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Dejame tocarte

-Más-

Fue la única palabra que Lukyan pudo escuchar por parte de Dante antes que sus labios fueran sellados nuevamente por los del lobo en un beso tan salvaje como apasionado. A pesar de lo brusco que pudiera parecer no era para nada doloroso. La lengua del mayor se encargaba de tocar los puntos específicos y enredarse en la de él solo buscando no su satisfacción propia, sino la de su compañero.

Lukyan nunca había creído la frase de aflojarse las piernas, pero él mismo la sintió en carne propia. Sin darse cuenta sus rodillas se doblaron perdiendo el equilibrio, pero sin su boca perder atención, un grueso brazo abrazó su cintura y lo mantuvo contra el cuerpo más sólido y fuerte.

Lukyan apretó los antebrazos de Dante en un intento de mantener la cordura. Estaba siendo devorado literalmente, en el mejor sentido de la palabra. Su piel estaba erizada del mar de sensaciones que lo recorrían mientras sus labios eran besados, mordidos acariciados por los del alfa.

No estaba familiarizado con ser besado, Sylas lo había hecho varias veces solo para encontrarlo repulsivo, pero esta vez sólo podía definirlo con una palabra. Delicioso. 

Por primera vez sentía su cuerpo responder a un macho sin miedo, incluso si este era un alfa y el olor que empezaba a desprender le podía recordar ciertas cosas. Pensó que se echaría a temblar por el atrevimiento de él, pero en cambio estaba temblando, pero de algo que nunca había experimentado y que le hacía perder la noción y la importancia de todo a su alrededor.

Dante se separó levemente dejando un hilo de saliva entre los labios de ambos, que desapareció al lamer el borde de los hinchados de Lukyan.

Sus ojos plateados brillantes entraban peligrosamente entrecerrados y su respiración agitada.

-Déjame mostrarte- fue más una súplica que un pedido y el omega solo pudo alzar la cabeza, atontado. Aún no se recuperaba de todo lo que atravesaba cada fibra de su cuerpo.

-¿Qué quieres mostrarme?- apoyó la frente en el hombro de él sintiéndose cansado de repente.

Agradecía que estuviera sujeto porque si no estaría en el suelo. Una vez que su nariz hizo contacto con la piel cubierta de su pareja se encontró oliéndola inconscientemente. Estaba en un momento que no se reconocía. Estaba sucumbiendo a todos sus instintos sumisos de omega a los que tanto había renegado y ahora estaban fuera de control.

-Placer- la palabra la hizo estremecer- Déjame enseñarte lo que es el placer Lukyan. Dame un voto de confianza, no haré nada que no desees-

Él se demoró en responder.

-¿Dolerá?- preguntó y el pecho de Dante de apretó quitándole el aire. Rechinó los dientes conteniendo una maldición hacia cierto alfa.

Avanzó tres pasos hacia el árbol más cercano llevando a Lukyan consigo y soltando su agarre lo posicionó con la espalda contra la corteza. Le levantó la cabeza con la punta de dedo.

-No amor. El placer no duele, no en el sentido que te imaginas. Duele de la forma que pedirás más una y otra vez. 

Su voz era gutural y tan sexy que a Lukyan lo recorrió un escalofrío. No conocía esta parte de Dante pero no podía negar que ya entendía la devoción hacia su persona de las lobas de la manada. Quién no querría estar en la cama de semejante lobo. 

Aun así, el miedo vivía oculto dentro de él.

-No quiero pasar por lo que pasé antes- sus labios estaban tensos en una fina línea. 

Dante podía ver como aquel lobo, que era capaz de enfrentársele y hablarle como una igual, podía desmoronarse en unos segundos. Se dio cuenta que a pesar de las apariencias él no era de hierro, tenía inseguridades como todos y miedos ocultos en aquellas heridas que nunca cicatrizarían en su interior. Puso una mano en su cintura y la masajeó ligeramente imaginándose tocar la piel sin obstáculos. Apoyó su frente en la de él deleitándose en aquella mirada violácea que lo fascinaba.

-¿Acaso me parezco en algo a Sylas, mi hermoso omega?- lo interrogó con sus orbes más brillantes que antes.

Lukyan solo pudo negar. Le había demostrado más de una vez que en nada se parecía ni a Sylas ni a ningún lobo que hubiera conocido antes. Él sonrió y dejó un beso sobre su nariz antes de volver hacia sus labios.

-Permíteme tocarte, no iremos más allá si tú no lo deseas, déjame enseñarte los secretos de tu maravilloso cuerpo-

La respiración de él apenas de oía. Su mente trabajando en varios sentidos sin saber si ceder o no. Si lo hacía, como lo había hecho la primera vez, podía volver a caer en aquel círculo vicioso que casi lo destruye. Aun si su interior le decía que Dante no era de esa forma, confiar tan rápido no era algo que se podía lograr después de todo por lo que había pasado.

Al ver la incertidumbre en sus ojos, el alfa le agarró de ambas muñecas.

-Ven- le hizo rodear su cuello con los brazos quedando casi de puntillas teniendo que calzarlo en una raíz, cosa que le dio gracia. Era pequeño y delgado, pero por alguna razón sentía que ese delicado cuerpo podría darle todo lo que no había tenido hasta el momento.

-Huéleme- le apretó ligeramente el rostro hacia la curva de su cuello donde estaba una de sus glándulas de olor. 

El cuerpo entero de Lukyan casi se desvanece. El olor de Dante entró por todas sus fosas nasales invadiendo cada inhóspito rincón y su interior se humedeció de inmediato. No sabía por qué, pero no podía dejar de olor aquel lugar. Era lo más dulce que había sentido. 

Con los ojos cerrados perdió el control de sí mismo y lamió la zona, haciendo que el dueño de esta soltara un gemido y por un segundo dejara que su cuerpo se restregara sobre el del lobo contra el árbol.

-Si eres tú el que ataca primero, no creo que pueda cumplir mi palabra- dijo en un gruñido bajo, sintiendo la excitación recorrer su cuerpo e ir directo a su entrepierna que ya tomaba tamaño contra el vientre de él -Lo siento amigo mío, esta vez no te toca a ti- se relamió los labios, ya tendría tiempo para satisfacerse.

Bajó la mano por el dorso de Lukyan hasta hallarse con su pecho izquierdo que ya dejaba marcado sobre la tela el duro pezón. Lo apretó recibiendo un leve gemido sobre la piel de su cuello. 

Su omega había perdido la noción de su alrededor mientras lamía, mordía, besaba y chupaba sin compasión el lugar de la glándula sabiendo que después dejaría una marca que sin duda dejaría a la vista de todos. Había hecho buen trabajo distrayéndolo, ahora él se encargaría de enseñarle que tan dulce podía ser el placer.

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