[Capítulo 2]
—¿Qué sucede si me deja plantado? —pregunté por enésima vez—, ¿o si no le gusto? ¿Qué pasa si ella me ve y huye por la ventana del baño? ¿El programa de citas tiene un protocolo para eso?
West, que se hallaba sentado sobre mi mesa (literalmente) con sus piernas colgando sobre el borde, soltó un exasperado suspiro.
—Te preocupas demasiado —espetó—, deja de actuar como una niña de quince años y relájate. Lo peor que puede suceder es que ella se vaya y lo intentes con el próximo perfil mañana.
Abrí la boca para alegar algo al respecto, mas no llegué a hacerlo antes de que el timbre de mi apartamento sonara.
No necesitaba tener el poder de atravesar paredes con mi mirada para tener la plena certeza de que se trataba de mi familia. Ellos y West me habían asegurado que vendrían a ayudarme unas horas antes de mi cita. Resultó que eran más puntuales de lo que pensaba.
Me sentía como un nervioso y patético adolescente en su primera cita... Pensándolo bien, eso segundo era acertado.
Triste pero muy cierto.
—¡Está abierto! —informé en un grito. Me hallaba sentado en el sofá y siendo que tenía a Frodo cómodamente recostado sobre mis piernas era un total riesgo tratar de moverme.
La puerta se abrió de un golpe y a través de ella entró mi familia. Odette agitó sus brazos al aire al verme y se apresuró a sentarse a mi lado, tomó a Frodo entre brazos y lo apretujó en un abrazo.
Frodo maulló con fuerza y me miró pidiendo auxilio.
Spoiler alert: No lo ayudé.
—¿Le pueden decir a Finn que está siendo demasiado inseguro? —cuestionó West con aire frustrado en dirección de mis padres— No ha parado de preguntarme lo qué debe hacer si su cita lo deja plantado.
—Finn, estás siendo inseguro —dijo mi madre, mientras se acomodaba en el sofá individual a un lado de nosotros, juntando las yemas de sus dedos como un mal villano de las películas clásicas.
Mi padre fue el último en entrar a mi apartamento y, tras cerrar la puerta, pasó a sentarse en el reposabrazos del sofá donde estaba mi madre.
—No es verdad —respondí, observando con detenimiento como Odette sometía a Frodo a una sesión de mimos y tortura—, sólo soy precavido.
—E inseguro —aportó West.
—Cuando me siento insegura salgo de compras —comentó mi hermana con una mirada sugestiva—, quizá podríamos ir los dos a...
—¡Ni hablar! —interrumpí de inmediato, recuperando a Frodo de sus brazos y dejándolo ir. Él no lo pensó dos veces antes de escabullirse lejos de nosotros y buscar un rincón para esconderse de Odette—, salir de compras es lo más aburrido que puede suceder.
Odette se cruzó de brazos con aire ofendido.
—Bien —contestó—, entonces ve a tu cita con tus jeans raídos y alguna de las camisas de cuadros que siempre usas. Estoy segura de que la chica con la que saldrás apreciará tu nulo sentido de la moda.
Gemí de frustración. Era demasiado débil a la persuasión de cualquier integrante de mi familia.
No. Era débil a toda persona que quisiera persuadirme.
Era fácil de manipular, no había mucho que pudiera hacer al respecto.
.
Ir de compras con Odette fue tal y como lo esperaba: Aburrido y agotador. Y para colmo West fue con nosotros y también mis padres.
Desde que era niño había sido muy unido a mi familia, una situación que no solía ver muy seguido en las personas que me rodeaban. Muchos de mis compañeros de clase tenían padres divorciados, hermanos con los que no se llevaban bien, familias distanciadas e innumerables situaciones más.
Afortunadamente las cosas nunca fueron así con mi familia.
Estaba seguro de que los Swanger éramos la familia más empalagosa y aburrida que alguna vez existió.
Habíamos ido al Centro Comercial y mi hermana había encaminado la marcha directamente hacia la tienda de ropa, y por si fuera poco la más grande y llena que había en todo el lugar.
