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Capítulo 10. La calidez del perdón.

     Aurora se quedó a comer con nosotros. Papá no podía dejar de decirle que el platillo que había hecho era espectacular.

     —Es tan cálido y reconfortante tener el lado femenino en esta casa. Por favor, Aurora, puedes estar aquí el tiempo que quieras.

     Yo comía en silencio y mi novia sonreía apenada.

     —Muchas gracias, señor West.

     Papá resopló indignado.

     —Dime Matt, solo Matt.

     A pesar de su semblante tan enfermo y fantasmal, se esforzaba por dar su mejor cara. Tal vez debería de hacerle caso a Aurora y dejar a un lado el rencor para aprovechar todo este tiempo que me queda con mi papá.

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      Al caer la noche, no había poder humano—incluyéndome—que sacara a Aurora de mi habitación. Se había quedado fascinada con las figuras a escala de los diferentes aviones, y estaba totalmente absorta en mi colección de libros de Lovecraft y de los múltiples reconocimientos de mis años escolares.

      La encontré sentada en el suelo al estilo indio frente a un pequeño estante de tres niveles donde miraba detenidamente cada reconocimiento de mis participaciones en los eventos de química y física, al igual que los de deportes, mis medallas tanto de nataciones como de karate.

     Me acerqué y me acomodé detrás de ella para rodearla con mis brazos.

     Escuché que respiró hondo y yo me mantuve en silencio, sin dejar de abrazarla.

     —Lo siento, Ronald —dijo en un tono suave y sincero—. Yo fui la cretina por haberte hablado así —suspiró y sentí su pulgar rozando el dorso de mi mano—. De solo pensar en la idea de perder a mi papá como el año pasado... me... cicló. Quería que entendieras, pero quien tiene que hacerlo soy yo. Lo siento tanto.

     —Quédate a dormir aquí y te perdono —susurré. Me apetecía dormir con ella, sentirla cerca de mí toda la noche era la sensación que recargaba toda mi energía.

     Se tensó y volteó a verme como si me hubiesen salido dos cabezas.

     —Eso es chantaje.

     —Y la única manera de perdonarte.

     —Me siento muy culpable por lo que te dije y muy avergonzada por mi comportamiento —bajó la mirada un segundo.

     —Tu intención fue noble. No quieres que guarde rencor, y lo que te pido es que no me presiones, lo haré a mi modo.

     —Soy tan... idiota.

     Sonreí y acaricié su mejilla.

     —Somos humanos después de todo.

     Su dulce mirada azul se clavó en mí.

     —Eres el mejor.

     Sus brazos me rodearon el cuello y yo la recibí. Entendía a Aurora, ella no quería que me arrepintiera de nada. Sobre todo con el tema de mi padre. Ella también se esforzaba por entenderme, pero siendo alguien demasiado sentimental le nublaba el juicio y dejaba a un lado la frialdad.

     —Durante estos meses, iremos a tu ritmo ¿De acuerdo? —propuso muy comprensiva.

     —De acuerdo. Ahora, quédate.

     — ¿Aquí?

     —No, Aurora, en la azotea. Claro que aquí.

     Me fulminó con la mirada y yo reí.

     —Pero mi familia, tu papá...

Aquí vamos de nuevo con las excusas.

—Sabes que contamos con Lena, esa chica tiene el don para cubrirnos.

—No tengo ropa para mañana.

Eso para mí sonó a que ya había aceptado.

—Eso es sencillo. Iré a tu casa por lo que necesites mientras tú le hablas a Lena.

—Todo se te hace fácil —se giró para darme la espalda de nuevo.

—Resolver problemas es una de mis grandes habilidades.

Acerqué mis labios a su cuello, la besé lentamente y usé mi lengua para saborear su piel suave. Ella empezó a retorcer las piernas y sus manos apretaron las mías.

— ¿Quieres que te convenza de que te quedes?

Su cabeza se posó en mi hombro y vi el rubor natural en sus mejillas. Una de mis manos fue descendiendo a su entrepierna y noté como su pecho subía y bajaba, excitada. Mordí el lóbulo de su oreja y ella jadeó por debajo. Sus manos atenazaron mis piernas.

—Quédate —susurré.

Aurora se alejó para verme de frente y se acercó a besar mis labios.

