Capítulo 7. Morir no es opción.
Toqué, golpeé y hasta pateé la puerta hasta que Rachel abrió.
—¡Pero cuanto escandalo! Aurora ¿Qué pasa?
Entré echando chispas.
—Sabías que él estaría ahí, que me vería y que cabía la posibilidad de vernos.
—Aurora...
—¿Cómo pudiste hacerme algo así?
—Ambos necesitan hablar de lo ocurrido —replicó muy calmada—. Y tú eres increíble y odiosamente orgullosa para aceptarlo. Ronald es un buen chico.
Estaba estupefacta, Rachel adoraba a Ronald, siempre lo dejó claro.
—En lugar de preocuparte por mí...
—Por eso mismo lo hice, porque me preocupo por ti, por tu actitud hostil y a la defensiva. Ronald y tú tienen que arreglar todo.
—Obligándome. Rachel, no es correcto forzar a una persona a hacer algo que no quiere, o cuando no está lista.
—Hablamos de Ronald —su tono fue «Oh, vamos ¿Hablas en serio?»
—Da igual de quien se trate, las cosas con Ronald están...
—¿Rotas?
Volteé del susto y me encontré a Jordan apoyado del marco del estudio de Rachel. Regresé lentamente la cabeza al frente, dispuesta a arrancarle el precioso cabello rubio a mi hermana.
Levantó las manos en señal de inocencia.
—No me diste tiempo de decirte que estaba aquí, entraste como loca.
Sentí como me clavaron un cuchillo y por la espalda. Rodeé los ojos y salí del departamento con la poca dignidad que me quedaba. Lo que menos quería ahora era que Jordan metiera sus narices donde no le llaman.
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Al llegar a casa como a eso de las ocho, me encontré con los autos estacionados de mi padre y Adam. Apagué el coche y me quedé un momento pensando y dejé que el crudo silencio me absorbiera. Vi a Ronald y eso me causó mucho conflicto.
Le dije cosas hirientes, pero él dio la estocada final para vencerme limpiamente, «Creí que eras la indicada»
De solo recordarlo mi corazón dolía, las punzadas eran fuertes y el llanto imparable. Esas palabras fueron demasiado fuertes para mí, no pude con ese golpe, simplemente me mató.
Quise gritarle, pero no encontraba mi voz, todo había abandonado mi cuerpo. Estaba harta de seguir así, antes de que se marchara casi no lo veía y si lo hacía era poco tiempo, si me veía era para coger y relajarse, agregando que no hablaba de nada respecto a los protectores.
¿Cómo quería que aceptara eso? Se supone que estábamos juntos. Pensé mucho en él cuando Matt murió, incluso fui varias veces al cementerio a dejarle un ramo de flores a su tumba con la intención de encontrarme a Ronald de casualidad, sin embargo, nunca hizo acto de presencia.
Quería estar con él.
Pero él me había arrancado de su vida como un curita a una herida, sin importar cuanto doliese.
Escuché que golpearon dos veces el vidrio de mi auto y volví a la realidad. Miré a Adam afuera.
—¿Qué haces todavía adentro? Hice de cenar, tu favorito, espagueti con albóndigas.
Adam era el mejor hermano.
Salí del auto y él se encargó de cerrar la puerta. Nos miramos y sabía que él podía leerme como nadie.
—¿Quieres que te cargue como de pequeña?
Sonreí ligeramente y asentí. Adam dejó que me colgara de su cuerpo como cual chimpancé, rodeé su cuello y su cintura y él posó las manos debajo de mis muslos, escondí mi cabeza en su cuello y él apoyó la suya en la mía.
—Rachel me habló, lo siento mucho, Aurora.
Subió los escalones sin problema y me llevó adentro de la casa. Me bajó con cuidado y me miró, secó mis lágrimas y acarició mi cabello.
—Yo no he querido hablar sobre ese tema por ti, pero ya ves lo impulsiva que es Rachel. Pensó que era lo correcto para ti.
—Creo... creo que hay cosas que no se pueden aceptar del todo. Ronald... es el amor de mi vida, pero... su forma de vivir es... frustrante en ocasiones.
—Aurora eres muy joven y por leer tantas novelas románticas tú sola te envenenaste la cabeza con que las relaciones reales tienen que ser perfectas —arqueó sus cejas de forma acusatoria—. Y lamento decirte que no lo son.
Fruncí las cejas.
—No estoy defendiéndolo —siguió antes de que protestara—. Pero tal parece que no aceptas lo malo y solo deseas y quieres aferrarte a lo bueno. Si me lo preguntas —tocó mi mentón con delicadeza para obligarme a verlo—. Cuando se ama de verdad, las partes malas se aceptan y se trabajan, juntos.
