarte escritor? —comentó examinando con precisión el aspecto de su amigo.

—Cómo voy a estar —se encogió de hombros—, cuando el descontrol gobierna tu vida, no puedes quejarte.

—¿Cómo no iba a estar el señorito Ellery Queen ocupado? —se jactó Nikki—. Si ese es su modo de estabilidad.

—Eso es cierto —convino con una sacudida de cabeza—. Pero este año... digamos que la cosa ha escalado a mayores.

—No hace falta que lo jures. —Lo escudriñó, perfilando sus ojos un cariz analítico—. Desde la última vez que nos vimos has adelgazado bastante.

—No sé cómo debo tomarme esa observación. ¿Tan mal ves a tu amigo del alma?

—¡No, claro que no! —rectificó, dándole una palmada en el brazo—. Estás tan apuesto como siempre, Ellery. Aunque unos gramos más de peso no te sentarían nada mal.

—Siempre y cuando sea contigo, me apunto a cualquier comida.

—Tú y tu sutileza...

Se miraron unos segundos, sumidos en una atmósfera de complicidad. La relación, aun después del tiempo de ignorancia mutua, cursaba sin baches el sendero de la atesorada amistad.

—Cuéntame, Nikki, ¿qué te trae por la calle 87 oeste? Y no me digas que la idea de visitar a un viejo amigo porque conseguirás que me enfade, por llamarme viejo y por hacerme creer importante en tu vida —bromeó, entrelazando las manos sobre su regazo.

—En serio Queen, a veces eres difícil de contentar. Pero es cierto que he venido a pedirte un enorme favor.

—¿Has visto? Si te conoceré bien.

—No sé quién conoce mejor a quién, porque esto podría habérselo pedido a cualquier otro, pero decidí que tú eras el idóneo para la ocasión. Y sé que me amarás como nunca a nadie cuando te lo explique.

—Soy todo oídos.

—Verás, unos conocidos de unos conocidos de unos conocidos de mi editor celebran una fiesta esta noche. Han invitado a la jet set del mundo artístico: actores, directores, guionistas, novelistas...

—¿Y te han invitado a ti? —curioseó, fingiendo asombro.

La ostentosidad y la malsana envidia que rezumaban aquellas fiestas eran una atracción que probar una vez en la vida. Incrédulo y falto de conciencia, había aceptado la invitación de compañeros del sector, renombres de la profesión cinematográfica y determinadas personalidades de la alta sociedad para los que había actuado de asesor policial, y siempre las abandonaba con un nivel añadido de cinismo. Pasadas unas horas, el romanticismo y la autenticidad se tornaba gris y deprimente, decoloración que también sufrían los asistentes, cortados por el mismo patrón. Si aquello era necesario para agrandar su estatus social, reflexionaba Ellery, prefería seguir nadando en contra de la corriente impuesta.

—¡Ey! Mis libros no serán tan reconocidos como los tuyos, pero soy una magnífica escritora, ¡y no lo digo yo! Lo dice la crítica —se justificó, haciendo alusión a un sistema superior.

—No he dicho nada, tranquila —rio, y elevó las manos en señal de rendición—. Claro que eres brillante. Tus libros son para un tipo específico de público, pero son verdaderamente buenos.

—Conque un tipo específico de público, ¿eh? Entonces, no hablemos de tus libros.

—Lo morboso siempre atrae a todo el mundo —negó, evidenciando una sonrisa procaz—. Llama a la parte más oscura que alberga nuestro interior. Esa parte que, aunque recluyamos bajo nuestro inconsciente primitivo, emerge en forma de lasciva curiosidad.

—Tienes una mente muy perversa, El. Y con tu última novela alcanzaste un extremo un tanto repugnante.

—¿Repugnante, dices? —repitió, acercándose unos centímetros más a su amiga—. Intuyo por tu calificativo que la has leído de principio a fin.

—Obviamente, y déjame echarte la culpa por el tiempo que la llevé en mis pesadillas.

—¡Oh, pobre Nikki!

—Creerás que estoy siendo exagerada, pero describiste cada muerte con tanto detalle que resultaba hasta macabro.

—Pero te gustó.

—No puedo mentirte, me enganchó hasta el final.

—Era todo lo que necesitaba escuchar. —Se recostó en el sillón y posó sus ojos ambarinos en los de su amiga—. ¿Y qué sucede con esa fiesta?

—Quiero, bueno, preciso de tu presencia como mi acompañante.

—¿Acompañante tuyo? ¡Sería el honor más grande que podrías concederme! —En una dramática burla, le cogió la mano y plantó en ella un escueto y sonoro beso.

—¿Aceptas?

—No —y volvió a recostarse con los brazos tras la nuca.

—¡¿No?!

—No, no tengo tiempo para fiestas, Nikki, y menos para esa clase de fiestas. O escribo o mi editor se presentará aquí y exigirá mi pescuezo.

—Pero ¿tú te has visto últimamente? —rebatió su penosa excusa—. Estás demacrado. ¿Acaso te da el sol? Porque creo que te has refugiado aquí y no sales ni a la puerta del edificio.

