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11. BLANCO.


Jongdae deambuló por la biblioteca, buscando ayuda entre sus libros, como Yixing había sugerido. Había pasado muchas horas buscando desesperadamente entre las interminables hileras, pero no había podido encontrar nada que le fuera de ayuda.

Exhaló con frustración y cerró sus ojos intentando por millonésima vez comunicarse con Minseok, rogando por obtener aunque fuera una pequeña pista del lugar en que se encontraba. Taeyeon había señalado dos prisiones, pero no podía arriesgarse a visitar la equivocada, si lo descubrían, puede que no tuviera una segunda oportunidad.

Escuchó pasos acercándose y abrió sus ojos de inmediato. Una vampiresa que usaba un largo vestido negro sobre su delgado cuerpo caminaba en su dirección sin ninguna prisa.

—Su majestad —Jongdae la saludó, haciendo una cortés reverencia.

—Hola, Jongdae —ella lo saludó con una débil sonrisa—. Dicen que te casaste con mi hijo.

Jongdae asintió.

—¿Cómo fue la ceremonia?

—Corta —Jongdae murmuró con incomodidad.

—Desearía haber estado ahí, a mi Baekhyunnie le hacía ilusión casarse contigo.

Jongdae la observó en silencio, se sentía cansado de mentir y por alguna razón no quería mentirle a ella.

La reina Byun continuó avanzando, acariciando distraídamente los estantes y Jongdae la siguió, prestando atención a sus lánguidos movimientos. Le recordó un poco a su padre cuando regresó a la fortaleza, lucía igualmente enferma y parecía haber envejecido demasiado desde la última vez que la vio.

—Sus hijos están bien —Jongdae murmuró de pronto, imaginando que ella se encontraría muy agobiada por ellos.

—Lo sé —ella replicó suavemente y una cariñosa sonrisa estiró sus labios por un instante.

A la mitad del tercer pasillo, ella se detuvo y se giró hacia el estante a su derecha.

Jongdae la observó, había algo más en ella, no solo lucía mal físicamente, su mirada —de un rojo suave, como diluido— parecía desenfocada. Daba la impresión de que algo en su cabeza no funcionaba del todo bien.

—¿Se encuentra bien, su majestad? —Jongdae preguntó genuinamente preocupado por ella.

A diferencia del rey, quien siempre le había parecido alguien demasiado arrogante, la reina le había inspiraba calidez y confianza.

—Claro que sí —ella se giró para mirarlo con una sonrisa que no llegó a sus ojos.

Jongdae asintió sin saber qué más podría decir. Hizo otra reverencia y ella regresó su atención a los estantes.

Iba a marcharse, pero ella empezó a hablar entre susurros, aunque hablaba muy rápido y parecía que el orden de sus palabras y oraciones no era el usual. Jongdae tardó unos segundos en percatarse de que ella hablaba en otro idioma y otros pocos más en comprender que hablaba consigo misma.

—¡Aquí está! —ella exclamó de pronto y se giró para mirar a Jongdae—. ¿Este es el que buscabas?

Jongdae se acercó para observar el libro que ella señalaba. No había ningún título, solo un par de estrellas en su lomo. No, muy probablemente no era lo que buscaba, pero no quiso ser grosero, por lo que simplemente asintió y tomó el libro de su estante.

—Gracias.

—No hay de qué.

Más tarde en su habitación Jongdae descubrió —para su gran sorpresa— que en realidad la información sobre el reino compilada en ese libro era justamente lo que él había estado buscando.



Aunque se sentía expuesto e incluso en peligro, Sehun se desnudó completamente y se dirigió a las duchas sin mirar al resto de soldados que deambulaban por el lugar. Ignoró las miradas que lo siguieron y tomó un cubículo vacío al centro de la habitación.

Abrió la llave de agua caliente y por un instante disfrutó de la incomparable sensación de alivio que el agua podía otorgar.

Mientras untaba los jabones, hierbas y aceites sobre su piel, fue consciente de la curiosidad y la desconfianza que se desprendía de algunos de los otros soldados que ocupaban la habitación. Sin embargo, dejó de prestarles atención cuando captó la charla casual que se desarrollaba a solo un par de cubículos del suyo.

No olvides tu abrigo o te vas a congelar allá —uno de los vampiros advirtió.

¿Tan malo es? —el otro preguntó con una mezcla de incredulidad y diversión.

Descontando que hay que atravesar el maldito desierto para llegar allá —el primero murmuró sarcásticamente mientras enjuagaba su cabello—, siempre está nevando alrededor de la prisión y no puedes ver una mierda, pero debes ser muy cuidadoso con el suelo que pisas porque el hielo se expande y podrías terminar atrapado.