Adam tenía la mentalidad de un sabio. La rivalidad entre él y Ronald ya no existía y hasta llegaron a llevarse de maravilla.
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Durante la cena le comenté lo del auto, papá había salido de su estudio con el rostro duro y con la intención de tener respuestas aceptables a como diera lugar.
—¿Qué pasó?
—Fue un golpe leve —afirmó Adam—. Yo me encargo de que quede nuevo.
Papá me miró esperando a que hablara.
—Ronald y yo nos vimos.
—Lo supuse ¿Por eso chocaste?
Me conocía muy bien, al punto de deducir que Ronald tuvo la culpa de mi distracción vial.
—Fue un accidente.
—Y se lo dije, le dije que te dejara tranquila.
—¿Qué has dicho?
—Cuando llegó a la constructora y se presentó como el nuevo presidente, me pidió ser su mano derecha porque él se ausentaría. Evidentemente hablamos sobre ustedes y no me dio muchos detalles, a lo que me resumió que no podía estar contigo y...
—Papá —me levanté de la silla y puse mis manos sobre la mesa—. Ya no quiero hablar de eso, las cosas con Ronald ya se hablaron y quedaron... claras, así que, no necesito más sermones.
Salí envalentonada del comedor para dirigirme a mi habitación y tener algo de tiempo para mí. Este día resultó fatal, todo un caos.
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Los días transcurrieron, salía con Lena y Trevor cuando no estaban con mis hermanos, me daba gusto que estuvieran juntos, pero en algunos momentos envidiaba sus relaciones, ellos no tenían que arriesgar sus vidas, alejarse sin dar explicaciones y vivir un infierno de miedo por saber que hay bestias persiguiéndote por la sangre que ocupan para vivir.
Decidí guardar las cosas que ocupaba en una mochila e ir a un parque. Tal vez estar en un ambiente despejado y amplio me ayudaría con el bloqueo que tenía para continuar con mi trabajo.
Al llegar a un parque central busqué un sitio debajo de un árbol para acomodarme. Coloqué una manta azul y me senté sobre ella para empezar.
El tiempo pasó rápido cuando obligué a mi cerebro a pensar en las estructuras de medición para mi Escala. En un tiempo libre que me di respiré profundo y al abrir los ojos, como a diez metros de mí, lo vi.
Pants deportivos negros, una playera sin mangas donde resaltaban sus grandes y bien formados bíceps, su cabello ligeramente mojado por el sudor como resultad de tanto correr, sus pómulos acentuados y una mirada cálida, traviesa y atractiva.
Era difícil no voltear a ver a Jordan. Me miró al estar muy cerca y detuvo el paso para sonreírme.
Sentí nervios, nervios incómodos que provocaban que la cara me ardiera. Decidí empezar a guardar mis cosas, pero ya estaba frente a mí.
—Tengo días sin saber de ti ¿Cómo estás?
Me atreví a cruzar miradas.
—Estoy bien.
—Mi apartamento está cerca de aquí ¿Quieres ir un rato?
Mi alarma mental se prendió.
—¿Qué?
Dejó escapar una risita.
—No me aprovecharé de ti si es lo que piensas —se cruzó de brazos y sus bíceps se agrandaron—. En ese caso tendrías que pedírmelo.
Mi cara de asco fue clara y él se dio cuenta.
—Lo siento.
—Sí, claro —dije en un tono sarcástico—. Si no tienes nada bueno que decir, quédate callado.
—Lo bueno ya la dije, en el avión. Me gustas, y si tú y Ronald ya no son nada entonces me encantaría que tú y yo fuéramos algo.
¿Por qué de repente me dio rabia que hablara de Ronald?
—No menciones a Ronald.
Se hincó para sentarse a mi lado.
—Trato, no mencionemos a ese imbécil. ¿Qué tal si salimos este fin de semana? Tengo menos trabajo y tal vez podríamos...
—Jordan —levanté mi mano al frente para callarlo—. Si no ha quedado claro, no me interesas.
Sus ojos castaños me observaban totalmente incrédulos. Aparté la mirada y el silencio en el ambiente fue tenso, me seguía mirando con atención mientras yo enfocaba mi vista en mis apuntes. Escuché su suspiro y se levantó, no me dijo nada solo se alejó.
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Aparqué en la cochera vacía, tanto papá como Adam aun no llegaban y asumí que tardarían—ambos tenían novias a quienes ver—saqué mis cosas del auto y entré a la cálida oscuridad de mi casa, apenas traspasaba la luz nocturna, pero antes de encender las luces, algo tomó mi nuca en un agarre violento y salvaje.
