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[Capítulo 6]

Estuve inconsciente alrededor de sólo diez minutos (sí, noqueado con un solo golpe...  Qué vergüenza) y bastó para que Mackenzie llamara a una ambulancia.

Es decir, fue una de las cosas más vergonzosas que me pasaron de la vida.

Lo peor fue que nos supe lo que ocurrió con Mackenzie y Érick hasta varios meses después, una historia que no contaré de momento para al menos hacer que compartan una pequeña parte de la intriga que yo sentí.

Dado que mi contacto de emergencia era Odette, ella fue la primera que vi luego de haber sido trasladado al hospital más cercano y despertado en una camilla en el área de urgencias.

—¿Qué fue lo que ocurrió? —preguntó ella tan pronto como llegó.

Yo sólo solté un gruñido que parecía más bien ser un sollozo atorado en mi garganta.

—Me golpearon por intentar ser amable —solté, sin siquiera atreverme a mirar a mi hermana—, y luego caí inconsciente.

—¿Eh? ¿Te noquearon con un solo golpe?

—¡Ese tipo tenía mucha fuerza y es más serio de lo que parece! O eso creo... Yo... ah, cállate.

Odette se rió entre dientes y se sentó al pie de la camilla. Múltiples ruidos de los diferentes pacientes que nos rodeaban era lo único que impedía que ahondara un silencio que a mí me habría resultado incómodo.

—Mamá y papá están en camino —informó ella, balanceando sus pies sobre el borde de la cama y tomando mi mano en gesto de consuelo—. Ya hablé con el doctor y dijo que sólo quiere verificar que no hayas tenido una contusión, y que una vez que lo haga te dará de alta.

Asentí con la cabeza, rascando mi cuello y sintiéndome como si estuviera fuera de lugar en ese hospital, aunque quizá sí lo estaba después de todo.

Sólo permanecí ahí como una hora, ya que después de que llegaran mis padres y West (sí, el idiota podía decir lo que quisiera, pero también se preocupaba por mí) me dieron de alta, alegando que no había recibido ningún daño perjudicial a la cabeza, así que únicamente me pusieron una ferula nasas ya que al parecer lo que sí me había roto había sido la nariz.

—Dime quién fue el que te golpeó y entre Odette y yo vamos y lo apaleamos —dijo mi padre con seriedad seriedad una vez que volvimos a casa en su auto, dado que mi hermana y West habían venido en taxi y yo, bueno, pues en ambulancia. Él se hallaba sentado en el asiento del conductor junto a mi madre, mientras que nosotros estábamos en la parte trasera, cosa que habría resultado más complicada de no ser porque Odette era más pequeña que West y yo.

—Agradezco la oferta —respondí con un ligero atisbo burlón—, sin embargo, no necesito que mi hermana menor y mi padre me defiendan... Además, fue un malentendido y creo que parte de mi culpa.

—No cuenta si lo dices tú —intervino West—, hasta donde sabemos puede ser ésa tu inseguridad hablando... Ah, debes admitir que este fue un final interesante para tu cuarta cita.

—Llámalo interesante —bufé—, yo lo veo más bien como algo innecesario que no tenía que haber ocurrido... De igual forma, sólo falta la última cita, y si de verdad en esta no logro nada me deprimiré.

—No seas exagerado —aportó mi madre, mirándome a través del espejo retrovisor con una sonrisa—, quizá la última sea la vencida.

—Pensaba que era la tercera y no última.

—En este caso aplica para la última.

De pronto, la bocina del claxon nos sobresaltó a todos.

Alcé la cabeza y observé que era mi padre quien la había tocado, él miraba al frente con el entrecejo arrugado y su rostro asomado a través de la ventanilla.

—¡Muevanse! —gritó él, volviendo a meter su cabeza al interior del auto y maldiciendo en silencio—. Y yo pensando que estos idiotas ya debían haber acabado con su protesta. Al menos les están dando su merecido, ¡ja!

Al principio no entendí de lo que hablaba, no obstante, al mirar a través de una de las ventanillas caí en la cuenta de que la protesta para evitar que la Plaza Langdon fuera demolida no se había detenido, sino que al parecer había regresado con más fuerza.

