Temor
Como un bombo a punto de reventar, sentía los tímpanos ante el rugir del viento que se arremolinaba ante mí. Un chillido espantoso se entremezclaba en esa cacofonía. Llevé las manos a los oídos y aclaré la visión. Detrás de la figura de Calipso, que permanecía firme sin inmutarse por el horrendo ruido, pude divisar una figura enorme entre la bruma.
De repente el ruido se detuvo y pude respirar de nuevo. Un ruido sordo me zumbaba el oído. La bruma se disipó por completo y vi una enorme bestia plateada, tenía cuerpo de felino y cabeza y patas delanteras de águila. Tenía extendida ambas alas y las agitaba para disipar la bruma. En su espalda, había una figura humana. Una joven un poco mayor que yo, lúcida, de ojos brillantes. Portaba su cabello semirecogido y un arco y flecha se observaba colgado en su espalda. Pensé en un instante en la diosa Artemisa, lista para la batalla pero no era la misma mujer que estaba pintada en el estardarte de mi barco naufragado, la insignia de mi padre y de mi familia.
La joven saludó con un ligero gesto amigable a Calipso y arrugó el semblante al verme allí temblando detrás de la fornida figura de la ninfa. El fabuloso animal había agachado la cabeza para observarme mejor y vapor caliente desprendía su pico de platino al haber reconocida mi aroma a humano.
—No pensé que tendrías un visitante así tan de repente —mencionó la joven acercándose a la ninfa y a mí. Noté como sus piernas parecían desvanecerse con el viento marino y me di cuenta que ambas eran ninfas, una del océano y otra del viento.
Por un momento temí por mi vida y la de Calipso. Ambos elementos no se llevaban y temía que el animal de la ninfa de viento me despedazara en pedazos. Mi temor creció a pasos agigantados al oír a la recién llegada:
—¿Para que tienes a ese humano contigo? ¿Piensas darle de comer a tus hipocampos o lo dejas para Alet?
Apenas la muchacha mencionó el nombre de la criatura, esta se abalanzó sobre mí poniendo su imponente garra de águila sobre mi pecho. No me clavaba las enormes puntas muy fuerte, solo tenía su enorme peso sobre mí. Me olfateaba y resoplaba. Pensé que sentiría el cálido aliento de la criatura pero un vendaval helado me caló los huesos, contribuyendo más a mi susto de perder la vida siendo devorado por tal criatura.
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