Capítulo 7. Doce de la noche
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Para mi tranquilidad la tormenta ya había parado cuando papá corrió sin piedad a Ronald. Janeth decidió no intervenir cuando él y yo nos agarramos a discutir en la sala por nuestros diferentes puntos de vista. Él insistía en que algo ocultaba mi novio y que a mí me tenía con el cerebro lavado.
Ganas no me faltaban de vomitarle todo a la cara, pero con certeza sabía que no iba a creerme y me tomaría por una loca fantasiosa, consecuencia de leer tantas historias.
Adam llegó como intermediario al escuchar las elevaciones de voz pero no podía dejar sucio el nombre de Ronald. No me gustaba pelear y menos con mi familia, pero en ocasiones—como esta—no podía simplemente dejar las cosas como estaban y que papá se hiciera ideas.
Admito que encontrar a mi novio en mi habitación a punto de follarme era una indudable justificación para estar furioso. Sin embargo, recriminarle y crear diatribas sin claros fundamentos me parecía injusto. Lo malo de todo esto es que no podía hablar con la verdad; si Ronald no lo hizo yo menos, y si dejó las cosas así fue por algo.
La seguridad de mi papá.
Mi progenitor explotó contra mí.
—Tienes que confiar en mí, papá. Ronald es bueno.
Un relámpago de ira recorrió el rostro duro de papá.
—No quiero verte ¡Fuera de mi vista, Aurora! Antes de que...
Una de sus palmas estaba a punto de estrellarla en mí, pero solo quedó en un amago. Adam se interpuso entre ambos, sin duda para protegerme.
—Lo mejor será que te calmes, papá, antes de que te arrepientas de algo —sugirió mi hermano muy lento para después mirarme sobre su hombro—, sube a tu habitación.
Quité las lágrimas de mis mejillas y salí corriendo. Janeth intentó interceptarme con sus brazos abiertos, pero pasé de largo y subí a toda prisa por las escaleras para encerrarme bajo llave,—porque se me había olvidado ponerle seguro cuando papá entró—y el ruido de la planta baja cesó cuando di el portazo.
Miré el reloj digital de mi escritorio, marcaba las nueve y media. No sabía de qué se trataba la sorpresa de Ronald, solo me dijo que tenía que llevarme a ella. Me frustraba la espera de aquí a las doce de la noche. Decidí matar el tiempo leyendo un capítulo de mis clases del lunes y revisar los detalles que me marcaron en la escala Blake. Para entonces había transcurrido tiempo, le eché otro vistazo al reloj, diez con quince.
Me di un baño caliente y la culpa volvió a golpearme, me martillaba la cabeza por la discusión que tuve con mi papá. Siempre habíamos mantenido una relación llena de confianza y comunicación, nunca tuve problemas para hablarle de cualquier tema.
Es solo que... Ronald y su vida no eran cualquier tema. La dinámica cambió todo cuando él llegó.
No quería tener este roce con papá, me disculparía con él cuando la tensión bajara a cero.
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Me sumergí en una chamarra térmica en color negro, bufanda y un gorro. Salí con cautela de mi habitación—de puntillas—y bajé las escaleras con sumo cuidado de no hacer ni el más mínimo ruido. Con ayuda de la linterna de mi móvil tomé las llaves de la puerta trasera y la abrí.
El aire soplaba levemente, el césped brillaba por los pedazos de granizo que habían caído. Cerré con cuidado y hundí mis manos en los bolsillos de mi chamarra. Tuve cuidado a cada paso y crucé todo el patio hasta el final de la cerca.
Me estiré lo más que pude para buscar a Ronald, pero no veía señales de él. Miré al viejo roble y seguía sin encontrarlo. Y en eso divisé el movimiento de un auto que iba acercándose con las luces apagadas. Mi protector salió de su BMW y corrió a mi encuentro.
—Calculé mal el tiempo, princesa, las calles están llenas de granizo y tuve que ir más despacio.
—Descuida, apenas voy saliendo de mi casa ¿Cómo rayos voy a cruzar la cerca?