Pero eso no pareció servir de nada, ya que ahora los integrantes estaban siendo arrestados.

Decidí no darle importancia, aunque en el fondo le sentí mal por ellos.

Más tarde el camino se despejó y pudimos continuar con normalidad, aprovechando que mi apartamento no estaba lejos, les pedí a mis padres dejarme en él. Y tan pronto como llegué, me encerré en mi habitación, en donde me derrumbé sobre mi cama y Frodo se me acercó con las intenciones de que lo acariciara, aunque tan pronto como coloqué mi mano encima suyo, él salió huyendo, despavorido.

Gatos y mujeres, ¿quién los entendía?

Pasé la noche casi entera en vela, pensando en la quinta cita y en lo qué haría si esa tampoco salía bien.

Supuse que lo sabría en el momento en que esto llegara, aún si a estas horas persistía como una idea desagradable en mi mente.

Eran eso de las cinco de la mañana cuando me di cuenta de que no soportaba la intriga de no ver el perfil de mi cita, como había hecho con las tres anteriores. Así que tomé mi celular y lo desbloqueé, abriendo la aplicación de Five-Lo2 y mirando la página principal por unos largos minutos.

Y de nuevo las inseguridades atacaron mi mente. Quizá ese tipo de cosas no estaban hechas para mí, quizá no lo intentaba con suficiente fuerza, quizá simplemente no estaba destinado a tener a alguien, después de todo, no todos estaban felizmente casados o saliendo con alguien.

El repentino maullido de Frodo me asustó, recordándome lo que iba a hacer ahí. Sin pensarlo mucho, fui hacia los perfiles con los que la aplicación me había contactado, dirigiéndome directamente hacia el próximo con el que saldría mañana.

Pero no conseguí ver más allá de un la compatibilidad antes de que, sin previo aviso, el tono de llamada de mi celular sonara. Antes de responder mi mente pensó fugazmente en lo que había visto antes de ser interrumpido.

"50% de compatibilidad".

¿Eso significaba que la compatibilidad se había reducido tanto hasta llegar a ser algo de cincuenta a cincuenta?

Tenía que admitir que eso me desanimaba.

No obstante, me di cuenta de que no valía seguir pensando en ello, así que tras apartar ese pensamiento de mi mente, tomé la llamada que seguía persistiendo y me colgué el celular a la oreja.

—¿Hola? —pregunté, dudoso y con cierta lentitud.

Hey, ¡hola, Finn! —respondió una voz con energía al otro lado de la línea—, eh, sé que esto parecerá raro, porque en realidad no nos conocemos y sólo nos vimos una o dos veces por casualidad, pero...

—Espera, espera —interrumpí, confundido dado que no era capaz de reconocer esa voz—, perdón, pero no recuerdo quién eres.

—¿Ah? ¿Cómo no me reconoces? ¡Soy Sidney!

Me quedé congelado al oír esto.

—No te ofendas, pero, ¿cómo demonios conseguiste mi número? —cuestioné, pellizcando el puente de mi nariz y notando que Frodo me miraba fijamente desde una esquina, quizá teniendo curiosidad acerca de con quién hablaba.

—¿La verdad? Pues, cuando nos topamos en el centro comercial y estaba ordenando un par de cosas, oí por accidente cuando le dabas tu número telefónico a alguien en caja para que te hiciera una recarga... Y bueno, tengo memoria eidética así que literalmente fue imposible que no me lo aprendiera.

Parpadeé varias veces al escucharla, demasiado sorprendido como para dudar de su palabra, o tal vez era que mi mente aún no se había espabilado del todo... Era lo mismo.

—B-bueno —contesté, vacilante—, sin embargo, aún no entiendo por qué me llamaste...

Ah, sí, eso... ¿Recuerdas la protesta que hicimos y de la que nos corrieron? Pues mi hermano y yo acabamos por volver ayer, pero hicimos más escándalo del que esperábamos y  los nuevos dueños de la plaza acabaron por llamar a la policía... ¡Disculpa pedirte algo así! Sin embargo, no puedo acudir a nadie más y un extraño cuyo número de celular aprendí por accidente sonaba como mi mejor alternativa. Te devolveré el dinero y lo que gastes en venir y...