Mis padre se separaron de nosotros alegando querer ver la sección de relojes (un extraño hobby que ambos compartían era ése: el coleccionar viejos relojes), mientras que West nos abandonó tan pronto como observó que la mujer tras el mostrador del área de maquillaje estaba soltera.
Por lo que sólo estaba yo con mi hermana.
Caminaba distraído y cabizbajo, honestamente poco me importaba ver lo que Odette eligiera para mí, pues sabía que lo compraría independientemente si contaba con mi aprobación o no.
Súbitamente mis torpes pies tropezaron contra algo y caí al suelo siendo mis manos el único impedimento de que mi rostro no se estrellara contra el mismo.
Segundos después me di cuenta de que había tropezado contra alguien... a quien aparentemente había tirado por accidente gracias a mi peso.
—¡Lo siento! —exclamé de inmediato, algo descolocado por el golpe.
—¿Por qué te disculpas con un maniquí?
Una nueva voz embargada de curiosidad y duda llenó mis oídos. Tardé unos instantes en procesar lo que había dicho.
Levanté la mirada y entendí que tenía razón la voz desconocida.
Había tumbado a un maniquí y estúpidamente me había disculpado.
—Lo siento —volví a decir. En fin, mi dignidad se había ido al bote, pero no era como si realmente tuviera una.
Sentí mi rostro sonrojarse de la vergüenza y con los ánimos por debajo, me levanté con cuidado.
El maniquí que había derrumbado ahora yacía a mis pies, estaba inmóvil y no tenía ojos, aún así podía jurar en silencio que su mirada estaba clavada en mí.
Una garganta carraspeó delante mío y con algo de nervios alcé la vista, encontrándome con una cara confundida. Se trataba de una chica no más alta o mayor que yo, su pelo rubio estaba al ras de su oreja y tenía unos cuantos mechones teñidos de azul, sus ojos eran aceituna y sus labios estaban curvados hacia arriba en una sonrisa divertida.
No tardé en advertir en el diseño de la chaqueta de la chica, que claramente indicaba que ella trabajaba ahí.
Pasé una mano por mi cuello.
—Lo siento —murmuré por tercera ocasión.
—Pareciera que sólo eso sabes decir —contestó ella, poniendo su dedo índice sobre su barbilla en aire pensativo.
Me quedé en silencio, preguntándome si volver a disculparme sería una respuesta viable.
La sonrisa de la chica se ensanchó al ver mi indecisión.
—No te preocupes —desestimó ella— es sólo un maniquí, hasta le ofreciste disculpas, es más de lo que hacen los idiotas que acomodan a los maniquís en posturas estúpidas.
Me reí un poco nervioso, ya comenzaba a recordar por qué no tenía citas con nadie... Era un completo tonto a la hora de hablar con chicas que no pertenecían a mi familia.
Es decir, desde que tenía memoria siempre había sido un completo incompetente en el ámbito social. Desde ser incapaz de presentarme sin tartamudear un poco hasta disculparme alrededor de quince veces por algo que ni siquiera había hecho, eso último no se relacionaba con que tuviera un concepto extremista de los modales, sino que se trataba de un complejo que venía a mí cuando me sentía abrumado.
Por eso no creía en la compatibilidad de un absurdo programa, ¿qué garantizaba que las mujeres que conociera ahí no fueran personas crueles o buscaran algo mejor que yo? Es decir... Sí, debía admitirlo, West tenía razón y estaba siendo inseguro.
Pero maldición, si estuvieran en mi lugar, ¿no tendrían al menos unas cuantas dudas?
Lo extraño sería no tenerlas.
La chica delante de mí chasqueó sus dedos justo en mi nariz y me sacó de mis pensamientos.
—¿Estás bien? —cuestionó ella, ladeando la cabeza—. De pronto entraste en un trance, ¿debo llamar al 911 o algo?
—¡Finn, ven acá! —gritó Odette repentinamente.