No creo que un poco de frío sea peor que la bestia.

¿No? Me cuentas cuando regreses, si es que lo haces.



Luhan percibió su aroma un minuto antes de verlo cruzar por el pasillo, caminando con prisas hacia él. Sehun vestía ahora un uniforme negro con el cuello amarillo que le tallaba a la perfección. A pesar de ser el color de los enemigos, el amarillo le quedaba bien, combinaba con sus cabellos dorados, que por cierto aún se encontraban húmedos por la ducha.

—¿El príncipe está dentro? —Sehun preguntó en un susurro cuando estuvo a su lado. Sus ojos rojizos destellaban entusiasmados.

Luhan asintió sintiendo cómo su boca se secaba de golpe ante su cercanía.

Sehun tocó la puerta de la forma que habían acordado, tres golpes separados entre sí por dos segundos.

La puerta se abrió de inmediato y Jongdae tiró de ellos hacia el interior de la habitación abruptamente.

—¿Qué tienen? —Jongdae preguntó luciendo esperanzado.

Sehun observó su rostro. El príncipe parecía cansado, habían bolsas oscuras bajo sus ojos y su cabello estaba hecho un desastre.

—Escuché a dos soldados hablando en las duchas. Uno iba a ser enviado a una de las prisiones, el otro estaba advirtiéndole acerca del hielo y la nieve. Es muy posible que estuvieran hablando sobre la prisión en donde tienen a Minseok —Sehun murmuró notando como el rostro del príncipe se iluminaba mientras asentía—. Uno mencionó que para llegar allá hay que atravesar el desierto.

Los ojos del príncipe emitieron un destello mientras se apresuraba a tomar un libro que descansaba sobre su cama. Buscó la página en donde había un mapa del reino y deslizó su índice sobre él.

—Entonces es esta —murmuró con una sonrisa mientras presionaba un punto marcado sobre el mapa justo al lado de un gran desierto—. Aquí estás, Minseok.

—¿Qué tan grande es la distancia? —Luhan preguntó, inclinándose sobre el mapa para estudiarlo.

—Un día a buena velocidad, eso hasta el desierto —Jongdae relamió sus labios pensativamente, el desierto era peligroso para ellos, si no llegaban en una noche podría ser letal—. El desierto es el problema, no dispondríamos de algún transporte, tendríamos que correr.

—Podemos hacerlo —Luhan aseguró, posando una mano sobre el hombro de Jongdae.

Jongdae posó su palma sobre la mano que Luhan tenía sobre su hombro y lo miró con curiosidad.

—¿Tienes sed? —preguntó mirándolo con preocupación.

Sehun los miró, observó la mano de Jongdae sobre la de Luhan y cierto desagrado dejó un mal sabor en su boca.

Aún era muy nuevo siendo un vampiro y aún no aprendía a reconocer bien las emociones de otros. Era especialmente difícil con su mentor; siempre habían tantas emociones bullendo en él incluso mientras pasaban horas sin hacer nada más que estar parados junto a la puerta, que al intentar descifrarlas siempre terminaba enredado entre ellas. Era abrumador.

Luhan no respondió a la pregunta del príncipe, simplemente apartó su mirada pareciendo avergonzado.

¿Por qué le avergonzaba? Ya llevaban cuatro días en ese castillo, ¿no era natural? Sehun llevó una mano al broche sobre su cuello y lo soltó mientras daba un paso hacia su mentor.

Luhan lo miró con ojos brillantes y aunque quiso negarse no pudo hacerlo, lo deseaba tanto que la simple idea de rechazarlo le provocaba un dolor agonizante. Se inclinó sobre Sehun y hundió los colmillos en la base de su cuello. Las puntas de su cabello húmedo le rozaron la punta de la nariz y sus pulmones se llenaron con la maravillosa fragancia que desprendía cada poro de su cuerpo.

Sehun apretó sus dientes y contuvo un jadeo al sentir los colmillos de su mentor perforándole la piel. El tímido roce de su lengua despertó un agradable cosquilleo que la succión de sus labios duplicó, y por si aquello no fuera suficiente, de pronto sintió sus dedos recorriéndole la nuca. Sus ojos se cerraron a causa del placer, sus labios exhalaron lentamente y no pudo contener el estremecimiento que atravesó su espina dorsal de punta a punta cuando los dedos de Luhan se hundieron en su cabello.

