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Capítulo 3. Castigo

Chad me había conseguido la ficha de identificación de Santos y leí la parte de sus puntos débiles. Hicimos una parada en mi oficina y me planté frente a la enana pelirroja.

—Tu nombre.

—J-Jennifer, señor.

Arqueé una ceja, de primera vista no tenía la finta ni la actitud de una protectora. Su cuerpo seguía tenso y tembloroso. Miré de soslayo a Chad quien permanecía a mi lado en una postura rígida y seria.

—Nunca te había visto, supongo que eres de aquí.

Asintió con ese enorme escudo de defensa.

—Soy protectora desde hace un año.

Era primeriza, eso explicaba su personalidad tan débil.

— ¿Puedes explicarme qué ocurrió con ese imbécil y tú?

—Verá... —tomó aire sin dejar de juguetear con todos los dedos de sus manos—, me castigaron por no haber cumplido mis doce horas de guardia y...

Le puse la palma enfrente.

—En primera, aquí no se hacen guardias de doce horas, sino de siete. En segunda, soy yo —me señalé—, quien decide si hay castigo o no. Nadie más tiene ese poder, por lo tanto se ha quebrado una regla y alguien merece ser castigado.

La chica no dejaba de parpadear totalmente aturullada.

—Eh... yo...

— ¿Con qué iban a castigarte?

Jennifer se miraba más nerviosa que hace un segundo, dio un paso hacia atrás y yo me crucé de brazos, intentando ser paciente.

—No puedo ayudarte si no hablas —la animé como pude.

—Es... es la... la violación. Desde hace unos meses Santos empezó hacer sorteos entre los hombres cuando tiene que castigarme y... —tapó su boca al escuchar como su voz se quebraba por el nudo en su garganta—. Me toman a la fuerza cuando saben que yo...

—Suficiente —la detuve—. Lo resolveré. Ahora llévame con Santos.

Limpió sus lágrimas, aclaró su voz y me miró.

—Sí, capitán.

Estas personas no entendían que eso de señor y capitán no iban conmigo pero me rendí desde hace mucho por intentar corregirlos.

Llegamos al enorme comedor del cuartel. Había que descender por unas escaleras metálicas para llegar al primer piso donde muchos de los protectores estaban teniendo su segunda comida del día. Cada mesa en su propio mundo, unos más escandalosos que otros.

Las luces de los focos colgantes daban una iluminación tenue pero perfecta para todos. Lo que escaseaba estando aquí era la luz del día, solo teníamos permitido salir dos horas para correr al aire libre y no levantar sospechas de nuestro clan.

Seguí a Jennifer hasta que algunas voces fueron apagándose al verme entre ellos. Murmullos sobre mi imagen. Cuando llegué a Augusta nadie me vio entrar, solo sabían que me encontraba incapacitado, y a juzgar por sus caras de sorpresas me lograron identificar.

Al fondo había una mesa con seis hombres, todos enormes y llenos de esteroides. Jennifer se acercó a mí y noté que se puso de puntillas para alcanzarme un poco más.

—Es el chico del afro —susurró.

Localicé al chico de cabello chino y piel blanca. Todos los que estaban frente a él le empezaron a avisar con la mirada que alguien se aproximaba a sus espaldas. Santos me miró sobre su hombro y de inmediato se puso de pie.

— ¡Capitán! Es un milagro que ya se reúna con nosotros. Únase a la mesa.

Me rodeó los hombros con una intolerante confianza y empezó a darme golpes, agregando una maldita sonrisa de felicidad. Le doblé el brazo en un movimiento y llevé su rostro hasta el fondo de su plato de comida.

Los demás en la mesa saltaron del susto mientras ahogaba a su compañero en la comida; presioné ante su desesperado intento por querer liberarse de mí. Ejercí mayor fuerza cuando noté que estaba cansándose. Uno, dos, tres, y jalé de su cabello encrespado para que tomara aire.

—Dime, Santos ¿Tienes miedo a morir ahogado?

Sus ojos negros se clavaron en los míos con mucha rabia.

