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Lágrimas de hijo

Dante soltó un potente jadeo. Aquella pelea se había tornado intensa. Tal vez no lo suficiente para cumplir sus expectativas, pero si para sacarle el aliento. El alfa de la Manada Gris no era débil a pesar de su aspecto, estaba muy bien entrenado y su fuerza no era para sobrevalorar. Aun así él llevaba ventaja.

Había atacado varias veces al cuello logrando arrebatarle la cadena, dejándola caer en las patas de Fallen que ahora la cuidaba con su vida, aunque en el proceso había ganado varias heridas en su pecho y patas delanteras. Ahora ambos volvían al inicio, uno frente al otro mostrando sus colmillos cubiertos de saliva burbujeante.

Fallen retrocedió hasta donde el beta estaba, sentía la tensión en el ambiente y la presión le costaba respirar. Cuando dos machos alfas se retaban los lobos más débiles podían sentir su poder.

La pelea volvió a retomarse. Ambas bestias rodaron por el suelo hasta que Dante logró enterrar los dientes en el cuello de Sylas y apretar hasta que la sangre salió a borbotones. El animal herido no se quedó quieto, sacudió sus patas en un intento de soltarse; dejando una profunda herida en la sección izquierda de la mejilla del agresor. La sangre salpicó en el ojo de Dante segándolo por unos segundos, tiempo suficiente para que su contrario lograra soltarse y empujarlo, rodando nuevamente.

Pero ya el alfa mayor se estaba cansando de los jueguitos y utilizando la fuerza de las patas traseras los empujó y volvió a morder su cuello asegurándose de morder bien profundo, aunque no mortal.

Largos segundos después, el cuerpo de Sylas cayó en el suelo inmóvil y Dante por fin pudo retroceder y sentarse en sus traseros para tomar aire. La sangre goteaba del hocico y se sacudía para quitarla. El lobo marrón que había estado al lado de su enemigo y que se había mantenido al margen de todo se acercó al cuerpo del alfa caído oliendo sobre la cabeza, moviéndola con el morro. De repente, el lobo en el suelo se movió mordiéndolo por el pecho y derribándolo.

Fallen se adelantó y empujó el lomo de su padre, mientras lo apartaba de Matías, su hermano mayor que se había quedado en shock por el ataque. Dante se puso ante los dos cachorros protegiéndolos, esperando un nuevo ataque que no llegó.

El animal se derrumbó inconsciente por las heridas y la pérdida de sangre. No moriría, no eran criaturas tan débiles, pero si le costaría recuperarse y tendrían que mantenerlo vivo hasta que el Consejo decidiera su castigo por todos los crímenes que manchaban su liderazgo.

Por fin, el vencedor alzó la cabeza y soltó un aullido anunciando su victoria, declarándose el nuevo alfa de la Manada Gris.

***

Él sintió el crujido de la puerta abierta y se estremeció. Otra vez su maldito esposo había venido a violarlo, embarazarlo y hacerlo dar a luz sin poder conocer después a su cachorro. Su cuerpo estaba tirado sobre el frío piso inmovilizado por los pesados grilletes que solo cortaban su piel. Esta vez estaba tan frágil que no tenía fuerza para oponer resistencia. Su tres sentidos fundamentales, oído, olfato y vista, estaban tan deteriorados que apenas podía saber lo que ocurría a su alrededor. Levantó la cabeza y divisó, entre una espesa bruma, varias siluetas acercándose.

Aspiró para saber a quién había traído consigo, tal vez al mismo doctor de siempre que se encargaba de mantenerlo en condiciones para procrear, forzando un doloroso celo, pero no. Aunque su olfato era débil podía reconocer sus asquerosos aromas y no eran ellos. En cambio una dulce fragancia llegó a él y su corazón comenzó a latir, no podía creerlo.

Como todo lobo que había dado a luz, el olor de sus hijos era indescriptible, más suave de lo normal, incluso podía diferenciarlos si hubieran miles de lobos más. Uno de ellos estaba allí. Uno de sus hijos estaba ante él. Quiso emocionarse, decir algo, alzar sus brazos para enredarlos en su cuello, mas apenas tenía energía y su conciencia se fue desvaneciendo poco a poco en contra de su voluntad.

Fallen no pudo evitar que una lágrima escapara y corriera por su mejilla. Se arrodilló y agarró el cuerpo deteriorado del lobo que lo había traído a este mundo. La imagen lo tenía impactado. Con la ligera luz que entraba en aquel lugar solo podía apreciar su piel casi pegada a los huesos, de un color grisáceo. Las enormes ojeras en su rostro maltratado. Los múltiples moretones en su piel apenas cubierta por una ligera tela desgarrado. Y la sangre. Esa que bañaba su abdomen, piernas y manos.

Deseó apretarlo contra su pecho y darle su propia vida. Era lastimoso de ver. ¿Cómo era posible que un omega, quien había sido la reina de la manada podía haber sido llevado a tales condiciones? Ryan se arrodilló al frente, manteniendo una expresión neutral y le extendió una manta de tela para cubrirlo. Fallen pudo ver como sus manos temblaban y el color abandonaba su mejilla.

Dante, parado en la entrada se había quedado sin habla. Cuando había oído la historia nunca se imaginó que las condiciones fueran tan tétricas ¿Cuánto tiempo había estado aquel lobo allí para quedar así? Los lobos podían estar semanas sin comer antes que se notaran cambios significativos en su cuerpo.

La rabia se fue acumulando dentro de él. Sintió la mano de Dimitri en su hombro, acababa de llegar y fruncía el ceño. En su manada, las lobas eran tan respetadas como los lobos y la violencia contra alguna de ellas era penalizada con severidad.

Por un momento, el impulso de volver y terminar con el trabajo inconcluso de dejar vivo a Sylas sacudió cada fibra de su cuerpo, pero su hermano, lo detuvo aunque este también tenía los músculos tensos por la impotencia.

Reprimiendo un gruñido, caminó hacia donde Fallen que se demoraba demasiado en cubrir al demacrado lobo. Impactado por la imagen del cuerpo de su madre, el cachorro no atinaba qué hacer.

Dante se agachó y rompió los grilletes con sus propias manos, la ira le dio la fuerza suficiente para enfrentar a las gruesas cadenas y vencerlas .En el proceso la piel del endeble lobo se lastimó aún más, si esto era posible. El duro metal estaba casi incrustado en la piel rota, donde la sangre seca había creado un cinturón de pústulas que debían provocar terribles dolores.

A pesar de las protestas de Fallen, que no quería alejarse de su madre, y de las heridas aun frescas en su piel, Dante cargó en brazos al omega y se dirigió a la salida.

Desde ese instante era de él y no dejaría que nadie volviera a hacerle daño.

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