—¿Me estás pidiendo que pague tu fianza? —pregunté, sonando más confundido de lo que realmente me sentía, y sintiéndome aliviado por no tener problemas en llegar a esa conclusión.

Eh... Bueno, sí, digo, si no tienes tiempo no vengas... Oh, Dios, qué vergüenza pedirte algo así a estas horas de la madrugada...

—No importa —desestimé—, no es como si estuviera en medio de algo importante... ¿Estás en la avenida Alestern? —Lo supuse por el hecho de que era la estación más cercana a la Plaza Langdon.

Sí...

—De acuerdo. Iré para allá.

Colgué la llamada, girando mi cabeza sobre la almohada y frunciendo el entrecejo hacia Frodo.

—¿Qué miras? —espeté, poniéndome de pie y dispuesto a salir de ahí.

Me tomó veinte minutos llegar a la estación donde se encontraba Sidney, y no, en realidad no había una razón concreta por la que hacía esto... Supuse que me había agradado esa chica, y que no quería volverme a encontrar con ella (cosa que, a juzgar por las ocasiones anteriores, podría suceder) y sentir vergüenza por no haberla ayudado.

¿Quién lo sabía? Quizá en un futuro yo la necesitaré a ella... Aunque, si era sincero, seguía sin creerme del todo que realmente se hubiera aprendido mi número de celular por accidente.

Cuando llegué a la estación tuve que responder por Sidney d'Aumard.

La oficial de policía que me atendió y me ayudó con los trámites para pagar su fianza, me guió también a través de la estación hasta las celdas que se encontraban al fondo.

Ahí encontré a un grupo de diferentes personas que recordaba vagamente haber visto en la protesta, entre ellas, noté sin mucha sorpresa, que se hallaba Sidney.

Ella alzó la cabeza de golpe al oírme llegar, y salió de la celda con lentitud tan pronto como la oficial de policía le abrió la puerta.

Sidney no me miró a los ojos y apoyó su mano en su brazo contrario, dibujando una pequeña mueca en sus labios.

—Disculpa las molestias —masculló por lo bajo—, sé que pensarás que soy una acosadora, estafadora o algo así...

—Si hubiera creído eso no habría venido —respondí, encogiendome de hombros y restándole importancia al asunto.

Sidney sonrió a medias.

—Gracias, de verdad. Tan pronto como vuelva a casa y consiga mi billetera te devolveré el dinero que pagaste... De hecho, voy para allá, si no te molesta ir a la casa de un extraño podríamos ir juntos, o, si por alguna rara razón confías en mí, ya te marcaré yo para devolverte el dinero.

Ella había hablado tan rápido que me costó seguir sus palabras, haciendo que necesitara tomarme unos instantes para procesarlas.

—Generalmente no tendría problemas en esperar —admití—, pero como no sabía cuánto dinero era la fianza, no me alcanza con el que tengo para volver y debo ir a trabajar en una hora. Así que supongo que aceptaré ir contigo, si no te molesta.

Sidney asintió con la cabeza. Noté que ella seguía igual de nerviosa y apenada que antes, seguramente aún no se le había pasado la sensación de haber tenido que recurrir a mí.

Si era honesto, no desconfiaba de ella, sino lo opuesto, era como si emanara un aura agradable a donde quiera que se mirara.

La oficial de policía, la cual se había marchado sin decir ni una palabra, regresó de la misma manera, devolviéndole a Sidney las cosas que le habían quitado antes de meterla en esa celda.

—Bueno, entonces vamos —dijo ella, y ambos comenzamos a caminar a través de la estación hasta llegar a su salida y cruzar su umbral.

El cielo, en lugar de aclararse como se habría esperado, pareció haberse oscurecido aún más, cosa que no parecía ser un buen augurio.

—Mi apartamento sólo está a unas cuadras —informó Sidney, mirando a su alrededor—, no te molesta caminar hasta allá, ¿o sí?

—Claro que no —contesté, sonriendo un poco.

