Capítulo 18. Actuaciones previas a la libertad
El remoto sonido de un teléfono le hizo arrugar los ojos. Había disfrutado de una entrañable velada con Aurora hasta bien entrada la madrugada. Tras la cena, le había escuchado hablar con una ilusión que hacía tiempo que no sentía sobre la conversación con su jefe del periódico y el futuro de su trabajadora lejos de la editorial.
Sin poder quitarse la sonrisa de los labios, terminó releyendo los pasajes que Aurora había escrito en Bar Harbor. Con el único propósito de ayudarla, y haciendo uso de una delicadeza de carácter poco común, le aconsejó cómo incidir y desarrollar determinadas cuestiones. Para su sorpresa, Aurora acogió sus consejos de buena gana, sin un atisbo de lo que en antaño podía haberse convertido en una pelea campal. La noche no hizo más que relajar el ambiente entre ellos, cuyas defensas y resistencias parecían haberse rendido a la par.
Tumbado en la cama, se percató de que la desoladora emoción que lo embargaba desde hacía dos días perdía su fuerza. Se acodó en la almohada y observó dormir a Aurora. En uno de los momentos de aquella larga noche, ella había querido curiosear en la habitación donde tantas veces solía resguardarse en su juventud. Así fue como acabaron en su dormitorio.
<<—Está casi exactamente igual a como la recordaba —le comentó Aurora admirando la diminuta habitación—. Pero la siento diferente.
—A eso se le llama crecer.
Se sentó en la cama recostando la espalda contra la pared y dispuso la mirada en la ventana.
—La de horas que pasábamos aquí, ¿recuerdas?
—Cómo olvidarlo. —La acompañó en el borde—. Aquí te he contado muchas de mis historias.
—Cierto. Cada día me tenías preparada alguna aventura nueva. Eras toda una cabeza inquieta. Y sigues siéndolo.
—Hay cosas que no cambian.
—Eso me gusta.
Estiró las piernas, acomodándose en las sábanas. Un pequeño bostezó brotó de su boca.
—A mí también.
Ellery recorrió el tramo de cama hasta pegarse a la pared junto a Aurora.
Mantuvieron una silente contemplación del cielo nocturno de Nueva York, que en nada igualaba al espléndido firmamento de Bar Harbor. Y entre el calor veraniego y la pesadez del vino, terminaron compartiendo cama entre sueños, como sus dos réplicas infantiles que habían jurado olvidar>>.
—Señor Queen —Djuna se adentró en la habitación sin avisar—, le reclaman al teléf... —Los ojos del menudo gitano se abrieron al verlos en la cama. Sus mejillas se colorearon, avergonzado—. ¡Lo siento, señor Queen! Pe... perdone, no sabía que la señorita Toldman y usted...
—Deja a un lado esas sucias suposiciones tuyas —se burló Ellery—. No te importa lo que haga aquí. ¿Me llaman al teléfono, decías?
—Esto... sí.
Cabeceó. Djuna entendió la indirecta y desapareció velozmente.
Ellery reparó en el gran tozo de cama invadido por Aurora y que dificultaba su salida sin despertarla. Cuidadosamente, pasó una mano por encima de ella y la colocó en el extremo del colchón. Se agarró con fuerza, arrodilló la pierna izquierda y desfiló la otra sobre el cuerpo buscando tocar el suelo para impulsarse. No esperaba que Aurora abriera los ojos en ese preciso momento.
—¡Ellery! —exclamó aturdida haciendo que estuviera a punto de caer del susto—. ¿Qué se supone que haces?
—Apañármelas para no despertarte. Encima que he intentado ser caballeroso... —dijo moviéndose con agilidad y posicionándose frente a la cama.
Aurora se apartó unos mechones de la cara y comprobó el diminuto hueco donde Ellery había dormido. No pudo aguantar la risa. Se giró hacia él cubriéndose la boca sin parar de reír.
—Sí, hay cosas que nunca cambian... —ilustró el escritor, deshilando sus pasos hacia la puerta.
*
—Al habla Ellery.
—Señor Queen, soy Sonya. Me pidió que le facilitara el domicilio de la señora Harden.
—Si no le causo ningún problema...
—Por supuesto que no. Su antiguo domicilio se encuentra en el 1520 de la Avenida Sedgwick, en el Bronx. Piso 5º A. Pero he de comunicarle que Kelly no se ha mudado allí de nuevo. Según tengo entendido, ha alquilado una habitación de hotel, uno de los más caros de la ciudad. Supongo que su antiguo piso es demasiado bajuno para su ego. Lleva años sin poner un pie allí.