Miré a la chica y le dediqué una sonrisa a medias, sin saber muy bien qué decir, me giré sobre mis talones y corrí en dirección de la voz de mi hermana.
Estaba seguro de que no volvería a ver a esa chica que ni siquiera me molesté en presentarme.
Odette me esperaba junto a una sección de vestidores, cargaba consigo un conjunto de diferentes ropas, desde chaquetas y camisas hasta jeans y deportivos.
Fruncí el ceño al verla.
—¿Qué es todo esto?
Mi hermana volvió su mirada hacia la ropa, como si recién reparara en su presencia.
—¿Esto? —repitió, sus labios esgrimieron una sonrisa inocente que ocultaba una profunda maldad—, son sólo algunas opciones, prueba algunas, ¿quieres?
Bueno, eso era el precio de haber accedido a esa locura sin antes consultar a la razón.
.
Resultó que Odette había acabado por comprar (con mi tarjeta de crédito, por si no fuera el colmo) una serie de atuendos que a mi forma de ver eran en verdad extravagantes o innecesariamente coloridos.
—¡Eso te hará entrar en confianza! —aseveró ella cuando volvimos a mi apartamento en compañía de mis padres y West.
—Hum, no lo sé —musité, dubitativo.
—¿Recuerdas cuándo tuviste esa exposición en New York y te compré esa bonita chaqueta? Dime si no te hizo sentir más confiado.
—Quizá lo haya hecho pero...
—¡Entonces ya está! —interrumpió West, alzando su puño al aire como esas ridículas poses de videojuegos—, tu hermana es una genio, amigo, yo que tú le creía.
Los colores subieron al rostro de Odette y ella inclinó la cabeza, ocultando su rostro entre los mechones de cabello que caían.
—Eso lo pongo en duda —espeté—, pero si están tan convencidos de que esto funcionará...
—¡Fantástico! —dijo Odette. Hubiera deseado que su abrupta timidez por el comentario de West hubiera durado más tiempo—. Así que ve y ponte todo esto. Es lo mejor para tu cita, de paso compré más ropa porque tu clóset sólo tiene cosas muy aburridas.
—¿Cuándo revisaste mi clóset? —pregunté, confundido, tomé el conjunto de ropa que ella me tendía y dejé que me arrastrara por todo el apartamento hasta detenernos delante de mi habitación.
—No es importante.
Suspiré y entré a mi cuarto, cerrando la puerta detrás de mí.
Cambié mi atuendo por el que Odette había escogido y me senté sobre mi cama, indeciso acerca si salir o no de la habitación.
Nunca había sido una persona vanidosa, es decir, soy más... alguien con baja autoestima, o así lo señalaron mis padres. Aunque no era eso lo que sucedía, sino que en lo particular simplemente no me hallaba atractivo.
Mi complexión era delgada, casi escuálida, pues a diferencia de West a mí no me gustaba inmiscuirme en los deportes, mis ojos eran verdes aunque no de ese tono enigmático y profundo que muchas veces describen en las novelas románticas (cosa que sabía gracias a mi madre y hermana), sino de un verde aburrido como el de las algas, y mi cabello era castaño, West solía bromear diciendo que parecía un nido de aves gracias a siempre estaba enmarañado.
Como sea. Sabía que tendría que salir u Odette se las arreglaría para forzar la entrada y sacarme a patadas.
Me puse de pie y sin pensarlo dos veces salí de mi habitación.
—Por fin te dignas a venir —bufó mi padre cuando me vio.
—¿Qué están jugando? —Evadí el comentario a propósito.
Mi madre levantó la mirada de las cartas que sostenía y se encogió de hombro.
—Uno —Fue todo lo que respondió.
Mi hermana se puso de pie de su lugar en el sofá y puso sus manos sobre mis hombros.
—Te ves genial —Ella sonrió—, yo soy genial, ¿no lo crees?
—No, no lo creo.
—¡Vamos, ponte la chaqueta! ¡Es lo mejor! —gritó ella, haciendo total caso omiso de mi respuesta y entregándome una chaqueta color carmín que parecía ser de cuero.