Ella encaminó la marcha, saltando al frente y dando pequeñas zancadas que yo seguía por detrás suyo. Las calles de ahí estaban más despejadas y el tráfico era casi nulo, así que no nos tomó demasiado llegar a su residencia.

Sidney vivía en un alto edificio, delante del cual tuvimos que esperar unos momentos para que ella abriera la puerta principal. Mientras tanto, miré hacia el cielo, percatándome de que en él se habían arremolinado un par de grises nubes.

Supuse que quizá llovería más tarde, no obstante, no hallé motivos para darle importancia.

Cuando Sidney consiguió abrir la puerta, los dos nos dirigimos hacia el interior del edificio.

—El elevador está descompuesto —avisó ella tras cruzar el vestíbulo—, me temo que tendremos que ir por las escaleras.

No rechisté nada y solté un suspiro. Al subir por las escaleras no pude evitarme preguntar en un vago pensamiento cómo fue que los personajes de The Big Bang Theory lograron resistir esa circunstancias por tantos años.

Apenas llevábamos unos escalones y yo ya me sentía exhausto, pero, ¿pueden culparme? Mi departamento, después de todo, se encuentra en el primer piso del edificio donde vivo, así que no era común que yo subiera tantas escaleras.

Finalmente logramos llegar al cuarto piso, y ahí fue donde Sidney se detuvo en frente de una de las puertas marcadas con el número "22" en dorado, introdujo una de sus llaves en esa cerradura y la abrió luego de unos segundos, dejando la entrada abierta.

El apartamento de Sidney no era muy grande, las paredes estaban pintadas de color azul marino y casi todo era oscuridad, hasta que ella encendió el interruptor de la luz para iluminar la sala.

—Entra, enseguida me pongo a buscar el dinero para dartelo —dijo Sidney—, ponte cómodo donde quieras mientras tanto.

Asentí con la cabeza y observé cómo ella dio media vuelta y se alejó. Solté un suspiro, decidiendo que me mantendría de pie.

Abruptamente un estruendo me asustó y me hizo saltar en mi lugar, aunque me calmé tan pronto como me di cuenta que sólo se trataba de un trueno.

Sin embargo, me quedé desconcertado al entender lo que esto significaba. Me acerqué a la ventana de la sala, apartando con mi índice la cortina que la cubría y confirmando mi anterior predicción: Afuera estaba lloviendo a cántaros.

Fruncí el ceño, preguntándome cómo lograría ahora volver.

Alcé la cabeza y observé que la luz estaba parpadeando.

Y, de pronto y sin previo aviso, se apagó por completo. Al mirar por la ventana me percaté de que no fue el único sitio con quedarse sin luz, ya que pude visualizar cómo las ventanas iluminadas de los edificios delante mío también se oscurecían de golpe.

Un apagón, ¿por qué me sorprendía?

Me gusta pensar que son este tipo de cosas tan repentinas e incluso absurdas que únicamente pueden pasarme a mí, ya que hacerlo, en cierto modo, me da consuelo.

Maldije por lo bajo y opté por quedarme quieto, al final de cuentas, sumando mi torpeza y mi desconocimiento por el interior de ese apartamento, podía tropezar con cualquier cosa en medio de esa oscuridad.

—Hum, Finn —dijo la voz Sidney, inundando el lugar y haciendo un pequeño eco—, sigues ahí, ¿verdad?

—Eh, sí —respondí, dudoso.

—No puedo creerme que haya sido un apagón, digo, debes tener pero muy mala suerte. Pero no te preocupes, tengo unas luces de emergencia guardadas.

Antes de que pudiera responder, oí dos pequeños clics, y, abruptamente, una luz verdosa inundó la sala entera, resplandeciendo con un brillo fosforescente, el cual iluminaba el rostro de Sidney y le daba a su piel un toque peculiar y curioso.

Ella se acercó a mí y me tendió la otra varita brillosa que sostenía en su otra mano, que yo tomé con ligera duda.

Sidney esbozó una mueca y volvió su vista hacia la ventana.