—Muchas gracias, Sonya. Le debo una.
—Ni una ni dos. Si puedo ayudar en algo para que esa... En fin, cualquier cosa, no dude en avisarme.
—Lo haré.
Colgó el teléfono y rápidamente buscó un número en la guía telefónica. Marcaba los primeros dígitos cuando Aurora apareció en el salón.
—Me marcho.
—¿No se queda a desayunar? —curioseó el sirviente.
—No, gracias, Djuna. Tengo mucho que formalizar todavía y mi padre estará preguntando por mí como un loco. —Franqueó a Ellery de camino a la salida—. ¿Hablamos luego?
—Dalo por hecho.
Levantó la mano en señal de despedida. Ellery, que había perseguido su figura con la mirada, advirtió una extraña sensación asolando su interior al verla desaparecer. El olor cálido y floral de su perfume seguía impregnado en el ambiente, en su propia ropa. Y le gustaba.
—¿Sí? —lo despertó una voz.
—Aylen, soy Ellery, necesito que me haga un favor.
—¿De qué se trata?
Unas horas después...
El timbre sonó en el hogar de los Harden. Al otro lado, Aylen se enfrentó al rostro malicioso de su madrastra.
—¿Por qué tanta prisa en que recoja mis pertenencias? —dijo apartándola de su camino y entrando directamente al vestíbulo.
—Porque cuanto antes tenga tus cosas fuera de esta casa, pronto volverá a ser lo que era y podré desinfectarla.
Kelly se giró con las cejas alzadas y el rostro enardecido por el tono malévolo del que su hijastra había hecho uso.
—Nunca me habías faltado así el respeto.
—Pues acostúmbrate. Aunque espero que jamás vuelvas a cruzarte en mi vida.
—Estás echando valor. —Taconeó hacia ella—. Lástima que sea tan tarde. Yo también deseo lo mismo, querida. —En un volteo soberbio, subió las escaleras.
La abogada tomó aire y abrió los puños que, inconscientemente, había mantenido apretados durante la escueta conversación. Aquella mujer era capaz de despertarle una ira tan profunda y hostil que llegaba a asustarla.
Regresó al salón donde guardaba en cajas las pertenencias de su madrastra. Hubiera deseado algo más de tiempo para enfrentarse a ella, eso le habría permitido acumular algo más de temple. Pero después de la petición de Ellery Queen, no tuvo más remedio que actuar.
En ese mismo momento, en otro lugar de Nueva York...
Al concluir la llamada con Aylen, con el destino hacia el que conducía en mente, Ellery releyó de nuevo el pasaje de su novela que había marcado y subrayado hasta la saciedad. Con sumo detenimiento, rememoró el detalle que creía haber perturbado al señor Harden el día de su muerte. Era fantástico, si se usaba una lógica descabellada y se analizaba en profundidad la poca información almacenada sobre los involucrados y sus relaciones.
En el duesenberg, con la brisa acariciándole las mejillas tostadas por el sol de Maine, la sonrisa se le hacía imposible de borrar. ¿Era posible que su ficción ayudara a resolver un caso real archivado cinco años atrás?
Una hora después, en la Comisaría 6...
—Al habla el inspector Roberts. ¡Ah, es usted Queen! —Su rostro mutó al reconocer la voz del escritor—. Quiero avisarle de que una patrulla ha sido enviada a casa de los Harden. Saben que el viejo Boher está allí y también saben que usted fue quien lo acompañó. Mal hecho Queen, prometió avisarme.
—Eso ahora no importa.
—¿No importa que el principal sospechoso haya salido a la luz y estemos a punto de cazarlo?
—Si sigue manteniendo esa estúpida hipótesis, lleva todas las de perder por segunda vez.
—¿Qué quiere decir con eso? —El inspector constriñó los ojos del enfado, sostuvo el teléfono entre hombro y oreja y cogió el café de su mesa.
—Sé quién mató a la señora Harden. Sé qué le sucedió al colgante robado y también sé que el señor Boher es víctima inocente de un juego perverso.
Al otro lado de la línea oyó al inspector atragantándose con el café y tosiendo ruidosamente.
—¿Está bien? —se cercioró entre risas.
—Sí, sí... ¿Cómo sabe todo eso? —Sin ser consciente, se había puesto en pie.
—Se lo contaré todo cuando llegue. No tarde.
