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but I wonder where were you, when I was at my worst (extra V. potter)


tw: mención de autolesión e intento fallido de suicidio (en pasado), dos escenas sexuales no explícitas, pensamientos suicidas y discusiones familiares sobre el abandono parental (I mean, este es Apolo, por supuesto que las habría). No sé francés, así que cualquier error es del corrector.



v.




Todo lo que Apolo alguna vez ha conocido ha sido Harry. 

Desde la primera vez que miró su ático medio vacío en St. Pablo cuando Harry estaba siendo trasladado de habitación (que no se enteraría hasta días después que esa "habitación nueva" era realmente una jodida alacena bajo las escaleras) y se quedó solo con sus pensamientos, una vela encendida precariamente y el frío que calaba sus huesos; dándose cuenta que Harry era lo único que Apolo tenía. Lo único que a Apolo le quedaba.

Ahí empezó su ciclo autodestructivo. 

A la tierna edad de 6 años, Apolo Potter hizo de su hermano menor la razón entera por lo que vivía. Su estabilidad mental, su salud física, su interés en seguir funcionando como un ser humano normal; cada una de esas pequeñas cosas que importaban, para Apolo, estaban dedicadas a Harry. Él estaba absoluta y devotamente dedicado a Harry. A la tierna edad de 6 años, miró los ojos grandes y llorosos de su hermano bebé y juró con toda la convicción que un niño podía sentir, que lo protegería contra cualquier mal que intentara hacerle daño.

Eso lo incluía a si mismo.

— ¿Qué son estas? — Cedric había murmurado, la primera vez que estuvieron juntos. Fue en su cumpleaños 17; Apolo tenía 15 y por mucho que se negó a quitarse la camisa, cosa que su novio encontró muy extraña (aunque no presionó), él era un adolescente bastante hormonal; así que ni siquiera notó la manera en que las manos externas se deslizaron a sus muñecas, demasiado distraído con los labios que besaban su cuello, hasta que Cedric sintió la textura de la piel. — Polo ¿Qué son estas?

— Uhm — había tarareado, sin comprometerse en absoluto. La mitad de su cerebro todavía no lograba colocarse al día con la situación, por lo que sólo se dedicó a mirar a Cedric; dividido en la confusión que sentía y su polla que palpitaba de anticipación al tenerlo recostado medio desnudo entre sus piernas. — ¿Qué?

Cedric frunció los labios, alejándose de inmediato. — Las cicatrices, Apolo. Tienes cicatrices en las muñecas. 

El frío se intensificó ante la elección afilada de palabras, y casi sin ser consciente de ello, las barreras de Apolo se levantaron a la defensiva. Él se enderezó en la cama vacía, bajó con brusquedad las mangas del jersey de Hufflepuff que le cubría el torso y giró el rostro, sintiendo a la tensión aumentar con cada minuto que pasaba de su silencio.

— No veo cómo eso es asunto tuyo, Diggory — escupió, de manera venenosa, esa ansiedad y necesidad ya conocida arañándole internamente, haciéndolo sangrar, porque se supone que nadie lo sabría, se supone que nadie se daría cuenta. 

Ni siquiera los gemelos y Lee parecían ver extraña la manía de Apolo de dormir en camisas de manga larga que le quedaban grandes; lo había hecho desde que tenían 11 años, y no cambió el hábito incluso cuando entraron en confianza. Él prefería mantenerlo así. Era la única forma en la que sabía vivir con normalidad, o su versión retorcida de la normalidad.

Siempre fue Harry primero, y Harry de último. 

Apolo no era un pensamiento importante, un asunto importante, en su propia mente ¿Por qué lo sería en la de los demás?

— Dime que no te hiciste eso a ti mismo — Cedric rogó, ojos grises lagrimeando como si lo viera por primera vez. Como si no le gustara en absoluto lo que veía. Aquello tampoco ayudó a Apolo, las barreras sólo se reforzaron y lo único que su cerebro proceso fue un comando bastante simple, un comando bastante efectivo: aléjalo. — Por favor dime que no te estás lastimando.

— No sé de qué estás hablando.

— Apolo...

— Vete a la mierda, Cedric.

Cedric aprendió rápido que, a menos que quisiera una discusión, no debía mencionar las cicatrices. A veces tampoco era necesario que las mencionara: Apolo de todas formas arremetió contra él, sin razón alguna. Sólo porque podía hacerlo, sólo porque quería hacerlo. Esa sensación de picazón constante que no estaba acostumbrada, que no disfrutaba de nada de lo que implicara felicidad para si mismo.

