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[Capítulo 5]

—Pero a ver —dijo Odette, mirándome fijamente a los ojos—, ¿por qué se te ocurrió soltar el monólogo del efecto Forest tan pronto como ella te dice que cree en los horóscopos?

Solté un bufido y puse los ojos en blanco al oírla.

Aguarden, ¿por qué seguía contándole a mi familia todo lo que ocurría en mis citas? No, mejor aún, ¿por qué había regresado de nuevo a casa de mis padres con estas intenciones en específico? Incluso me había quedado a dormir en mi viejo cuarto, aprovechando que mi jefe había llamado para decirme que hoy se iba a cancelar nuestro programa. Así que ahora estaba ahí, de nuevo con mi familia, vaya, de verdad que esa confianza que tenía con ellos parecía un arma de doble filo.

—Primero —respondí—, se llama "efecto Forer", no "Forest" —Hice un par de comillas al aire para hacer énfasis en esto—, y segundo, ¿qué esperabas que hiciera? Sabes que no puedo contenerme si tengo a alguien que realmente piensa que las estrellas deciden su destino.

—¡No, Finn, no! —soltó Odette, tomando el peluche de felpa que Holly me había devuelto y atizandome un golpe con él—, ¡no seas quisquilloso con las chicas! No todas van a ser unas sabelotodos pretenciosas como tú, ¡siempre hallarás algo en lo que no estén en común y eso no es excusa para no querer darle una oportunidad a su relación!

Tomé el peluche para evitar que siguiera golpeándome, y fruncí el ceño.

—No es ser quisquilloso —musité—, es ser lógico, no podría salir aunque quisiera con alguien con quien tengo una gran brecha en cuanto a nuestra forma de ver las cosas, y no es justo para ella que yo no soporté en lo que cree con tanta convicción. Podríamos haberlo ignorado pero se habría vuelto un problema con el paso del tiempo, ¡sé lo que digo!

—Estás viendo muy al futuro —se quejó mi padre, soltando un suspiro apesadumbrado y apoyando su mentón sobre sus manos—, te estás pareciendo a esa chica Lisa, digo, ¿cómo estás tan seguro de lo que dices? No puedes ver lo que pasará en años, así que no puedes asegurar que sus creencias sean un problema entre ambos.

Sacudí la cabeza, negando su respuesta.

—No, no es sólo eso —Me levanté de un salto de la cama de mi hermana—, ¡ella también insultó mi puntería!

Mi madre, sentada al borde de la cama de Odette carraspeó con su garganta, llamando nuestra atención.

—Vamos, él tiene razón —dijo ella, pasando una mano por su cuello—, a veces las química que resulta en una primera cita es importante, forzar las cosas por la remota posibilidad de que surja una relación estable no es lo más prudente... Ese salto de fe debería ser algo natural y no una cosa a la que se deban sentir obligados.

Asentí con la cabeza.

—Gracias, tú sí lo entiendes —contesté, volviendo a tomar asiento en la cama.

—Pero no es sólo eso, Finn —agregó mi madre, alzando su dedo índice—, también deberías dejar de alterarte demasiado sólo por que tu acompañante no comparta tus mismos ideales o sin saberlo haya insultado a los tuyos, ¿de acuerdo?

—Hum... De acuerdo —murmuré, rascando la parte posterior de mi cabeza.

Mi madre sonrió de oreja a oreja, abriendo su boca para añadir algo más. Y sin embargo; no llegó a hacerlo antes de ser bruscamente interrumpida por la llegada de alguien.

Se trataba de West, quien no se había hallado en la habitación desde un comienzo y que al parecer no había tenido ningún problema en irrumpir como si nada.

—¿De qué me perdí? —cuestionó él, mirando con ojos recelosos a mi padre, pues era él quien ocupaba el lugar de la silla giratoria.

No obstante, West no tardó en olvidar esto y preferir sentarse al lado de mi hermana, quien se sonrojó por la cercanía y se movió un poco hacia mí.

—Ah, de nada importante —suspiró mi padre, soltando un exagerado bostezo—, sólo de Finn siendo Finn.

West asintió seriamente, como si esto tuviera perfecto sentido.

