Capítulo 23. La familia Allen.
Las niñas corrían a toda velocidad para el encuentro con Ronald. Él se puso de cuclillas y con los brazos abiertos las recibió.
—Al fin llegaste, As —dijo la más pequeña.
— ¿Acaso crees que te quedaría mal, nena?
—Siempre cumples con tus promesas, As —añadió la mayor sonriente.
—Ese soy yo.
Las niñas lo abrazaron con tanto cariño que me quedé sorprendida cuando Ronald se dejó caer al suelo con ellas, sus risas encantadoras eran contagiosas. Estaba llena de ternura esa escena, Ronald parecía genuino con sus muestras de cariño a ellas.
En eso, los ojos verdes de las niñas me detectaron.
—As, ¿Y ella? —inquirió la mayor.
Ronald volteó a verme y pude percibir que se sintió avergonzado por verlo con las niñas. Tal vez porque nunca me lo hubiese imaginado. Esto era digno de fotografiarlo para cuando lo negara, tener pruebas.
—Ella es mi novia, Lindsay —respondió Ronald.
Lindsay se cruzó de brazos con recelo mientras que la pequeña sonreía para mí de una manera dulce.
— ¡Tu novia! —exclamó la chiquita.
—Sí, Camille —reafirmó él y volteó a verme—. Mi novia.
— ¿Cómo se llama? —preguntó Camille muy sonriente y sin dejar de mirarme como una especie de objeto extraño que llamaba toda su atención.
—Aurora.
—As —se acercó la niña a él.
—Dime, Camille... —se inclinó Ronald para verla.
—Es bonita.
Ronald no evitó la sonrisa y me dedicó una mirada de complicidad.
—Muy hermosa, Camille.
Sonreí y la niña caminó hacia mí.
— ¡Hola, Aurora!
Sacudí mi mano.
—Hola —devolví con una sonrisa.
— ¡As!
Una mujer de unos veintitantos años salió de la casa, de cabello castaño y piel bronceada. Detrás de ella venía un hombre rubio que de seguro ya estaba en sus treintas.
—Señora Allen.
—Que bueno que has llegado —la mujer abrazó a mi novio quien correspondió al abrazo.
El hombre tenía una mirada amable y de alivio cuando saludó a Ronald.
—Un gusto de verte otra vez por aquí, As.
—Es mi deber, Robert.
—As, ¿Y la chica?
Me acerqué cuando el matrimonio suspicaz me observó.
—Ella es Aurora Blake, mi novia.
—Un gusto —aclaré mi voz. Noté que en las manos de Robert tenía cicatrices de rasguños y en mi mente solo pude pensar en ataques de bestias.
—Para ser una protectora se ve bastante dulce —comentó la mujer con una mirada marrón más relajada.
—En realidad Aurora también tiene la misma sangre que ustedes, soy su protector —aclaró Ronald.
— ¿Cómo? ¿Protector y protegido, juntos? Creí que eso estaba prohibido —espetó Robert, confundido.
—Y lo sigue estando —afirmó Ronald como todo un rebelde—. ¿Y Jerry?
—Dormido —respondió la señora con una sonrisa.
Supuse que hablaban del bebé.
—Perfecto. Mi novia y yo les traemos unas cosas para su estancia aquí, así que... iré por ellas.
—Te ayudo, As —se ofreció Robert.
Ronald palmeó la espalda del protegido y se fueron a sacar las cosas del auto. Yo me quedé estática por un momento, admirando la humanidad tan pura que llegaba a tener el grupo de protectores.
—Entonces, ¿As y tú juntos?
La mujer esbozó una sonrisa cálida que me alejó de mi estancamiento mental.
—Una larga historia, señora Allen.
—Elisa —corrigió—. Llámame Elisa, Aurora. Tu acento no es de aquí.
—Soy de Estados Unidos, estoy en un intercambio de la universidad.
Asintió. Su rostro redondo era precioso y el acento inglés que toda la familia tenía era muy marcado.
—Entonces, por asignación, As fue a dar hasta el continente Americano.
—Sí... desde el año pasado.
Y cuantas cosas han sucedido y cambiado desde entonces.
—Y se enamoraron —chilló por debajo con mucha emoción—. Qué romántico.
Sonreí sin poder evitar el rubor en mis mejillas.
—Bueno... él fue bastante perseverante por más que intenté alejarlo —reí de solo recordarlo—. No se detuvo.
—Hasta donde lo conozco, se nota que As es un chico muy decidido.
