7. 𝑀𝒾 𝒻𝒶𝒾 𝒾𝓂𝓅𝒶𝓏𝓏𝒾𝓇𝑒
- ¡Hasta mañana, Valeria!
Levanto los ojos del mecanismo que tengo en mi mesa y le hago un gesto con la mano a Radaek, uno de los mecánicos de la fábrica. Miro la hora en uno de los relojes de la pared. Son casi las diez de la noche. Llevo aquí desde las ocho de la mañana y estoy cansada. Ya no puedo más.
En tres días nos vamos a Cataluña y aunque he conseguido que la tracción del motor sea más rápida hay algo que da vueltas en mi cabeza y no consigo sacarlo de ahí. Llevo una de mis manos al cuello y puedo notar la tensión que hay en el,así que, decido irme. Recojo mis cosas de la mesa y las meto en uno de los cajones. Me pongo la chaqueta y salgo de la sala de máquinas. Saco mis auriculares del bolsillo y mientras camino por los silenciosos pasillos, la música de "The Unforgiven" de Metallica me hace abstraerme de todo. Me despido del guarda de seguridad de la entrada, que me hace un gesto con la mano.
Esta noche hace frío. Y estoy deseando llegar a mi habitación, darme una larga ducha y pedir del servicio de habitaciones. Es que no soy capaz ni de coger una bicicleta de lo cansada que estoy. Salgo del edificio donde está el taller de mecánica y camino hasta llegar a la plaza de Michael Schumacher. Al principio me hizo gracia que todas las calles de alrededor de la fábrica tuvieran nombre de piloto, pero, conociendo la historia de cada uno de ellos, me produce un gran respeto.
Me apretujo en mi chaqueta. Tengo hambre. Mucha hambre. Escucho el potente motor de una motocicleta acercándose cada vez más a mi. Por aquí es normal ver cada día prototipos de Ferrari cruzar sus calles, pero no así una moto. Su conductor para muy cerca de mi mientras yo sigo caminando ajena a todo.
- ¡Valeria!
Me giro al escuchar mi nombre y respiro aliviada al ver a Carlos. Siento un estremecimiento en mi vientre al ver todo su pelo despeinado por culpa del casco y como sus ojos me miran con bastante intensidad. Me pone nerviosa cuando hace eso. Cuando no aparta su vista de mi, haciendo que todo mi cuerpo se revolucione.
Desde la noche de los dardos no habíamos hablado. Si es cierto que lo he visto de lejos por las instalaciones, pero, no he tenido ocasión de hablar con él de lo ocupada que he estoy.
Me quito mis auriculares guardándolos en mi bandolera. Me acerco lentamente a él sin dejar de mirarlo. Lleva unos vaqueros oscuros bastante pegados, que no hacen sino acentuar los músculos de sus piernas. Completa el atuendo con una de las cazadoras de Ferrari, la cual la lleva ligeramente abierta.
- ¿Te vas al hotel? -me pregunta mientras pasa su lengua por su labio inferior. Debería dejar de hacer eso de una vez. Es muy malo para mi salud mental.
- Si, por hoy ya vale. Me duele la cabeza de tanto pensar -le confieso frotando mi frente con tres de mis dedos.
- ¿Has cenado?
- Aún no -le admito sintiendo como las tripas se me mueven. Él se baja de la moto y abre un sillín sacando otro casco.
- Sube. Te invito a cenar.
- No hace falta, de verdad -le digo haciéndole un gesto con la mano. Su proposición es bastante interesante, y ese es el problema, que todo lo que él me proponga me lo va a parecer - el hotel está ahí al lado
Me quedo mirándolo unos segundos apretando mis labios. Él ladea un poco su cabeza con una media sonrisilla y me tiende el casco.
- Voy a acabar pensando que no quieres cenar conmigo.
- Es que mira como voy -le digo señalando la ropa de Ferrari que llevo puesta. Como excusa es patética, lo sé.
