Capítulo 20. Fin de los acontecimientos
Aquella misma noche Ellery recibió una llamada del inspector Roberts. Tolerando de mala gana que un civil los instruyera en los pasos a dar, su compañero y varios agentes se posicionaron en el piso perteneciente a Derek Sproud.
Pudieron comprobar con sus propios ojos que el escritor no erraba en sus suposiciones: al poco tiempo Kelly apareció en escena y se adentró en el edificio utilizando una llave propia.
A toda prisa, por si la pareja estaba planificando una fuga desesperada, tiraron abajo la puerta del piso. Los sorprendieron en el salón recogiendo todo cuanto tenían, guardándolo en las maletas abiertas que reposaban en la cama del dormitorio. En el mueblecito de la entrada divisaron dos pasajes de avión con destino británico y dos pasaportes.
El estado de perplejidad de los detenidos hizo reír al musculado inspector, que no tardó en ordenar a sus segundos que los esposaran mientras telefoneaba a la comisaría para comunicar el hallazgo. Al poco, el vocerío de uno de los oficiales atrajo la atención del equipo: en el registro del baño había dado con una pistola envuelta en un trapo escondida bajo el lavabo. La cara de Kelly destilaba un rictus enfermizo; el inútil de su amante aún no se había deshecho del arma.
Como si el salón se hubiera transformado en una sala de interrogatorio, Derek comenzó a proclamar su inocencia alegando que su implicación se limitaba a la compra del arma, señalando a Kelly como culpable de apretar el gatillo contra Harden. Repetía una y otra vez que bajo ningún concepto encubriría un acto tan vil como un asesinato, pero que el encanto embaucador de la rubia obnubiló su voluntad.
La defensa de Derek se basaba en asemejar a Kelly con una experta bruja y a él mismo con un simple primate sin capacidad prefrontal desarrollada. La viuda no soportó tales acusaciones y rugió toda clase de improperios desde su posición del sofá. Los policías se vieron en la tesitura de inmovilizarla a la fuerza para evitar males mayores.
El inspector, que contemplaba entretenido la escena, ordenó que levantaran a la pareja y los escoltaran hacia el coche patrulla. El desfile se produjo bajo la atenta mirada de los inquilinos, asomados a sus puertas a causa de los gritos y ruidos que rebotaban por las paredes del edificio.
*
—No me lo esperaba —se sinceró el inspector Queen.
Padre e hijo disfrutaban de un cigarrillo tardío. Ellery solo sonrió y tomó una lenta y profunda bocanada.
—No me digas que tú sospechabas de ella —increpó Richard, mirándolo de soslayo.
—Reconozco que no.
—Esa mujer tiene unas magníficas dotes interpretativas.
—Por ello era tan buena abogada, ¿no crees?
Rieron un instante, luego el silencio volvió a acompañarlos.
—Pobre señor Boher —se apiadó el inspector—. Amaba a su nieta tanto como a su hija. Esto no va a serle fácil de procesar.
Ellery se mantuvo callado. Aquella cuestión había formado parte de sus rumiaciones durante el trayecto en duesenberg a través del Bronx. El señor Boher pedía justicia por el asesinato de su hija y, sin embargo, y por puro desconocimiento, buscaba la ayuda en la propia autora del crimen. Si aquello no afectaba al anciano, sería todo un milagro. Al final, aquel al que tanto odiaba, su yerno, no era culpable de nada, a excepción de infringir una de las normas a la que toda pareja prometía atenerse al embarcarse en un matrimonio: fidelidad.
Pero, en definitiva, ambos habían sido desleales. El factor externo que no habían tenido en cuenta era Aylen, que había vivido el vínculo familiar desde una posición de inferioridad con respecto a su madre. Sus actos habían sobrepasado al de cualquier hija en pleno berrinche al tener conocimiento de que su familia no era tan feliz como lo pintaban. Rayaba lo patológico.
El odio indiscriminado que Aylen sentía hacia su madre ensuciaba la imagen que tenía de ella. La culpaba de todos los males de su padre. Y la infidelidad fue la gota que terminó por fracturar aquel enfermizo triángulo paterno-filial; descubrirlo le hizo sentir que ella misma, de alguna forma, estaba involucrada en el engaño, hiriéndola tan profundamente como a la verdadera víctima de la mentira. No tuvo más remedio que equilibrar la balanza: Christine, su propia madre, debía pagar por los actos cometidos.
—Es complicado —fue lo único que respondió Ellery.
—Supongo que tu abogado se pondrá a disposición del juzgado para retirar la demanda contra ti.
—Lo dejo todo en sus manos. —Se levantó, aplastó los restos de cigarrillo en el cenicero y anduvo hacia las escaleras—. Si no requieren de mi presencia para el papeleo, no voy a contradecirles.
