Capítulo 12. Feliz cumpelaños.
🔞🔥 hay acción candente, ya saben que hacer jajaja. Los amo.
Me vi una última vez al espejo. Decidí llevar una falda negra, medias, unas botas de charol con cintas. Arriba por primera vez opté por un top muy sensual que hiciera lucir mi tatuaje entre mis pechos—mi familia aún no sabía de mi pequeño dibujo en tinta negra permanente—lo oculté con la correa de mi bolsa y agarré mi chamarra de cuero negra.
Mi cabello rubio lo alboroté y salí al recibir el mensaje de Ronald. Papá me observó cuando llegué al piso de abajo y sonrió.
—Estás tan preciosa, Aurora. Diviértete.
Él se encontraba muy bien acompañado con Janeth, tenían su noche de películas en la sala.
Abracé a papá y en eso el timbre de la casa sonó. Me adelanté para abrir y noté como el espíritu de Ronald dejó su cuerpo y volvió para evitar que su baba cayera.
—Joder... digo, estás... wow, her-hermosa.
Jamás había visto a Ronald tartamudear, siempre era yo quien terminaba perdiendo la habilidad del habla porque las palabras se atoraban. Era lindo y satisfactorio ver el efecto que tenía sobre él.
—Tú estás guapo, Ronald.
—Te pido que no pronuncies así mi nombre porque no me haré responsable de lo que haga.
Sonreí y recordé a papá, pero él ya había desaparecido para hacerme compañía a su novia en la sala. Bueno, al menos me hacía creer que no escuchaba nuestra conversación.
Ronald se acercó para besarme, su beso fue intenso y lento que empecé a perder fuerza en mis piernas, estaba cayendo en su encanto.
—Vámonos antes de que decida otra cosa —susurró con una sonrisa divertida.
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El sitio estaba atestado de personas, The cab agotó entradas y todos estábamos esperando a que iniciara el concierto. Nuestra fila era la primera y tenía la mayor posibilidad de que el sudor de alguno de ellos me cayera.
Estaba emocionada, quería escucharlos cantar y Ronald a mi lado lo hacía mágico, no podía creer que estuviera conmigo viviendo este momento.
Él iba sencillo, jeans, botas, una playera negra y encima su cazadora. El cabello largo le quedaba muy bien, era la viva imagen de la sensualidad.
Me atrapa con su mirada, pasó su lengua por su labio inferior y apartó sus ojos de mí para esconder una sonrisa. Me sonrojé pero no me importó. Volvió a verme.
—Estoy muy guapo ¿Verdad?
Sonreí totalmente embelesada.
—Gracias por traerme —le di un beso en los labios—, feliz cumpleaños.
Ya habíamos hablado desde en la mañana pero no podía bajar mis ánimos por pasar un cumpleaños con Ronald, cada vez que cumplíamos años algo se interponía y ahora todo estaba bien, al menos por este momento.
— ¿Qué tienes para mí? —arqueó una ceja y descendió la mirada por mi cuerpo. Empecé a calentarme y no era por estar rodeada de gente—. Nunca te había visto tan...
— ¿Fuera de mi zona de confort?
—Tan apetecible, el cuero te sienta de maravilla. Me pregunto... ¿Qué pasará si deshago el moño de aquí? —sus dedos alcanzaron las cintas de mi top, daba la ilusión de llevar un corset, pero solo eran cintas sencillas, entre más se aflojaban más se abría el top.
—Ronald —miré a mi alrededor para silenciarlo y quitar su mano—. Como si no lo supieras. Deja de hablar así.
Soltó una carcajada, apoyó sus manos en mi cintura y me atrajo a él para besar mi mandíbula muy lento. Mis manos se aferraron a sus fuertes hombros y apreté al sentir esa descarga eléctrica que me provocaban sus besos y su barba de tres días. Sus labios eran tibios, y sabían exactamente dónde besarme para hacerme perder la compostura.
— ¿Tiene algo de malo que diga que tengo unas jodidas ganas de cogerte?
Parpadeé varias veces y tapé la sucia boca de Ronald con mi mano.
—No tienes remedio.
Aún con mi mano en su boca, sacudió la cabeza para confirmar que era un caso perdido.
Las luces de repente se apagaron y el show dio comienzo. Ronald cuidaba que nadie me golpeara entre tanto alboroto que provocaba la banda. Grité a todo pulmón cuando mis canciones favoritas de toda la vida eran cantadas. Brinqué de alegría, lloré y me abracé a Ronald que parecía más un perro guardián, aunque en ocasiones se unía conmigo para cantar.
Empezó angel with a shotgun y la letra me la sabía al derecho y al revés. Cada verso me recordaba a Ronald, de lo que era capaz de hacer por mí, sin importarle las consecuencias, siempre me protegería, se convertiría en mi ángel, en mi protector.
Ronald llegó a mi vida con la fuerza de un huracán, sin piedad, y destruyendo todos mis miedos. Me hizo llegar a la euforia para perder toda la cordura posible y dar ese salto de confianza.
Pero no todo es tranquilidad en su mar, estar con él lleva sus riesgos, peligros que hacen que explote en una colisión mental implacable para darme cuenta que nuestra relación no es nada sencilla. Todo implica riesgo y confianza. Yo me perdí por un tiempo creyendo que las relaciones van en camino recto, cuando en realidad te llevan por bifurcaciones para poner a prueba al amor verdadero.
Ronald y yo lo aprendimos. Él es esa tempestad en la tormenta, tormenta que no conoce la calma. Elevándome a un frenesí lleno de emociones, tanto hermosas como peligrosas.