Segundos después, el inspector lanzaba el teléfono tras anotar las indicaciones recibidas. Cogió su chaqueta y su pistola y salió veloz del despacho.
—¡Tenemos trabajo! —le gritó a su compañero.
Mientras tanto, en casa de los Harden...
—Gracias, muchas gracias —decía Aylen al teléfono justo cuando Kelly traspasaba la puerta. Esta la miró de brazos cruzados.
—¿Con quién hablabas?
—Con un joyista. Mandé a que revisaran el colgante de mi madre. Me negaba a aceptar que ella exhibiera como si tal cosa una joya como esa conociendo los peligros que conllevaba. Sabía que mi madre solía utilizar la copia porque temía un posible robo, y me resultó muy perturbador que, justo el día de su muerte, llevara precisamente el auténtico.
—¿Y? —insistió en saber.
—Y tenía razón. —Aylen lloraba de alegría—. ¡Se llevaron la copia! ¡Tengo el colgante verdadero en mis manos!
—¡No puede ser cierto! —Kelly balbuceó aproximándose con pasos agresivos hacia su hijastra, que reaccionó dando un paso atrás, protegiendo el colgante entre sus manos.
—Ni se te ocurra acercarte más —le advirtió.
—No puede ser el verdadero.
—Me lo han confirmado, y por segunda vez nada menos.
—Entonces, me pertenece. —Los ojos furiosos de Kelly alternaban entre Aylen y el colgante.
—¿A ti? —carcajeó—. Es una herencia familiar de los Harden. Y tú nunca lo has sido. Era de mi madre, y ahora es de mi propiedad.
—En ningún lado está escrito que ese colgante fuera para ti.
—Mi padre habría deseado que lo tuviera yo.
—Te mientes a ti misma, cielo. No has sido capaz de apreciar una buena joya ni teniéndola en tus propias manos. Tu padre lo habría dejado para mí.
—¡Despierta, Kelly! Mi padre solo estaba hechizado por tu cuerpo... y lo que pudieras hacer con él. Pero al menos, en el poco raciocinio que le quedaba, sabía quién era su verdadera familia. Yo, como siempre decía. Siempre hemos estado unidos hasta que tú te entrometiste. El colgante me pertenece. Además, ¿he escuchado bien? Yo no soy la única que no entiende de joyas. Te nublan los quilates de diamantes y la cantidad de ceros en el precio. Por lo demás, eres tan mediocre como yo.
Kelly la apuntó con el dedo bandeando violenta hacia ella.
—Me estás tomando el pelo. Ese no es el auténtico.
—Piensa lo que quieras, pero ahora lárgate de mi casa.
*
El sol se escondía detrás de los altos rascacielos. La oscuridad a lo largo de la Avenida Sedgwick acrecentaba la aprensión a desplazarse entre las callejuelas del Bronx. Un taxi se detuvo frente el edificio 1520. Sin percatarse de los acontecimientos que se sucedían a su alrededor, conocedor ya del habitual estilo de vida de aquella zona de Nueva York, se adentró en el edificio.
Tomó las escaleras evitando encontrarse con el populacho que habitaba el lugar y se detuvo en el quinto piso. Sacó una llave del bolsillo y la introdujo en la cerradura de la primera puerta de la planta. Antes de cerrarla con cuidado, reparó en que nadie que pudiera reconocerle anduviera cerca.
Recorrió el angosto pasillo del apartamento hacia el dormitorio sin encender la luz. No le hacía falta, conocía perfectamente la disposición de las habitaciones. Se acercó a la cama, cubierta por una manta blanca polvorienta, y retiró uno de los cuadros de la pared, descubriendo un hueco del tamaño de un ladrillo. Metió la mano en el agujero y sacó una cajita de color negro. Casi sin percatarse de que había aguantado la respiración, abrió la cajita.
El grito fue instantáneo.
El interior del estuche estaba vacío.
No pudo mover ni un músculo. La confusión y la perplejidad habían tomado el relevo.
—¿Busca esto? Es precioso, lo reconozco.
La voz surgió a sus espaldas desde la esquina de la habitación.
Se dio la vuelta con el corazón latiendo desbocado. Ni siquiera había recaído en la presencia de una segunda persona en el dormitorio. El propósito de su vuelta a aquel piso había cegado todo estímulo ajeno a la acción que tenía que llevar a cabo. Aun en la oscuridad, reconoció las facciones del desconocido.
Ellery Queen sostenía en su mano derecha el colgante de diamantes de la difunta Christine Harden.
—Me parece que esto es suyo, abogada Aylen.
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