Ronald frunció el ceño con expresión perdida.
—No debería de ser problema para mi chica ruda ahora que entrena como una protectora, brincar una cerca es pan comido —desafío con malicia.
Temía que dijera eso, pero tenía razón.
—Por esta vez quiero ser una damisela en apuros, hace frío —rezongué cual niña chiflada.
Ronald aguantó burlarse y sonrió.
—Tienes suerte de que tenga debilidad por las damiselas en apuros. Tu héroe va al rescate.
No es difícil convencerlo si usaba las palabras correctas.
Me aparté cuando vi que de un salto pasó la cerca y cayó con la soltura que yo todavía tenía dificultad en dominar. Torcí los ojos al ver su arrogante sonrisa.
—Experiencia militar —expresó ufano.
—Solo ayúdame.
—Lo que diga mi damisela en apuros.
Presioné mi dedo índice en sus labios para evitar que se riera.
—Vuelves a decir damisela en apuros y seré ruda contigo.
Mi espíritu salió de mi cuerpo y se regocijó en lo alto del cielo al ver como Ronald se llevaba a la boca todo mi dedo para morderlo y provocarme un cosquilleo en la entrepierna que gritaba por él. Apreté mis piernas en un acto reflejo. Soltó mi dedo y relamió sus labios en un intento exitoso de seducción.
—No debiste decir eso —susurró en un tono perverso—, me volveré insoportable hasta que me lleves a la cama, damisela en apuros.
Era un incitador profesional. Intenté no dar a notar mi entusiasmo, por orgullo.
— ¿Quién necesita una cama para cogerte?
A Ronald se le encendió la mirada, completamente embelesado.
—Carajo, esa es mi damisela en apuros.
Le lancé una mirada furtiva y él solo sonrió divertido. Se puso de cuclillas para hacer un soporte con ambas manos y que yo usaría como impulso para saltar. Conté hasta tres y Ronald me elevó sin ninguna dificultad por encima de la cerca y logré aterrizar con los pies sólidos a pesar de lo resbaladizo del suelo.
Al poco tiempo él ya me estaba haciendo compañía y subimos a su auto para refugiarnos del frío.
— ¿A dónde me llevarás?
Ronald tenía la imagen de niño travieso, y de pronto había sacado una pañoleta negra que me entregó.
—Para llevarte a la sorpresa tienes que vendarte los ojos y confiar en mí.
Esto literalmente era confiar a ciegas en él. Fruncí mis labios con movimientos de derecha a izquierda y al final tomé la pañoleta.
—Lo haré porque me intriga la sorpresa.
Ronald se rió, su risa era el sonido más sexi y tierno a la vez. Jamás me cansaría de escucharla.
—Gracias por dejar en claro la confianza que me tienes, princesa —dijo sarcástico.
Claro, también confiaba en él. Quedé ciega y tan pronto como se lo confirmé percibí muy cerca su respiración, tan cerca que sus labios rozaban las comisuras de los míos; estaba jugando conmigo para que yo terminara por besarlo y caí de inmediato. Busqué su rostro para atraerlo más a mí y escuché un gemido ronco de su parte.
—Harás que pierda las ganas de llevarte a la sorpresa —gruñó entre besos y respiraciones erráticas de ambos.
—Por favor hazlo —supliqué jadeante, lo deseaba.
— ¿Qué quieres que haga?
Escuché la excitación en su voz que me hacía soltar la poca cordura que me quedaba.
—Quiero tenerte dentro de mí ahora.
No hubo nada y de un segundo a otro Ronald me atacó. Me besó con vehemencia y sin darme cuenta ya había bajado mis pants de algodón hasta mis rodillas. Estar vendada le daba un plus de excitación y lujuria, todos mis sentidos se dispararon al sentir sus ásperas manos viajando por mis piernas para llegar a esa zona que era solo suya.
Sus dedos hicieron a un lado mis bragas y con los demás empezó a frotar, suave, subiendo la intensidad cruelmente placentera y que me hacía gemir sin parar. Se deshizo de mi estorbosa chamarra, de mi bufanda, mi gorro, mi sudadera térmica y hasta de mi sostén.