—Ya veo —murmuró, volviéndose en mi dirección—. Oh, por cierto, escuché que iban a demoler ese viejo edificio que te gusta tanto.

Me quedé perplejo al escucharlo y ensanché mis ojos por mero instinto.

—¿Qué? ¿Hablas de la Plaza Langdon?

—Así es, de esa misma.

No lo pensé dos veces antes de ponerme de pie y mirar a mi amigo con sumo desconcierto.

—¡Pero no pueden demolerla! —solté, molesto y frustrado—, ¡esa plaza es increíble!

West alzó sus manos en señal de paz.

—Está bien, sin embargo, ¿qué me gritas a mí? Sólo vine a contarte la noticia. También oí que unos lunáticos estaban organizando una protesta justo en una hora y...

No le dejé continuar y, sin dar ni una sola explicación, salí huyendo de aquella habitación como un animal despavorido.

—¡Eh, Finn, ¿a dónde vas?! —gritó mi padre, asomándose a través del umbral de la puerta.

Comencé a bajar los escalones de la casa, respondiendo a duras penas:

—¡A hacer una protesta!

Bien, debería comenzar a explicar el porqué la Plaza Langdon era tan importante para mí.

En realidad, se relacionaba con minafición a participar en juegos de puntería. La Plaza Langdon había sido un edificio que por décadas había creado pequeños clubes recreativos para todo tipo de personas, desde niños pequeños hasta adultos en su edad más avanzada.

Entre los clubes que daban se hallaba el de tiro con arco, y si bien yo no solía participar en todas las actividades que ofrecían, los miembros del club me trataron tan bien desde un inicio que fue difícil no quererlos al instante.

Es decir, la Plaza Langdon era el sitio a donde acudía cuando me sentía deprimido y lo único que podía hacerme sentir mejor era poder disparar contra una diana. Esa costumbre era una que había formado con el paso de los años y una a la que me rehusaba a renunciar.

Así que no, yo me negaba a que quisieran demoler aquella Plaza.

Quizá estaba siendo imprudente y mis acciones carentes de lógica, pero no era el raciocinio lo que me guiaba, sino más bien los deseos personales que ardían en la boca de mi estómago como un fuego imparable.

La Plaza Langdon no quedaba muy lejos de la casa de mis padres, por lo que ni siquiera me tomé la molestia de subir a un taxi y me limité a correr por las pobladas calles de Past Hills, las cuales, dado que era mediodía, se hallaban inundadas.

Algunos dicen que New Jersey es la copia de New York, ¡no les crea! Nosotros somos mejores, y sí, puede que no tengamos a la estatua de la Libertad o el State Empire Building, pero tenemos a Atlantic City y... Y el puente George Washington...

Volviendo al tema, corrí por la acera, procurando abrir bien los ojos para no chocar contra las personas que caminaban contiguas a mí, algo a lo que yo en especial me hallaba muy propenso.

Me demoró alrededor de diez minutos llegar finalmente al pie de la gran Plaza Langdon, la cual tenía un par de altas puertas hechas de madera que resguardaban un enorme patio en donde se hallaban dispersados los múltiples clubes.

Enseguida avisté que justo delante de la puerta se encontraba un grupo de personas, y supe al instante que se trataba del grupo de protesta del que West me había hablado.

Solté un suspiro de alivio por haberlos hallado a tiempo y corrí en su dirección, encarando a quien parecía ser el tipo que había organizado todo, ¿que cómo lo sabía? Bueno, llevaba un cartel que decía "¡NO DERRUMBEN LA PLAZA!", un notable entusiasmo en su semblante y gritaba a los cuatro vientos a las personas que transitaban cerca que se le unieran en la protesta.

No dudé en acercarme a él y saludarlo con la mano.

—Hum, disculpa —dije, teniendo que ponerme delante suyo para lograr que enfocara su atención en mí—, me gusta unirme a su protesta.

Los ojos del tipo se clavaron en mí y su mirada se iluminó tras oírme.

