Navegante
Al desvanecerse Atenea del lugar, el océano rugió y entre el horizonte, un pequeño punto negro iba acercándose hacia donde estaba: una barcaza antigua de algún navegante desafortunado.
Atenea estaba cumpliendo sus palabras. Por inercia, subí a la embarcación y preparé su única vela a favor del viento para comenzar a navegar por las aguas, infestadas de criaturas devora-hombres.
Poco a poco la luz aparecía en el cielo, trazando el camino que debía de seguir para ayudar a Andrómeda y evitar su fatal destino.
Las olas golpeaban el casco de la pequeña nave llamando la atención de los delfines más jóvenes y entre las aletas dorsales de ellos, pude divisar alguna que otra ninfa menor acompañándome hacia mi calvario.
Atenea me había advertido que moriría si no seguía su plan al pie de la letra. No me dijo como, tampoco pienso imaginármelo. Con esa diosa no se permiten las desobediencias.
El océano era tan infinito que no sabía hasta cuando continuaría viendo ese interminable azul profundo. Ya no solo los delfines y ninfas me acompañaban, ahora miles de cardúmenes de peces, hipocampos, criaturas de extrañas apariencias, aves marinas y sirenas ibas tras mi barca. Durante el día podía divisar l infinidad de colores vibrantes de esas miles de criaturas y por las noches, una bioluminiscencia azulada los cubría como polvo de hadas; el agua y las crestas de las olas tenían dicho precioso color que parecía fruto de mis más remotos sueños.
¿Acaso aquellas criaturas vendrían a acompañarme a la batalla? ¿O solo iban a ser espectadores de lo que iba a acontecer?
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