Con mucha facilidad me lanzó hasta las escaleras, fue tan duro el golpe que pensé por un momento que algo en mí se había quebrado. Parpadeé totalmente frenética por un asalto, todo me dolía, en especial mi espalda.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo al ver una figura enorme en la oscuridad, ahí estaba, en dos patas, brazos alargados y una cabeza muy parecida a la de un lobo. Sus ojos rojos brillaban y con paso lento se fue acercando más.
Mi corazón se detuvo cuando se acercó a la luz de la ventana, la imagen bestial se transformó en una mujer atractiva y de tez pálida.
Me dedicó una sonrisa maniática.
—Él tenía razón, tu aroma es delicioso.
Miedo era poco para lo que un ser humano podía sentir en este instante, no podía ponerle nombre, pero algo era seguro, estaba harta de sentirme perdida cada vez que una bestia me atacaba.
Me levanté con las pocas fuerzas que me quedaban mientras esa maldita bestia me observaba.
—No dejaré que me mates.
La mujer se carcajeó, se estaba divirtiendo y en su momento de distracción corrí escalera arriba a pesar del dolor que me provocaba en la espalda. La bestia se tomó su tiempo y cuando llegué al segundo piso la vi correr a una velocidad antinatural.
Muchas veces vi a Ronald luchar, aunque no tenía su coordinación o su agilidad no me daría por vencida. Bajé las escaleras que teníamos al otro lado de la casa que se dirigían a la cochera y escuché sus pesados pasos que venían hacia mí.
Cerré la puerta al entrar a la cochera y de la pared con herramientas de Adam agarré un pico largo que usamos en Canadá cuando escalamos. Volteé y la puerta estaba abierta, la maldita bestia ya había entrado a la cochera.
La oscuridad era tenebrosa, sabía que no tenía ni una ventaja, pero morir no estaba en mis planes todavía.
Seguí mirando a mi alrededor hasta que volvió atacarme por detrás, usé el pico y con todas mis fuerzas se lo clavé en una pierna, eso provocó que la mujer soltara un grito de dolor y cuando pude zafarme para seguir mi brutal ataque, él apareció.
Ronald sujetó a la bestia desde atrás y me miró.
—Audaz, pero el trabajo sucio no es lo tuyo.
La bestia forcejeaba desesperada y rugía con toda su fuerza.
—No matarías a una hermosa mujer, protector.
Ronald observó a la bestia por un momento, enarcó una ceja y chitó.
—No eres una mujer. Eres un monstruo.
Pasó el cuchillo por su cuello hasta abrirlo y yo cerré mis ojos para apartar mi vista. Escuché como llegó a los huesos hasta desprender la cabeza del cuerpo, lo sabía sin verlo y preferí no voltear.
El olor a putrefacción me llegó de inmediato y me fui alejando hasta perder de vista la masacre que Ronald terminó.
Me apoyé al otro lado del auto y segundos después Ronald llegó a mi lado. Me escrutó de arriba abajo y después me miró a los ojos.
—Estás a salvo.
No lo pude evitar y corrí a sus brazos. Él me recibió y me rodeó con ellos como si nada hubiese pasado, como si los meses separados no hubiesen afectado en nada.
—Gracias.
—¿Te lastimó, prin... Aurora?
Su repentina frialdad me golpeó, me separó de él para poner distancia y quedé desconcertada.
—Mi espalda... me duele.
—Hay que revisar.
El cuerpo en descomposición se deshacía con rapidez. Ronald me obligó a salir de la cochera mientras él se encargaba de limpiar.
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Cuando llegó a mi habitación yo ya estaba envuelta en una toalla. Ronald me observa en silencio, pero pude notar cómo pasó saliva, intentando mantener control total.
—Mi espalda se ve horrible.
—¿Tienes alguna crema o ungüento que ayude a desinflamar?
Nuestras miradas azules se encontraban en batalla visual, no las apartábamos.
—Tal vez en el cuarto de Adam.
—Iré a revisar.
Dio media vuelta y salió. Su comportamiento era muy distante, pero no lo culpaba, así lo decidí yo.
Pasaron casi dos minutos y él volvió a aparecer con un pequeño tubo alargado que me tendió.
—Aplícala dos veces al día, te ayudará. Y si el dolor persiste ve al médico.
Tomé el tubo y solo vi como desapareció de mi habitación, tan indiferente y frío que me volvió a golpear y a estrujar el corazón.
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