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Capítulo 2. Conejo amargado

Mentalmente me sentía de la mierda, ni si quiera me importó caminar entre penumbras por el departamento que una vez fue mi hogar cuando era un niño. Decidí vivir aquí por mientras, me había deshecho de la casa que tuve debido a que muchas bestias—incluyendo a Dagger—sabían mi ubicaciones exacta, un riesgo que decidí reducir.

Probablemente quedarme en un lugar más céntrico y rodeado de miles de olores pudiera confundirlos y tener más tiempo antes de que me rastrearan.

Miré el reloj de mi muñeca, marcaban las tres y media de la mañana y yo sin poder conciliar el sueño. Me di un baño para quitarme la pestilencia del entrenamiento, solo me puse unos boxers y unos pantalones de seda que conformaba mi pijama.

Fui a la cocina para prepararme algo—lo más rápido posible—, y me senté en uno de los banquillos para hacerme uno con el silencio del lugar.

Abrí mi portátil mientras masticaba bocados grandes de sándwiches de atún y espinacas. Revisé tanto mapas de todo Baltimore con las secciones de nuestras cámaras ocultas y proyectos de la constructora. Llevar una doble vida ya me estaba pesando.

Mi cerebro era obligado a partirse en dos para no cometer ningún error. Al ver la carpeta con el nombre de Matt West me sacudió; él supo de la existencia de Jordan y ni si quiera fue para decírmelo en sus últimos meses de vida. Pasé mi lengua por mis dientes superiores, amargado por la egoísta decisión de llevarse ese secreto a la tumba.

En un acto de dolor mezclado con coraje lancé el plato de vidrio que se estrelló en la pared, saltando mil proyectiles de todos los tamaños al piso.

—Después de todo, ni si quiera te importó si me quedaba solo o no.

El nudo en mi garganta me traicionó, mis ojos escocían y quité las lágrimas que ya caía por mis mejillas. Mi padre no fue completamente sincero y eso me mataba, yo de verdad confié en él y hasta lo perdoné. Sin embargo, para Matt West eso no era relevante.

Llevé mi cabeza hacia atrás y respiré hondo para concentrarme en las cosas que merecían mi atención ahora.

Me crucé de brazos y al ver la pantalla de mi portátil algo captó mi atención de inmediato. Me acerqué.

Una de nuestras cámaras ubicada al norte de la ciudad detectaron la llegada de algunas bestias, no había duda, el color de su calor corporal era morado a comparación de la roja que aparecía en personas comunes y corrientes.

Estaban llegando, no sé cuándo empezarían su ataque pero no tardarían. Los líderes de Europa se encontraban aquí, listos para cualquier llamado de ataque. Dagger fue claro, nada de protectores que no fueran líderes, pero yo haría mi cuartada por mi parte, confiarme del miserable y traicionero de Dagger no estaba en mis planes.

Eran las cuatro cincuenta de la mañana cuando decidí irme a dormir después de inyectarme mi dosis de certus; dolía un poco y dormir era lo único que me ayudaba a disminuir el dolor. No pude llegar a mi habitación, así que caí rendido en el sofá de la sala.

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Y más de ese líquido negro y visco salía de la boca de Jordan. Estuve con él en el momento que expulsaba todo lo que quedaba del veneno que controlaba su mente, o al menos lo que quedaba en su sistema para estar completamente limpio.

—Carajo —tosió con voz carrasposa y volvió a vomitar—, soy un... —escupió más en el inodoro, temía porque vomitara alguna parte de sus pulmones por toda la fuerza que ejercía—, asco.

Me esforcé por no mostrarle mi cara de desagrado.

—Ya casi termina —lo animé con mi vista al techo, dándole palmadas mecánicas en la espalda.

Había un aroma particular que despedía en el cuarto de baño, entre humo, hierbas o hasta algo parecido a la electricidad, todo en una mezcla desagradable. Era un aroma que me recordaba al bastardo de Dagger.

Continuó expulsando esa viscosidad alrededor de cinco minutos hasta que terminó.

—Joder... —se desplomó en el suelo, pálido de pies a cabeza. A pesar de su imagen repugnante, era buena señal de que estaba saliendo con éxito del control mental—. Me duele todo el jodido cuerpo.

Su respiración seguía siendo agitada. Fui por un vaso con algo de enjuague bucal—sin disolver con agua—y se lo di para que borrara ese mal sabor de boca.

—Lo que importa es que ya estás limpio.

