Serpiente
¿Atenea me había convertido en este monstruo? ¿O fue otra deidad que trato decidió de detenerme de salvar a Andrómeda?
La joven se tiró al suelo, con las cadenas y muñecas sobre su cabeza, esperando la muerte.
Traté de serenarme y hablar con ella pero de mi boca solo salían espantosos silbidos de serpiente.
Se me rompió el corazón y la moral. No entendía por qué todo estaba resultando de esta manera.
De las aguas emergió un hipocampo y Calipso contempló la escena. Me miraba a mí, como si estuviera decepcionada.
—No debiste confiar en ella en primer lugar. Ella siempre se sale con la suya.
Me había leído la mente. Me alegraba que Calipso pudiera reconocerme bajo las escamas y mi enorme tamaño. Aunque me dolía el hecho de que Andrómeda, mi amiga de la infancia, creyera que yo en realidad era su verdugo enviado por Poseidón.
—¿Lo soy, Calipso? —pregunté a la ninfa en mi mente.
Calipso tomó una posición más defensiva y de las aguas emergió su poderosa lanza plateada.
—No. El verdugo está atrás de ti.
Volteé y escuché el grito desesperado de Andrómeda, al ver como la verdadera serpiente marina, el Ceto, se alzaba tras de mí abriendo las fauces.
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