Sehun apretó los puños en un intento por contener el impulso de rodear la cintura de su mentor para apretarlo contra su cuerpo. En momentos como aquel, todo lo que quería era sentirlo, aunque sabía que era inapropiado. Ellos eran cercanos, pero Luhan seguía siendo su maestro y un vampiro en una posición muy superior a la suya. Abrió sus ojos y notó que Jongdae había retrocedido hacia la ventana y miraba a través del cristal, posiblemente en un intento por darles un poco de privacidad.

Luhan deslizó la lengua sobre la herida una última vez y se separó de Sehun, quien lo observaba con curiosidad.

Había una mancha de sangre en la comisura izquierda de sus sonrosados labios. Lucía tan apetitosa ahí. Sehun la limpió con su pulgar y como sucedía cada tanto mientras hacían guardia junto a la puerta, de su mentor empezó a brotar un torrente de emociones. Lo miró a los ojos, en un intento por comprenderlo, pero Luhan se apresuró a apartar su mirada.

—¿Ya? —Jongdae preguntó con los labios curvados sin dejar de mirar a las estrellas.

Luhan se alejó de Sehun y se apoyó contra el dosel de la cama.

Sehun volvió a cubrirse el cuello, que aún cosquilleaba de una forma perturbadora, y miró al príncipe.

—¿Cómo vamos a salir de aquí? —preguntó, retomando la conversación.

—Ya no tienen prisioneros, no hay mucha protección que nos impida salir, el problema será volver a entrar —Luhan señaló.

—No quiero volver a entrar —Jongdae protestó.

—Pero tienes que hacerlo, se lo debes a tu pueblo —Luhan le recordó.

—¿Por qué exactamente?

—¿Tienes idea de cuántas veces bajaron sus armas por ti? —Jongdae lo miró con confusión—. Todas esas veces que tu madre te envió hacia nosotros, ellos nunca te atacaron.

—Porque me temían —Jongdae murmuró sin convicción.

—No, porque te respetaban —Luhan aseguró y Jongdae sintió una punzada de culpabilidad por todas las veces que había rechazado a su pueblo—. Tanto, que a su petición el consejo consideró la opción de asesinar a los reyes para que tú subieras al trono, con la esperanza de que impusieras un nuevo orden... Pero eras muy joven, como lo fue tu padre cuando aceptó la corona. Solo habríamos repetido la historia. Además, al morir tu padre, también habríamos perdido a Yixing.

—Si mi padre hubiera reinado junto a Yixing... —Jongdae murmuró, imaginando aquella posibilidad.

—Nada de esto estaría pasando —Luhan dijo con total confianza en sus palabras—. Si ellos se hubieran hecho cargo, habrían hecho florecer el reino como hacen hacen florecer los prados a su alrededor. Ahora estaríamos viviendo la época más próspera y abundante del reino, no me cabe duda.

Jongdae soltó un suspiro.

—De acuerdo, volveré con Minseok a este lugar, pero no se si a él vaya a gustarle la idea.

—El último día de la fortaleza Minseok solo tenía que buscarte y ponerte a salvo, al no encontrarte pudo haberse marchado al refugio junto a tu padre, pero ambos decidieron quedarse para ayudar porque comprendían y compartían nuestra lucha. Sin ellos, tal vez los rebeldes no hubieran podido vencer —Luhan dijo con admiración—. Siempre voy a lamentar no haber participado en la batalla, pero me alegra saber que yo vestí y arme a dos de los guerreros más valientes de esta resistencia.

Jongdae asintió con una chispa de orgullo calentando su pecho.

—Toda tu familia tiene las garras puestas en esto, Jongdae —Luhan continuó—, no empieces a parecerte a tu madre ahora.



—¿La lectura te pareció interesante?

Jongdae dio un respingo, pero se relajó al reconocer a la reina.

—Por supuesto —respondió mientras hacía una reverencia—. ¿Tiene alguna otra sugerencia?

—Algunas, pero no estoy segura de qué buscas esta vez.

Jongdae la miró a los ojos, sopesando la posibilidad de confiar en ella. Le había dado el libro lleno de información de vital importancia para trazar un plan de contingencia, así que tal vez no era una mala idea.

—¿Sabe cómo atravesar el desierto? —Jongdae preguntó en un susurro.

Ella alzó sus cejas, inicialmente sorprendida por la pregunta, pero pareció analizarla.

—Necesitas un transporte rápido si tienes que recorrer una larga distancia —ella señaló—. Pero aún así sería peligroso, ¿no sería mejor rodear el desierto?