Ronald y Robert ya estaban dándoles los nuevos juguetes a las niñas. Había una caja de ropa, otra de sábanas y otras tres con suficiente comida. Divisé que en las manos de mi protector llevaba una caja roja. El señor Allen se estaba quitando la chamarra mientras Ronald preparaba lo que era la inyección.
—Ojala no se le dificulte tanto —comentó Elisa en un tono angustiante—. La última vez el pobre protector tardó una hora en inyectar a Camille, llora cada vez que se la ponen.
En un descuido las niñas se robaron a Ronald para que este sostuviera la cuerda mientras Camille saltaba. Me llevé una mano al pecho al ver lo tierno que era, no se quejó ni se negó.
— ¡As salta tú! —gritó Camille muy divertida.
—Venceré muy fácil tu record de diez saltos, nena —jugueteó Ronald hasta enseñarle la lengua, y ambas niñas explotaron de la risa.
Lindsay y Camille obligaron a Ronald a que brincara la cuerda. Él a regañadientes lo hizo y cuando empezó a saltar, la cuerda lo golpeaba porque la más pequeña no la elevaba lo suficiente.
— ¿Acaso quieres hacerme trampa, Camille?
— ¡No! —dijo Camille, tapando su boca con su pequeña manita.
—Eres muy alto, As —se quejó Lindsay.
Intentó seguir con la cuerda mientras nosotros observaban la escena sin parar de reír cada vez que Ronald recibía la cuerda en la cara. Al finalizar, la pequeña Camille jaló de la cazadora para llamar de nuevo su atención y él se puso al nivel de la niña.
—Juega un poco más con nosotras —pidió la niña con tanta ternura, acomodó su cabecita en el hombro de Ronald mientras sus bracitos rodeaban el cuello de él.
Por un segundo deseé tener un hijo con Ronald.
En ese momento el semblante de mi novio se volvió más serio y separó a la pequeña de él para verla de frente.
—Lo haré... si me dejas inyectarte.
Camille se apartó repentinamente de él como si se hubiese equivocado de persona. Su rostro fue de terror.
— ¡No!
—Camille, calma —Lindsay intentó abrazarla.
— ¡No quiero esa inyección!
—Nena es por tu...
— ¡NO! —gritó y emprendió una carrera directo a la casa.
— ¡Camille! —la llamó Ronald con un tono más elevado.
La niña pasó entre nosotros como bala. Elisa no dudó en seguir a su hija pero la sujeté del hombro para detenerla.
—Espera. Tal vez yo pueda hablar con ella —intervine.
— ¿Segura? Camille es demasiado testaruda cuando se trata de las inyecciones.
Asentí.
Al tener la autorización de Elisa me encaminé al cuarto en busca de la pequeña. Entré detectando a Camille cerca de la cuna donde se encontraba su hermanito. Volteó a verme, saltó del susto y gateó hasta el fondo de una cama, lo más lejos de mí.
—No me inyecten ¡No quiero!
—Tranquila —le mostré mis manos—. No voy a inyectarte, cariño.
La niña me observó estresada.
—pero... As...
—As quiere protegerte al igual que tu familia, y las inyecciones son necesarias.
Sacudía su cabecita y su cabello volaba cuando lo hacía.
—No me gustan, me duelen.
Asentí.
—Puedo entender, a mí me aterran también.
— ¿Te han inyectado?
—Muchas veces.
— ¿Y no te duele?
Sacudí mi cabeza.
—Pero a mí sí, no quiero.
Juntó sus rodillas para enrollarlas con sus manos y noté que traía una de las nuevas muñecas con ella.
— ¿Esa muñeca es nueva? ¿Tiene nombre?
Camille cambió su cara y parecía más entusiasmada cuando le sonreí. Se fue acercando a mí hasta sentarse sobre mis piernas.
—As me la acaba de dar pero no tiene nombre.
—Podríamos pensar en el nombre.
En ese momento Ronald entró a la habitación con la caja roja. Camille se retorció en mis piernas para liberarse y la sujeté de sus bracitos.
—Camille, escúchame ¿Pensarás en los nombres para tu muñeca?
Camille observó la caja, aterrorizada. Pero asintió lentamente en silencio sin dejar de ver la caja metálica.
—As... pensaré en el nombre de mi muñeca nueva cuando me pongas la inyección —le informó tiernamente Camille.
Ronald sonrió.
—Me parece buena idea, nena —dijo—. ¿Cómo las llamarás?
Se sentó junto a mí para sacar la jeringa y prepararla.
—No sé... estoy pensando en un nombre bonito.
