Todos los días posteriores, me los pasaba en el hospital. No abría la heladería, no tenía ganas de trabajar, no comía porque no me daba hambre y no dormía porque soñaría con Xiumin y me dolería mucho al despertar.

Solo me encontraba en la habitación donde estaba Xiumin, acostado en la cama con sábanas blancas, en sus muñecas habían intravenosas y estaba conectado a una máquina que me recordaba con cada sonido, que la vida de mi baozi se estaba perdiendo.

Le hablaba aunque sabía que no me escuchaba, le leía libros, le contaba las travesuras que hacia Trige y que él también lo extrañaba, le decía que muy pronto se recuperaría y volveríamos a abrir la heladería juntos, volveríamos a reír, pasaríamos unas vacaciones con sus padres y llevaríamos a Trige para que lo conozcan.

El día de su cumpleaños, le pedí matrimonio, note que curveaba ligeramente una de las comisuras de sus labios y lo tome como un acepto. Le puse el anillo que traía conmigo en el dedo anular y seguí contemplando su rostro como lo siempre.

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Paso un mes más.

Los doctores decían que su estado era delicado. Su corazón en cualquier momento dejaría de funcionar y deberíamos estar preparados.

Yo no podía aceptar sus palabras... no quería aceptarlas.

Tengo la esperanza de que un día, mi pequeño baozi despertará y su corazón será más fuerte que nunca. Viajaríamos mucho y le haría disfrutar muchas de las cosas que le negaron.

No puedo darme por vencido cuando él tampoco lo ha hecho.

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Recordé la canción que antes me había cantado, la practique y le hice uno que otro ajuste, me recosté a su lado izquierdo sin molestarle, con mi codo derecho me sostuve en la cama para poder ver su rostro y con mi mano derecha le alaciaba su cabello marrón. Cuando estuve seguro, la canté.

Nací para amarte

Yo te daría lo que quieras

Mi corazón, mi vida entera

Tu pide que yo te voy a complacer

Quiero recordarte

Que yo soy tuyo cuando quieras

Que yo te amo a mil maneras

Y nos queda toda una vida por recorrer

En el instante que deje de cantar, un pitido incesante que provenía de la maquina a su lado me hizo notar que algo iba mal y me baje inmediatamente de la cama, la línea que se dibujaba ya no subía ni bajaba en picos, era recta y continua, varias personas con batas blancas entraron agitadas y se arremolinaban a su alrededor, algunas salían y otras entraban, yo no sabía que pasaba pero no quería que extraños se le acercaran y los intentaba apartar. Dos personas me tomaron por los brazos y me jalaban para que saliera de la habitación, yo con todas mis fuerzas intentaba resistirme.

– ¡¡¡XIUMIN!!! ¡¡¡NO LO TOQUEN!!! ¡¡¡NO SE LE ACERQUEN!!!

– ¡Sáquenlo de aquí! –gritó un doctor.

– ¡¡NO!! ¡¡NO!! ¡¡¡XIUMIIIIIIIIIIIIN!!!

Mi voz retumbo por los pasillos del hospital, las dos personas de blanco lograron arrastrarme y me llevaron a la sala de espera, me derrumbe nuevamente en el sillón y llore sin contenerme, no me importaba la persona que se encontraba también ahí, ya no me importaba nada.

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Había roto su promesa.