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Veía como Max alzaba sus puños al cielo en señal de victoria, apretando su mandíbula, furioso, muy furioso. El rubio era el campeón de la Fórmula Uno a falta de una carrera. Y él se había quedado a 10 putos puntos de levantar la copa. Aplaudió y felicitó al campeón, demostrando su profesionalidad y compañerismo. Unos minutos más y volvió a su escudería donde su equipo miraba por las pantallas de televisión como el holandés descorchaba la consabida botella de champán. Se llevó las manos a la cara resoplando y negó con su cabeza.
- Ese podías haber sido tú, y lo sabes -le dijo Aless, su jefe de equipo, con dureza.
El español no sabía que contestar y dio la callada por respuesta. Cuando tu jefe te echa la bronca, y con razón, bajas la cabeza y esperas que pase el chaparrón. Y sabía que le iba a caer, era buena. ¿Merecida? Tampoco era para tanto.
Después de unos minutos de silencio, el italiano le habló de forma muy fría. Como si fueran dos desconocidos y no dos personas que habían compartido toda una temporada con sus aciertos y sus errores. Aunque más de estos últimos.
- Una oportunidad más, Carlos. Se te acabó el tiempo. Tienes la temporada que viene para estar tú ahí, en vez del holandés. Y si no...
- Si no, ¿qué? ¿Me estás amenazando?
Carlos se dirigió a él apretando sus puños a ambos lados de sus costados. Él también estaba enfadado. Con su equipo, con los inútiles de sus mecánicos, y en menor medida, con él mismo. Pero era tan prepotente que no era capaz de ver más allá de sus narices: esta temporada había sido una mierda por su culpa y solamente por su culpa.
- Tómatelo como quieras chaval -le dijo Aless sin inmutarse. Se dio la vuelta y se ajustó sus gafas de sol- yo únicamente soy el puto mensajero. Tienes potencial, y lo sabes. Pero este año te has dedicado más a "otros asuntos" que a lo que tenías que hacer, ganar el campeonato.
Aless puso su mano en el hombro y le dio un ligero apretón. Dejó allí a Carlos, a la promesa de futuro de Ferrari, que se estaba quedando en eso, en solo una promesa como no espabilara. El dueño había sido claro, le daba un año más y si no a la puta calle. Aquí no se andaban con chiquitas. Nadie estaba por encima de ellos, y menos un niñato que no se tomaba las cosas en serio.
Carlos apretó sus dientes y pasó su lengua por su labio superior. Él quería estar aquí. Quería triunfar en el equipo y a él no lo echaba nadie. Sería una deshonra. Y él aún tenía orgullo. Y de eso le sobraba.
- Aless -le llamó Carlos antes de que el italiano saliera de la zona destinada a su escudería- búscame un ingeniero de la hostia, pero uno que haga magia, no esta mierda que me habéis puesto este año.
El italiano bajó sus gafas de sol hasta darle una larga mirada al español. Asintió y se dio la vuelta para salir mientras chasqueaba su lengua. El chaval le había leído el pensamiento. Se había quejado infinidad de veces de que el Ingeniero jefe de motores era malo, muy malo. Y no toda la culpa de la nefasta temporada del muchacho era suya.
Lo fácil era despedir al Ingeniero, lo difícil, encontrar a un hechicero.
- ¡Tienes que respirar Valeria! ¡Mírame y respira!
- ¡Ya lo hago, joder!
La rubia inhaló aire con fuerza y lo soltó lentamente. Las bocanadas venían cada vez con más rapidez y esa sensación de que no podía respirar, estaba desapareciendo. Se llevó las manos a la cara y se limpió las lágrimas con los dedos. Segundos después alzó su cabeza para fijar su mirada en la de su hermana. La había asustado otra vez. Pero es que no podía remediarlo.
- No puedo hacerlo Diana, no puedo -le dijo Valeria de nuevo al borde de las lágrimas.
- Val, cariño, sí que puedes, tú solamente...
- ¡No! ¡Ya lo he intentado y no funciona! -le replicó ella alzando la voz desesperada.
Diana la miró apenada y con ganas de llorar también. La oportunidad de su vida estuvo en la yema de sus dedos y la tuvo que dejar escapar. Y no podía reprochárselo. Bastante había sufrido su hermana estando tan lejos. Si Valeria no podía, es que no podía. El cerebrito de su hermana nunca se había sentido así. A sus 25 años, tenía una carrera de Ingeniería Mecánica, y varios Máster. Podía construirte un cohete solamente en un par de horas y las empresas se la rifaban.
Y aquí estaba ella, derrumbada en el suelo del baño de un hotel, llorando a lágrima viva y a punto de otro ataque de ansiedad. El cuarto esta semana. Solo hacía un día que había estado en Urgencias y la pobre Diana se temía que en cualquier momento acabaran de nuevo allí.
- Valeria, escúchame cariño -su hermana cogió sus manos y le habló con toda la calma que pudo. Incluso le sonrío para que se tranquilizara- ¿tú qué quieres hacer?
- ¿Yo?
- Si, tú, olvídate de todo y de todos, ¿tú que quieres hacer?
- No quiero sentirme así -le contestó ella, negando con su cabeza repetidas veces. Diana tomó aire y chasqueó su lengua. El corazón le latía tan rápido que creía que le iba a estallar en el pecho.
- Yo tampoco quiero que te sientas así, cariño -su hermana acarició su mejilla y esbozo una pequeña sonrisa tranquilizadora.
- ¿Y qué hago entonces?
Valeria volvió a mirar a su hermana mayor, aún con lágrimas en los ojos. Estaba asustada. Tenía miedo. Nunca lo había tenido y ahora sí. Enfrentarse al mundo real, le daba pánico.
- Pues lo que hacemos siempre -le contestó ella con una sonrisa- ir a verlo.
Valeria soltó una pequeña carcajada y sonrío. Su hermana tenía razón. Siempre que tenían problemas, se largaban con él. Les recargaba las pilas en dos segundos. Y además, era el sitio ideal para desconectar de todo y de todos. La rubia de ojos verdes le sonrío a su hermana asintiendo con su cabeza.
- Pues genial, iremos a ver al mago.
*** Espero que os hayáis quedado con ganas de más. En unos días subiré el primer capitulo. Esto no ha hecho nada más que empezar.
Muchos besos y abrazos para todos ***
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