—¿De verdad? —preguntó—, ¡qué bueno! Nos harán falta tantas personas como podamos reunir para evitar que nos corran de aquí, ¡ve con la chica de ahí y pídele un letrero para que te unas! —Él señaló con su pulgar hacia atrás, y luego le apartó y comenzó a gritarle a un grupo de niños un largo discurso sobre el porqué no podían permitir que demolieran la Plaza Langdon.

Ya sé que estarán pensando: "Pero, Finn, ¿por qué te unirías a una protesta? Pensábamos que tú eras callado y no te gustaban los sitios públicos y con mucho ruido, ¿no te estás contradiciendo a ti mismo?"

¡Y tienen razón! Sin embargo, vamos, era la Plaza Langdon. Esa es toda la justificación que obtendrán de mí.

Pasé de largo del sujeto de los gritos y di un par de pasos hasta quedar detrás de una chica que estaba repartiendo diversos carteles a algunos jóvenes, que tan pronto como los tuvieron en sus manos, dieron media vuelta y se alejaron.

—Oye —comencé diciendo, picando con mi índice el hombro de la chica—, necesito también uno de esos...

Pero me quedé abruptamente callado  cuando ella volvió su rostro y caí en la cuenta de que en realidad la conocía.

Se trataba de Sidney, la misma con la que me había topado en el centro comercial y también en el acuario.

Pero bueno, parecía que ella y yo estábamos destinados a encontrarnos.

Ella no tardó ni un segundo en reconocerme, y esgrimió una ancha sonrisa.

—Eres tú —soltó, riéndose entre dientes—, ¿quién lo diría? Te llamas Finn, ¿verdad?

Asentí con la cabeza, aún procesando el hecho de que me la hubiera vuelto a encontrar.

Sidney aplaudió con sus manos y la sonrisa en su semblante se ensanchó.

—Es agradable saber que vienes a la protesta, ¿también te enteraste por los periódicos?

—Más bien por un amigo —corregí, rascando mi cuello—, pero tan pronto como me enteré no me resistí a venir e intentar hacer algo.

Sidney asintió con la cabeza en comprensión.

—Ya veo, me pasó lo mismo; mis hermanos menores vienen aquí por la tarde, me niego a que cierren este sitio y que para colmo también lo destruyan para construir un estúpido edificio corporativo.

—¿Qué? ¿Esa es la razón?

—Sip, tal y como lo oyes.

Parecía chiste, yo, una persona que trabajaba en el periodismo, fui el último en enterarse de la noticia sobre su edificio favorito.

Solté un suspiro y me crucé de brazos.

—¿Qué se le puede hacer? Lo único que podemos hacer es protestar e intentar que nos escuchen.

Sidney se inclinó sobre la pila de letreros que se encontraba en el suelo, pasándome uno de ellos, el cual yo tomé sin pensar.

—Por intentar no nos pueden hacer nada —respondió ella con ligera indiferencia—, y si nos meten a prisión, bueno, no se tú, pero no sería mi primera vez.

Decidí tomar ese comentario como una broma, y sonreí, dándole la razón y uniéndome a los demás.

.

La protesta duró más de tres horas.

Hasta que llegaron los nuevos propietarios del terreno que demolerían la plaza y nos amenazaron con llamar a la policía si no nos marchabamos.

¿Lo positivo del asunto? Al menos ya tenía una noticia interesante para mañana en mi trabajo.

¿Lo negativo? Me había olvidado por completo de la cuarta cita.

Y no sólo eso, sino que también había olvidado que habíamos acordado que sería dentro de una media hora.

¡Treinta minutos y yo ni siquiera estaba lo suficiente preparado para eso!

Pero eso me pasaba por ni siquiera molestarme en agendar o poner una alarma que me recordara ese encuentro.

Ni siquiera me tomé la molestia de llamar a mis padres, sino que me limité a mandar un mensaje a nuestro grupo familiar y luego volví a mi apartamento, para darme la ducha más rápida de mi vida, alimentar a Frodo y gritarle a mi reflejo en el espejo por lo descuidado que había sido.

Apenas si tuve tiempo de mirar lo primordial en el perfil de la chica y de anotar el lugar donde acordamos que sería la cita.

Se trataba de un zoológico, uno que se hallaba más lejos de mi apartamento de lo que me habría gustado.

