Capítulo 3. Nos vienen siguiendo
Cruzamos el Down Town de la ciudad, las luces de todos los edificios protagonizaban una noche activa de este sábado. Al llegar a calles menos transitadas aceleré un poco. Miré de soslayo a Aurora y la descubrí mirándome.
Sonreí y ella se percató de inmediato que la atrapé espiándome.
—Dime ¿Qué tanto me ves?
Desde que la conozco, desde que me dejó entrar a su vida, era prácticamente un ritual en ella mirarme de esa forma tan única. No me incomodaba, me encantaba tener ese brillo en sus ojos solo para mí, sobre todo ser el causante principal.
—Pensaba.
Arqueé una ceja.
— ¿Qué es lo que carbura en esa cabecita tuya?
Su mente seguía intrigándome.
—En que quiero pasar el resto de mi vida contigo.
La miré un microsegundo antes de sonreír como idiota. Su inesperada declaración me tomó por sorpresa.
—Ya somos dos —alcancé su mano para entrelazarlas—. Para ser sincero me entusiasma la idea de que solo seas mía.
—Y tú mío.
Me provocaba una sensación excitante que no tenía comparación.
—Soy tuyo, princesa.
Aurora rió encantada.
Miré por el retrovisor una vez más y no pude evitar borrar mi sonrisa. Desde hace unos quince minutos que una maldita camioneta nos seguía.
—Ronald, este no es el camino al suburbio.
—Es porque no vamos a nuestra casa.
Lo que menos quería es darles nuestra ubicación. Aurora al notar el tono amargo de mi voz supo que algo andaba mal. Volteó hacia atrás y luego me miró.
— ¿Qué sucede?
Apreté el volante con mis manos hasta que mis nudillos se volvieron blancos.
—Espero que lleves contigo el bastón porque nos vienen siguiendo.
Volvió a mirar hacia atrás y yo pisé el acelerador a fondo. Definitivamente por la reacción de la camioneta nos iban siguiendo. Me adentré a unas calles solitarias para evitar ser vistos hasta entrar por uno de los viejos túneles de la ciudad.
Los autos rara vez pasaban por aquí, así que si los mataba no tendría testigos. Detuve el auto justo a la mitad del túnel. Saqué mis armas, me deshice del cinturón de seguridad y divisé que la camioneta ya estaba quita, señalándonos con las luces altas.
Miré a Aurora que ya tenía en sus manos el bastón.
—Quédate aquí, y de ser obligatorio usa el bastón.
—Pero...
— ¡Haz!, lo que te pido, por favor.
Aurora no se miraba contenta pero lo que menos quería era exponerla. Tal vez sabía defenderse pero su experiencia no era suficiente y no iba a arriesgarla de esa manera. Salí del auto dando un portazo. Las luces de la camioneta me impedían vislumbrar si alguien salía o no de ella, todo estaba en silencio. Un silencio siniestro y sepulcro que no me gustaba nada.
"Tienes algo que nos pertenece, protector"
Una voz antinatural provenía desde el vehículo, en cualquier instante atacarían.
Dos dagas mantenían presión en cada una de mis manos. Y de pronto, ya venían cuatro bestias; dos por cada lado de la camioneta y las otras dos brincando desde el techo del vehículo.
El miedo no existía en este momento.
Antes de que las garras llegaran a mí, doblé mi cuerpo hacia atrás y encajé mis dagas justo en los costados de las dos bestias que soltaron gruñidos furiosos. Antes de sacarlas, hice girar mi cuerpo con un salto hacia atrás y deslicé mis armas hasta abrir los estómagos.
Cayeron al suelo en cuanto miré que las otras dos iban directo a mi auto—Aurora—lancé mis dagas al mismo tiempo hasta que estas se clavaron justo entre los ojos de las bestias. Saqué mi cinta metálica y corrí.
Mi corazón estaba saliéndose de mi pecho al ver como Aurora salía disparada del auto rumbo a la salida del túnel. Las bestias empezaron a usar solo dos patas para correr detrás de ella, estaban por alcanzarla.
Usó su bastón para golpearlas, uno, dos, tres golpes seguidos y sin fallas. Me entró pánico al ver como una de esas jodidas monstruosidades estuvo a punto de tomarla por sorpresa pero Aurora fue más rápida y se alejó de un mortal hacia atrás.