—Me ha quedado claro —dijo al tiempo que sus labios se curvearon—. Ve por mis cosas o no me quedo.

Me levanté de un salto y salí del cuarto cual corredor de maratón en su última vuelta, a toda velocidad.

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Traje todo lo que me había pedido—bueno, casi—al revisar el contenido de una mochila que encontré en su cuarto me fusiló con la mirada al ver el conjunto negro de encaje que seleccioné. Sin ropa para dormir más que la muda de mañana.

Sonreí inocente al grado de hacer aparecer mi aureola sobre la cabeza.

— ¿Qué significa esto?

Mordí mi labio para no reír.

     —Que no vamos a dormir esta noche —le guiñé el ojo al ver que su boca se abrió de la sorpresa.

     Dejé que Aurora se aseara mientras pasaba un poco de tiempo con mi papá. Le di sus medicamentos y le ayudé con algunos ejercicios de respiración para sus pulmones. Era extraño verlo en ropa deportiva y no en traje. Acomodé sus almohadas y él se recostó.

     —Prométeme que te encargarás de las constructoras.

    Fruncí mis cejas. El silencio era mejor.

     —No sé nada de eso, papá.

     —Puedes estudiar y Gregory te ayudará.

     —Lo intentaré. No te preocupes por eso.

     Tosió, cubriéndose con el antebrazo.

     —Al menos lo pensarás.

     —Debiste decirme desde un inicio lo que te ocurría, tal vez te hubiese ayudado en el trabajo y... no te habría dicho tantas cosas.

     Papá tenía una mirada pacífica.

     —No has dicho nada que no me mereciera.

     —Entonces me libero de la culpa.

     Al fin pude verlo sonreír a duras penas y nos miramos en silencio. Solo estábamos ahí, frente a frente.

     —Lamento todo el daño que les hice, de verdad que estoy arrepentido.

     —Pudiste buscarme en Londres, llamarme o escribirme —entrecerré los ojos y carraspeé—. No lo hiciste.

     —En realidad...

     Ladeé mi cabeza desconcertado. Él se inclinó hasta el mueble que tenía alado de su cama. Abrió el cajón y sacó un bonche de lo que parecían cartas, unas opacas y otras más nuevas. Las rodeaba un listón negro para evitar que se perdieran o salieran de su lugar.

   —Fui un cobarde por no mandarlas.

    Me las tendió, tardé unos segundos en reaccionar y al final las acepté. Eran cartas destinadas a mí mientras vivía en Londres. Tal vez había más de cincuenta cartas sin leer. Estaba patidifuso.

     —No fui un buen esposo. Ni mucho menos un buen padre. Intenté luchar para quedarme, pero ya no puedo más —me miró mientras tomaba aire con fuerza—. Estoy... estoy orgulloso de que seas mi hijo. Una mejor versión de un West, y te amo. Lamento haber tardado veintidós años en darme cuenta de eso. Te amo, hijo.

     Mis ojos escocían y ya no pude evitar las lágrimas. Empecé a sollozar y me acerqué para abrazarlo. No tenía miedo, ni dudas, ni resentimientos. De verdad quería abrazarlo porque era mi padre.

     Tanto tiempo deseando escuchar que estaba orgulloso de mí y que me amaba. Era un anhelo que consideraba descabellado pero él lo acaba de decir. Me amaba.

     —Y justo me lo dices cuando estoy por perderte de nuevo —solté entre dientes.

     Estaba enfadado con la vida, con el destino que siempre se ensañaba conmigo y furioso con mi padre. Todo era tan difícil que en ocasiones me costaba aceptarlo y continuar como si nada.

     —Perdóname

     Me abrazó con fuerza, como si no fuera suficiente la cercanía que teníamos.

     —Sí. Tratemos de pasar juntos el tiempo que nos queda.

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     Al salir de su habitación después de asegurarme que se había quedado dormido, miré la hora, eran más de las doce. En eso mi móvil sonó, Chad.

     — ¿Ahora qué?

     —Solo te aviso, As, que hemos localizado uno de los refugios de Dagger a las afueras de la ciudad y ya inspeccionamos entre sus cosas. Encontramos unos líquidos extraños que ya están bajo investigación y... tenemos las confesiones de unas bestias, tienes que escuchar esto.

     —Averigüen para qué son los líquidos.