Inició cuando tenía 8 años, de una manera muy simple: uno de los niños de su clase lo hizo enfadar muchísimo, y sin darse cuenta, Apolo había estado presionando el filo de un lápiz contra su muslo para no estallar de furia e irse a los golpes contra aquel idiota. Presionó tanto que se sacó sangre, su pantalón se dañó y la madre superiora le quitó la cena de aquella noche como castigo. La cosa no escaló de pequeñas heridas de lápiz hasta que una de las maestras de la escuela primaria, que tenía un convenio con el orfanato (una escuela primaria religiosa, cabe aclarar), dejó un sacapuntas de metal encima de su escritorio, y como él era un niño huérfano que tenía que luchar con garras y dientes para obtener algo propio, se lo quedó.

Resultó que la cuchilla de un sacapuntas era más efectiva que la punta de un lápiz, y los pequeños cortes a su vientre bajo lo calmaban más que pegarse puñetazos hasta dejarse moretones. Una vez que el dolor se fue, y se acostumbró a la sensación del ardor habitual, todo le pareció bastante liberador. La mente de Apolo era capaz de extenderse gracias a ello; alejar el pensamiento de que era un maldito fracaso de hermano y simplemente caer, como una cascada de sentimientos sin forma física.

Le gustaba tanto que acabó en un hospital.

Harry nunca se enteró de ello. Apolo esperaba que nunca lo hiciera.

Siempre fue Harry primero, y Harry de último.

— ¿Por qué nunca te quitas la camisa? — Fleur le preguntó. Había curiosidad en su voz, no acusación; pero Apolo de todas formas se tensó y la miró como si ella acabara de apuñalarlo. La rubio notó su propio error con facilidad, por lo que sólo presionó sus muslos contra el torso de Apolo y se inclinó para besarlo. — Lo siento, no quiero incomodarte.

— Está bien — Apolo sacudió la cabeza, recordándose a si mismo que esta era Fleur. Nadie más. Su relación sexual comenzó poco después de que terminara con Cedric; porque ella era hermosa y Apolo le tenía ganas. Tenía 16 en aquel entonces, no necesitaba otros motivos. — ¿Te molesta?

Fleur suspiró. — No, Poly. Tienes tanto derecho como yo a querer tu propia comodidad cuando tienes sexo, y si mantener la camisa lo hace por ti, cómo es eso mi asunto.

— Dado que eres tú con quien estoy teniendo sexo...

— Y sexo muy bueno — le aseguró, inclinándose de nuevo para capturar sus labios en un feroz beso. Ella era así de intensa; su naturaleza de veela la volvía bastante entusiasta y dominante en la intimidad, casi tanto como era entusiasta y dominante fuera de la cama. No es que le molestara, sus tendencias sumisas no debían de ser sorpresa para cualquiera que alguna vez lo haya tenido de esta forma. — Es lo único que me interesa aquí. Ahora, por qué no le das un mejor uso a esa boquita tuya ¿Uhm?

Tal vez Cedric tenía razón, después de todo. Tal vez sí era un poco puta. No es que lo molestara; resolvió sus sentimientos contrariados respecto a su ex-novio con sus muñecas y una cuchilla en el baño de la habitación que compartía con los chicos en Gryffindor. 

Le gustaba eludir sus problemas en sexo y autolesión, o uno que otro escenario imaginativo a las tres de la mañana con el que dejaba de ser un cobarde completo, con el que realmente terminaba el trabajo. Sólo un corte preciso a las venas de su muñeca, y todo acabaría. El sufrimiento, la ansiedad, la picazón que lo incitaba a arruinar las pocas cosas felices que le quedaban, se irían para siempre. La sangre perdida podría limpiarlo de sus pecados.

Y Apolo estaría verdaderamente en paz.

— Sabes que me encanta que vengas — Fleur le aseguró, agitada y sudada luego de dos horas en las que sólo se dedicaron a distraerse el uno al otro. Estaba recostada encima suyo, su largo cabello rubio le caía suelto y empapado por toda la espalda, y la simple vista servía para colocar duro a cualquiera que sintiera atracción a las mujeres. — Pero sólo lo haces cuando quieres olvidarte de las cosas.

— A veces vengo porque me lo pides — le recordó, con una risita divertida a pesar de que no era una mentira. Los malos mecanismos defensivos de Apolo lo llevaban a esto, al sexo casual. Aunque Fleur era su amiga, y la amaba, ella también era el camino a un fin, en lo que respecta a su propia manera de afrontar la realidad. Claro, no es que lo fuera a admitir pronto. O en cualquier lugar cerca de Fleur. Ella no lo merecía. — ¿Cómo van las cosas con Bill?