Por lo que me vi forzado a salir diez minutos antes, tomar el primer taxi que encontré y pagarle extra al conductor para que se apresurara.

Quizá estaba siendo ligeramente dramático, es decir, ¿qué podía pasar por llegar sólo unos minutos más tarde? Pero mi complejo por llegar a tiempo me hacía sentir como si se tratara del fin del mundo.

Mi transporte no se demoró demasiado en llegar al lugar, y luego de que le pagará al conductor, bajé del auto con gran prisa.

Y maldije en silencio al percatarme de que mi cita ya había llegado.

Su nombre era Mackenzie Firfield, era un año mayor que yo y teníamos una supuesta compatibilidad del 67% (y sí, me asustaba ver cómo bajaba ese porcentaje, si no lograba empatizar con las chicas con la que tenía compatibilidad, ¿cómo lo lograría con alguien con quien no tuviera ninguna o fuera muy bajo?). Ella físicamente tenía el cabello pelirrojo claro, sus ojos eran marrones y muchas pecas recorrían el puente de su nariz.

En cuanto llegué delante de Mackenzie, grité algo parecido a:

—¡Lo siento por llegar tarde!

Y es "algo parecido", porque en sí no puedo asegurar que haya sido así, debido a que estaba tan alterado que ni siquiera estaba seguro del todo de lo que estaba diciendo.

Mackenzie ladeó ligeramente su cabeza y soltó una pequeña risa.

—No te preocupes, Finn —desestimó ella, embargando mi nombre de un tono dulce—, recién acabo de llegar.

—Pero igual llegué tarde —mascullé por lo bajo.

—Suenas como si te hubieras demorado una hora. No le des importancia —Ella sonrió—. Hay que entrar, me muero por ver a los koalas.

Asentí con la cabeza y ambos entramos al zoológico. Si era honesto, no me sentía muy entusiasmado con ver a distintos animales encerrados tras las rejas... Y no es como si en el acuario hubiera sido diferente, pero por algún motivo que en cierto modo no tenía sentido, el zoológico me parecía más cruel

Eso era algo que decidí no mencionar en voz alta, y cuando Mackenzie y yo entramos coloqué una sonrisa en mis labios y me dispuse a seguir el consejo de mi madre sobre no alterarme tanto si alguien no compartía mi mismo ideal de vida.

La sonrisa de Mackenzie era mucho más genuina que la mía, cosa que al menos supe apreciar.

La primera área que visitamos fue la de los tigres, a quienes apenas si pude ver de lejos. No iba a mentir, esos animales me causaban un gran pavor. Y nadie podía decir que era irracional... Aunque quizá sí lo era el no verles a los ojos por miedo a que creyeran que los estaba desafiando.

¡Pero todos tenemos a un animal en particular al que le tenemos miedo! ¿Cierto?

—¡Oh, parecen un par de gatitos! —soltó Mackenzie, inclinándose peligrosamente sobre el borde de la barda que nos separaba del hábitat donde vivían los tigres, el cual se hallaba varios metros por debajo de nosotros.

—N-no hagas eso, por favor —murmuré, sin conseguí tener el valor de acercarme a la barda.

Mackenzie se alejó de ellos y soltó un suspiro.

—¿Sabes? Mi ex novio trabajaba en un zoológico —comentó como si se tratara de un tema trivial y al azar, aunque pareció no serlo por la forma en que sus ojos brillaron—, era increíble ver cómo se acercaba a los animales y el cómo ellos confiaban mucho en él.

—¿Ah, sí? —pregunté, sin estar seguro de si debía sentirme incómodo por que mencionara a su exnovio.

Mackenzie asintió con la cabeza.

—Sí, era fantástico... Pero bueno, y dime, Finn, ¿qué te trajo a este programa de citas?

—Crisis de edad.

Ella entrecerró los ojos.

—Sólo tienes veinticinco, ¿o no?

Pasé una mano por la parte posterior de mi cabeza.

—Eh... Pues sí, sin embargo, esas crisis me dan cuando casi cada cinco años... Comenzó cuando cumplí los quince y me di cuenta que no había hecho nada con mi vida.