No quería saber cuánto había costado.
—Pero no es para nada mi estilo —me quejé.
—Tu estilo es muy soso —interrumpió mi madre, uniéndose a la conversación y dejando sus cartas sobre la mesita frente al sofá—. Hazle caso a tu hermana.
Pasé una mano por mi cuello, sabiendo que me daría por vencido y terminaría accediendo.
¿Aún era muy tarde para retractarme?
.
El lugar que la chica desconocida y yo habíamos acordado para nuestra cita era un restaurante un poco lejos de mi apartamento. Al parecer era lo que se conocía como "elegante" y decidí no reclamar al respecto.
Llegué diez minutos antes, sintiéndome malditamente nervioso y teniendo que controlar mis piernas para que dejaran de temblar.
Sentía que no encajaba en ese lugar y la vestimenta que llevaba tampoco ayudaba a no pensarlo, comenzaba a arrepentirme de haberle dejado a lo hermana esas dos cosas.
Porque sí, Odette también había elegido el restaurante.
Dios, era demasiado dependiente de ella, ¿no es verdad?
Luego de entrar al restaurante y sentarme en la mesa que había reservado en la mañana, enterré mi rostro entre mis manos y deseé que esa cita no fuera tan mala como mis pensamientos negativos se esforzaban en decirme.
Five-Lo2 me había asegurado que Lisa (mi cita) y yo teníamos un 92% de probabilidades de empatizar y coincidir... Si eso no significaba algo entonces no sé que lo hacia.
Sólo transcurrieron unos minutos antes de que ella finalmente llegara, quizá se había sentido igual de nerviosa que yo y había decidido llegar antes de la hora acordada.
La reconocí gracias a la foto que había visto en su perfil, y vaya sí agradecí haberla visto, de otra forma quizá no le habría prestado atención.
Afortunadamente era tal y como en su fotografía, lo que significaba que no había retocado nada, eso me otorgaba cierto consuelo.
Lisa usaba un vestido color azul cielo con un encaje dorado que... Oh, esperen, yo no sé describir vestidos.
Sólo digamos que llevaba puesto uno azul que llegaba a sus talones. Sí, eso servirá.
Ella se veía tan bien que comencé a avergonzarme del atuendo que llevaba.
¡Sabía que debió haber sido mejor un traje! Aunque según West y Odette ya nadie usa esos hoy en día... Ajá.
—¿Eres Finn Swanger? —preguntó ella, acercándose con una mirada tímida.
Me puse de pie e incliné la cabeza en su dirección.
—Así es —respondí—. Y asumo que tú eres Lisa Collins.
—Es correcto —Lisa sonrió un poco y tomó asiento delante mío, yo la imité y volví a dejarme caer sobre la silla.
Enfoqué mi mirada sobre la superficie de la mesa, ¿se suponía que debía decir algo o nuestra conversación tenía que empezar luego de que decidieramos ordenar?
Preferí pensar que era esto último y decidí comenzar a elegir lo que planeaba comer. Al mirar el menú caí en la cuenta que todo ahí se resumía en platillos complejos y que nunca en mi vida había visto antes.
Elegí lo que me pareció menos mortificante: Una hamburguesa.
Lisa pidió una langosta y ambos nos quedamos en silencio.
—Así que —comenzó diciendo ella, jugeteando con sus pulgares con aire nervioso—, te dedicas al periodismo, ¿no es verdad?
—Hum, sí —respondí, levantando la mirada, pasé una mano por mi cuello y dibujé en mis labios lo que esperaba que fuera una sonrisa—. Y tú eres enfermera, ¿cierto?
Lisa asintió.
Y nuevamente nos quedamos en silencio.
¿Las citas siempre eran tan incómodas o nuestra falta de experiencia en ellas la volvía de este modo?
Cuando trajeron nuestra comida comencé a pensar que quizá hablaríamos más. Aunque lastimosamente erré y el crudo silencio continuó.
