1.
Estaba leyendo por segunda vez orgullo y prejuicio, aprovechaba que mamá tocaba la sonata para piano número doce en la mayor, de Beethoven, sé que estaba enseñándole a un niño, pero el pequeño parece estar más entretenido en ver a mi madre mover sus manos con atrapante elegancia, no lo culpo, yo también quedo embelesado ante aquello.
—NamJoon— mi madre me llamó suavemente, sin dejar de tocar, como la profesional que era.
Cerré el libro, lo acomodé en mi librero y bajé despacio para no perturbar su concentración.
—Buenas tardes— el niño sentado a su lado en el banco del piano me saludó.
—Buenas tardes.
—Cariño, haz un poco de limonada para mi alumno y para mí— sonrió con dulzura sin despegar la vista de sus manos.
—Claro.
Nuestra casa estaba ubicada en un barrio de Jefferson City con varios "refugiados de Corea", algunos regresaron a nuestro país natal, el resto se quedó porque aquí las oportunidades son mejores, eso dicen. Estamos aquí cuando en mil novecientos cincuenta estalló la guerra de Corea, mi padre es un sargento militar y decidió que era mejor para su familia estar lejos, claro que el conflicto terminó en mil novecientos cincuenta y tres, pero él dice que la vida será mejor aquí.
Mientras parto los limones miro a través de la ventana, las vacaciones habían comenzado hace una semana y junio se sentía cálido y agradable. Nunca hice amigos en la universidad, así que ahora no tengo con quién salir, tampoco me gusta mucho, es agradable quedarse en casa con mamá, solemos esperar alguna llamada de papá, nos cuenta cómo van las cosas y nos da palabras de aliento.
Mi mente vieja en lo que hago la limonada me pregunto si tendré una historia como las de mis libros de romance, lo complicado es que creo que soy una marica, como los simios llaman a las personas homosexuales, ocurrió que una vez cuando veía a un amigo, algo se removió dentro de mí, Jimin es su nombre, solía ser mi vecino, pero su familia decidió que era mejor regresar a Corea del Sur, nunca volveré a ver a ese ser que parecía una criatura mágica, preciosa y etérea.
Serví la limonada en los vasos, regresé a la sala, los tendí a mi madre y al niño.
—Gracias, cariño.
Antes de retirarme llamaron a la puerta, el niño miró el reloj en la pared, se veía emocionado, seguro que ya habían llegado por él, no esperé la orden de mi progenitora, simplemente me acerqué a la puerta y abrí.
—Buenas, ratoncito, vengo por mi sobrino.
Quería formar una mueca, el chico frente a mí lucía como los simios vagos que iban a la universidad en los primeros semestres y a los chicos de preparatoria, esos típicos que van a las neverías café y malgastan sus días y sus noches cuando van a los bailes para el rock n' roll. Vestía pantalones de mezclilla, botas negras, camisa blanca y una chaqueta de cuero, así era como todos ellos se vestían, sólo que con algunas variaciones en tonos y peinados. Por mi parte me visto con pantalones de pana, camisas fajadas, zapatos formales y mis lentes de marco grueso, es como a mis padres les gusta y yo me siento cómodo.
—Pasa— salió casi con desprecio, pero es que ellos eran los más irritantes.
—Tío JungKook— el pequeño salió corriendo a sus brazos—¿Viniste en tu moto?
—Claro que sí.
Mi mamá se acercó, formó una expresión preocupada.
—¿Es seguro que JungSoo se vaya en moto?
—No se preocupe, yo soy muy hábil, además mi moto es un modelo nuevo de BMW, es la R50— ella no entendió muy bien, pero miró por la ventana de la sala para ver la moto negra, que en realidad se veía bastante bien.
—Bien, te espero la siguiente semana, JungSoo— le oprimió la mejilla al pequeño y se despidió de JungKook con un asentimiento de cabeza.
—Nos vemos, ratoncito— me sonrió con aires de coquetería.
Yo esperaba ya no ser yo quien le abra la puerta, parece ser alguien que sabe cómo molestar a las personas.
Viernes 3 de Junio de 1955.
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