— ¡Mierda!
Aurora al ver lo que me proponía se fue alejando aún más.
El olor a putrefacción inundó mis fosas nasales, el rostro serio y preocupante de Aurora era todo lo que veía. Mi mente fijó el objetivo, respiré hondo y solté el aire. Lancé mi cinta y cuando aseguré que llegara justo a las cinturas de las bestias tiré; partiendo en dos los cuerpos de esos bastardos.
Por primera vez en mucho tiempo sentí que mis pulmones iban a colapsar. El miedo de ver a Aurora luchando contra esas bestias fue más impresionante de lo que había imaginado. Arrastré los pies hacia a ella y Aurora fue quien eliminó toda distancia entre nosotros.
—Carajo, Aurora —besé su frente, su cabeza y sus labios—. Me has metido un susto de muerte.
Ella me estudió a profundidad, como asegurándose de que estuviera en una sola pieza y sin ningún rasguño.
— ¿Más que cuando me mordieron?
Lo pensé unos segundos.
—Bueno... tal vez exageré un poco.
Aurora sonrió, a pesar de los charcos de sangre que creé con los cuerpos de las bestias, ella sonreía. Perturbador, pero todo se debía a que tristemente ya estaba acostumbrada a pasar por este tipo de situaciones.
—Pude hacerles frente.
Se miraba muy entusiasmada, yo por mi parte traté de recobrar mi pulsación normal e intentar poner mi mejor cara.
—Sí, eres toda una chica ruda.
—Tal vez te gane algún día.
Apenas reí.
—Espero nunca lo descubramos.
Mi principal objetivo era acabar de una maldita vez con Dagger y con todas sus bestias. Aurora merecía tener una vida larga y segura, sin necesidad de preocuparse si alguien la acechaba entre las sombras y tener todo el tiempo sus sentidos alerta. Era cansado, y no estaba dispuesto a quitar el dedo del renglón.
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Sus manos cubiertas por jabón fueron descendiendo por mi pecho. Preferí llevarla al departamento y darnos un baño juntos para quitarnos el aroma a repugnancia bestial. Apenas rozaba su piel y sus pezones respondían, endureciéndose para mí.
Cerró sus ojos y llevó su cabeza hacia atrás para cubrirse con el agua caliente. Pasé mis manos por su larga y rubia cabellera hasta quitarle todo el shampoo. Ella tuvo que ponerse de puntas para alcanzar mi cabello y enjabonarlo, pero me incliné para que no se cansara y que mi cabeza fuera de fácil acceso.
Me la estaba poniendo cada vez más dura, sus manos mandaban un hormigueo por toda mi columna. No iba a soportar tanto tiempo.
Gruñí al percibir sus uñas por mi nuca, dejando una sensación suave de rasguños que podía tolerar. Me estaba provocando. Tenía mis ojos cerrados para concentrarme en no venirme de solo verla desnuda y mojada frente a mí mientras me tocaba. Carajo, que débil y vulnerable era con su presencia.
—Pareces tenso.
Mantuve mis ojos cerrados y sonreí con los labios apretados.
—No quiero ensuciarte.
—Oh.
Bramé cuando una de sus manos me envolvió justo donde más lo deseaba, mi pecho se inflaba con vehemencia cuando empezó a subir y bajar su mano, una y otra vez.
—Carajo —rugí.
Tuve que sostenerme de una de las paredes.
—Aprovechemos el baño y ensúciame.
Su voz, sus ganas, su perversa mente que yo mismo creé en ella me estaban matando. Todo se fue acumulando en mi mente como un volcán a punto de hacer erupción de la manera más violenta.
—Joder, Aurora...
Mi vista perdía un poco de claridad por el agua. Se encontraba en cuchillas, su boca me cubrió todo, succionando, lamiendo en el punto exacto donde me provocaba más placer, donde me gustaba, donde me olvidaba de ser hombre y volverme un completo animal. No paró, que Aurora me lanzara esa mirada de inocencia desde abajo me sacudía y me llevaba al máximo punto de placer.
Exploté, inundando todo en su boca y parte de su cara. Ella me recibió sonriente y saboreando todo lo que me hizo sacar. Con un carajo, esta imagen de verla así, frente a mí era como estar en el puto paraíso.
