𝟨𝟫. 𝒱𝒾𝓋𝑒, 𝒶𝓂𝒶 𝓎 𝓃𝑜 𝓁𝓁𝑜𝓇𝑒𝓈 𝓂á𝓈
El momento más difícil de la vida de Valeria, fue cuando esa mañana, tuvo que despedirse de su abuelo. Sentada en la iglesia donde le darían un breve responso, creyó morir cuando vio su féretro avanzar por el pasillo central. Carlos, Max, George, Lando, Charlie y el primo Mattias, se encargaron de portarlo.
Ahora si que sentía que lo había perdido para siempre. Que todo esto que estaba viviendo era más real y que él no volvería a estar nunca más con ella. No podía dejar de llorar y ni los brazos de Carlos le daban ese consuelo que tanto necesitaba. Quería estar entera. Pero no podía cuando tenía que estar presente mientras le daba ese último y odiado adiós a su querido abuelo.
No fue consciente de nada más. En un momento estaba sentada en la iglesia, y en un abrir y cerrar de ojos, recibiendo las condolencias de medio pueblo. Solo asentía y esbozaba una pequeña sonrisa sin saber a quien se la dirigía. Le temblaba todo el cuerpo y las palabras de consuelo que recibía, casi ni las escuchaba.
Porque Valeria se ahogaba. No podía más. Necesitaba alejarse. Respirar. Que los temblores de su cuerpo cesaran de una vez. Tenía que escapar de ahí o se iba a derrumbar. Sentía cada latido de su corazón golpear en el pecho como si de un tambor se tratara. No estaba sufriendo un ataque de ansiedad. Pero poco le faltaba. Se excusó como pudo y sin mirar atrás, sin hacer caso a nadie, salió del cementerio. Sentía tal opresión, que salió corriendo intentando no pensar en nada. Sólo quería alejarse. Correr y que las lágrimas inundarán las ya de por si, hinchadas mejillas.
Cuando sus piernas no le dieron para más, caminó por las calles de Torre del Marqués sin rumbo fijo. Su móvil llevaba sonando en su bolsillo desde que prácticamente se marchara, pero contestar a esas llamadas, ahora mismo, no era una opción. Sus pasos la llevaron hasta la misma puerta del taller de su abuelo. Se enjuagó las lágrimas con la manga de su chaqueta y rebuscó en su bolso hasta dar con las llaves. Se dirigió a la puerta y la abrió. A la entrada, justo a la izquierda, se encontraba la llave de la luz. La pulsó y todo se iluminó.
Un escalofrío recorrió todo su cuerpo y las ganas de llorar afloraron de nuevo. Parpadeó para apartar las lágrimas y se quitó la chaqueta dejándola encima de una mesa. Se acercó al motor del Seat 127, el eterno arreglo de su abuelo. Lo examinó con una sonrisa y después de mirar hacia la pared de enfrente, donde se encontraban fotos de ella, Diana y de sus abuelos, cogió un destornillador.
Se acercó al vehículo, y después de observarlo durante unos minutos, se agarró el pelo en una coleta alta y se zambulló en el interior de ese desvencijado motor. Tan ensimismada estaba en ese arreglo, que no se dio cuenta de como Carlos entraba en el taller. Su novio la encontró con sus mejillas manchadas de grasa, con su pelo amarrado de forma desordenada y con sus manos perdidas dentro del motor del 127. Se acercó despacio a ella. Sonoramente para que notara su presencia y no se asustara. Puso sus manos en el borde de la mesa y se quedó observándola.
A Carlos le dolía en el alma verla así. Tan rota. Tan triste y con la terrible sensación de que a su novia le costaría reponerse de esta terrible pérdida. Pero, para eso estaba él. Para estar a su lado y ser ese apoyo que ella tanto necesitara.
Valeria no quería hablar. Ni llorar más. Solo quería arreglar ese motor que tantos quebraderos de cabeza le dio a su abuelo. Sentía la presencia de Carlos, pero, no quería mirarlo, porque si lo hacía, se derrumbaría de nuevo, y ya no podía más. Así que, cogió una llave inglesa, se la tendió a Carlos y con una pequeña sonrisa, le indicó lo que hacer. El piloto cogió la herramienta, y se dispuso a apretar los tornillos que ella le decía. Solo quería estar a su lado y cuidarla. Esa era la razón de su vida.
Estuvieron así unos minutos, en silencio. Sin decirse nada. Sólo trabajando. Hasta que el resto de sus amigos, los encontró. Ninguno quería decir nada y romper ese momento. Las chicas estaban dentro de la casa organizando todo un poco para la hora de comer.