- Así vas perfecta, Valeria.
Cojo aire y lleno mis pulmones soltándolo lentamente muy nerviosa. Mi nombre en sus labios suena muy bien. Sobre todo porque lo pronuncia muy lentamente y de una manera muy sensual. Por un momento estoy tentada a decirle que no. Pero la parte de mi cerebro que dice que soy gilipollas, me hace coger ese casco y montarme en la parte de atrás de la moto. Él arranca y escucho su voz a través de los intercomunicadores que van conectados al casco.
- Agárrate bien, Valeria, y si ves que voy muy rápido me lo dices , ¿ok?
- De acuerdo.
Me agarro a su cintura con timidez. Pero en cuanto la moto empieza a coger velocidad, acabo agarrada a él pasando mis brazos casi por su estómago. Pongo mi cabeza reposando en su espalda y me dejo llevar disfrutando del paseo.
- ¿Vas bien? -me pregunta Carlos mientras coge una curva.
- Si, todo bien. ¿Te estoy agarrando muy fuerte?
- Tranquila, tú por eso no te preocupes.
Muerdo mis labios sabiendo que él no puede verme. Me agarro a su cuerpo disfrutando de la maravillosa sensación de estar tan cerca suya. Mi estómago ahora mismo es un torbellino. Entre el hambre y los nervios por estar con Carlos. Cuando estuvimos en el bar, tuve miles de sensaciones con él. Sus miradas, sus susurros al hablarme, que no me quitara ojo en toda la noche. Es como si en cualquier momento sintiera que va a pasar algo entre los dos, pero, que a la vez, sé que eso no va a ocurrir.
Casi un cuarto de hora después, Carlos aparca la moto en una pequeña explanada a las afueras de Maranello. Me bajo y me quito el casco dándoselo a él. Mientras él los guarda, me fijo en el sitio donde me ha traído. Es un restaurante de comida casera cuya edificación es de ladrillo visto y madera.
- ¿Vamos? -me pregunta él señalándome hacia dentro.
Sigo a Carlos entrando los dos en el restaurante. A simple vista, me recuerda a los sitios que hay en el pueblo de mi abuelo. Por dentro todo es de madera. Las mesas tienen unos preciosos manteles de cuadros blancos y rojos, adornadas con unos pequeños jarrones con margaritas frescas. Carlos le hace un gesto a alguien en la barra y me guía hacia una mesa en una de las esquinas cerca de una chimenea que aún está encendida. Hay un par de familias aquí, y un pequeño grupo de jóvenes al fondo del restaurante. Pero, todo está tranquilo.
Me quito mi anorak de Ferrari y lo dejo en una de las sillas. Veo como Carlos curva sus labios en una pequeña sonrisa al ver que llevo su sudadera de Nike puesta. Mis mejillas se sonrojan levemente y me siento bajando mi mirada hacia el plato.
- Te queda bien -me dice él. Levanto mis ojos y lo miro. Me da igual como me quede porque es suya. Aún huele a él. Y me da pena que en cuanto la eche a lavar ésta noche, pierda su olor.
- Lo sé. Tengo más estilo que tú -le replico haciéndole una mueca ante su mirada divertida.
- ¿Qué te apetece comer? -Carlos sujeta una pequeña carta plastificada y la pone en medio de los dos para que podamos mirarla. Mi cabeza está muy cerca de la suya y siento su aliento en mis labios produciéndome un ligero cosquilleo. Los latidos de mi corazón empiezan a aumentar de intensidad y tengo que agarrarme la rodilla intentando calmarme.
- Sopa. Me apetece mucho sopa. Llevo unos días que sólo como bocadillos de pastrami y ensaladas -le confieso mirando la carta.
- La minestrone está muy buena. Tiene mucha verdura.
- Pues esa misma. Y el pollo empanado con patatas.