Pasé una mano por mi cabello húmedo y la ayudé a ponerse de pie. La besé como loco, como si nunca la hubiese besado con anterioridad, nunca me sería suficiente. Esta mujer lo era todo en mi jodida existencia.
—Mi turno... —susurré entre sus labios, llegando a su sitio para mover en círculos y hacerla gemir.
—Ronald.
Me prendía como pronunciaba mi nombre cuando estaba excitada.
—No dejes de decir mi nombre.
Introduje dos dedos, llenándome de ella.
Con mi otra mano llevé sus muñecas a lo alto de su cabeza, besé su cuello, lamí y mordí sus pezones cuando sus jadeos fueron intensificándose.
Sus piernas empezaron a temblar y fue cuando vi en sus ojos la colisión de su orgasmo, si interior se tensó y devoré sus labios para capturar sus gritos en mi boca.
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La vi ir de la sala a la cocina, llevando la cena que pedimos a domicilio, los tazones con sus botanas favoritas, bebidas y lo mejor es que llevaba encima una de mis playeras, apenas le ocultaba el trasero.
Era una vista digna de nunca olvidar. Se miraba muy emocionada por nuestra noche—aburrida—de películas. Gregory volvía el lunes de Londres y por lo que Aurora me dijo, le avisó a Janeth que se quedaría conmigo esta noche para evitar que se preocupara.
— ¿No crees que es demasiada comida? Son muchas alitas y luego tanta papa frita.
Aurora dio un respingo al no haber notado mi presencia antes, y eso no la detuvo para fulminarme con la mirada mientras se desplazaba hacia la sala con el último tazón.
—Nos lo merecemos después de que matamos a esas bestias.
¿Matamos?
—Si mal no recuerdo fui yo quien las mató.
Me crucé de brazos un poco ofendido y alcancé a ver como sus ojos se desviaban a mis bíceps. Mi intención con ese movimiento siempre ha sido para ponerla nerviosa y me he dado cuenta que cada vez es más difícil. Está ganando confianza.
Se detuvo a pensarlo, como si estuviéramos hablando de una pelea de hace siglos cuando literalmente fue hace dos horas.
— ¿De verdad? Pues yo distraje y debilité a dos de ellas.
Me reí y fui directo al sofá para dejarme caer. Me alcanzó para acurrucarse a mi lado y la rodeé con un brazo. Noté como la piel de sus piernas se erizaba y con mi brazo libre me estiré para alcanzar una cobija que me obligó a traerle a pesar de la calefacción.
La desdoblé de un tirón y cubrí su cuerpo.
— ¿Podemos quedarnos así para siempre? Por favor.
Por mí no había problema.
—Si así lo quieres, hecho. Tenemos dinero suficiente para encargar mandado, ropa y lo que haga falta sin necesidad de salir.
Aurora se burló.
—Es muy extremo.
—Solo quiero complacerte con lo que deseas.
—Cuando todo esto termine.
Lo deseaba. Tragué fuerte y asentí cuando fijó su vista en mí, en busca de alguna respuesta que le asegurara que así sería.
—Aurora, en el caso que yo no...
—No se te ocurra terminar esa frase con alguna idea de muerte.
Su tono fue tan amenazante que por un momento creí que me soltaría un puñetazo. Fruncí el ceño un poco desconcertado pero era una conversación que teníamos que tocar.
—Todo puede suceder.
—Me dijiste que tenemos una vida por hacer, juntos. Y eso es lo único que espero que cumplas.
Quería borrar esas palabras.
—No sabes como lo deseo, princesa.
—Pues tienes que cumplirlo.
Me jaló con fuerza del cuello de mi camiseta que me quedé inmóvil.
—Retracto todo lo que te acabo de decir.
Me soltó.
—Por tu bien, Ronald West.
—Lo que digas y mandes.
Cada vez me convencía más que a mi Aurora no le hacía nada bien entrenar con Solomon, su ternura disminuía y hasta se atrevía a amenazarme sin ninguna pizca de temor. Aunque admito que verla más segura de sí misma me daba una sensación de orgullo y admiración por todo lo que ha aprendido en tan poco tiempo.
En eso mi móvil vibró con un mensaje:
Ya estoy aquí.
Miré de soslayo que Aurora se alejó para agarrar el tazón con las alitas y en ese lapso contesté él mensaje:
Hay un inconveniente. Llegaré en una hora.
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