El silbido del viento retumbaba en tus oídos, ya prácticamente no escuchabas nada fuera, solo notabas  el dolor abrumador en el tímpano. Habían pasado horas, o quizás minutos, te resultaría gracioso si piensas en el alivio que experimentaste ante la entrada de la cueva, como un oasis para resguardarte del frío que lograría tú encuentro con el creador, pero nada mejoraba, nadie sabía donde estabas y no recordabas ni la ira que te llevó a dirigirte al norte para desahogarte. Entonces sin más fue como si encendieran una chimenea en la casa de tú abuela, sonreíste y cerraste los ojos dejándote llevar, ya nada importa...