
Capítulo 3. Algo oculto en el bosque.
La borrosa imagen de Ronald se reproducía una y otra vez en mi mente, verlo a pocos metros de mí después de medio año sin saber nada de él me derrumbó. La poca estabilidad que estaba construyendo durante este tiempo se fue a la mierda, y ni si quiera lo pude ver de frente. Huyó de nuevo.
Era evidente que no esperaban verme todavía, ellos ya sabían que estaba adentro de la sala del cine y que tardaría en salir. El destino es implacable.
Abracé más mis piernas mientras admiraba la naturaleza que tenía enfrente, la cabaña era de dos pisos y había una vista impresionante desde el amplio balcón. En eso, una de las puertas se abrió y Lena se asomó con una angelical sonrisa.
—Te traje chocolatito caliente con malvaviscos, como te gusta.
Mi cuerpo lo necesitaba.
—Gracias.
Se sentó en el sillón de enfrente, cubriéndose un poco del frío.
—Exactamente ¿Qué fue lo que pasó en el cine?
Tomé de mi chocolate y mastiqué un malvavisco para tomarme mi tiempo de procesar cada fragmento de ese momento.
La miré aun conmocionada y tratando de retener mis lágrimas.
—Algo inesperado —susurré, bajando la vista a mi taza, los malvaviscos flotaban entre si y recordé aquella ocasión en la que Ronald los preparó en su casa. Joder, que patética—. Sigo procesándolo.
Lena se acercó más hasta sujetar mi mano.
—Sabes que puedes contarme.
Apreté su mano ligeramente y asentí.
—Es que... lo vi.
Lena frunció el entrecejo, confundida, pero con un destello intuitivo.
—¿A quién? —su tono fue más para corroborar lo que ya se imaginaba.
—A Chad.
Lena contorcionó sus gestos cuando la tomé desapercibida.
—¿Quién es Chad?
Ella no lo conocía, nunca le conté de los demás protectores.
—Es compañero de Ronald, muy cercano a él.
—Entiendo —dijo cautelosa—. ¿Y...?
Miré a mi mejor amiga con una línea de expresión.
—Y frente a Chad, estaba... Ronald —apenas salió su nombre en un suspiro, tuve que hacer una pausa porque dolía—. Los reconocí, él no me vio, pero Chad sí y salieron del cine.
Lena quedó patidifusa.
—Carajo, entonces... ¿Sigue siendo tu protector?
Levanté mis hombros, no sabía qué responder. Él fue claro en su carta de despedida, que se alejaría de mí por el incremento de peligro.
— ¿Sabes?... ni si quiera puedo enojarme como quisiera porque no hablamos de un chico común y corriente —repliqué—. Ronald no entra en ese grupo, él tiene una vida distinta, tiene que vivir en peligro constante y arriesgándose por gente que ni conoce hasta que eso lo llevó a mí.
Lena se mantuvo en silencio mientras al fin me desahogaba.
—Pero... siento coraje que no haya sido sincero, me había decidido a dejar todo por él, iba a fugarme con él —confesarlo por primera vez me hizo sentir bien—. Y me siguió en la idea para evadir la verdad —sorbí mi nariz—. ¿Sabes lo que sentí al no verlo en el cuarto como quedamos? Solo una carta. No sabía con exactitud cómo una persona se llega a romper de un segundo a otro y ahí lo sentí.
Lena frunció las cejas en una expresión de pena.
—Joder, Aurora ¿Por qué te guardaste todo esto?
Ni yo lo sabía.
—Fue como cortar una flor preciosa del jardín desde raíz, de golpe y de la manera más violenta —describí como pude aquella ocasión donde todo cambió—. No hay nombre para ese sentimiento porque el dolor es poco. Ronald es el amor de mi vida, Lena. Perderlo así es desquiciante, y verlo vivo y tan cerca fue un pequeño rayo de luz que me hizo sentir bien de verlo sano, pero... me volví a deshacer cuando prefirió huir que enfrentarme.
Llorar sanaba, me hacía falta y Lena estuvo a mi lado hasta que el llanto paró, no dijo nada, solo me abrazó de un modo confortante y nos quedamos juntas para ver el atardecer hasta que el cielo se cubrió de estrellas.
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Jordan se quedaría con nosotros esa noche para después irse a un hotel. Adam insistió en que se quedara, pero el chico agradeció y se negó. Encargamos comida china y nos acomodamos en la sala con un montón de mantas y almohadas, mientras jugábamos UNO.
—Lo siento, cariño, come cuatro.
—No veías venir que tengo un más dos.
—Pero el reglamento de uno dice que no puedes tirar un más dos...
—Silencio, Aurora, los creadores de uno no saben lo que dicen, así es más divertido —espetó Rachel muy divertida mientras veía como Jordan le tocaba comer seis cartas.
El castaño refunfuñaba por cada carta.