Escupió en el lavabo el enjuague en un tono negro.

—Apenas y tengo recuerdos de Dagger, ese cabrón no va a detenerse, Ronald.

—Lo tengo presente —apoyé un hombro en el marco de la entrada del baño y me crucé de brazos—, tengo a mis hombres listos para cualquier cosa.

Jordan me miró por el espejo, con las cejas apenas fruncidas y volteó a verme.

—Ronald... ese tipo va a matarlos.

Me molestaba su falta de confianza.

—Nosotros responderemos.

—Yo he visto a su gente, no son... humanos.

Chiteé.

—Estamos entrenados para aniquilar bestias, no tienes de que preocuparte.

—Tiene todo un ejército.

—Nunca hemos temido a las multitudes. No es seguridad ciega, nosotros sabemos como actuar ante situaciones así.

Jordan no tenía ni una pizca de convencimiento.

— ¿Qué son ustedes? Aún no me lo has dicho.

Me enderecé y con la cabeza le indiqué que me siguiera.

— ¿Acaso te comunicas más con miradas y movimientos de cabeza?

Puse los ojos en blanco al darle la espalda.

—Te acostumbrarás.

Doblamos por un pasillo para subir unas escaleras que daban directo a la oficina principal—mi oficina—por el momento todos andaban cumpliendo con sus deberes; cuidando a sus protegidos, montando guardias, entrenando, etcétera.

Jordan no dejaba de ver todo a su alrededor, aunque no hubiera mucho que observar. Todo era paredes de acero, oscuras y sin ninguna decoración llamativa, más que pantallas de seguridad o interruptores de alarmas.

— ¿Siempre ha estado este lugar aquí abajo?

—No mucho.

— ¿Desde cuándo?

—Cuando hubo aumento de bestias en el ochenta. Los protectores de aquella época decidieron tener su propio lugar seguro para mantenerse ocultos de las personas civiles.

Marqué el código de mi puerta y un sonido de aprobación hizo que se deslizara para darme ingreso a mi oficina.

— ¿Qué son los protectores?

Tomé asiento en mi silla y miré a Jordan, demasiado preguntón para mi gusto.

—Por como lo has notado, somos personas que nos enfrentamos a esas escorias llamadas bestias. Somos protectores, nuestro principal deber es custodiar a los que son vulnerables a esos bastardos.

Jordan frunció el ceño.

— ¿Vulnerables?

—Las personas con sangre AB negativo son un manjar y la dosis de longevidad para las bestias —rasqué mi mentón—. Nosotros cuidamos de esa población para evitar que las bestias sigan viviendo, las matamos y procuramos que las personas de esa sangre lleven una vida normal. Y queda sobrentendido que lo hacemos en secreto.

Mi hermano tenía la boca abierta, tal vez escéptico o sorprendido.

—Pero... yo no tengo esa sangre. ¿Por qué Dagger me utilizó?

Coloqué mis codos sobre el escritorio y elevé mis antebrazos hasta juntar mis manos en un puño.

—Dagger y yo tenemos... roces, un poco de historia. No entraré en detalles porque no necesitas saberlo. Lo más seguro es que se enteró de que somos hermanos y pensó que sería buena idea para que yo me doblegara.

Parpadeó más de la cuenta.

—Un momento, ¿Tú y yo nos enfrentamos? ¿Estabas decidido a matarme?

Desvié la mirada y me encogí de hombros.

—En mi defensa, no sabíamos que estabas bajo control mental, todo apuntaba a que eras del grupo contrario. Ese hijo de puta es más astuto de lo que recordaba.

—Ibas a matarme —repitió con expresión de terror.

—Si no había otra opción, sí. Te volviste un odioso grano en el culo y teníamos que eliminarte a la primera oportunidad.

Jordan parecía ofendido.

—Entonces estoy vivo por mera... ¿Suerte? No ibas a dudar en matarme.

Entrecerré los ojos.

—No estoy para dramas.

—Joder, ibas a matarme.

—Ya te dije que no teníamos idea de que lo tuyo fuera control mental. Si me detuve para no matarte fue porque... ya me había enterado que éramos hermanos, y necesitaba estar seguro antes de hacerlo.

La expresión de horror en Jordan no disminuyó.

—Por Dios, pude morir.

—Cálmate, deja de llorar por lo que no pasó.

—Que poco tacto el tuyo.

—Tengo cientos de problemas en mente como para preocuparme por el tacto que tengo. Estás vivo, a salvo, así que solo te queda agradecer y continuar con tu vida.