— ¿Qué mierda le pasa? ¡Yo no hice nada!

Fruncí el ceño.

—Y aun así te atreves a mentirme.

Chad junto con Joey venían cargando un enorme tanque de agua donde arrastré a Santos y lo sumergí. Todo a mi alrededor permanecía en completo silencio, solo los lamentos de socorro de Santos que intentaban de manera desesperada salir del agua.

—Vas a decirme la verdad —ordené.

Saqué su cabeza del agua, Santos inhaló aire desde lo más profundo de su ser y empezó a gritar.

— ¡Suéltame!

—Cállate.

— ¡Ayuda! ¡Gastón! ¡Will!

Mis ojos fueron a los dos tipos que estaban frente a mí, horrorizados y congelados. Los señalé con un dedo para que no se movieran.

—Te advierto que se me da muy bien torturar a la gente, así que te sugiero que confieses lo que hiciste con Jennifer.

— ¿Jennifer?

—Mala respuesta.

Lo hundí de nuevo en el agua. Seguía retorciéndose con fuerza pero lo sujeté del cuello y lo llevé más al fondo del agua.

—Puedo estar así por horas, Santos. Habla de una puta vez.

No pasó ni un minuto cuando ví que golpeó el tanque con ambas manos, supuse que fue su señal de rendición. Lo lancé al suelo, y antes de que se levantara empujé su pecho con mi bota hasta golpearlo contra el piso.

—Habla porque estoy empezando a perder la paciencia. Y no te va a gustar.

Al tipo le desapareció el afro de lo empapado que había quedado, seguía temblando, podía percibirlo por el movimiento casi imperceptible de mi bota.

—Yo soy... quien manda en este cuartel, tengo derecho a ejercer cierta ley sobre mis subordinados.

Presioné su pecho hasta hacerlo chillar de dolor.

—Eres un simple guardián, ni si quiera te enfrentas a bestias. Tu trabajo es solo cuidar el cuartel y si hay problemas avisas, dime ¿Dónde tienes ese supuesto derecho?

Quedó mudo y me enojé aún más.

—Eres basura, ni si quiera respetas a quienes están por encima de ti. Yo te voy a enseñar.

—Por favor, yo no quería que las cosas resultaran así. Solo deseaba impresionarlo con el orden que tengo aquí.

—Más bien me hiciste enojar con tu tiranía en este lugar.

—P-pero, p-ero yo se lo puedo explicar.

—Lástima que no quiero.

Le propiné un puñetazo en la cabeza para noquearlo y mirar a todos quienes estaban atentos. El terror en sus miradas era incómodo pero no había de otra forma cuando este tipo de abusos se desataban.

Lo que menos me gustaba era tener atención pero es parte de ser el maldito líder.

—Va para todos quienes quieran creerse superiores cuando apenas son nivel cinco. Aquí se gana la jerarquía mayor por las habilidades y los logros. Nos respetamos y nos cuidamos las espaldas. No nos hacemos daño entre nosotros porque compartimos un mismo objetivo. Yo soy el líder de este grupo y no se hace nada a menos que yo de la orden.

Hice una pausa para ver a todos.

—Si dejé a este bastardo así —señalé a Santos—, no fue por gusto. Quebrantó reglas, y ustedes, o al menos algunos estuvieron de acuerdo. Jennifer ha sido abusada sexualmente durante no sé cuánto puto tiempo, no me iré de aquí hasta castigar a todos los involucrados. Les advierto, que si vuelvo a enterarme de algo tan miserable como esto, los mato.

Muchos tenían sus ojos a punto de saltar de sus cuencas; había murmullos en la planta alta del comedor que seguían asombrados y las chicas parecían indignadas.

—Creo que fui bastante claro, ahora sigan con sus actividades —di unos pasos pero me detuve para mirar a Gastón y a Will que volvieron a su modo de estatuas al verme—, ustedes limpien el desastre y llévense a su amigo, después pasen a mi oficina.