Mientras él elige, me permito mirarlo de reojo. Carlos tiene unos ojos color café muy bonitos. Son de ese color de los que te quedas mirándolo un buen rato esperando que se pongan más oscuros, que es algo que le sucede de vez en cuando. Sobre todo cuando está concentrado. Tiene unos labios gruesos. De esos que quieres besar y perderte en ellos. Hoy tiene algo más de barba. Pero le queda bien. Bueno, joder, es que todo le queda bien a este chico. Él ladea un poco más su cabeza hasta que nuestras miradas se encuentran de nuevo. Estamos así unos segundos evaluándonos él uno al otro sin decir nada.
- Tienes unos ojos muy bonitos, Valeria.
Ay, dios. Es que cuando me llama por mi nombre yo siento que me muero. Porque además, le da una entonación tan sexy, que creo que a veces escucho quítate las bragas, en vez de Valeria. Le sonrío en agradecimiento y un camarero viene a tomarnos nota. Le pedimos todo y mientras esperamos la comida, nos deja una cesta con grissinis que ataco rápidamente.
- Dios, tengo más hambre de lo que pensaba -le confieso a él bebiendo de mi copa de agua.
- Normal. No estás comiendo bien. Te la pasas metida en la fábrica todo el día.
- Ya, lo sé. Pero he tenido una idea y hasta que no dé con la tecla no voy a parar.
- ¿Algo para ir más rápido? -me pregunta él con interés.
- Algo así. Es más bien algo para la frenada y la aceleración durante las curvas -le confieso llevándome las manos a la mejilla- sobre todo, tiene que ver con los frenos.
Carlos me mira satisfecho. Se lleva su copa a los labios y me quedo mirando como una tonta como lo hace. El camarero nos trae la comida. Me quedo mirando la suya y me pongo a reír.
- ¿De qué te ríes, De Luca? -Carlos coge su tenedor y me señala con él.
- Dos veces que hemos cenado juntos y las dos veces has pedido rissotto.
- ¡Que le voy a hacer! Me encanta. Es mi plato preferido de la comida italiana. Y siento mucha curiosidad por el de tu abuelo.
- Le pediré la receta, pesado -ruedo mis ojos y vuelvo a sacarle una sonrisa. Una bonita sonrisa que ilumina su cara cuando lo hace.
En cuanto me traen la sopa y me llevo la cuchara a la boca, no lo puedo evitar, emito un pequeño gemido de gusto. Es la sopa más rica que he probado en mi vida. Abro mis ojos y lo veo mirándome fijamente. Desvía su mirada hacia su comida y aprieto mis labios intentando no reírme. ¿Podrá ser que a él le pase como a mi y yo le guste un poquito?
No lo flipes, Valeria, es Carlos Sainz. Un dios del Olimpo creado para uso y disfrute de las mujeres. Como la morena con la que estaba el otro día en su habitación. Joder, me acabo de acordar de ella. Y de la desilusión tan grande que me llevé. Pero bueno, de que me extraña. Este tío está muy bueno y lo raro sería que no estuviera con alguien.
El móvil de Carlos vibra encima de la mesa. Bueno, es que no ha dejado de hacerlo. Aunque él no lo ha cogido ni contestado ningún mensaje. Pero se ve que éste si es importante porque responde enseguida. Vuelve a dejarlo en la mesa y se gira para mirarme con una gran sonrisa.
- Mis padres no pueden ir a ver los test de Barcelona -me dice él algo apenado.
- Oh, vaya. Cuanto lo siento. Aunque creía que no estaban abiertos al público...
- Y no lo están. Pero los familiares más directos pueden ir. Padres, hermanos...
- ... novias...
Me muerdo un poco el labio esperando que conteste. Sé que he sido algo atrevida, pero, necesito saber quien era la morena que salía de su habitación la otra noche. Me intriga. Y me da cierta envidia que esa tía esté con él. Y si, algo de celillos tengo. Desde la primera vez que lo ví, me gustó. Estaba allí arriba en la fábrica, mirándome con esa mirada tan penetrante, como si pudiera traspasar mi alma. Me afectó más de lo que pensaba. Hasta el punto que cada vez que lo veo me siento torpe y nerviosa a su lado de lo mucho que me gusta.