—No he tenido momento para ello...

—¿Ves? —le interrumpió Nikki, señalándole en un ademán acusador—. Necesitas salir, ver mundo, entablar conversaciones con personas que no solo buscan tu ayuda. Ser una persona normal y corriente, por una noche.

—¿Normal y corriente con toda la jet set de Nueva York? —embebió de sarcasmo la pregunta.

—¡Sabes a qué me refiero! ¿Qué me dices, Ellery? ¿Querrás ser mi acompañante y pasar un rato divertido lejos de estas cuatro paredes? Tu editor no tiene por qué enterarse... —dejó caer.

—¿No puedes ir tú sola?

—No, no y no. Me niego a presentarme allí sin apoyo moral. ¡No conozco a casi nadie! Y sé que tú, con tu encanto y picardía, serás mi amuleto de la suerte. Además, también es una oportunidad para que tú y yo nos pongamos al día. ¿Qué me dices?

Contempló vacilante a su amiga, cuyas manos agarraban con ansia el cojín que decoraba el sofá. No parecía importarle estar apretujando un objeto sumamente caro, regalo recibido por uno de sus casos resueltos más controvertidos.

Pensar en lo que suponía una celebración de tales dimensiones aumentaba con creces el cansancio que ya arrastraba. Combinar millonarios, actores y escritores en un mismo círculo social era similar a una jauría de fieras sin amaestrar. El narcisismo, la lujuria, la desinhibición de las drogas y el sinfín de narraciones ególatras se crecían como la espuma en esos ambientes, y Ellery se negaba a escuchar otra perorata insoportable. No obstante, seguía dándole vueltas a la decisión que había tanteado durante la madrugada. Le había costado largas horas de autoinculpaciones el aceptar lo cuesta arriba que se le estaba haciendo aquel año y la necesidad de un cambio de hábitos. Y justo la petición de Nikki era ese punto y aparte que precisaba. ¿Qué mejor que una fiesta para despejar el cerebro embotado de problemas y más problemas?

Nikki había aparecido justo a tiempo para rescatarle de sí mismo.

Sonrió para sí; en otro tiempo, esa mujer había estado cerca de despuntar las fibras de su corazón. Las indirectas, aunque encubiertas como bromas entre amigos, no habían faltado entre ellos. El punto culmen tuvo lugar en un caso en el que Nikki actuó como fiel infiltrada a su cargo. En el final de los acontecimientos, mientras admiraban la puesta del sol desde el puente de Brooklyn, estuvieron a punto de traspasar la línea. Él lo sintió, y percibía en ella el mismo sentimiento. Pero ninguno dio el paso. Y entre los casos, las novelas y el comienzo de la carrera literaria de Nikki, sus caminos se mantuvieron en el límite de la amistad.

—Te necesito, Queen —escuchó rogar a Nikki. Unió sus manos a las de él con una fuerza apremiante—. Por favor...

Suspiró. En realidad, ella era la que le estaba haciendo un gran favor.

—Espero que, después de esto, me compenses como es debido.

—¿¡De verdad?! —Ilusionada, se arrojó contra su amigo en el sillón. Este comenzó a reír, abrazándola también—. ¡Gracias, gracias, gracias!

Ellery ladeó una sonrisa.

—De verdad —confirmó, suavizando la voz—. Todo sea por mi querida Nikki.

La joven de grandes ojos sonrió dulcemente y apostó un beso en su mejilla, marcando a la perfección aquellos labios rojos.

—Será mejor que vaya a las boutiques a por un vestido. —De un ligero salto, Nikki corrió hacia la puerta. Ellery se levantó y se apoyó en el borde del sillón—. Te espero en mi casa a las diez.

—Allí estaré.

*

En la pequeña cocina de los Queen, el inspector ojeaba el periódico mientras tomaba una taza de café. Alzó la vista por encima de la gaceta cuando escuchó la puerta abrirse.

—Esa Nikki parece muy simpática.

—Lo es —respondió Ellery, escueto.

Se dirigió a la encimera, se sirvió una abundante taza y tomó asiento frente a su padre.

—¿Qué quería pedirte? —El inspector continuaba escondido tras el muro de papel, como si apenas le importara el motivo de la presencia de aquella bella joven en su salón. Su interior, muy al contrario, moría por conocer la respuesta.

—Quería que fuera su acompañante en la fiesta de esta noche. —Se encogió de hombros, negándole importancia, y cató el amargor de la cafeína.

Richard apartó con rapidez el periódico y escudriñó a su hijo.

—¿Tú su acompañante? Vaya, no sabía que entre vosotros dos existiera...

—Entre nosotros no hay nada, papá.

—¿De verdad piensas eso? Podría haber elegido a otros hombres, y optó por ti. No sé qué significa eso para ti, pero para mí...

—A mí me dice que somos muy buenos amigos —lo cortó, tajante.

—Ya. —El inspector gruñó—: Hay quien tiene ojos y no quiere ver...

El periódico constituyó de nuevo un muro entre ambos.