Fleur inhaló hondo, advirtiéndole que estaba a punto de inmiscuirse a una retahíla. — No sé con qué clase de niño de mami me he metido, pero él sigue insistiendo que no puede estar conmigo formalmente por su madre. Su madre, Apolo ¿Qué clase de excusa patética es esa?

Había escuchado rumores. Fred y George eran sus mejores amigos, y los dos parecían bastante conmocionados una vez que regresaron a Hogwarts de las vacaciones de invierno de su séptimo año, por lo que a él y a Lee se les hizo imposible no preocuparse sobre lo que sucedió en la madriguera tras el funeral del señor Weasley. No fue hasta finales de febrero que se dio cuenta que Ron estaba evitando activamente a sus hermanos, y los chismes de pasillo acerca de él viviendo con los Zabini llegaron a sus oídos.

La dinámica en la casa Weasley cambió por completo luego del escape de Ron.

— Dale tiempo — le dijo a Fleur, sus manos reposaron tranquilamente encima de la espalda baja de la veela, que lo miró con cara de pocos amigos. — Amor, te lo digo enserio. Después de que muriera el señor Weasley, las cosas... cambiaron. Bill está haciendo lo que puede, y te aseguro que quiere estar contigo, él sólo... no lo sé, ignórame. Creo que me estoy proyectando ahora.

— ¿Por qué?

Apolo suspiró. — Es el mayor de 7 hermanos, y si te preguntan tú no sabes nada, pero hace unos meses se decía que Ron ¿Recuerdas a Ron? Bueno, se decía que escapó de casa para irse a vivir con su novio — un gritito de sorpresa salió de los labios de Fleur; pero fuera de eso, no lo interrumpió. — Y bien por él, sinceramente. La señora Weasley es algo... conservadora. Y sé que los Weasley aman a sus padres a pesar de todo, te lo digo yo, que conozco a los gemelos desde que teníamos 11. Supongo que Bill sólo está tratando de que las cosas no terminen de desmoronarse, tal vez se sienta responsable de su madre porque su padre murió y todo es un desastre absoluto.

— Uhm — Fleur tarareó en consideración, recostando la mejilla contra su pecho. — Me gusta mucho Bill, y sé que quiero una relación formal con él. Cuando lo vi por primera vez... tuve este pensamiento tonto de que era él ¿Sabes? El indicado. Las criaturas mágicas tenemos una mitad, un complemento. Podemos vivir sin ello, no es que nos moriríamos si no lo encontráramos. Pero es algo. Y creí encontrarlo en Bill.

— Eso es tan triste.

— Yo no lo llamaría triste, más bien esperanzador ¿No te gustaría tener una otra mitad?

Apolo se obligó a no reírse. Había visto lo que tener una otra mitad podía hacerte; el recuerdo de papá llorando frente a la cuna de Harry todavía funcionaba como un bucle en su mente. Papá y Cyrene eran una mitad distinta e igual de un todo, y sabía mejor que nadie que ambos estarían mejor muertos que separados, u obligados a alejarse. 

¿Qué clase de vida era esa, que no podías vivirla sin aquella persona? ¿Dedicar todo de ti por ella, incluso si tienes que romperte a pedazos para construir los de la otra?

Oh, Apolo sabía lo que era esa vida. Apolo sabía lo que era quedarse despierto a altas horas de la madrugada; pensando en las distintas cosas que sería capaz de hacer por sacarle una pequeña sonrisa a alguien que parecía roto. Apolo sabía lo que era no tener ningún motivo con el cual mantenerte respirando, excepto aquella persona. Excepto la ilusión de que algún día, serías capaz de salvarla de verdad; serías capaz de moldear una fortaleza impenetrable a su alrededor, que nadie atravesaría nunca si su intención era hacerle daño otra vez.

Siempre fue Harry primero, y Harry de último.

— Nah — decidió, antes de darle la vuelta y recostarla encima del colchón, la risa contagiosa de Fleur provocándole una propia involuntaria. Ella se arqueó, con tal de darle un mejor ángulo de acceso a sus pechos, largas piernas temblorosas envolvieron las caderas de Apolo para tirar de él hacia ella. — Me quedo con lo que tenemos aquí. Ahora, amor ¿Qué tan sensible estás? ¿Aguantarías un cuarto orgasmo?

— ¿Tú aguantarías llevarme a un cuarto orgasmo? — lo retó, con un gemido satisfecho al sentir el jugueteo de la lengua de Apolo en sus pezones erectos.

A él le encantaban los retos.

