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𝟥. 𝒬𝓊𝒾𝑒𝓃 𝓃𝑜 𝒶𝓇𝓇𝒾𝑒𝓈𝑔𝒶 𝓃𝑜 𝑔𝒶𝓃𝒶

- Valeria, por favor.

- ¡Te he dicho que no y es que no!

Subo rápidamente, las escaleras de casa de mi abuelo y entro dentro de mi habitación pegando un portazo. Me tumbo en la cama y cojo un cojín llevándomelo a la boca. Me pongo a gritar hasta que me quedo sin aire. Tomo otra bocanada y vuelvo a hacer la misma operación. Estoy cabreada, enfadada, furiosa, y también asustada y muerta de miedo. Y la culpa es del italiano. Bueno, la culpa no es suya porque él no sabe nada de lo mío. Bueno, puede que lo sepa, porque parece que está muy informado de mi vida.

Repito la misma operación un par de veces más hasta que me calmo. Jamás creí que iba a tener que enfrentarme a lo mismo en tan poco tiempo. Aún no me he recuperado del todo. Lo que para algunas personas trabajar en Ferrari sería suerte, para mí es una maldición.

Cojo mi móvil y conecto mis auriculares. Busco en mi lista de reproducción a Nightwish y "Wish I had an angel" resuenan a un volumen algo más alto. No quiero escuchar a mi abuelo. No quiero escuchar al tal Aless Rinaldi, jefe de equipo de la escudería Ferrari. Sólo quiero que pase la noche y que todo vuelva a ser como era antes de que su puto coche apareciera en mi puerta. Siento las lágrimas caer por mis mejillas y me doy la vuelta en la cama.

No quiero volver a tener esa sensación en el cuerpo. No quiero estar mal otra vez. Me niego. A mi cabeza acuden imágenes de lo que pudo haber sido y tengo que apretar mis dientes para no acabar gritando.

Esto que llevo yo sola por dentro, algún día va a estallar. Y ese día sé que me derrumbaré y no seré capaz de levantarme.

Me echo el edredón encima intentando relajarme, y poco a poco, me quedo dormida.

Cuando despierto, miro el despertador y son casi las una de la mañana. He dormido más de cinco horas. No me extraña, si tenemos en cuenta que cuando estoy a punto de tener un ataque, todo mi cuerpo se trastoca. He debido quitarme los auriculares en algún momento porque están sobre el edredón. Me pongo en pie y salgo de mi habitación aún descalza. Me suenan las tripas y tengo hambre. Bajo las escaleras y en la cocina hay luz. Al entrar, veo a mi abuelo sentado en la mesa escuchando la radio con un café delante.

- Hola -le saludo. Levanta su cabeza y me hace un gesto asintiendo.

- En el microondas tienes fetuchini con setas.

Muevo mi cabeza de arriba a abajo y voy hacia el aparato. Muevo la rueda del micro para calentar lo que hay dentro. Mientras lo hago miro a mi abuelo que sigue a lo suyo.

Durante los segundos que dura el microondas, ninguno habla. Cuando suena el pitido, cojo el plato y me siento enfrente suya.

- ¿Cuándo se fue? -le pregunto refiriéndome al italiano.

- No se fue. Está en la habitación de las amapolas.

- ¿Lo has invitado a quedarse aquí? -le pregunto. Aunque no sé de qué me sorprendo, mi abuelo es hospitalario por naturaleza, y más con alguien de su país.

-Es lo menos que podía hacer Val. No lo iba a dejar irse a estas horas. Además, ha hecho la cena.

El tenedor con la pasta se queda a medio camino de mi boca. Lo miro de arriba a abajo, pero, acabo zampándomelo. Joder, pues si que cocina bien este tío que esto está buenísimo. Como él, claro. Porque claro que lo está. A lo 365DNI.

- ¿Hablamos?

-Abuelo -le digo medio regañándolo.