—Qué interesante. Yo entré al programa para intentar olvidar una larga relación.

—Hum, ¿te refieres al exnovio que mencionaste hace un momento?

—Sí... Llevábamos juntos desde la secundaria, así que en realidad no tenía idea de cómo vivir siendo soltera... por lo que pensé que unirme a un programa de citas sería la mejor opción —Se cruzó de brazos y se encogió de hombros—, supongo que podría ser peor.

Dado que no sabía qué responder, opté por quedarme en silencio.

Ambos continuamos caminando por aquel zoológico, haciendo que casi me olvidara del escándalo en el que había sido partícipe hace sólo un par de horas atrás.

Pensaba que la cita iba bien, digo, era normal pensar eso luego de que Mackenzie no me hubiera rechazado al instante, hubiera salido huyendo o hubiera insultado mi puntería... De acuerdo, quizá había exagerado con eso último.

Sin embargo, por una vez creí que una cita mía podía acabar de una buena manera.

Por Dios, ¿es que no sé callar mis pensamientos que lo único que hacían era tentar al destino?

Mackenzie y yo estábamos hablando de nuestros trabajos, ya que al parecer ella era camarógrafa profesional y, por lo mismo, nuestras áreas tenían algo de relación.

—He llegado algunas veces a grabar múltiples noticias en muchos sitios peligrosos —contaba Mackenzie con un aire pensativo—, incluso una vez me pidieron grabar unas noticias en la cima de un edificio... Una vez casi muero por resbalar en el borde de una montaña.

—Eso suena horrible —respondí, curioso por saber más al respecto—, mi departamento se limita a dar noticias matutinas desde un lugar cerrado, así que en realidad yo no me encargo de acudir a los lugares de acción.

Mackenzie asintió en entendimiento, luego, abruptamente y de forma inesperada, comenzó a reírse en gran medida y rodeó mi brazo con el suyo, inclinándose hacia mí y sonriendo.

Arrugué el entrecejo, sin entender el porqué de sus abruptas acciones que a mí parecer no tenían sentido.

—¡Eres muy divertido, Finn! —exclamó ella, y luego añadió en un susurro:—. Sólo sígueme la corriente, por favor.

Decidí que no valía la pena cuestionar las razones, ya que tenía la certeza de que no respondería a mis preguntas. Por lo que esgrimí una sonrisa a medias, tratando de hacer lo que fuera que ella me había pedido.

Cuando pasamos aquel camino y viramos a la izquierda, Mackenzie pareció volver a la normalidad.

Ella se detuvo de caminar y miró sobre su hombro, entrecerrando los ojos y adoptando una postura recelosa.

Después se dirigió hacia mí, diciendo:

—Lo siento por eso... Es sólo que... ahí estaba mi ex novio.

Me demoré más minutos de los que me gustaría admitir en procesar esa respuesta.

—Oh. —fue lo único que pude soltar. Aunque enseguida me repuse y fruncí el ceño al recordar un dato que Mackenzie había mencionado al respecto—. Espera, ¿vinimos aquí porque sabías que él lo estaría? ¿Este es el zoológico donde trabaja?

No quería sonar como si le estuviera recriminando, después de todo, ni siquiera la conocía lo suficiente para poder cuestionar sus actos... Sin embargo, debía confesar que me molestaba que mi cita hubiera decidido usarme de ese modo.

Mackenzie mordió su labio inferior y bajó la cabeza, pasando una mano por su cuello en ademán incómodo.

—No, claro que no —murmuró, pero hasta yo sabía lo poco convencida que sonaba—, bueno, quizá lo haya hecho. ¡Pero no lo entiendes! Érick y yo éramos el uno para el otro... Sólo quería ver si al menos se sentía algo mal con verme al lado de otra persona.

Solté un suspiro, sin sorprenderme ya por que mi cuarta cita resultara estar aún obsesionada con su ex.

—Escucha —respondí con seriedad—, no creo que sea maduro andar jugando a querer causarle celos... Sería más prudente hablar con él.

Mackenzie esbozó una mueca.

—Sí, sí, lo sé... Es que en realidad fui yo la que cortó con él.