Ambos bajaron la mirada y asintieron. No disfrutaba mucho tener una actitud impía pero en ocasiones no contaba con opciones.

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El calor me estaba ahogando, una ligera presión me removió y abrí los ojos de golpe al ver a una figura de largos cabellos sobre mí. Mi primer reflejo fue quitármela de encima y encender la lámpara de mi mesa.

—Con un demonio, Jennifer ¿Qué carajos haces aquí?

Mis ojos se fueron al diminuto vestido que llevaba puesto, incluso podía ver sus pezones con claridad. Aparté la mirada y le lancé una almohada directo al pecho.

—Quería agradecerte por lo de hoy.

—Largo.

—Nadie se había tomado la molestia de defenderme como tú lo hiciste.

—Parte de mis responsabilidades es ver por el bien de todos mis compañeros ¿Me expliqué?

—No tenía el gusto de conocerte —gateó hasta acomodar sus manos sobre mis piernas y las fue subiendo lentamente pero las detuve—, apenas me di cuenta de lo atractivo que eres.

Mi mirada estaba en todas partes menos en ella, la quité de mala gana y me levanté de mi cama para poner distancia.

— ¿Por qué entraste?

—No es obvio.

—Creí que tu miedo es ser violada.

—No cuenta como violación si yo estoy de acuerdo.

Arrugué mi nariz y ella saltó una risita chillona. Me di un puñetazo mental al dejar que mi vista se fuera de nuevo a esos enormes pechos con sus pezones saltados. Me alejé más y noté que había abierto mi puerta sin ninguna señal de haberla forzado.

Era silenciosa, bastante para mi gusto.

—Lárgate.

Su expresión fue de inesperada decepción.

—Yo... creí que te gustaría pasar la noche... conmigo.

—Eso te pasa por pensar de más. Lárgate.

La pelirroja dejó caer sus hombros y caminó para inclinarse por su bata. Estaba tardándose de más, seguía provocándome al dejar a la vista su cuerpo para ponerse la bata. Mi vista estaba en el techo y pensé en cuchillos, sangre, bestias muertas y degolladas por mí.

Jennifer se detuvo frente a mí y su mirada verde esmeralda se encontró con la mía.

—Si cambias de opinión, solo búscame.

—Si vuelves a hacer algo como esto te expulso, y ya sabes lo que pasará.

Tenía que borrar su mente.

Su mirada se intensificó y después la apartó.

—Creí que tal vez... sentías algo por mí.

Chité por lo ridículo que eso sonaba.

—Tal parece que pensar no es tu fuerte.

La mirada que me dedicó Jennifer fue de incredulidad. Tal vez no esperaba ser rechazada pero no le fallaría de esta manera a Aurora.

Mi consciencia está tranquila y quiero que así siga.

—Me disculpo, capitán.

—Bien por ti.

En cuanto cruzó el umbral yo azoté la puerta.

Debo admitir que me dejó caliente pero como pude me aguanté y me sumergí en mi cama. Tomé el teléfono y marqué a Solomon quien contestó al segundo:

No esperaba tu llamada.

—No quería esperar tu reporte hasta mañana, ¿Cómo está?

Mejor. Más animada.

Se escuchaba un ruido peculiar y eso significaba que estaba al aire libre y no con Aurora.

—Explícame ¿Por qué no estás cuidando a Aurora?

La estoy cuidando.

—Son las... —miré la hora en el móvil—, las tres de la mañana, ella está dormida a esta hora y no parece que estés cuidándola.

Terminé, Solomon.

Esa voz.

Mierda —masculló mi ex jefe—, tengo que irme, te aseguro que todo está bien y no tienes de que preocuparte, As. Espera mi reporte mañana.

—Me estás mintiendo, Solomon maldito cobarde, dime qué...

Me colgó. Ese infeliz tuvo la osadía de colgarme. Estrujé el celular en mis manos y antes de aventarlo preferí marcarle a Aurora. Sonaba y sonaba pero nunca tomó mi llamada.

Algo no me estaba cuadrando e iba a averiguarlo.

3/3 como lo prometí🥰

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