—Saldré victorioso, no sé cómo, pero lo haré —declaró Jordan con medio mazo en sus manos.
Arqueé una ceja al tiempo que me tocó poner mi siguiente carta, él me miró con la boca abierta mientras enseñaba la única carta que me quedaba.
—Uno —dije alto y claro.
Todos empezaron a ver sus armas contra mí.
—Espera, piensa bien el color —le decía Adam a Lena.
—Jordan te tocará a ti impedir que Aurora gane —dijo Trevor mientras intentaba adivinar que tenía en mi única carta.
Me reí al ver como Jordan barajeaba todo su arsenal en busca de algo bueno.
—Bien, tengo algo, pero no pongan amarillo.
—¡Amarillo no, Rachel!
—¡Joder! No tengo otro color, don señor todaslascartasonmias o sea Jordan, tienes todos los colores.
Jordan la fulminó con la mirada.
—Creo que puedo solucionarlo —aseguró el chico que se tomó su tiempo para color una carta de cancelación para mi turno.
Si pudiera desintegrarlo con la mirada, este sería el momento correcto.
—¡Bien!
—¡Sí!
El UNO era un juego muy peligroso donde sacaba lo peor de las personas y las amistades no existen.
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Era martes cuando las chicas y yo decidimos ir de compras al centro de Banff. Necesitaba algunas cosas y fue como nuestra tarde de chicas después de días de convivencia con los chicos.
No pude evitar ver hacia todos lados por la ansiedad que me generaba de encontrar a alguien oculto que estuviese vigilándome—Ronald—, pero, o no había nadie o era demasiado bueno para pasar desapercibido. Nunca pude descubrirlo cuando llegaba de la nada.
Al salir de la tienda nos topamos con Jordan, esto sí lo creía posible, Banff no era un lugar tan grande así que encontrarnos a la gente por casualidad no existía.
—Hola, chicas.
—Qué tal, Jordan —saludó Rachel.
—¿Y los chicos? —preguntó el tipo.
—Oh, solo nosotras —dijo Lena.
Me crucé de brazos.
—Puedo llevarlas cuando terminen de hacer sus compras.
—No es necesario —espeté muy seria.
Rachel me dio un ligero codazo—no muy discreto—que me hizo dedicarle una mirada punzante y Jordan solo sonrió.
—Entiendo.
—Discúlpala, la comida le ha caído mal—mintió Rachel—. Traemos auto, pero gracias por ofrecerte a llevarnos.
Jordan enseñó sus dientes en una sonrisa.
—Está bien.
—Pero únetenos —sugirió Lena.
Abrí mis ojos como platos.
—Como negarme —contestó el chico sonriente por la invitación.
Quería colgarlas. Nos fuimos juntos hasta entrar a una zapatería. Buscaba algún modelo que pudiera usar en la mayor parte del año, y como si fuera un chisme del universo, Jordan apareció frente a mí para ofrecerme una caja de zapatos.
—¿Qué?
—Creo que podrían gustarte —dijo como ofrenda de paz—, solo intento bajar la tensión, Aurora.
Enarqué una ceja, desconcertada y ofuscada.
—No te pedí que buscaras zapatos para mí, Jordan.
—Sé que no, pero quise hacerlo.
Puse los ojos en blanco. Tomé la caja para no ser grosera y tratar de llevarme mejor con él. Quité la tapa, encontrándome con unos preciosos mocasines negros de charol y con plataforma, sobre ellos llevaban de adorno una exquisita cadena de metal que los hacían lucir tiernos y rudos al mismo tiempo. Joder, me encantaron.
No sé por qué, pero me sonrojé al ver a Jordan quien me sonreí con dulzura.
—Son... lindos —confesé con esfuerzo sobrehumano.
—¿Qué tal si te los pruebas?
Sonreí forzosa por esto.
—Sí.
Me fui a sentar dejando mi bolsa a un lado, pero Jordan la tomó para cargarla entre sus cosas, me detuve un segundo ante el gesto y no dije nada. Me quité las botas y las calcetas para ponerme los mocasines que me quedaron a la perfección, eran mi talla.
—Te quedan de maravilla, tienes una piel hermosa.
Lo miré al instante un poco sorprendida por su comentario y su rostro cambió radicalmente a varios colores.
—Lo siento, no...
—Deja de hablar —ordené de mal humor.
—Es solo que... —se hincó frente a mí.
Yo seguía sentada e igualamos altura.
—¿Qué? —insistí.
—Quisiera entender ¿Por qué me odias?
—¿Odiarte? —me burlé, llevando mi vista al techo—, yo no te odio, Jordan.
Él frunció sus largas cejas.
—Entonces ¿Por qué no te agrada mi presencia?
Me quité los zapatos para ponerme los calcetines, pero por la intensidad de los nervios estos saltaron de mi mano. Jordan con una agilidad magistral los tomó a tiempo antes de que cayeran al suelo y me los entregó. Bien, eso fue vergonzoso y no quería sentirme así. La esencia que tenía Jordan era extraña, hablando en el mejor de los sentidos.