—¿Y por qué?

—Porque cumplimos ya más de catorce años juntos... y simplemente no se le pasa por la cabeza proponerme matrimonio, digo, pareciera que todo este tiempo fue una pérdida de tiempo si ni siquiera desea ir más lejos.

—¿Y le dijiste eso a él?

—Pues, no, pero...

—¿Cómo esperas que lo sepa entonces? No es por nada, pero los hombres perceptivos son uno en un millón. Te convendría más ser clara con él.

Esperen, ¿de verdad le estaba dando consejos de amor para que mi cita arreglara las cosas con su exnovio?

No sabía si estaba mal o si era bueno lo que hacía.

Decidí inclinarme por lo segundo y alejé el pensamiento de mi mente.

Mackenzie no respondió de inmediato y su semblante dibujó un gesto pensativo.

—¿Mackenzie? —preguntó alguien de pronto a mi lado, provocando que me sobresaltara y mirara rápidamente hacia el dueño de la voz.

Se trataba de un hombre que parecía (y quizá no era así) ser mayor que yo, de cabello rubio y ojos marrones que estaban envueltos en confusión.

Supe de inmediato que él era Érick, teoría que se afirmó cuando noté que sus ojos estaban clavados sobre Mackenzie.

Ella se tensó al verlo.

—H-hola, Érick —respondió ella en un leve tartamudeo.

—¿Qué haces aquí? —preguntó él, y luego su mirada cayó sobre mí—, ¿y quién es éste?

Carraspeé con la garganta, sintiéndome nervioso al verlo y recordar el papel que cumplía ahí.

—Soy Finn —me presenté, optando por no decir la razón por la que estaba con Mackenzie.

—Es mi cita —continuó ella, destruyendo al instante mi anterior decisión.

Érick entrecerró los ojos.

—¿De verdad?

Tragué saliva. Oh, vamos, ¿por qué esas cosas sólo me ocurrían a mí?

Asentí con la cabeza, y luego le resté importancia al encogerme de hombros.

—Eh, sí —murmuré.

Érick volvió su vista hacia Mackenzie.

—Escucha, Mackie, yo fui un idiota al dejarte ir tan fácilmente... No debí haberlo hecho, lo que hay entre nosotros es especial y no quiero... no quiero que acabe tan rápido —Él bajó la cabeza y rascó su cuello—, y entiendo si ya no quieres verme, así que... Espero que seas feliz.

Mackenzie no respondió, mirándole con sorpresa y desconcierto, quizá en una especie de shock.

Ella no detuvo a Érick cuando él dio media vuelta y se alejó con paso certero.

—¿Eso es todo? —pregunté a Mackenzie—, ¿no piensas ir detrás de él o lo que sea?

—¿Q-quieres que haga eso acaso? —preguntó ella, saliendo de su anterior estado de perplejidad y parpadeando varias veces para espabilarse.

—No importa lo que yo quiera —espeté—, sino lo que tú quieras... Ni siquiera me conoces, y no se tú, pero si no vas a decirle a Érick la verdad, entonces lo haré yo.

Sí, en serio, ¿qué sucedía conmigo?

Mackenzie sonrió levemente y sus ojos se fijaron en los míos.

—Eres muy raro, Finn —dijo por lo bajo con un atisbo de burla. Y entonces se acercó a mí para abrazarme y darme un beso en la mejilla—. Pero gracias, no desperdiciaré tu consejo.

Ella estuvo a punto de girarse para ir detrás de su exnovio, y sin embargo; algo, como siempre, tuvo que salir mal.

Y, en este caso, se trató de Érick, quien había vuelto a nosotros de manera silenciosa y que, por lo sucedió después, al parecer no había oído nada de nuestra conversación y había malinterpretado el abrazo.

—¿Sabes qué? —preguntó él cuando regresó, haciendo que tanto Mackenzie como yo nos asustaramos por su repentino acto de aparición—, ya decidí que no importa lo que suceda, voy a luchar por ti.

¡¿Y cómo no?! Érick se volvió hacia mí y me miró con un rotundo odio.

Para luego atizarme un gran golpe al rostro.

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