—Ojalá hubiera habido forma de saber que se aproximaba tan fea tormenta —murmuró ella por lo bajo—, aunque supongo que eso me pasa por nunca mirar el noticiero.

Me quedé estático cuando recordé de golpe el motivo por el que mi jefe había cancelado el programa el día de ayer.

—Dicen que se aproxima una tormenta —había dicho él—, estaremos preparando los equipos en caso de que esto sea cierto, en todo caso, si no llega hoy lo hará mañana.

¿Cómo pude haberme olvidado de eso? Ah, es verdad, había estado tan mal por lo sucedido con Holly que ni siquiera le di importancia a lo que él había dicho.

Pasé una mano por mi cabello, sintiéndome mal por lo que estaba pasando.

Podía salir de ahí y arriesgarme a buscar un taxi, pero era de madrugada, estaba lloviendo y había un gran apagón, ¿cuáles eran las probabilidades de que hubiese un taxi en las calles en esas circunstancias? Solamente un desquiciado o un acérrimo amante de su trabajo... Y, dada mi suerte, podrían pasar horas antes de poder encontrar uno, y llamar a una agencia de taxis tampoco estaba en mi disposición gracias al apagón.

Sin embargo, tampoco estaba seguro de querer quedarme con Sidney, es decir, era agradable, pero nunca me había sentido cómodo en hogares ajenos.

Ella pareció leerme el pensamiento, pues dijo:

—Puedes quedarte aquí hasta que pase la tormenta, de verdad no hay problemas con eso.

—¿Segura? Digo, no nos conocemos...

Sidney se encogió de hombros.

—Hey, conozco un poco de ti —debatió—, hum, por ejemplo, sé que fuiste a un acuario, que compras en la tienda donde trabajo y que te uniste a una protesta para que no derrumbaran una plaza. Ahora, mientras no seas una clase de loco, un asesino o algo así...

—Mira quién habla —me burlé—, lo dice la misma que se aprendió mi número de teléfono y me llamó para que pagara su fianza.

No sabía si se debía a la tonalidad que adquiría gracias a la varita brillosa, pero casi podía asegurar que ella se había sonrojado.

—Que conste que lo de la prisión de antes fue una broma, es la primera vez que me sucede esto. Y no podía acudir con mis padres porque me matarían si se enteraran de que estuve en una protesta, pero tampoco podía ir con mi hermano, ya que a él le pagaron la fianza antes que a mí y no hubo forma de pedirle que pagara la mía. Así que mis opciones eran llamarte a ti o esperar a que el idiota de mi hermano se acordara de mí... Y bueno, de ahí la razón más detallada por la que te llame.

Asentí con la cabeza, aún si en el fondo no me preocupaban demasiado sus motivos en los que había dejado de pensar.

—Está bien —murmuré—, de igual forma eso no importa ya... Supongo no que me queda de otra que quedarme.

—Qué condescendiente suenas —musitó Sidney, y enseguida me retracté.

—¡Perdona! No era mi intención sonar así... ¿Me dejarás quedarme aquí hasta que pase la tormenta o la electricidad vuelva?

Ella sonrió.

—Claro que sí, de todas formas, es una buena forma de devolverte el favor, aunque igual pienso pagarte, por si te preguntas.

No respondí y me giré hacia la ventana, soltando un suspiro y bostezando. De acuerdo, eso fue mi culpa por no haber dormido lo suficiente.

Me dejé caer sobre el sofá de Sidney, y ella no tardó en imitarme, por lo que estábamos así, en un completo silencio y sin decir nada.

Y sin embargo; no se sentía incómodo.

—Es una pena esta tormenta —murmuró Sidney, jugueteando con su varita luminosa y lanzándola al aire para volverla a atrapar—, se suponía que hoy iba a tener una cita, será que no era el momento.

Me reí entre dientes.

—Qué casualidad, yo también tenía una.

—Ah, el mundo de las citas es un desastre, ¿no crees? Yo recién me mudé aquí, así que no conozco mucho y me cuesta conocer personas.

—¿De verdad? ¿De dónde eres?

—De Washington DC... Tuve que venirme para acá cuando mi padre murió y mi madre me pidió ayuda para cuidar a mis hermanos menores.

