Apoyo
La muerte parecía que era la que me respiraba en el cuello y no el grifo de plata sobre mí. Lágrimas de miedo resbalaban por mis mejillas. Por unos instantes, el deseo de ver a mi padre se hizo distante y mi instinto de supervivencia intentaba hacer todo lo posible para quitarme a la enrome bestia de encima. Sin embargo todo fue en vano. El grifo me tenía inmovilizado.
Los ojos de Calipso vieron el horror en los míos y el mar embraveció de inmediato levantando una gigantesca ola sobre nosotros. La ola envolvió al grifo y este rugió de iras al arruinar su majestuoso y bien lustrado plumaje. También porque si lo mojaba se le haría más complicado volar de regreso.
Emitió un chirrido de queja a su dueña y de inmediato se quitó de encima mío para dedicarse a acicalar su plumaje en la lejanía de una de las rocas de dentro de la cueva.
Yo, aún temblaba al incorporarme nuevamente y las lágrimas no paraban de descender de mis mejillas. Me sentí indefenso y que no estaba listo para enfrentarme al mundo. Era un inútil y débil. No podía hacer nada. Ni siquiera defenderme a mi mismo.
Calipso se acercó a mi y me reconfortó en un cálido abrazo que se llevó mis lágrimas. Me aferré desesperado al pecho de la diosa y me desahogué en llanto.
Aura, la ninfa del viento, había olvidado su soberbia y descuidada postura al ver los ojos iracundos de Calipso y el verme quebrado como una hoja de otoño. Reprendió a Alet quien aceptó el regaño con sutileza y se disculpó con su congénere mayor y conmigo.
Luego de varios minutos con el oído pegado a los lentos latidos de la ninfa del océano, mi llanto cesó y Aura por fin dió el mensaje que tenía.
—Una gran tormenta se avecina. No esperabamos que Poseidón reaccionar de tal forma ante la imprudencia de un grupo de mortales. Ha liberado al Ceto y este se dirige hacia las costas de los humanos. Tiene órdenes de destruir todo lo que encuentre. Los humanos me invocaron para decirle a todas las ninfas marinas y oceánicas para evitar esta catástrofe.
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