Por mucho que quisiera, no podía perder el resto de su día en las piernas largas de Fleur. Casi a las 4 de la tarde, cogió la red flu del apartamento en Londres de la veela a una casa de campo en el West Side Country que papá tenía a su nombre, pues había sido un regalo de bodas del papá de Billie Jean (de todas las personas) para él y Cyrene, y a Apolo (más los mellizos) se les pidió no decirle nada de esto a Sirius, probablemente por lo mal que se llevaba con su hermano menor. 

El terreno estaba protegido por los encantamientos y maleficios más malignos, oscuros y absolutamente devastadores que la familia Black tenía que ofrecer, así que se consideró una casa refugio durante la guerra, devuelta a la activación porque a papá ya le era difícil de por si acostumbrarse a estar vivo otra vez y la vida londinense no lo ayudaba mucho tampoco. De acuerdo con los mellizos; papá creció en una mansión a las afueras de los Cotswolds, alejado de la locura industrial de la capital.

Maldita sea, los Cotswolds. No le era un secreto que su familia era rica; pero joder.

Sus pies tropezaron un poco con la alfombra de la sala de estar cuando salió de la red flu. Ya estaba seguro de que nunca iba a ser una maestro de este método de viaje, porque en definitiva prefería las escobas, por lo que ni siquiera le importó las risitas ahogadas que provinieron de las personas en los sofás antes de que Travis se acercara a darle una mano estabilizadora.

— Gracias — murmuró, sonriéndole a su primo. Luego vio las maletas, y su sonrisa se borró de inmediato. — ¿A dónde irán?

— Bulgaria — le explicó Kamenova, acercándose desde su otro flanco. Los dos cargaban túnicas y capas de viaje, debajo de las cuales traían ropa muggle. — Tenemos algunas cosas que arreglar allí, ya que nos largamos este verano sin literalmente explicarle a nadie qué estaba sucediendo. Y Travis es muy gay, así que extraña a su novio y quiere una visita conyugal.

— Quiero decir ¿Acaso no lo somos todos en esta familia? — bromeó, con un intento de disolver la sorpresa inicial. Sus primos tenían vidas antes de que aparecieran en la de él y su hermano, por lo que era natural que quisieran solucionar sus asuntos. No tenía porqué estar herido así, ellos iban a regresar.

Travis rodó los ojos. — ¿Sabes qué? Y yo planeaba traer a Viktor por Saturnalia. Acabo de cambiar de opinión.

— No, no, tráelo — insistió Kamenova, una sonrisa burlona tirando de sus labios rosados. — Quiero ver a tío James amenazándolo. Me prometió que lo amenazaría cuando lo conociera.

— ¿Por qué harías eso? — Travis prácticamente gimió de disgusto. 

Apolo miró del uno al otro como si de un partido de tennis se tratara: amaba ver a los mellizos discutir. Era de sus entretenimientos favoritos, ya que tenía que acostumbrarse a no ver a su hermano todos los días. Había sido difícil, tanto como lo fue hace unos años atrás, cuando él empezó Hogwarts; su cerebro viajando de inmediato a las preguntas habituales de: qué estaba haciendo Harry, cómo la estaba pasando Harry, cómo se sentía Harry.

Harry. Harry. Harry. Harry. Harry.

— Volveremos en un mes como máximo — le aseguró Kamenova, sin responderle a Travis, para gracia de Apolo y molestia del menor de los mellizos. La rubia ajustó su capa de viaje, dándole una sonrisa agridulce a su primo pequeño. — ¿Estarás bien?

— Claro — fue su respuesta natural. La respuesta normal. La respuesta de siempre. Apolo no tenía otra respuesta, en realidad. — ¿Dónde está papá?

— El patio trasero tiene un laberinto de setos — dijo Travis, como si fuera normal tener un laberinto de setos en el patio trasero de tu casa. O tal vez sólo era Apolo, citadino de nacimiento. — En el corazón del laberinto está construida una glorieta; tío James y tía Cyrene decidieron almorzar ahí. ¿Quieres que te llevemos?

— No, me las arreglaré.

Despidiéndose una última vez de los mellizos, Apolo salió por la puerta corrediza de la cocina hacia el patio trasero, silbando en voz baja porque no le mintieron, sí había un maldito laberinto de setos allí. Jodidos ricos que eran. Apolo murmuró "oriéntame" a su varita y dejó que esta lo guiara hacia el norte, dispuesto a arruinar lo que sea que papá y Cyrene estuvieran haciendo. 