- Abuelo no, Valeria. Ya está bien. Llevas aquí dos meses. Abres la boca cuando te da la gana. Me cuentas lo que quieres y no me dejas opinar, tengo derecho ¿sabes?

- Es secreto profesional, no tienes porque opinar -le digo haciendo una mueca con mi boca.

- Soy mecánico, Valeria, no psicólogo. Tu abuela era la de la Carrera.

- Pero algo se te pegó -le replico. Sigo comiendo la pasta, la cual está increíble mientras él se calla y no dice nada.

- Dame una sola razón por la que no quieres aceptar ese trabajo.

- Te puedo dar millones. La primera es que no soy tan buena, y la segunda es que no me veo capaz de hacerlo, y la tercera es que tengo miedo.

- ¡Tonterías! La Valeria que yo conozco, la que lleva mis genes, es fuerte, valiente y no le da miedo nada. Y no la niña que tengo delante que se pone a llorar cada vez que tiene que salir de casa.

Duele. Duele mucho lo que me está diciendo. Pero, el cabrón tiene razón. Siempre la tiene. Mi abuela siempre decía que debería haber sido él el psicólogo y no ella. Dejo el tenedor encima del plato y cojo aire con fuerza.

- Tengo miedo, abuelo. Miedo de no estar a la altura, miedo de no ser tan buena, de creerme tan buena, y miedo de que la gente deposite esperanzas en mi cuando ni yo apostaría por mi misma. Y tengo miedo de volver a caer.

-Valeria, cariño -mi abuelo coje una de mis manos y me las aprieta cariñosamente- no dejes que el miedo te impida seguir adelante. Quien no arriesga, no gana, y ya va siendo hora de que ganes, porque lo del riesgo, ya lo haces todos los días.

Anoche el abuelo y yo estuvimos hablando hasta las tantas de la noche. Le prometí que hablaría con Aless antes de que se fuera, porque, ni explicarse bien le dejé. Me he levantado temprano con unas ojeras que me llegan al suelo, porque si, antes de dormir, lloré otro rato. Lo primero que he hecho es buscarlo en su habitación, y ya estaba levantado.

Mi abuelo me ha dicho donde estaba. Mis pasos me llevan al taller donde lo encuentro mirando muy atento, el motor del 127 de mi abuelo. Yo también lo miraría con esa cara.

- No me deja tocarlo -le digo acercándome a él.

- Yo tampoco te dejaría... -alzo una de mis cejas mirándolo y él se lleva las manos al pelo algo avergonzado- ni a ti ni a nadie.

- Te he entendido, no te preocupes.

Entre los dos se instala un cómodo silencio mientras él da una vuelta por el taller. Se ha cambiado de ropa. Ayer llevaba un traje de color beige con camisa blanca, y hoy simplemente lleva unos vaqueros con una camisa de color azul pálido que contrasta con el moreno de su piel.

En una de las mesas ve el pequeño motor de una de las bicis que estoy arreglando. Me pide permiso y se sienta haciendo yo lo mismo.

- ¿Dónde vas a poner esto? -me pregunta alzándolo en sus manos.

- En una bici de un niño de 15 años. Tiene problemas respiratorios y casi no puede subir las cuestas cuando va con los amigos. Esto le ayudará.

Él asiente con su cabeza. Aprieto mis labios y cojo un destornillador pasándoselo. Aless se remanga la camisa mostrando unos musculosos antebrazos que me hacen bajar la mirada con rapidez. Lo que me faltaba es que me pillara mirándolo.

Durante los siguientes minutos, ninguno de los dos habla y nos limitamos a arreglar el motorcillo.

- ¿Qué has visto en mi para creer que puedo ser tu Jefa de Ingenieros? -le suelto de sopetón.

- Pasión por lo que haces, magia, inteligencia y modestia, sobre todo eso. Y en un equipo de Fórmula Uno es lo que más falta hace.

- ¿De verdad crees que podría serlo?