- Si, las novias también pueden ir -me dice él en un tono algo airado- así que si quieres llevar a tu novio, puedes hacerlo.
Alzo una de mis cejas mirándolo. Es más sutil que yo a la hora de preguntar si estoy con alguien. Corto mi pollo empanado apretando mis labios y casi sin mirarlo.
- No va a hacer falta. No tengo novio.
Alzo los ojos de mi plato y ahora es mi mirada la que se clava en la suya para no perderme ni un ápice de su reacción. Carlos iba a beber agua y antes de hacerlo esboza una sonrisilla de satisfacción que hace que mi corazón lata algo más deprisa. Me llevo un trozo de pollo a la boca disimulando un poco mi nerviosismo. Ahora me toca a mi conocer la respuesta de una pregunta que no para de dar vueltas en mi cabeza.
- ¿Y tú? ¿Llevarás a tu novia?
- Yo no tengo novia Valeria -Carlos medita su respuesta unos segundos y chasquea su lengua al hablar. Me responde de forma mecánica y sin nada de emoción en sus palabras- ni tengo ni quiero. En mi profesión, una novia lo hace todo más complicado...
- Es complicado porque tú quieres -le respondo con algo de dureza.
Odio cuando los tíos adoptan esa actitud de prepotencia, diciendo que no quieren novia cuando en realidad lo que les pasa es que les va la marcha y son incapaces de serles fieles a su pareja. Él alza una de sus cejas y se echa hacia atrás en la silla cruzando sus brazos
- ¿Y tú que sabes, Valeria?
- Complicado es la puta palabra que usamos todos para decir que no queremos estar con nadie. Que preferimos estar solteros y vivir la vida. Incluso es la palabra favorita que se usa, cuando hay que romper una relación.
Carlos hace un gesto con su boca y asiente lentamente mientras me mira. Tengo su mirada fija en la mía y parece que ninguno de los dos quiere apartarla.
- ¿Has usado muchas veces esa palabra, Valeria?
- Nunca -le respondo con sinceridad- yo, sino quiero estar con una persona, se lo digo y punto. No hay que darle más vueltas. Lo mismo que si también quiero estar con ella, se lo digo. La vida no está como para perder el tiempo.
Encojo mis hombros y llevo mi copa de agua a los labios. Hablar tanto y con demasiada sinceridad, me ha dado mucha sed. Carlos sigue mirándome y segundos después, coge su vaso y le da un largo trago. Todo esto sin dejar de mirarme. Su mirada chocolate produce miles de sensaciones en mi cuerpo, como si fuera un puto tsunami que quiere arrasar con todo.
- ¿La morena del otro día también es complicada?
Carlos cambia el gesto de su cara. Le incomoda mi pregunta. Se le nota. Aprieta su mandíbula y chasquea su lengua antes de contestarme.
- Esa tía sólo es un rollo que tuve una noche y se ha creído con el derecho de ser algo más. Se coló en mi habitación y por suerte, me avisaron a tiempo de recepción. Cuando llegué a mi cuarto estaba...bueno, no te digo como estaba...pero si que me costó bastante que se largara. Y no se lo tomó muy bien...
Siento algo de alivio al saber que no es su novia. Sólo era un rollo. Una tía que estuvo con él en su cama. Que sintió sus besos y sus caricias por todo su cuerpo y como él la hacía suya. Me muerdo los labios porque imágenes de él en mi cama del hotel pasan velozmente por mi cabeza mientras un pequeño suspiro sale de mis labios.
- ¿Está bueno el pollo?
- Está delicioso -le contesto llevándome otro trozo a la boca- ¿quieres un trozo?
- No, gracias. Creo que no voy a poder terminarme el pescado.
- Tú tampoco es que comas mucho que digamos -le digo advirtiendo que apenas ha tocado su plato. El flexiona los dedos y los junta llevándolos hacia su barbilla.