—Sí, pero eso tomaría demasiado tiempo —Jongdae respondío con preocupación.

—¿Mis hijos están juntos?

Jongdae la miró, confundido con el abrupto cambio de tema.

—Ah, no creo—respondió pensativamente y bajó la voz hasta volverla un casi imperceptible silbido—. No sabemos exactamente en dónde está Baekhyun, así que lo más seguro era quedarse con los rebeldes por ahora, Yixing prometió cuidar de ella.

—¿Y qué harás con el titán de hielo cuando lo liberes?

—¿Titán? —Jongdae preguntó confundido de nuevo.

—No sé su nombre —ella dijo con un gesto de disculpa—, los soldados lo apodaron así.

Jongdae tenía muchas preguntas, pero intuía que si quería que su supuesta suegra lo ayudara, debía continuar respondiendo a las suyas.

—Lo traeré aquí.

—¿Por qué?

—Porque lo necesito a mi lado.

Ella lo miró atentamente con sus extraños ojos claros y Jongdae tuvo la sensación de que sus siguientes palabras fueron arrancadas de su garganta.

—Él es mi arkid.

No había querido decirlo, sabía que las implicaciones de aquella confesión podrían ser contraproducentes. Jongdae esperó por su reacción, pero ella no hizo más que girarse para empezar a murmurar en ese extraño y desconocido idioma, mientras iba de un lado a otro por el pasillo.

El príncipe Kim suspiró con frustración, esperando no haber cometido un error. Si la reina lo delataba, él y su supuesta guardia se meterían en serios problemas. Mientras pensaba si debía volver a su habitación y alertarlos, una figura cubierta por una capa marrón se materializó frente a él.

Su corazón se saltó un latido.

—¿Jongin? —Jongdae murmuró con los labios temblorosos.

El recién llegado bajó su capucha y lo miró con curiosidad. La decepción golpeó con fuerza al príncipe. Aquel también era un teletransportador, pero no se trataba de Jongin.

—Disculpa, pensé que eras... otro...

El desconocido le dio una larga mirada.

—¿Es amigo de Jongin?

—Sí —Jongdae respondió y su voz se quebró.

—¿Él está bien?

—No lo sé —Jongdae apartó la mirada sintiéndose culpable. Si él no lo hubiera enviado de regreso al campo de batalla—. Estaba mal herido y... desapareció, pero no sabemos si se marchó por su cuenta o... no hemos sabido nada de él.

—Lamento mucho escucharlo —el teletransportador musitó con pena—. Nosotros somos amigos.

—¿De verdad?

—Sí, nos...

—¡Taemin! ¡Ahí estás! —la voz entusiasmada de la reina los interrumpió.

Al verla, el teletransportador hincó una rodilla en el suelo en una reverencia.

—Su majestad, ¿me llamó?

—Sí, cariño, necesito pedirte un favor —ella dijo con un tono maternal—, ¿podrías ayudarle al príncipe Kim a llegar a un lugar?

—Por supuesto —Taemin respondió y se apresuró a hacer una reverencia al príncipe frente a él.



Cuando aparecieron en lo alto de una montaña, Taemin soltó su mano y miró abajo con preocupación.

—Es allá —anunció señalando un punto en la llanura y se abrazó a sí mismo para protegerse del frío.

Jongdae frunció el ceño bajo su capucha. Según las fotografías que había encontrado en el libro que la reina le dio, la prisión era un pequeño edificio de dos pisos, rodeado por cinco torres de vigilancia y un muro de diez metros de altura. También habían tres pisos más en el subsuelo y era ahí en donde se encontraban las celdas. Pero todo lo que podía verse era un enorme edificio blanco muy desigual.

—La prisión está abajo de todo eso —Taemin murmuró, subiendo su cuello un poco más sobre su rostro.

—¿Puedes acercarme más? —Jongdae preguntó.

Taemin tomó su mano de nuevo y lo llevó allá. Debido a la tormenta de nieve, era dificil ver algo a la distancia ahí abajo.

—Escóndete por aquí —Jongdae le pidió, intentaré no tardar.

—¿Está seguro de lo que hace? —Taemin lo detuvo, en sus ojos era evidente el temor—. Dicen que todo lo que el hielo toca perece —advirtió.

—No te preocupes por mí —Jongdae aseguró confiado—. Tengo un trato con el hielo.

—De acuerdo —Taemin musitó inseguro y le dio una última mirada. 

La reina lo había vestido completamente de blanco antes de dejarlos marchar y la silueta del príncipe pronto se perdió entre la blancura de la tormenta. 


Gracias por leer!

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