*
A los días del cierre de los acontecimientos, Ellery recibió la primera de las buenas noticias: la demanda había sido anulada. Además de las pruebas acumuladas a su favor, ya no existía ningún Harden que pudiera mantenerla en activo. La sonrisa no se le borraba de la cara. De nuevo, la tranquilidad regresaba a su vida, aligerando su organismo después de que el estrés y el agobio lo hubieran sometido a un apaleamiento diario.
Todo parecía haber terminado.
—Aurora preguntó por ti. —El inspector Queen informó a su hijo al verlo en la cocina aquella mañana de principios de agosto.
El tiempo había volado y julio abrió paso a un mes cálido y fatigoso. No obstante, percibía la diferencia; agosto traía consigo un ligero aroma a libertad.
—No he tenido tiempo de verla —se excusó en tanto se servía una taza de café.
Y por una vez, no mentía; entre el papeleo de la demanda archivada y los asuntos que le quedaban por resolver con su novela, no había sacado momento alguno para contactar con Aurora. No por ella había estado fuera de su pensamiento. Al contrario, la tenía más presente que nunca.
Se preguntaba cuándo volverían a deleitarse con otra cena bajo el manto estrellado de la costa de Maine. Y por qué no, de un contundente desayuno, y también un almuerzo. Se había decidido a mostrarle una de sus calas preferidas bien temprano, antes del amanecer, y compartir el primer albor de la mañana con la silueta translúcida de la luna en el horizonte. Cuando imaginaba la reacción de Aurora al contemplar la maravillosa mezcla de colores pintados en el cielo, con ese don innato para remover sentidos y emociones sin necesidad de un contrato explícito, una sensación novedosa que no lograba identificar revolvía su corazón.
—Lo sé, lo sé —contestó Richard—. Le he contado lo sucedido, aunque ya estaba más que informada por los periódicos. Estaba muy orgullosa de haber formado parte, aunque mínimamente, de la resolución del caso.
—Estuvo brillante.
—Es una chica muy atractiva. Y muy astuta. No dudo que un hombre como ese tal Derek terminara revelándole cualquier cosa.
—Sabe cómo utilizar sus encantos. —El inspector lo escudriñó con aire burlón—. Ya me entiendes —Ellery se encogió de hombros—, es una mujer muy inteligente.
—Sí, inteligente, seguro que solo eso.
—Papá, tienes ya unos años como para fijarte en jovencitas.
—Estaré mayor, pero no estoy ciego. Aún puedo valorar la belleza que me rodea —justificó un tanto sonrojado—. Tu madre era preciosa y yo lo valoraba cada día. Pero no era su única cualidad, claro está. De quién crees que has sacado esa mente fantasiosa y creativa.
—Tenía claro que de ti no. Los genes amantes del crimen sí son todo tuyos. Gracias, por cierto —intentó sonar malhumorado levantando el vaso.
—No hay de qué. —Richard también lo elevó a modo de elogio—. Sé que amas esa faceta tuya.
—Profundamente. —Acabaron chocando sus tazas y saboreando el espumoso, oscuro y energizante café de los Queen.
—¿Qué planes tienes ahora?
—Desaparecer. Respirar aire fresco y despajarme del ruido de esta ciudad por largo tiempo. ¿No te apetece?
—Ahora estamos demasiado liados en la comisaría como para que falte uno más entre las filas. El crimen nunca descansa. Disfruta tú por mí.
—Eso haré. Por cierto, recuerdos de Jacob.
—¡Oh, sigue vivo ese hombre! —carcajeó el inspector—. Cuando pueda, me escaparé a dar una vuelta en su barco. Un día de estos...
—No lo alejes tanto.
Sonrió a su padre, que vagaba entre imágenes de la costa con la mirada perdida en la taza de café.
—Aurora parecía bastante agobiada —juzgó al rato mientras retiraba el plato de desayuno a un lado—. La escuché feliz, aunque algo estresada.
—Aurora es así. La calma desaparece de su carácter cuando se embarca en un proyecto. Todo tiene que estar lo más organizado y milimetrado posible, y se frustra si un obstáculo ajeno a su control retrasa el programa de trabajo que se había establecido. Es una perfeccionista en potencia.
—Demasiado exigente, creo yo.
—Y gracias a ello su libro será todo un éxito en ventas. Tendremos entre nosotros a la nueva imagen de revistas y eventos literarios. Una imagen que va a despertar todo tipo de admiradores.
—¿Asustado ante la nueva competencia?
Ellery recapacitó un instante. La imagen de la pelirroja cuyos ojos esmeralda tenían la costumbre de retarlo se materializó de la nada. Espontáneamente, sus labios compusieron una sonrisa de satisfacción.
Aurora Toldman...
—Para nada. Más bien, entusiasmado.
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