Lando fue el primero en acercarse. Cogió una barilla y buscó donde ponerla. Valeria esbozó una sonrisa asintiendo con su cabeza mientras el británico se ponía a trabajar. Uno a uno, el resto de pilotos, se acercaba la mesa y cogía una herramienta para ayudar a Valeria.
Nadie dijo nada. Sobraban las palabras. Sólo se escuchaba como las herramientas martilleaban en el motor una y otra vez.
- ¿No has pensado que quizás tu abuelo nunca te dejó acercarte a este motor porque sabía que lo ibas a arreglar? -Valeria apartó su mirada de uno de los cilindros y le dio una pequeña sonrisa a su novio a la vez que soltaba una carcajada.
- Si, yo también lo he pensado -le contestó ella sonriendo como podía. Porque se acordaba de su abuelo y las ganas de llorar estaban de nuevo ahí.
Carlos se acercó a su novia y le dio un pequeño beso en la frente. Le dolía tanto verla así. Tan triste y apagada.
- Te quiero, nena -le susurró al oído después de besar su mejilla. Valeria alzó sus ojos y le devolvió el beso refugiándose en su pecho.
- ¿Crees que funcionará? -le preguntó Lando apretando una de las tuercas.
- Eso espero -le contestó Valeria separándose del cuerpo de Carlos. Le señaló una esquina donde la silueta de un coche se intuía debajo de una lona gris- mi intención es arrancarlo y montarme en el.
- Me apunto, rubia -Lando le guiñó un ojo a su amiga y siguió con su tarea. Todo fuera por ayudar a que Valeria se sintiera mejor.
Charlie buscaba a Diana por toda la casa. Desde que volvieron del cementerio no la había visto y estaba muy preocupado por ella. Bianca, Lenna y Darcy estaban en la cocina ocupadas con la comida. Le hizo un gesto a la irlandesa y subió hasta la planta de arriba. Unos sollozos lo atrajeron hasta la habitación de Diana. Ni siquiera tuvo que llamar pues la puerta estaba medio abierta. Entró con mucho cuidado y cerró tras de sí.
Diana estaba tumbada en la cama hecha un ovillo. Un llanto desconsolado resonaba por las paredes de la pequeña habitación. A Charlie le dolía verla así. Se le rompía el corazón viendo como sufría. Porque había algo que lo atraía hacia la mayor de las De Luca. Algo que era más que físico pero que no quería definir.
Se quitó las zapatillas y se tumbó al lado de la rubia. Pasó uno de sus brazos por su cintura y la atrajo hasta su pecho. Ella sabía que era él. Su inconfundible fragancia y la calidez de su cuerpo lo habían delatado. Se agarró a ese brazo intentando parar de llorar. Pero la pena y la culpa era tan grande, que le era muy difícil dejar de hacerlo.
- Vive, ama y no llores más -leyó Charlie en uno de los poster que Diana tenía en su dormitorio- bonito mensaje.
- Lo es. Debería hacerle caso y dejar de llorar. Pero, no puedo.
- Es comprensible Diana. Hasta yo tengo ganas de hacerlo cuando me acuerdo de tu abuelo. Era un gran hombre y siempre nos trató como si fuéramos su familia
- Charlie. Yo sabía que estaba enfermo -Diana se dio la vuelta hasta estar de cara al monegasco. Sus ojos estaban muy hinchados. Él sólo deseaba poder borrarle esas lágrimas.
- Joder, Diana -acertó a decir Charlie chasqueando su lengua.
- Fue por casualidad. Cogí el teléfono un día que le llamaron para una cita con el oncólogo. Él no quería que Valeria y yo lo supiéramos. Y me hizo prometer que jamás se lo diría a mi hermana.
- Dios. Así estabas de mal en su cumpleaños. Tú sola llevando esa carga -le dijo él recordando el cumpleaños del abuelo Piero.
Charlie alzó su mano y rozó su mejilla con la yema de sus dedos. Ella cerró sus ojos concentrada en las caricias de su mano y en como él le limpiaba una de las lágrimas.
- Tienes que prometerme que nunca se lo dirás a mi hermana. No me lo perdonaría nunca, Charlie -Diana apretó sus labios. Esos rojos que el monegasco no podía dejar de mirar. Dos veces la había besado. Dos veces y quería más de ella.
- Está bien. Pero, en algún momento tendrás que decírselo. Tu hermana es más fuerte de lo que tú te crees. Tiene que serlo para aguantar a Carlos.
Charlie rodó sus ojos y se encontró conque una carcajada salía de los labios de la rubia. Ella se acercó a él y puso su cabeza en su pecho pasando su brazo derecho por su cintura.