— ¿Cómo? No recuerdo todavía nada, ni si quiera estoy seguro de cuándo dejé de ser yo.

Me recargué en mi silla.

—Lo harás poco a poco, te quedarás unos cuantos días más aquí antes de llevarte conmigo.

Jordan torció sus labios y parecía pensativo.

—Se pelear. Puedo entrenar un tiempo aquí y ayudarte con Dagger.

Lo contemplé solo unos segundos.

—Entrena si quieres. Pero pelear contra Dagger, no.

—Yo puedo...

—No voy a exponerte con ese infeliz.

—Oh, vamos, ya no puede controlarme.

—Eso aún no es seguro. Es preferible mantenerte fuera de su radar.

—Pero...

Levanté una palma para detener su protesta.

—He dicho que no.

════════⚔️════════

Apagué el motor de mi auto frente a la casa de Aurora y en cuanto salí, ella venía a toda velocidad para recibirme. Su cabello flotaba en el aire y sonreí al ver como su rostro resplandecía al verme. Joder, que belleza.

La sujeté y tuve que dar unos cuantos giros con ella en mis brazos para apagar la velocidad en la que venía. Su cuerpo era más firme y su fuerza había aumentado desde que Solomon la entrenaba. Y eso hacía que perdiera el control de mis manos para tocar cada parte de su cuerpo, sobre todo sus piernas y su trasero.

—La casa cada vez se siente más sola.

Habló con su cabeza apoyada en mi pecho. Me incliné para besar su frente y acariciar su espalda con una de mis manos.

— ¿Por qué dices eso?

—Adam desde hoy ya no vive aquí, se mudó a su nuevo departamento. Frente al edificio donde viven Rachel y Trevor.

Vaya sorpresa.

— ¿Y Janeth?

—Trabajando en su galería.

Aurora toda su vida había estado acompañada, era comprensible que se sintiera sola por tantos cambios que tenía a su alrededor. Me comprimía el corazón de verla tan inquieta a las nuevas situaciones que vivía, desde la muerte de Lena, noté en ella cierto pánico por quedarse sola.

Entendía esa sensación, miedo a morir, miedo a ser tan frágil que en cualquier momento se podía terminar la vida sin previo aviso.

La abracé más fuerte.

— ¿Qué te parece si tú y yo tenemos una cita?

Aurora levantó su carita para verme.

— ¿Una cita?

La verdad es que las salidas a lugares con muchedumbre me provocaban cefalea, pero a ella la multitud parecía no importarle y se despejaba de todos sus pendientes o pensamientos rumiantes. Era de mis placeres favoritos hacerla sentir mejor.

—Sí —pasé un mechón rebelde por detrás de su oreja—. Podríamos ir a ver una aburrida película al cine y comer de esas palomitas llenas de mantequilla grasosa, ir a tirar pinos con una ridícula bola para hacer puntos. Tal vez ir a la feria, te compraré un algodón de azúcar gigante.

Aurora se reía, su definición de diversión era muy diferente a la mía, sin embargo, no me molestaba pasar el día con ella haciendo las cosas que le gustaban, como toda una pareja normal.

—No puedo creer tu desagrado por las palomitas. ¿Por qué tienes el estómago de un conejo?

No sabía qué significaba eso.

— ¿Perdona?

—Comes solo lechuga y cosas verdes sin sabor.

Me estaba agrediendo por lo que como.

—Pues... perdón por ser un novio raro.

Aurora no paraba de reírse y traté de no ofenderme más. Pero escucharla reír me hacía perder la cordura. Mordí mi labio cuando sus manos acunaron mi rostro para atraerlo a ella y plantarme un beso.

—Me gusta aunque seas un amargado.

—Ha dicho el alma de las fiestas —contraataqué con sorna.

Mi futura esposa me lanzó una mirada asesina y solté una carcajada. Pareció ruborizarse y la atraje de nuevo a mí para besarla. Era adicto a sus labios, tenía un ligero sabor a cereza que me hizo exigirle más, introduje mi lengua y ella rodeó con vehemencia mi cuello con sus brazos hasta que provoqué que gimiera.

—Entremos antes de irnos —jadeó.

Estuve a punto de ceder.

—No —quería cortarme la lengua—, a nuestra casa.

Aurora me dedicó una mirada suplicante, quería hacerlo ya.

—Anda, estrenemos ese colchón —insistí.

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