     —Claro, As.

     —Y después me cuentas lo demás.

     — ¿Por qué no ahora?

     Puse los ojos en blanco, rogando por más paciencia.

     —Tengo asuntos que atender, te veo luego —colgué.

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     Aurora me daba la espalda cuando entré a la cama después de darme una ducha. Pasé uno de mis brazos por su cintura y noté que había estado husmeando en mi maleta para ponerse una de mis playeras negras.

Giró su cabeza y la miré.

—Creí que dormías.

—Estaba esperándote.

Se puso boca arriba y acaricié su cabello.

—No tenías que hacerlo, princesa. Me demoré con mi papá porque había algunas cosas que hablar.

Me miró con atención y me quedé en silencio mientras sus ojos me analizaban.

— ¿Y todo bien?

Arqueé mis cejas.

—Me dio un montón de cartas que me había escrito mientras vivía en Londres y que claramente nunca envió.

Aurora abrió sus ojos perpleja y parpadeó más rápido.

—Eso... eso fue inesperado, conociendo su pasado.

—También me tomó por sorpresa. Me pidió de nuevo disculpas y... —miré a mi novia, agradecido porque ella haya influido en mí—. De verdad lo perdoné y lo abracé porque me nació hacerlo —sonreí al recordar sus palabras—. Me dijo que estaba orgullo de mí por ser una mejor versión de los West y que me amaba.

Aurora sonrió de oreja a oreja.

—Ronald... este fue su verdadero reencuentro —su suave voz me arrulló, sus pequeñas manos acariciaban mi rostro y sus ojos brillaban con más intensidad—. Sin ningún tipo de obstáculo que impidiera llegar al perdón. Estoy feliz y orgullosa de ti.

Sonreí completamente embelesado y cautivado por la mirada de Aurora. Esa herida del pasado que tanto me carcomía y que por años fue creciendo, cada vez la sentía más pequeña y estaba sanando.

Podía soportar los rasguños que Aurora me producía durante el sexo—cosa que antes no lograba—y ahora, realmente disfrutaba sentirla de esa manera salvaje en mi cuerpo. Papá y yo habíamos resuelto el conflicto de años y agradecí a la vida, a Dios o a lo que fuera.

Solo esperaba y rogaba no separarme de Aurora, que las palabras de Solomon no fueran de un predicador.

Besé a esa chica que desde que vi su foto me tuvo bajo su poder, le hice el amor solo con tocarla y unir nuestras manos sin dejar de devorar sus labios. No hubo necesidad de estar dentro de ella para disfrutarla con gran placer.

Ella era única. Mi lugar. El amor que tanto había anhelado como uno de mis deseos más ocultos y reprimidos. Aurora lo hizo realidad.

Al detener nuestros besos llenos de frenesí, le sonreí y ella me devolvió la sonrisa. De pronto se montó en mi cuerpo sin dejar de besarme y me miró. Las yemas de sus dedos apenas acariciaban mi barba y noté un destello de tristeza.

—Ronald, te pido perdón por mi mal comportamiento. Te pido perdón por no comprenderte, por presionarte cuando no lo mereces. Perdón por no saber apoyarte cuando tú lo has dado todo —hizo una pausa para suspirar—. Me agobia saber que has sufrido tanto, impotente de no poder lograr que lo olvides y no me he parado a pensar que solo lo que quieres es que camine a tu lado como apoyo. Perdón por lo mal novia que he sido.

—Aurora...

—No. No intentes justificarte solo por amor, es la realidad. Sé que no soy perfecta, pero me esforzaré porque te amo.

Me quedé taciturno y ella parecía expectante.

—No tienes que ser perfecta, si no, no serías mi Aurora. Te amo con tus virtudes y defectos. Discutiremos, a veces no estaremos de acuerdo, pero así son las relaciones, las reales, las perfectamente imperfectas. Como tú lo has dicho antes, todo hay que hablarlo para resolverlo.

—Te amo —susurró.

—Te amo.

Apartó su vista y se acurrucó debajo de mi cabeza, la abracé más a mi cuerpo y le planté un beso en el pelo.

—Descansa, Ronald.

—Contigo aquí, no lo dudes. Descansa, princesa.

Atentos al capítulo 11🫢 conoceremos el origen de Dagger y de las bestias.

¿Están listos?

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