Y lo único que deseo es estar con él para siempre. Y que él no deje de decirme, te amaré para siempre, Aurora.
Sus ojos profundos y sinceros no dejaban de observarme, me sonreía como si yo fuera lo único a su alrededor.
Estaba loca, exultante de estar en este preciso instante con él.
—Te amo, Aurora.
Lo rodeé con mis brazos.
—Te amo, Ronald.
Nuestro beso fue sudoroso pero sabía a gloria, deslizaba su lengua como todo un experto y saboreé el sabor que impregnaba en sus labios. Amor y peligro.
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Mi novio estacionó su auto a tres cuadras de mi casa, la oscuridad de esa noche nos envolvía, descubrí la travesura asomarse en su mirada, sus ojos viajaron por mi cuerpo hasta detenerse en mis piernas.
Una de sus manos aterrizó en una de ellas y ese choque cerebral volvió cuando sentí su calor.
—Que no se pierda nuestra costumbre de follar en el auto.
Su acento inglés había disminuido, pero ahí seguía, en su voz aterciopelada que lograba darme una sacudida mental por lo vibrante y seductor que sonaba.
No me resistí y volé a su regazo, devoré sus labios como una ninfómana experta. Jamás en mi vida había imaginado desear a alguien tanto como deseaba a Ronald. Me deshice de su chaqueta, de su playera para tocar su piel que estaba ardiendo por sexo.
Sus manos encontraron mis medias y se introdujeron hasta llegar a esa zona que ya estaba húmeda por él. Empezó con movimientos lentos y tortuosos, me quité mi chaqueta y volví a besarlo entre pequeños gemidos que fui soltando para él.
—Romperé tus medias, princesa.
Su voz ronca me volvía loca.
—Feliz cumpleaños, cariño —mordí su labio y él apretó partes de mis caderas.
—Carajo, el mejor puto cumpleaños de mi vida.
Escuché la tela de mis medias romperse, el sonido de la hebilla del cinturón de Ronald abrirse, gemidos, besos. No pude controlar el movimiento de mis caderas y él tuvo que frenarme.
—Pareces ansiosa —sonrió con malicia.
—Es tu culpa —mi voz sonó entrecortada
Me miró frente a frente mientras el cierre de su pantalón bajaba, me atrevía a mirar y noté su tremenda masculinidad a todo color. De la guantera sacó un preservativo y lo abrió. Se lo quité y me encargué de cubrirlo con él. Toqué su firmeza y noté como Ronald dejó caer su cabeza en el respaldo del asiento, gimió y su nuez de Adán bajaba y subía de una manera sexi.
Lo acaricié un poco más y después deslicé el condón con cuidado. Ronald atenazó sus manos en mis caderas para ayudarme y me fui hundiendo poco a poco en él.
—Así de duro me pones —dijo en un tono muy lascivo.
Gemí fuerte, chocó sus labios con los míos y me aplastó contra su cuerpo para empezar a moverse a una velocidad rápida, mis jadeos eran bloqueados por sus besos y me dejé llevar por sus embestidas.
Llegué a ese punto máximo cuando una de sus manos rozaba mis pezones, ese era uno de mis puntos débiles y más sensibles. Ronald desabrochó mi top para llevar a su boca uno de mis pechos y su cuerpo empezó a estremecerse. Prorrumpió mientras su lengua me devoraba y sin dejar de penetrarme.
Enterré mis dedos en su larga cabellera y jalé cuando supe que había llegado a su orgasmo. Jadeó de placer y disfruté verlo tan mío, tan lleno de satisfacción que yo le proporcionaba.
Nos quedamos un momento así, admirándonos y fue dibujándose una sonrisa en su rostro que yo copié.
Su mano acarició tiernamente una de mis mejillas y apoyé mi cabeza en ella.
—Te extrañé como loco todo el tiempo que estuvimos lejos.
—Yo intenté odiarte —confesé.
Frunció el entrecejo y me ayudó a salir de él para limpiarse y poner en orden nuestras prendas. Escuché su zíper subir y yo acomodé mi falda, planchándola con mis manos una y otra vez. Logré acomodarme en mi asiento.
— ¿Me odiaste?
Su rostro expresaba tristeza, sabía incluso sin que me lo dijera en palabras que eso le provocaba miedo.
―No pude... —confirmé y ese brillo en sus ojos volvió—. No podía odiarte, era imposible hacerlo.
—Ven aquí.
Volví a su regazo y me abrazó con fuerza.
—Perdóname por haberte causado tanto dolor —susurró—, en mi desesperación por protegerte no pensé en como fueras a tomarlo tú, en lo único que pensaba era... tengo que cuidar de ella a como dé lugar —me miró a los ojos—. No fue sencillo.
—Por favor, no vuelvas a hacerlo.
—Te prometo que no...
En eso un fuerte sonido evitó que Ronald acabara de hablar, algo golpeó muy fuerte el coche que hasta yo me exalté. Miramos a nuestro alrededor, mi protector activó su instinto de alerta y me cubrió.
Hasta que de la oscuridad emergieron unos ojos rojos tan brillantes como los rubíes. Dagger estaba parado justo enfrente de nosotros.
Sonrió de una forma tétrica que me hizo recordar mis peores temores, era como ver un demonio en persona. Ronald tenía una expresión dura que hasta pensé que sería capaz de matarlo con la mirada.
—Aurora, quédate a mi lado y haz exactamente lo que yo te diga.
—Ronald...
—Haz lo que yo diga —repitió muy determinado.
El miedo se apoderó de mis entrañas y solo asentí. El fuego interno se fue apagando para darle entrada a un frío siniestro que me dejó congelada.
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