- Si estoy aquí es por algo, Valeria. El problema es que se ve que tú no lo crees.

- Si, ese es el problema -le respondo cogiendo una pequeña pieza y pasándosela- ese ha sido siempre mi problema.

- Pues es una pena, porque tienes un enorme potencial para seguir escondida.

Aless está usando las mismas palabras que ayer me dijo mi abuelo. Es como si los dos me leyeran el pensamiento. Tendrá que ver con ser italianos. Les otorga el poder de leer la mente.

- ¿Qué sabes de mi? -le vuelvo a preguntar.

- Lo que hay escrito. Pero prefiero que me lo cuentes tú, si quieres.

Aless me da una lenta mirada y por unos segundos los dos nos quedamos mirándonos sin decir nada. Esto es tan diferente a la otra vez. Y lo es, porque él lo está haciendo diferente. Y necesito confiar en él para que lo sea. Para no derrumbarme y salir corriendo.

- ¿Te has aprendido de memoria mi vida? - le digo medio riéndome. Él vuelve a posar sus ojos en mi rostro y aprieta sus labios unos segundos.

- Tengo que tener buena memoria para mi trabajo. Pero si, me la he aprendido.

Le hago un gesto para que hable y él deja el motor encima de la mesa emitiendo un corto suspiro.

- Terminaste el instituto antes de tiempo porque te saltaron un curso. Te fuiste a estudiar a Cambridge siendo la primera de la clase y terminaste la carrera en tres años...

- No la hice antes porque murió mi abuela -le contesto.

- Lo sé también. Que a pesar de ser un cerebrito no te pasabas las horas estudiando, también lo sé. Estuviste muy activa participando en varios clubes en la Universidad.

- Un club de lectura, de kárate, de cocina thailandesa, de Barman y de... - me llevo uno de mis dedos a la boca intentando recordar cuál era- ah, de guitarra eléctrica.

- ¿De guitarra? - me pregunta él divertido.

- Si. Una amiga me llevó a un concierto de Metallica y me volví fan de la música heavy y rock. Y me dio por la guitarra.

- ¿Y la tocas bien?

- El Cumpleaños feliz se me da de puta madre.

A Aless le hace gracia lo que le cuento y suelta un par de carcajadas. Flexiona sus dedos y apoya un codo en una de las mesas mientras sigue hablando.

- Tienes ¿dos Master?

- Tres, falta que lo selle el Ministro -le respondo. Él me mira sorprendido y asiente con su cabeza.

- Te fuiste a Bogotá de voluntaria medio año, a montar una enorme depuradora, y al volver estuviste trabajando unos meses en una empresa mecánica de bombeos pero, lo dejaste a los dos meses.

- Me aburría - encojo mis hombros admitiendolo.

- En Ferrari no te vas a aburrír.

Alzo mis ojos y nuestras miradas se cruzan. No puedo evitar esbozar una pequeña sonrisa. Aless es muy directo.

- Supongo que también sabes lo que me pasó.

- Lo sé.

Aless da la callada por respuesta y mira la pequeña máquina que descansa en la mesa. Sus ojos oscuros vuelven a fijarse en los míos haciendo que un estremecimiento recorra mi cuerpo.

- ¿No tienes miedo de que me vuelva a pasar?

- ¿Lo tienes tú, Valeria?

- Lo tengo y mucho - le admito- pero como dice mi abuelo, quien no arriesga no gana.

Aless coge un destornillador y lo mueve entre sus dedos. Cuando se harta, lo deja encima de la mesa otra vez. Se gira en la silla de ruedines y me da una larga mirada. Ahora que lo tengo de cerca, tengo que admitir que aún es más guapo de lo que pensaba. Seguro que en Ferrari las tiene a todas locas.

- ¿Y tú que quieres hacer, Valeria? ¿tú quieres ganar?

Esa es la pregunta del millón.

¿Qué quiero hacer yo?

Dedicado a gig

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