Hasta que Lisa lo interrumpió diciendo:
—¿Si llegáramos a tener un hijo cuáles genes crees que serían los predominantes?
La pregunta me había tomado tan desprevenido que casi me ahogué con un pedazo de hamburguesa.
Tosí con fuerza y tomé un sorbo de agua antes de poder responder.
—¿D-disculpa? —pregunté finalmente, observando como Lisa se sonrojaba completamente.
—Lo siento —musitó ella, avergonzada—, sólo es algo que pensé. Olvídalo.
—No es eso... Es sólo que... Bueno, tener hijos no es algo en lo que suelo pensar...
—Lo siento.
Maldición, ¿así de exasperante era yo cuando me disculpaba por todo?
—Hum, está bien —desestimé, mirando mi plato a medio comer con cierto recato.
—Creo que estoy algo nerviosa —admitió Lisa luego de quedarse callada por unos segundos—, no suelo tener muchas citas, ¿sabes?
—En realidad yo tampoco...
—¿De verdad?
—Sí... Esto puede parecerte absurdo pero esta es la primera que tengo.
—Oh, ya veo. Si te hace sentir mejor no soy ninguna experta en el campo, nunca llego más allá de la primera cita, así que prefiero pensar que no he tenido ninguna a tener que confesar eso.
—¿Y cuántas primeras citas has tenido?
Lisa hizo un gesto pensativo.
—Como veinte —contestó finalmente.
¡Demonios!
—Oh. —Fue lo único que solté, tamborileando mis dedos sobre la mesa—. Si no te molesta que pregunte, ¿puedo saber por qué nunca llegas a las segundas citas?
Lisa se encogió de hombros.
—Los chicos con los que salgo dicen que soy muy aferrada a pensar en futuro.
¿Qué significaba eso?
—Entiendo —mentí.
El silencio volvió y con él lo hizo la incomodidad.
—¿Crees en las almas gemelas? —preguntó Lisa justo cuando creí que ya no soltaría cosas así—. Es decir, ¿crees que existen personas predilectas para alguien?
—Me gusta pensar que no existe tal cosa, que allá fuera existen muchas personas que serán las indicadas para otras... Digo, sería horrible que tu única alma gemela viviera en otro continente y jamás la conocieras, ¿no?
—¿Y crees que tener cosas en común hacen que las personas se lleven mejor? Es decir, Five-Lo2 usa un algoritmo para calcular la probabilidad que asegura que si dos personas tienen más cosas en común tienen mayor probabilidad de tener una relación, ¿cierto? ¿Dónde queda entonces que los polos opuestos se atraen? ¿Cuál de las dos cosas crees que sea la mentira?
Lisa era como esa voz en mi cabeza que me preguntaba todo eso a las tres de la mañana y me impedía tener un buen sueño.
—Yo... No lo sé —respondí, sintiéndome repentinamente abrumado.
Lisa bajó la cabeza.
—Lo siento. He comenzado a divagar. Mira, honestamente creo que tú y yo no llegaremos muy lejos.
La miré con confusión.
—¿Qué?
Ella apoyó su mentón sobre el dorso de su mano.
—Sólo te he conocido menos de dos horas y estoy segura de que eres un gran chico, pero te he estado estudiando este efímero tiempo y leí tu perfil, por lo que no me veo teniendo hijos contigo, eres muy tímido y yo muy tonta socialmente, básicamente ellos estarían cargando una maldición y jamás podrían tener amigos o salir con alguien. Así que... Fue un placer conocerte, Finn.
Parpadeé varias veces, aún tratando de procesar sus palabras.
—Pero... —intenté decir, pero Lisa ya se había puesto de pie y había dado media vuelta, dejándome solo.
"Los chicos con los que salgo dicen que soy muy aferrada a pensar en futuro". Había dicho... Ahora eso cobraba sentido.
Había sido rechazado en cuestión de una sola cita... Y para colmo yo debía pagar la cuenta.
¿Acaso las cosas podían ser peor?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro