—Lo último que supe fue que Ceto estaba a millas de la costa —dijo Aura subiendo a la espalda de Alet. Calipso le había dado órdenes que entregar a su jefa Némesis y había susurrado a las olas para convocar asu ejército y a sus hermanas.

—Probablemente llegue a Jaffa en dos días —declaró a Aura mientras seguía dando órdenes a las olas para que se removieran y así evitar que el monstruo llegue más rápido a la costa.

Estaba paralizado por lo que ocurría a mi alrededor, la furia del mar era implacable. Calipso haría todo lo posible para evitar más muertes y eso me reconfortaba. Me parecía tan valiente de su parte poner en riesgo todo con el fin de ayudar a otros.

¿Qué podía hacer yo? La vida de Andrómeda, mi único amor y amistad, y la de su pueblo estaban en grave peligro por un gigantesco monstruo marino de fuerza titánica. Yo solo era un simple muchacho de quince años, mortal y débil. No podía ni siquiera erguir una espada. No duraría ni tres segundos en un campo de batalla.
—¡Yo también quiero ayudar! —grité a todo pulmón a ambas ninfas. El grifo bufó disconforme y burlón—. Jaffa es el hogar de Andrómeda: una chica que admiro y me atrae. No quiero que le suceda nada.

Calipso estaba escuchando parcialmente mis palabras porque su oído estaba más concentrado en lo que el mar le traducía. Aura si estuvo más atenta y me dijo que no podría hacer mucho contra un monstruo de más de veinte metros de largo con apariencia de gigantesca y horrenda serpiente marina. Sería devorado apenas me vea y sufriría una muerte espantosa en las entrañas de la bestia. No quería que Aura me dijera la verdad tan cruda pero me negaba a aceptar que eso sucedería.

—Debemos irnos ya. Esto es peor de lo que creí. Habrá muchos muertos si esto sigue así.

Aura arremetió las riendas de su grifo y este alzó vuelo dejando una estela de polvo platinado. Se alejaron con dirección del viento. Hacia los vientos alisios del sur, hacia el reino de Jaffa.

Mi acción fue agarrar la túnica de Calipso para que ella me dejara de ignorar.
—Déjame ayudar...

Sus ojos se enternecieron al verme tan decidido y valiente. Acunó mi rostro entre sus manos y siguió el rastro de mis lágrimas de impotencia.
—Aunque lo desees con todas tus fuerzas, no serás de mucha ayuda en esto pequeño. Mejor quédate aquí en la cueva y ocúltate. Salvaremos a tu amiga. No te preocupes, Akila.

—Pero...

No me dejó terminar. Un hipocampo emergió de las profundidades y ella tomó las riendas y comenzó a cabalgar sobre las olas siguiendo el camino de polvo platinado trazado en el cielo por Aura y Alet. Poco a poco la tarde se convertía en noche.

Un tifón de emociones me invadía. Entremezclados estaba la ira de no poder hacer nada, la preocupación de no saber que ocurriría con Andrómeda y la confusión de como es que la ninfa conocía mi nombre...