—Contéstame por favor, Aurora.
Lo miré.
—Es algo personal, no es nada en contra tuya ¿Contento?
—¿Te lastimó ese imbécil?
Mi expresión de desconcierto pareció no sorprenderlo, pero no quería confirmarle nada. Era mi problema y no quería compartirlo con él.
—Parecía buen tipo, y por la forma en la que te miraba me dio la impresión de que iba en serio contigo.
Inhalé profundo y exhalé, exasperada. Dandole poca importancia a calvario mental que me estaba provocando todo esto.
—Es algo que no te incumbe, Jordan —mi tono de voz fue brusco y serio.
Le quité mi bolsa de mala gana e intentó detenerme al sujetarme del brazo.
—¡No me toques!
—Lo siento, lo que menos quiero es incomodarte.
—Déjame en paz.
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Jordan no se despegó de nosotras hasta que decidimos irnos. De camino al estacionamiento quise adelantarme para no seguir escuchando la irritante voz de ese chico, me provocaban unas extrañas cosquillas en la boca del estómago que no me gustaban.
Y no lo vi venir. Solo escuché el sonido de un claxon tan cerca que de reojo vi una mancha roja en movimiento dirigiéndose a mí.
—¡Aurora!
Mi cuerpo fue jalado hacia atrás, sin yo mandar ninguna señal a mi cerebro. Mi corazón se aceleró al ver como el auto siguió su rumbo y yo a salvo de haber sido atropellada. La presión la sentía en mi cintura y al bajar la mirada descubrí unas manos masculinas rodeándome.
Me las quité por inercia y miré a Jordan detrás.
—¿En qué estabas pensando? —me regañó como si me conociera de toda la vida—. Pudieron haberte atropellado.
Rachel y Lena estaban boquiabiertas y con las manos en el pecho.
—Yo...
—¿Tratabas de alejarte de mí?
Fruncí el ceño al escuchar su conclusión.
—No. Y no vi el auto.
—Por todos los cielos, Aurora —gimoteó Rachel aun asustada—, por un segundo me vi pensando en cómo explicarle a papá que un auto te arrolló.
La manera de decirlo fue escalofriante, como su mente. Le dediqué una mirada extraña y después miré a Jordan.
—Disculpa y gracias.
—Finjamos que nunca sucedió —propuso con una voz más suave y un rostro que expresaba preocupación.
En eso, vi como Lena no podía evitar sonreír como maniática, ya estaba haciéndose conjeturas que no significaban nada.
—Se hace tarde, chicas —agregó Jordan para todas—. ¿Seguras que no quieren que las lleve?
—Tranquilo, somos chicas fuertes y si nos aprendimos el camino de regreso —aseguró Lena muy sonriente.
Jordan sonrió de una manera hipnótica, cualquier chica caería ante esa radiante sonrisa.
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La cabaña estaba a unos treinta minutos de distancia si corríamos con suerte de que no hubiera mucha nieve en el camino. Rachel iba al volante y a una velocidad decente por la carretera que resultó estar cubierta por una pequeña capa de nieve. Entramos por el sendero hacia la cabaña y el bosque empezó a rodearnos por completo.
Iba sonando una canción de Nickelback. Miré por el vidrio de mi ventana y fue inevitable no pensar en él, en su cabello largo y su barba, apenas recordaba lo guapo que se veía con ese nuevo look.
De pronto algo me pareció que andaba mal, íbamos muy lento—demasiado—para lo que acostumbra ir Rachel.
—¿Ahora qué pasa? —preguntó Lena desde el asiento de atrás.
La expresión de Rachel era de desconcierto.
—¡Ni se te ocurra dejarnos! —amenazó mi hermana al objeto con rudas.
Pero el auto la retó al detenerse en seco. Esto no me gustaba.
—De acuerdo.
Rachel se llevó el cabello atrás de sus orejas y después apretó las manos en el volante.
—No entremos en pánico —prosiguió —, traemos los teléfonos así que hablémosles a los chicos.
—Pero ellos tendrían que venir caminando, solo rentamos este auto —le recordé.
Mi hermana soltó un lamento de exasperación y en eso apareció Lena entre ambos asientos.
—¿Hay suficiente gasolina?
Otro recuerdo llegó a mi mente de aquella tarde noche en Best Buy... Ronald.
El silencio en el auto reinó. El viento soplaba afuera y los arboles tenía un ligero movimiento rítmico. La oscuridad del atardecer era más notoria y un sonido extraño nos hizo voltear al mismo tiempo en dirección a los árboles que se encontraban a nuestra derecha.
Algo o alguien estaba ocultándose entre los árboles y la oscuridad. Mi respiración se tornó irregular.
—Llama a los chicos —me dijo Rachel en un susurro.
Ella al igual que yo sabía que algo malo estaba por suceder.
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