Conforme se acercaba al corazón del laberinto mismo, alcanzó a escuchar risas ahogadas y una conversación acalorada de voces que escupían en francés. Cruzó a la izquierda, encontrándose de frente la abertura a un pequeño pasillo de setos, del cual en el fondo se podía vislumbrar la vista de una hermosa glorieta blanca, de techo de cristal abovedado. Papá y Cyrene estaban a mitad de lo que parecía un picnic organizado, con una manta incluida sobre la que se sentaron. O más bien, en la que papá se sentó, ya que la tenía sobre su regazo, dándole de comer fresas bañadas en chocolate.

Ew.

— Hola Polo — papá lo vio primero, riéndose de su cara de asco absoluto. Cyrene casi se atragantó con su fresa de chocolate; pero fuera de eso, sólo sacudió la mano en su dirección. Desde que papá regresó, ella dejó de estar nerviosa alrededor suyo y simplemente actúo. Como si fueran una familia feliz. Era de los motivos por el que pasaba su tiempo en Sortilegios y no aquí, prefería evitarla antes de intentar algo estúpido. — ¿Quieres fresas?

— Soy alérgico.

— Es alérgico — dijo Cyrene, al mismo tiempo, y sólo por un segundo muy largo, se miraron a los ojos. Estudiándose el uno al otro con anticipación. Ella fue la primera que cedió, volviendo a papá, que parecía un poco confundido ahora. — ¿Lo recuerdas? Tuvo un brote de alergia cuando tenía 5 meses porque le besaste la mejilla después de que comiéramos fresas.

— Ah, los temibles 5 — papá asintió, recordando a lo que se refería con gran rapidez. Era algo que pasaba seguido: la mente de papá era un desastre entero tras estar 12 años dormido por un filtro de muertos en vida y otros dos más muerto. Poco a poco recuperaba memorias nítidas; pero la mayor parte del tiempo, siempre le faltaba una pieza del rompecabezas. — Primero el brote de alergia, luego la gripe de doxy, luego el primer estallido de magia porque no quería bañarse sin su pato de hule muggle favorito. Odiabas el agua, Polo.

El corazón de Apolo dolió, siendo estrujado por aquellas palabras suaves. Por la realización seca y abrupta de que tenía un padre que recordara ese tipo de cosas: su primera gripe, su primer estallido de magia, su primer brote de alergia. Un padre que recordara la primera vez que se subió a una escoba de juguete, incluso. Habían pasado meses desde que él regresó a sus vidas; pero esta era la primera vez que Apolo se daba cuenta de lo que implicaba.

Hacia mucho tiempo que había olvidado lo que era tener a una persona que se preocupara de verdad por él, tanto que recordara los mínimos detalles de su niñez; los momentos que una familia normal debería tener grabados en un álbum de fotos con el que avergonzar al niño en cuestión cuando creciera. Él dejó de ser uno en el instante que Voldemort atacó a Valle de Godric, y desde entonces, Apolo sólo sobrevivió con lo poco que tenía. Con lo poco que le quedaba de su familia destruida.

Harry era su prioridad. Apolo no era la prioridad de nadie.

— ¿Tenía un pato de hule favorito? — preguntó, con un carraspeo que esperaba pasara desapercibido. 

Por la mirada de papá, se dio cuenta que falló el intento, lo cual era extraño de considerar. Nunca alguien lo vio a la cara y lo pudo leer con tanta facilidad, no desde que aprendió a cubrir sus emociones por el bien de la frágil estabilidad de Harry. Nunca alguien lo vio a la cara y fue capaz de descifrar que las cosas no iban bien.

¿Esto era lo que se sentía tener padres, un adulto el cual velaría por él?

— Tenías muchos peluches favoritos — papá corrigió, sin perder el ritmo. Su flequillo desordenado de cabello blanco le caía encima de la frente, ojos avellana descubiertos y repletos de brillo admiraron divertidos el ceño de confusión de Cyrene, que al parecer todavía no lograba completar la línea de tiempo de sus recuerdos del primer año de Apolo. — Prongs era el superior, por supuesto. Te lo dio Gianna ¿O fue Lena?

Cyrene se encogió de hombros. — No tengo idea, sólo sé que Moony existía.

— ¿Prongs? ¿Moony? — repitió. Sabía desde quinto año que el grupo de amigos de su padre, más Pettigrew, fueron los merodeadores, cosa que se negó a decirles a Fred, George y Lee. Quería que lo averiguaran ellos mismos, y ver sus caras cuando estuvieran de frente a los merodeadores reales. 

— Prongs era un peluche de ciervo, y Moony era el de un lobo — le explicó papá, cogiendo la última fresa del plato. Cyrene lo miró de ojos entrecerrados con fingida molestia mientras papá sonreía, sus labios manchados de chocolate hicieron reír a Apolo. No estaba seguro de cómo llevaban su relación, porque ew; pero él se veía bastante feliz de tenerla ahí, por lo que se reservaba sus propias opiniones. — Sirius te compró a Moony el día que naciste, y no se lo dijo a Remus, que lo hizo más hilarante.