—Grita —susurró como fuego ardiente en mi oído—, olvídate de todo y grita.
Maniobró cada movimiento, su boca se apoderó de uno de mis pezones y me hizo vibrar aun más. Lamió, mordió y besó cada uno de ellos provocando que explotara en mil pedazos ante la acumulación de sensaciones. No pude contenerme, grité como me lo pidió y me desinhibí de todo pudor.
—Ya terminaste y yo apenas estoy empezando —dijo en un tono bajo y seductor. El acento inglés se acentuaba más cuando su voz bajaba dos octavas.
Escuché los sonidos de un paquete abriéndose y la cremallera de sus pantalones bajar. Percibí el prominente bulto debajo de mí que estaba siendo preparado para usarlo. Ronald usó sus manos para levantarme, él sabía que seguía con ganas de más y no se contuvo para complacerme. Me fue penetrando, lento y profundo.
Dejé escapar un gemido y otro cuando empezó con movimientos más rápidos e implacables. Mi falta de visión hizo más placentera sus embestidas, solo me concentraba en sentir, en dejarme envolver por las sensaciones que Ronald lograba despertar en mí. Tiró de mi cabello hacia atrás y sus labios atraparon mi cuello, subió a mi mandíbula y llegó a mi boca para devorarme sin dejar de penetrarme con toda su fuerza.
Sus largos dedos aprehendieron mis muslos para moverme más rápido sin despegar nuestros labios. Percibí sus músculos tensos y duros con mis manos, cada uno de ellos respondía cuando lo llamaba en gemidos.
De pronto mi vista regresó, me encontré con la mirada intensa, lujuriosa y salvaje de Ronald.
—No dejes de verme, quiero verte terminar de nuevo conmigo adentro.
Su voz, su tono dominante eran órdenes para mí. No despegué la mirada de la suya y terminé de nuevo en un gemido explosivo que me llevó hasta el éxtasis. Me desplomó sobre el pecho de Ronald. Mi novio aumentó la velocidad aún más, profiriendo gruñidos y gemidos roncos que lo hicieron llegar a lo más alto de su orgasmo.
Ambos respirábamos agitados, sudados y fuera de sí. Tan satisfechos y con miradas que reflejaban lo mucho que nos amábamos. Cuando terminábamos de tener sexo, de hacer el amor, Ronald siempre me miraba con un brillo diferente, especial; como si nada en todo el mundo le importara más que yo, y eso era algo que había guardado únicamente para mí.
Ser testigo de esa mirada era de mis secretos y vivencias más hermosas. Pasó algunos mechones de mi cabello detrás de mis orejas y su sonrisa se ensanchó.
—Siempre logras salirte con la tuya —susurró.
—Tu igual, cariño.
Ronald chitó y desvió su mirada risueña de mí para después volverme a ver mientras mordía su labio.
—Por tu hambrienta necesidad de mí vamos tarde.
Era enormemente egocéntrico, pero admito que no estaba del todo equivocado. Nos arreglamos y vestimos. Ronald todo el tiempo cuidaba de mí, me ayudó a subir la cremallera de mi chamarra, rodeó mi cuello con mi bufanda—mejor de lo que yo lo hacía—y me colocó el gorro, todo con delicadeza y dedicándome dulces sonrisas.
—A pesar de tener una reputación de hombre rudo con los protectores, eres muy dulce conmigo.
Me miró detenidamente.
—Es sencillo, soy tu novio. Tú eres mía, y quiero ser el hombre que mereces. Eres lo más importante que tengo en mi vida, Aurora. Te cuidaré y te amaré para siempre. Esa es mi promesa contigo.
No importaban las adversidades ni los obstáculos que se avecinaban, contaría con Ronald en todo momento y él conmigo. Tal vez la guerra contra Dagger no ha terminado pero no nos rendiríamos.
Con él a mi lado el miedo desaprecia.
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