- Estoy un poco nervioso. El final de la temporada pasada fue una mierda, y me juego mucho, Valeria. ¿Y tú cómo estás?
- Nerviosa, atacada, muerta de miedo...todo esto es tan nuevo para mi. Y no es por el miedo de demostrar lo que soy capaz de hacer, sino por demostrármelo más a mi misma. Creo que soy mi peor crítica
Y lo soy. Cuando se trata de mi, soy malisima conmigo misma. Es que ni me soporto.
Los dedos de Carlos apartándome un mechón de pelo de la cara me hacen salir de mi trance y enfocarme en la caricia suave de su mano. De nuevo está ahí. Esa sensación. Ese latido más fuerte en mi pecho cada vez que él me mira. Hay una frase en italiano que me encanta mi fai impazzire, me vuelves loca. Y no podría describir mejor como me tiene él. Entreabro un poco mis labios cogiendo aire muy lentamente. Me quedo absorta mirando si boca y muy despacio subo mis ojos hasta que nuestras miradas vuelven a cruzarse. Hasta que siento como me falta el aliento perdida en esos ojos chocolate.
- Sigue haciendo magia, Valeria. No dejes nunca de creer en ti misma. Yo ya creo en ti y creo que apenas he visto nada de lo que eres capaz de hacer.
Me fijo en sus largos dedos que aún siguen en mi mejilla. Mis ojos recorren sus antebrazos deteniéndome en como lleva el polo remangado marcandole los músculos. Está fuerte, y se le nota mucho. Pienso en lo que sería agarrarme a esos brazos mientras está dentro de mí y un espasmo se apodera de mí vientre consiguiendo que todo mi cuerpo se acalore.
Miro su muñeca y una bombillita se enciende en mi cabeza. Una de mis manos le agarra el reloj que llevo puesto y me quedó mirándolo ante su desconcierto.
- La correa de tu reloj, ¿de qué material está hecho? -le pregunto bastante ansiosa.
- De Beronnio. Es un regalo de una de las marcas que me patrocina... -me contesta él algo confundido.
Mi cabeza empieza funcionar y puedo sentir como las ruedas de mi cerebro giran cada vez más deprisa. Una sonrisa se forma en mi cara y me muerdo los labios.
- Tienes que llevarme a la fábrica ahora mismo -le digo ante su desconcierto.
- ¿Ahora? ¿Porqué? ¿Qué pasa? -me acerco más a él y cojo sus manos. Giro la de su muñeca, en la que está el reloj y le muestro la parte de atrás.
- He tenido una idea. Una gran idea. Y es gracias a ti y a tu reloj.
- ¿Y me la puedes contar?
-Si, pero necesito probarla, y que todo el mundo se ponga a trabajar en ello. Los discos de frenos. Sé que algunos están hechos de cerámica y otros de carbono. Pero, ¿y si los hacemos de Beronnio?
Carlos se me queda mirando y se echa hacia atrás en la silla. Mis manos aún siguen sujetando las suyas siendo conscientes de la suavidad de su piel y de la fuerza con la que él me sujeta. Como si no quisiera dejarme ir. Él me da una sonrisa que contagia a la mía.
- Desde luego, Valeria De Luca, que eres una hechicera. Quiero ver como haces tu magia. Pero son las putas 12 de la noche, y tienes cara de cansada. Cómete el flan que te han traído de postre y mañana será otro día...
- Pero...
- Sin peros, Valeria. Hasta las buenas hechiceras nunca rebelan tan pronto sus trucos.
*** Antes de que pongáis el grito en el cielo, si, me he inventado un nuevo material para dar más realismo a las ideas de Valeria. El Beronnio no existe, no lo busquéis. Pero jugará un papel primordial en esta historia.
Espero que os esté gustando y que la disfrutéis. Si la votais, me haréis muy feliz.
Muchos besos y abrazos ***
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