—No deberías temerme, mortal. Oí tu llanto confundido en el mar y vine a ayudarte —su voz era delicada y parecía confundirse con el romper de las olas—. Supe lo de embarcación y tu pérdida y lo lamento mucho. Sé lo que es perder a alguien amado por culpa de la ira de los dioses.

Oírla decir aquello fue extraño. ¿Por la ira de los dioses? Ni yo ni mi familia habíamos causado algún daño para provocar en enojo de los dioses. Intenté preguntarle pero igual me quedé callado pues supuse que pronto podría volver a tocar el tema.

—No, ni tú ni tu padre son los causantes de esta tragedia. Ustedes solo fueron víctimas colaterales del asunto.

Continúe allí, echado como un muñeco inerte, contemplando a la ninfa con los ojos totalmente perdido. Por una parte estaba aliviado por conocer la razón de lo que había sucedido pero por otra parte, una furia me carcomía por dentro al descubrir que alguien más tenía la culpa del naufragio y de la muerte de mi padre.

—¿Quién es el causante?

Ella dudó en contestarme. Al final desistió.
—Una mortal que comparó la belleza de la esposa de su hija con la de la esposa de Poseidón. Eso desencadenó su ira. La tormenta fue originada por Ceto, el monstruo de los abismos marinos que fue enviado por Poseidón para castigar dicha blasfemia.

—¿Ceto? ¿La mítica serpiente marina?

—Exactamente. Veo que conoces sobre él.

—Mi padre había navegado estas aguas durante décadas. Me contó muchas historias.

Calipso se mostró interesada en mis palabras.
—¿Te contó acerca de mí?

—No mucho. Solo sé que usted es una ninfa que ayuda a los perdidos en el mar.

—Tienes una suerte enorme de seguir con vida muchacho. Muchos de quienes se pierden en el océano terminan en las profundas aguas del inframundo acompañando a Hades y Perséfone.

Ese comentario me provocó un sabor amargo en la boca. Cuando estaba a la deriva completamente solo, imaginé las profundidades del inframundo, al Cerbero y a los dioses oscuros esperándome a zambullirme junto al resto de almas que vagaban por las penumbras.
Mi padre quizá estaba esperándome entre ellas.

Por un instante consideré que aquello no era tan mala idea.

Calipso me leyó la mente y frunció el sueño.
—No pienses en lo negativo de lo que te ocurrió y no imagines en lo negativo que te pueda ocurrir. El futuro es completamente incierto y es demasiado tonto preocuparse por aquello. El pasado es historia y es absurdo también preocuparse. Lo único que puedes hacer es seguir adelante.

—Pero, estoy solo ahora.

—No. No lo estás. Yo te voy a ayudar.