— Iré por más fresas — Cyrene anunció, antes de apartarse del regazo de papá y colocarse de pie. Apolo le pasó el plato vacío, sin detenerse en lo sorprendida que el simple gesto la dejó, antes de darse la vuelta y salir de la glorieta hacia el pasillo de setos por el que llegó.

Papá suspiró hondo. — Entonces ¿Qué es lo que te molesta?

Apolo lo miró, en un intento de parecer casual. — No sé de qué hablas.

— Por favor, Apolo — papá se acomodó mejor encima de la manta, dándole un sorbo a su copa de hidromiel. ¿Era un picnic o una cena romántica? Debió haberle preguntado a los mellizos. — Puede que mi cerebro sea como una snitch ahora; pero no soy idiota. Y más importante, soy tu padre; cometí los suficientes errores confundiendo tu llanto de bebé sobre tener hambre con cambiarte el pañal para no darme cuenta de que algo te está molestando. Simplemente ya no pareces una mandrágora gritona.

— ¿Quién te permitió tener niños?

— El 1 restante del 99% de efectividad de la poción anti-embarazo — bromeó, y si Apolo arrugó la nariz con disgusto, eso sólo consiguió que se riera. — Siempre funciona. ¿Quieres decirme o tendré que adivinar?

Apolo apartó la cara, considerando sus opciones. No había esperado que trataría este tema con él; ya bastante difícil le resultaba tratarlo con Harry, por mucho que su hermano insistiera en que algún día debía decirle la verdad a papá. Él era demasiado bueno ocultando sus emociones para sentirse remotamente cómodo ante la idea, y prefería mantenerlo así, que acercarse a la posibilidad de hacerlo enojar.

— No sé cómo la perdonaste — murmuró, odiándose a si mismo por lo frágil y débil que se escuchaba su voz. Papá guardó silencio, los ojos avellana quemaron la cara de Apolo mientras lo veía, incluso si todavía era incapaz de devolverle la mirada. — No sé cómo puedes despertarte a su lado todos los días y no despreciarla por lo que nos hizo. Ella nos abandonó, papá, y tú sólo...

— ¿Quién te dijo que la he perdonado?

Apolo se detuvo. — ¿Qué?

— ¿Quién te dijo que la he perdonado? — papá repitió, sin inmutarse por su cara de desconcierto y una chispa fiera de enojo contenido. Oh, ahí estaba, las emociones que su hijo se esforzaba en ocultar. — ¿Quién te dijo que olvidé todo lo que fue 1981 para nosotros?

— Entonces por qué tú...

— ¿Quién te dijo que Cyrene ha logrado cerrar esa parte de si misma que vivió 13 años pensando que la engañé con Lena? — él continúo, una ceja arqueada de forma inquisidora y la voz baja, tranquila. No estaba molesto, Apolo tuvo que recordarse. — Su mejor amiga.

— Es diferente.

— Apolo...

— No, no te atrevas a justificarla — acusó, la necesidad de arremeter que devoraba todo a su paso retorció el estómago de Apolo. La vista nublada por las lágrimas de su ojo derecho lo hizo bastante difícil de distinguir la silueta de papá. — Nunca, jamás, te atrevas a justificarla en mi presencia, papá. No te atrevas a decir que es remotamente cerca lo que ella pensó de una maldita ilusión a lo que Harry y yo tuvimos que pasar en ese puto orfanato. Lo que yo tuve que pasar, lo que tuve que hacer para que Harry viviera una infancia tranquila y normal.

— Apolo, eso no es lo que....

— ¿Sabes cuántas veces le di de mis raciones de comida, que ni siquiera eran muchas, para que él no sufriera de hambre? — espetó, con veneno y odio. Papá cerró la boca, momentáneamente quedándose sin aire, lo que sólo le sirvió de incentivo para descargar toda su rabia. Él no se detuvo, e hizo lo que le salía mejor: arremetió. — ¿Sabes cuántas veces desee morirme porque me dolía el jodido estómago porque no había comido una mierda antes de irme a dormir? ¿Sabes lo que viví cuando vi a mi hermanito de 4 años ser llevado a una alacena de mierda porque ya estaba demasiado grande para que durmiéramos juntos? ¿Sabes cuántas veces lo tuve colándose en mi cama porque tenía miedo de una tormenta, y elegí ser castigado en su lugar cuando nos atrapaban al día siguiente?