—Siento la muerte de tu padre.

Sidney se encogió de hombros.

—Eso fue hace meses, además, la verdad es que no nos llevábamos muy bien... En fin, New Jersey no me ha sentado bien y mi trabajo en el centro comercial tampoco es lo mejor del mundo, y sólo estos últimos días he tenido más tiempo para mí. Aunque supongo que podría ser peor. ¿Y tú qué me cuentas?

—¿Eh? ¿Yo?

—¿Quién más? Es decir, si vamos a estar aquí en la oscuridad mejor que no sea en silencio, que eso me pone ansiosa. Y será bueno que nos conozcamos un poco más, así no podrás decir que una extraña te hizo pagar su fianza.

Lo pensé en silencio por unos instantes. Dado lo repentina que había sido la situación y la falta de otras alternativas, no me resultaba difícil conversar con Sidney, de hecho, era sencillo y me parecía natural.

Y entonces ambos comenzamos a hablar con fluidez y calma, le hablé acerca de mis padres, Odette y de cómo había conocido a West, mientras que Sidney me contó más sobre sus tres hermanos, el mayor aparentemente había sido el mismo que inició la protesta para la Plaza Langdon, y sus hermanos menores eran gemelos de doce años de edad.

Ambos hablamos acerca de las citas que teníamos, y, fue ahí donde descubrí que no era el único con mala suerte en esa área, ya que al parecer Sidney había tenido malos encuentros con otros chicos.

Eventualmente nos ensimismamos tanto en la conversación que ni siquiera nos percatamos de inmediato del momento en que la electricidad volvió.

—Oh, mira —dijo Sidney, señalando hacia arriba y con una sonrisa congelada en su rostro—, la luz ya regresó.

Si bien la tormenta no había cesado, al menos había aminorado su fuerza un poco. Tomé esto como una buena señal y sonreí, sacando mi celular y desbloqueándolo.

—Será mejor que llame a mi familia para ver cómo se encuentran —dije—, ¿te molesta si salgo al pasillo para llamarlos?

—Para nada —respondió Sidney con aire de indiferencia.

Asentí y salí del apartamento, cerrando la puerta con un ruido sordo y mirando mi celular.

Sin embargo, me quedé quieto cuando me di cuenta de que una de las pestañas abiertas era la aplicación de Five-Lo2, algo que no me sorprendía, sí me parecía desconcertante.

Pero no por las razones de tener la aplicación abierta, sino más bien por el hecho de poder ver a través de la vista previa el nombre de la chica con la que tendría mi quinta cita:

"Sidney d'Aumard"

Querido destino, ¿qué demonios te hice para que me hicieras esto?

Al principio me quedé sin habla, demasiado perplejo como para actuar.

No obstante, enseguida las reacciones surgieron por sí mismas en mi mente.

¿Qué clase de casualidad era esa? No, mejor aún, si Sidney y yo sólo teníamos un 50% de compatibilidad, ¿cómo había conseguido empatizar tan rápido con ella a diferencia de como había sucedido con las citas anteriores que había tenido?

Bien, quizá esa última pregunta estaba algo fuera de lugar.

Tragué saliva, rascando mi cabeza y mirando la pantalla de mi celular con fuerza y dudando sobre qué hacer.

Pero no podía quedarme ahí, si Sidney estaba en Five-Lo2 entonces ella también podría (si no es que ya la hacía) saber que yo era el chico con quién se suponía que debía salir.

Solté un suspiro y volví al apartamento de Sidney, sin poder ocultar mi incomodidad.

—Qué rápido fue esa llamada —dijo ella, sin levantarse del sofá.

En lugar de responder, caminé dos pasos en su dirección y le mostré la pantalla de mi celular.

Ella demoró unos segundos en entender lo que le mostraba. Y cuando por fin lo comprendió, en su rostro fluctuó la confusión y la duda.

Y, repentinamente, comenzó a reírse.

—Ah, el mundo es un pañuelo —murmuró, y la sonrisa en sus labios pareció volverse más grande—. Bueno, Finn Swanger, supongo que entonces me debes una cita.

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