—Y hay quien no escucha, a pesar de tener oídos. —Ellery cogió su taza y se levantó de la mesa—. Me voy a escribir un rato. Si llama alguien, no estoy —le advirtió, punteándole autoritariamente con el dedo.

—¿No te habrá molestado mi comentario sobre tu amiga? —Richard asomó la mitad de la cara a ras de la gaceta—. Solo opino que no te vendría nada mal salir un tiempo con una chica, despejarte, hacer otras cosas...

Lo miró desde la salida de la cocina con las cejas alzadas y una expresión de divertido asombro.

—Tú, Richard Queen, queriendo hacer de mi celestina, ¿¡quién lo habría dicho?! —carcajeó.

—Ni en broma me meto yo en esos berenjenales contigo, sé que no te hace falta —contrapuso, torciendo el gesto—. Pero algo más serio a nivel sentimental te sentaría de perlas. Centraría esa mente divagatoria tuya.

—Mi mente está en plenas facultades. Además, estoy todo lo acompañado que quiero estar —enfatizó la insinuación con un matiz pícaro—. No tengo tiempo ni de sentir a la soledad palpitando en mi pecho. Así que...

—En fin... cuándo aprenderá este chico —farfulló.

—Esperaré a que la mujer idónea caiga del cielo —lo oyó decir desde mitad de la escalera.

El inspector negó en un largo resoplido. A veces su hijo era un cabezota, en especial en lo concerniente al amor. Solo era preocupación paternal, nada más. ¿Qué sería de él de aquí a unos años, cuando su viejo padre ya no estuviera?, se preguntaba constantemente. Sí, su hijo era toda un alma solitaria, sabía que no caería en un oscuro pozo depresivo cuando el pequeño piso le quedara grande. Pero también sabía cómo cambiaba su actitud cuando una mujer entraba en su vida. Y Nikki era muy parecida a él. Algo más alegre y aplacada, pero su hijo necesitaba a alguien así. El desfile de mujeres que había contemplado salir de su habitación ya le aborrecía, incluso comenzaba a mosquearle. Se alegraba por él si, por un rato, no estaba a solas con sus pensamientos o entrometido en un caso peligroso. Pero aquello no llegaría a buen puerto. Al final, aquellas mujeres nunca regresaban, y él tampoco se preocupaba por buscarlas.

Con la cucharilla dibujó unos círculos en el café, frío en la taza, absorto en la incapacidad de su hijo para encontrar a una buena mujer, como hizo él a su misma edad. Aunque la relación había sido efímera a causa de su fallecimiento prematuro, sin lugar a dudas su esposa había sido el único amor de su vida. Nadie había podido rellenar ese hueco vacío de su corazón. Se sentía un fraude cuando alguna preciosa mujer trataba de intimar con él, lo atemorizaba un sentimiento de traición insoportable. Había caído a los pies de su esposa el mismo día en que la miró a los ojos, ambarinos y de una fuerza avasalladora, y ya nada los separó hasta aquel desafortunado final. Su momento como amante y fiel esposo había terminado, y no le molestaba. Nadie, lo tenía muy claro, nadie, podría llegar a igualarla.

Sacó la cartera del bolsillo y la instaló sobre la mesa. De ella, extrajo una foto en blanco y negro donde aparecía junto a su mujer veinte años atrás, ambos con enormes sonrisas. Aún recordaba la ternura de aquellos brazos que lo arropaban. Contempló el rostro de su esposa con ojos acuosos y dio otro sorbo al café, divagando entre los recuerdos felices del pasado.

*

Ellery estaba sentado frente a la máquina de escribir. La taza ocupaba espacio en uno de los márgenes del escritorio. Como un autómata, releyó el último párrafo que había escrito hacía dos noches. Frunció los labios; aquella parte de la trama que tan bien le sonaba ahora parecía superfluo y sin sentido. Arrancó la hoja de la máquina e hizo una pelota que lanzó hacia atrás, sin importarle dónde pararía. Algo frustrado, rellenó la bandeja, cercó las hojas con el prensapapeles y ajustó el rodillo. Estiró las manos frente a la máquina y se crujió los dedos antes de culminar la primera de las cuantiosas tomas de cafeína de ese día. El papel en blanco parecía lucir una mirada retadora, poniendo en duda su objetivo de desarrollar un capítulo decente, sin pausas ni interrupciones absurdas. Las ideas iban y venían en carrusel; tenía que focalizar la atención en ellas, ser amo y señor de su control mental, o escribiría una idiotez que al poco rechazaría. El agobio lo atacaba, temible y viejo adversario.

Intentando calmarse, cerró los ojos e inspiró varias veces. Puso los dedos sobre las teclas y comenzó a presionarlos casi sin mirar. Las palabras bailaban una danza alífera al son de una descarga de inspiración que no podía desperdiciar. 

Ni de la maravillosa estampa otoñal fue consciente esta vez ni del ruido de los coches ni del piar de los pájaros que revoloteaban en torno al edificio. Solo estaban él y sus oscuras pasiones, él y su máquina de escribir, él y otro enigma por resolver.

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