» Lo escuché llorar por años llamándote a ti, a ella, a Dios, rogando que nos sacarán del orfanato. Yo tenía 8 años y no tienes una idea de lo destrozado que estaba de ver morir la esperanza en su pequeña cara, de saber que mi hermano de 6 años perdió cada ilusión que tenía de que escaparíamos del mismísimo infierno que era ese lugar para nosotros. Éramos niños, y no teníamos a nadie. 

» Cuando llegó mi jodida carta de Hogwarts, McGonagall vino con ella. A explicarme lo que yo era y lo que era nuestro mundo. A un niño de 11 años que creció muggle le dijeron que tenía magia y la oportunidad de estudiar esa magia, y me negué. Yo me negué. Miré a McGonagall directo a los ojos y le dije que no me iría de ahí sin Harry, que jamás me alejaría de él, o aceptaría algo que implicara abandonarlo. ¡Tenía 11 años! ¿¡Y dónde estaba ella!? ¡Dime! ¿¡Dónde estaba ella, papá!? ¿¡Dónde estaba ella cuando traté de suicidarme por primera vez y terminé en un jodido hospital!? 

» ¡Yo era un niño! ¡Y la necesitaba! Pero ella no estaba ahí, así que tuve que arreglármelas solo y hacerme cargo de mi mierda por Harry. Y déjame decirte que hice una grandioso trabajo. Fui yo quien le dijo a Harry que no tuviera miedo de lo que le dijera el sombrero en su selección, fui yo quien le dijo a Harry que no tuviera miedo de estar enamorado de BJ, fui yo quien convenció a Harry de ir con una maldito psicólogo cuando tenía 12 años. Mi hermanito creció para ser una buena persona a pesar de toda la mierda que vivimos, y eso es obra mía, no de ella, porque nunca estuvo ahí. Así que no te atrevas a compararnos porque no te dejaré, papá... Mierda, no te dejaré. Sobre mi cadáver ¿Me entiendes? Sobre mi cadáver.

El pecho le dolía, la garganta le ardía y su ojo derecho no paraba de parpadear, y no fue hasta que un sollozo brutal escapó de sus labios que se dio cuenta que estaba llorando. Llorando de verdad. No sólo un par de lagrimitas y un gimoteo ocasional. No. Esto era un completo, absoluto, potente e imparable llanto; una cascada de emociones que ocultaba dentro de si.

Papá también estaba llorando, y no pasó mucho tiempo hasta que Apolo se encontró siendo rodeado por un par de brazos fuertes, que tiraron de él hacia un refugio seguro, cálido, el cual lo devolvió a ser el niño asustado que, internamente, nunca dejó de ser. El sonido de las inhalaciones agitadas de papá, seguido de sus sollozos contenidos, le rompió los tímpanos.

No, no; su subconsciente gritó, ahogándose en su propia respiración. No llores, por favor. No por mi, no valgo la pena.

— Apolo — el sonido de la voz de papá diciendo su nombre terminó de joderlo, su cuerpo se volvió flojo cuando cayó directo en los brazos que lo sostenían y se negó a despegarse de allí; aunque papá no daba la impresión de tener intenciones de soltarlo, ya que sólo lo atrajo hacia él con más fuerza. — Nunca quise insinuar que... Oh, mi amor, nunca traté de desvalorar lo que has sufrido. Lo siento tanto.

— No sé cómo puedes amarla — sollozó, sintiéndose francamente patético, fuera de su propia piel. — No sé cómo puedes amarla y amarme también. 

Se sentía tan mal ser el lado receptor del consuelo, permitirse que lo sostuvieran, abrir las puertas de sus emociones y pensamientos histéricos mejor guardados, para que nadie los viera. Para que nadie los juzgara.

Papá murmuró contra su cabello, y el dolor en su voz era tan palpable como las lágrimas frías que escurrían de sus ojos avellana. — Te amo. Siempre lo he hecho y siempre lo haré, desde que te cargué en mis brazos por mi primera vez. Amo cada parte de ti, mi amor, cada parte de ti. Ma petite lumière, tu apportes du soleil dans mon monde. Je t'aime, Apolon, dans cette vie et dans toute autre vie.

Aunque no tenía la menor idea de lo que significaban aquellas palabras; escuchar el francés de papá consiguió calmarlo. Poco a poco, su respiración se estabilizó y las lágrimas dejaron de bajar, a pesar de que la moquera consecuente no se detuvo. Le dolía la cabeza, le ardía el ojo y su cuerpo cosquilleaba por la posición incómoda; pero Apolo nunca se había sentido más seguro en su vida.

Nunca se había sentido lo suficiente seguro para confiar.