- Pensé que eras un niñato la primera vez que te vi, Charles Leclerc, y resulta que eres más maduro de lo que aparentas.
- Y yo pensé que eras una creída, y resulta que eres más dulce de lo que quieres hacer creer.
Diana levantó su mirada y le sonrío a Charlie. La primera sonrisa sincera que salía de sus labios en casi una semana. Puso de nuevo su cabeza en su pecho escuchando los latidos de su corazón.
- Claro. Pero no descarto dormirme yo también -le aseguró él hablándole de la misma manera que ella.
- No hay problema.
- Puede que te meta mano -le dijo él haciendo que ella volviera a reírse. Cogió postura en su pecho y cerró sus ojos sabiendo que en esa posición, y con él a su lado, se dormiría bastante pronto.
- Pues despiértame para que me entere bien.
Era cerca de las nueve de la noche, cuando Valeria terminó de montar el motor. Todos estaban exhaustos. Y aunque había hecho una parada para comer algo, estaban reventados. Nunca un piloto de Fórmula Uno había manchado tanto sus manos de grasa.
- Bueno, vamos allá .
Valeria cerró el capó del coche y se dirigió hacia el asiento del conductor. Se sentó y metió la llave en el contacto. Miró a sus amigos y giró la llave. Al principio no hizo nada para su decepción, pero recordó las palabras de su abuelo, un motor recién puesto es como cuando te ponen un corazón nuevo, tienes que darle tiempo a latir. Lo intentó de nuevo, y esta vez el motor empezó a rugir como tenía que hacerlo. Limpio y con fuerza. Los aplausos de los demás eran más que evidentes.
Lando rodeó el coche y abrió la puerta montándose a continuación al lado de Valeria. Ella lo recibió con una sonrisa y miró hacia el frente para ver como Carlos cruzaba sus brazos.
- ¿Estás seguro, Norris? -le dijo el madrileño a su amigo- mira que la loca ésta es un peligro al volante.
- ¡Eh! ¡No me lo asustes! -le gritó Valeria riendo. Por fin una sonrisa en su rostro. Por fin algo que le había hecho olvidar.
- ¡Yo también voy!
George caminó hacia el coche y abrió la puerta de atrás. Se montó en el asiento más cercano a la ventanilla y aplaudió entusiasmado. Carlos miró a Max esperando que él hiciera lo mismo, pero el neerlandes negó con su cabeza.
- No he visto ni un puto cinturón en ese coche, paso -dijo el rubio retirándose a un lado- además es rojo. Quiero ese color bien lejos de mi por unos cuantos meses.
- Pues yo debo montarme. Es mi prometida. No quisiera yo que anulara la boda aún sin haberla preparado.
Carlos le dio una palmada al piloto de Red Bull y encaminó sus pasos hacia el coche. Se sentó en la parte de atrás y puso una de sus manos en el hombro de su novia.
- Arranca, nena, demuéstrales a todos de lo que eres capaz.
Y lo hizo. Vaya que lo hizo. Valeria sacó el coche del garaje recorriendo a continuación, las calles de Torre del Marqués. Aunque el coche sólo podía ir a una velocidad moderada, era suficiente para que todos disfrutaran del viaje. La rubia no fue la única conductora esa noche. Todos se turnaron para conducir semejante reliquia y divertirse con la experiencia.
- Tu abuelo estaría orgulloso de ti -Carlos pasó uno de sus brazos por sus hombros viendo como por fin, Max, se había atrevido a conducir el Seat.
- Eso espero. Aunque por si acaso, esta noche dormimos con la luz encendida -le advirtió ella curvando su boca en una sonrisa burlona
- ¿Y eso? -le preguntó Carlos algo confundido.
- Me amenazó con aparecerse mientras dormía si tocaba su coche. Y mi abuelo siempre cumplía sus promesas.
*** Es que no sé que más deciros de estos capítulos. Han sido muy tristes, lo sé. Pero, a mi me han encantado escribirlos. Casi estamos terminando ésta historia. Y si, me da mucha pena hacerlo porque en mi opinión de escritora, es de las más bonitas que he escrito nunca. Pero, no puedo alargarla habiendo otras tramas que requieren más atención. Porque no sólo están Max y Darcy, también está Charlie, Diana y si, hasta Lando también está... Lo vamos viendo todo, si os parece.
Muchas gracias por el apoyo que recibo cada día con ésta historia. Hasta el momento llevamos 151K de lecturas. La puta hostia, vaya. Y esto no sería posible sin vosotros. Gracias por estar ahí personas maravillosas que leen las historias de ésta autora loca ***
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