— ¿Ah, sí? —preguntó Ronald sonriente mientras metía el líquido transparente a la jeringa—. Pues... yo tengo uno muy bonito para esa muñeca.
Camille fue todo oídos.
Mi novio sacó un algodón con alcohol para deslizárselo en el bracito.
— ¿Cuál, As? ¿Cuál?
Estaba listo para inyectarla, yo la abracé mientras ella esperaba la respuesta impaciente.
—Se ha vuelto mi favorito, así que es especial para mí.
— ¡Si, si! —exclamó la niña exultante—. Dime cual...
La jeringa entró y la niña se quejó un poco.
—Aurora —susurró Ronald, mirando a Camille muy tranquila a pesar del piquete.
La pequeña volteó a verme como diciéndome que era mi nombre.
—Me gusta, mi muñeca se llamará así.
—Adelante, nena. Esa muñeca será mi favorita.
—Oh, no, tengo que peinarla para la próxima vez que vengas.
Él le río.
—Quiero ver eso, Camille —añadió Ronald, apretándole con suavidad el mentón.
La niña dio un brinco para abrazar a Ronald quien la sostuvo en sus brazos.
—Te quiero, As...
Él me miró y sonreí al verlo, pasó saliva y bajó a Camille.
—Eh... sí, yo también. Anda ve a ver los demás juguetes, Lindsay está allá a fuera.
— ¡Sí! —gritó feliz Camille, abandonando la habitación.
Solo faltaba el bebé.
—Joder, hubiera tardado como dos horas para inyectarla y solo tardé unos minutos —me miró y acarició mi cabello—. Sabía que me ayudarías en esto.
—Me siento tan orgullosa de todo lo que haces por estas personas, Ronald. Eres todo un héroe.
Ronald bajó la cabeza escondiendo una sonrisa.
—Solo hago mi trabajo.
—Pero te vi, con las niñas. Disfrutaste estando con ellas.
Sus azulados ojos me miraron.
—Es solo rutina, Aurora —cortó de inmediato y se levantó—. Inyecto al bebé y nos vamos ¿Me ayudas?
Asentí.
Cargué al bebé como pude, era la primera vez que hacía algo como esto y no quería cometer un error. El bebé parecía quejarse cuando entró la aguja y comenzó a llorar.
—Ay no —lloriqueé, tratando de calmarlo pero era inexperta en estas cosas—. Dios, tranquilo bebé.
Elisa entró a la habitación y fue mi salvación.
—Oh, Jerry —dijo Elisa cargándolo en sus brazos.
—La inyección lo despertó —comentó Ronald.
—Sí, entiendo —lo empezó a arrullar de una manera maternal y el bebé poco a poco fue apagándose—. Gracias al cielo se duerme rápido.
Sonreí y Ronald torció sus labios en una media sonrisa.
—Bueno, mi trabajo aquí está hecho —anunció el pelinegro—. Nos retiramos.
—Muchas gracias por venir, As, es muy importante para nosotros que hagan todo esto para protegernos.
Ronald sonrió con amabilidad.
—Es nuestro trabajo, señora Allen. La siguiente visita le toca a Chad, espérenlo y suerte.
— ¿Cuándo vienes de nuevo, As?
Ronald parecía estar pensando por un momento la pregunta de Elisa.
—Yo no volveré, está es mi última vez.
—Pero, ¿Por qué?
Él me miró antes de ver a Elisa y apretó sus labios en una línea de expresión. No revelaba nada de su vida y así lo mantenía. Elisa lo entendió y hasta se avergonzó.
—Entiendo, lo siento por preguntar.
Salimos de la habitación y de la casa. Las niñas estaban tan entretenidas con los juguetes que apenas y pudieron despedirse de él.
—Es indignante que siendo su protector favorito no vengan a despedirse —dramatizó Ronald en voz alta para que las niñas lo escucharan.
—As, la próxima vez que vengas Aurora se verá hermosa con sus peinados —dijo la pequeña Camille, corriendo hacia los brazos de Ronald quien la tomó de los costados para cargarla.
Quiero un bebé con Ronald.
—Cuídala mucho, es mi favorita —le contestó Ronald para después guiñarle el ojo.
—Sí, As.
La niña rodeó a Ronald con sus brazos y él le correspondió. La devolvió al suelo y la pequeña envolvió mis piernas con sus bracitos. Lindsay lo abrazó al final.
—Adiós, Aurora.
—Nos vemos, Lindsay.
Ronald entrelazó su mano con la mía y tiró de mí para irnos.
Deseaba que la familia Allen viviera por años y sin peligros cerca.
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