— ¡No, Polo! — Harry de 6 años pataleó, en un intento de huir lejos de la ola de mar que arrastraba la arena a sus pies. La marea en Bournemouth estaba sorprendentemente tranquila, el agua era cálida y Apolo sostenía el pequeño cuerpecito de su hermano debajo de los brazos, riéndose en silencio de su cara de terror. — ¡Me voy a ahogar!

— Claro que no — la burla ligera en la voz de su yo de 8 años no ayudó mucho a calmar a su hermanito, se habían alejado de la mirada de buitre de las monjas del orfanato y aprovecharon la oportunidad de acercarse al mar. — Estoy aquí, Haz. No me iré.

Harry dudó. — ¿Prometes?

— Promesa. Mientras te sostenga, nada malo puede pasarte. Yo te protegeré.

Cuando llegó la siguiente ola, Harry chilló aterrado; pero no se alejó de ella. Después de esa; se rio de las cosquillas que le provocaba el golpe de la marea a sus pies. Durante las siguientes, el terror se volvió gozo, y su hermano rio a carcajada suelta por cinco minutos enteros, completamente seguro de que Apolo no lo iba a soltar.

Fue Apolo quien enterró los pies en la arena, quien sujetó los costados de Harry y se mantuvo firme a si mismo, porque nadie más lo iba a hacer por él.

— Perdón — gimoteó, agudo de dolor. — No debí gritarte, no quería gritarte. Perdón, papá.

— No te disculpes — papá le besó la coronilla, dio suaves mimos a su cabello y continúo tarareando francés para relajarlo. No entendía cómo funcionaba, ya que no comprendía ninguna palabra del idioma; pero no encontró las ganas o el aliento para preguntar. — No te disculpes, mi amor. Y menos cuando creíste tus sentimientos, tu sufrimiento, invalidado de mi parte. No era mi intención, pero lo hice de todos modos. Y lo lamento muchísimo. Ma petite lumière, tu apportes du soleil dans mon monde. Je t'aime, Apolon, dans cette vie et dans toute autre vie.

— ¿Qué...? — Apolo se sonó la nariz, su cuerpo le pesaba de cansancio. — ¿Qué significa?

Papá sonrió. — Mi pequeña luz, traes el sol a mi mundo. Te amo, Apolon, en este vida y en cualquier otra — le tradujo, con facilidad, como si no dudara ni por un segundo que sus palabras fueran verdad. Apolo tragó saliva, sin saber lo que debería responder. — Solía recirtarlo para ti cuando eras un bebé. A veces, eran las 3 de la mañana y los gritos me levantaban, y cuando te veía, todo rojo de llanto, y te sostenía, no medías mucho más que mis manos juntas. Eras tan pequeño, tan frágil, que estaba dispuesto a acabar con el mundo y empezarlo de nuevo si eso lo volvía seguro para ti. Aun estoy dispuesto; por ti, por tu hermano, por la vida que ambos merecían y que no pude darles.

— No fue tu culpa...

— ¿Cómo eso importa? Todavía merecen más de lo que obtuvieron — sus manos, cálidas y frígidas por vieja callosidad de quidditch, limpiaron sus lágrimas una a una hasta que dejaron de salir. Apolo inhaló la esencia de papá, en un intento por guardar dentro suyo todo lo que lo hacía sentir a salvo. — Y acerca de tu madre, trataba de decirte que hay cosas entre nosotros dos que estamos tratando de solucionar, que estamos tratando de sanar juntos. Me despierto cada mañana a su lado porque recuerdo lo que sentí al no hacerlo, y no es algo que quiera repetir. No cuando tengo la oportunidad, y la voluntad, de arreglarlo. Que la ame no significa que los ame menos a ustedes dos.

¿Entonces por qué se sentía como si ese fuera el caso?

Apolo sacudió la cabeza, en un intento desesperado por ignorar la sensación intensa de arremeter otra vez, y sólo se aferró a papá. Después de todo lo que había vivido, aferrarse era lo único que le salía hacer bien. Era lo único que sabía hacer.




*en Lover of Mine, primer capítulo del segundo acto de Tocadiscos, se hace mención del día de las adopciones del orfanato de St. Pablo. La evaluación psicológica que decide si serán parte o no se dio unas semanas después del primer intento de suicidio de Apolo, cuando tenía 13 años. Después de este episodio, la matrona obligó a Apolo a ir con el dr. Johnson, el psicólogo. Él ni ninguno de los administradores de St. Pablo se lo dijeron a Harry, por lo que no tiene idea de qué llevaría a su hermano mayor a comenzar estas sesiones, cosa que los hizo discutir.


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